Literatura Cronopio

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LA VIRTUD DEL ESCRITOR: LA VIRTUD DE LA HIPOCRESÍA, LIBRO DE RELATOS DE LUIS QUINTANA TEJERA

Por Andrés Torres Scott*

Abre Luis Quintana Tejera en el mismo título de la obra con una de sus figuras preferidas, el oxímoron. La virtud de la hipocresía, ¿puede ser virtuosa la hipocresía? ¿Ser hipócrita puede ser una virtud? Sin duda, los dos casos pueden actualizarse y practicarse. A todos nos ha pasado, ya sea que la hayamos ejercido o que lo hayamos sufrido. Quizá no a los niveles de la ficción, que por otra parte poco se acercan a la burda realidad cuando enfrentamos a la virtud de la hipocresía desnuda en el día con día.

En estos folios el autor nos lleva por once recorridos que van de lo inverosímil a lo corriente, de lo familiar a lo sorprendente y de lo común a lo anormal. Aborda con maestría la ciencia ficción, la posmodernidad, la política latinoamericana, tan, tan desprestigiada hoy día, se mete a la vida diaria de los sacerdotes católicos más descalificados que la política mexicana, si eso puede ser posible, y si el desprestigio es real, no tiene por qué no serlo en la ficción.

Intentaré con un poco de suerte y algo de tino, recorrer los once relatos que nos presenta el autor sin destruir el gozo de leerlos, pero tratando de contagiar la intención de su lectura y sembrando alguna incógnita que fomente la curiosidad y el deseo por leerlo.

Advierto sin pena que el libro de cuentos de Luis Quintana no es un libro ligero, para pasar un rato y encontrar lo bonito de la vida que ya sabemos que siempre tiene un lindo desenlace moral, sexual y de parabienes hasta la eternidad. Si quieren saber de cuentos que llevan a concluir que los políticos progresistas, las vecinas agradables, las madres perfectas, los curas inmaculados y los escritores perfectos [terminan bien], van a tener que ir a buscar a otro lado.

En La virtud de la hipocresía, Luis Quintana escribe bajo la norma que heredamos de dos grandes personajes de la historia de la humanidad y no los decepciona. Primero, como lo sugirió el filósofo ateniense Sócrates: Ser para la sociedad como el tábano que molesta al caballo (Apología, 30c). Así fue Sócrates en Atenas y así debemos de ser ahora con la sociedad y el Estado. Hay que venir a generar desequilibrios, quiebres, contradicciones, reflexiones, no para resolverlas sino para manifestarlas y exacerbarlas, presentarlas como lo que son, aunque no se sepa bien a bien qué son. «Poner al individuo incómodo, esa es mi tarea» dijo Friedrich Nietzsche (50) con cursivas en el original y Quintana Tejera no deja de parafrasear para incomodar y en negrillas con la máxima del alemán en su ficción literaria.

El primer cuento siempre debe ser importante. No puede ser el clímax del libro, no es lento, no puede ser rápido, no debe golpear de frente al lector. Debe ser como un aperitivo italiano que nos deje con ganas de más, que abra el apetito por el libro entero. El cuento «Sacerdotes en concierto» nos habla de Eduardo Velicarán. Que ya desde el nombre provoca nerviosismo, el verbo velicar [1] significa punzar, picar y solo de imaginar las mañas que puede traer un cura que se llama Lalo Picarán, la imaginación vuela. Resulta que el pobre Lalo Velicarán es atraído por una chica de nombre María Rico, y aquí de nuevo juega al doble sentido el autor. Pero no quiero profundizar en el significado de la nomenclatura de los personajes, que de por sí ya es tema. Me llama la atención lo siguiente y cito: «llegaba al ritual de la misa con aquella falda mínima en donde Eduardo veía mucho más de lo que ella mostraba» (11). No se juzga a un sacerdote por ver más allá, ni a la chica Rico por vestir de tal o cual manera. Aquí el punto crucial supera a Velicarán y a Rico, imaginar es pecado desde que Moisés bajó del monte Sinaí con las tablas y leyó un renglón que decía «no codiciarás la mujer de tu prójimo ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo» (Sagradas escrituras 1569, Éxodo 17, 20). Que convirtió el cristianismo de la Edad Media en «no desearás a la mujer de tu prójimo ni nada de nada». Es decir, en Occidente está prohibido siquiera imaginar y fantasear; eso, también es pecado. Y víctimas de esta máxima, que a pesar de no estar escrita en la Biblia es una interpretación medieval, serán el sacerdote nihilista Lalo Velicarán y la feligresa María Rico.

Quizá mi cuento favorito es «Un cerebro inteligente». Estela Enríquez. Ella diseña un software capaz de escribir novelas. Novelas literarias que incluyen metáforas, oximorones, hipérboles, paronomasias, anáforas y quizá también, versos perplejos y vidas analgésicas. Y entonces, al final del relato, además de reflexionar sobre «la autora» de las novelas del futuro, Luis Quintana nos mete la duda sobre la originalidad y veracidad de los autores del pasado, que son los del presente, y sus obras.

«Extraña hospitalidad». Un relato que bordea lo fantástico a lo Borges, pero que deja duda, duda porque la memoria no es de fiar. O quizá lo es. Un tal César Augusto Rincón Perfecto, y aquí volvemos con el doble o triple significado de los nombres de los personajes que utiliza el autor. Rincón Perfecto viaja a la ciudad de Maldonado, entre otras cosas a encontrarse con un viejo profesor: Dolcey Zaccarón; maestro admirador de Sócrates que transmitía dicha admiración a sus alumnos. Situación que deja claro que no fue intuición mi apreciación inicial sobre el tábano y la intención del autor de agitar, de inconformar con estos once relatos. Pero antes del encuentro Luis nos presenta tres relatos cortos dentro del relato, eso sin contar el dilema de Sócrates que se deja entrever a través de un recuento del Fedón que denota la capacidad para el manejo de la ironía por parte del filósofo griego. Al final, se da el encuentro entre el alumno Rincón Perfecto y el profesor Zaccarón. Decir algo más sobre las repercusiones de esta cita destruiría el sentido del cuento. Solo adelanto que el punto de quiebre del cuento no está en lo que se dicen, si no en lo que no hablan. Diálogo con elipsis.

El cuarto cuento lleva el nombre del personaje. Rodolfo Pérez Águila, único cuento que lleva el nombre del personaje principal. Rodolfo es un protagonista de gran y aguileña nariz que enseñaba literatura y tenía gran capacidad para hablar. Pero Rodolfo nunca entendió, dice el autor, el concepto de paradoja, lo que trae una vez más al presente esta idea del fantasma de Sócrates recorriendo el texto de Quintana Tejera. A Rodolfo se le dificulta el actuar y se le dificulta la vida en el momento en que durante el velorio de doña Céspedes le dan ganas de reír a carcajadas. En este cuento estoy en contra de la opinión del autor sobre el actuar de Rodolfo Pérez Aguilar, el personaje no es hipócrita sino un nihilista, como aquel sacerdote de alta libido. O para no disentir, podría aceptar que se trata de un nihilista hipócrita, cualquier cosa que eso signifique.

Quinto cuento. «El ladrón de la inocencia». Ya de entrada este título echa a volar la imaginación del lector precavido. Aquí encontramos a Trinidad, nombre otra vez cargado de interpretación religiosa, católica en específico. A Trinidad le dicen Trini y es el personaje del que quizá es el cuento más peliagudo y que cuadra con la realidad mexicana. Trini es, como muchos curas, un sacerdote a quien le gustan los niños, los varoncitos, y no precisamente para evangelizar con la palabra de Jesús Cristo.

«La guardiana de la calle Sarandí» es el sexto cuento. Aquí volvemos a Maldonado en Uruguay. Aquí nos relata el autor las vistas y reflexiones de la señora doña Lucero Miranda. Quizá un poco al estilo del café en La Colmena de Camilo José Cela [2], el autor nos mete dentro de los ojos de la señora Miranda que observa a los transeúntes que pasan y no solo los ve pasar sino que nos sumerge en sus historias, conocemos al panadero, al violinista, al judío. De particular singularidad es la historia que une las vidas de José Casto e Inmaculada, donde lo primero que se viene a la mente es que no podría haber relación más pulcra. En la calle Sarandí, donde vigila con su ojo avizor Lucero Miranda —otra vez los nombres que dicen más de lo que parece—, suceden muchas cosas que el resto de habitantes no ve, pero que a Lucero Miranda no se le escapan. Ella se levanta y asoma por su atalaya dos horas antes de que los transeúntes comiencen a llenar la calle, todo por el bien del conocimiento y del saber, del saber sobre las vidas ajenas de las que la doña es ferviente admiradora. Ella finge tener interés en el otro, en el vecino, cuando en realidad no lo tiene. Finge preocupación cuando lo que se tiene es curiosidad. Sin embargo, en un último momento de reflexión, parece que nuestro personaje, Lucero Miranda, reflexiona y hace lo que cualquiera con una pizca de sensatez haría. Sentir pena de ella misma. Aquí la hipocresía de ficción y la de la realidad tienen un doble juego y el fondo se mezcla con la forma del cuento. El relato lleva al lector por caminos insospechados y el lector peca de hipócrita porque no le interesa lo que suceda con Lucero Miranda, sino lo que ella conoce acerca de las gracias y las desgracias que acontecen a quienes pasan por la calle Sarandí. Un cuento circular que nos lleva a descender, sí en espiral y enredarnos en la misma hipocresía.

«El seno de la familia: las historias que nos contaron». El título más largo. Pero como nada es gratuito en la literatura, no corresponde con el relato de más palabras. ¿Esto será una ironía a propósito? O quizá podría llamarse el eterno retorno de las memorias que no se olvidan. Pedro Valdivia, un hombre que sufre por la manera en que lo moldea su madre, vive y goza de la amistad de un gran amigo, Alfredo, con quien es testigo del incendio de una casa, que más que un lugar, parece ser un personaje, que muere, muere porque se incendia con ellos adentro. Pero ese no es el final del cuento ni el sentido del relato. El final es abierto.

El cuento número ocho viene muy al día: «La política nuestra de cada día». Quizá el nicho de hipocresía más poblado, por lo menos en este continente en 2017 y desde Alaska hasta la Tierra de Fuego. Sin olvidarnos del bello Caribe y sus islas, debido a la «natural estulticia de muchos gobernantes que, enfrentados a sus gobernados, no saben mentir adecuadamente» (104). Aquí Luis Quintana Tejera nos habla de un político uruguayo, quizá en su persona alejado para el conocimiento popular del mexicano, pero no alejado en el actuar, pues el político es sometido por un colega de un nivel más alto y no solo lo corrompe sino que lo fuerza a ser hipócrita.

El noveno relato es «Desde el vientre de mamá». Un relato biográfico contado en primera persona por una mujer desde antes de nacer. Este cuento es, en cierta medida, universal, nos da una vista a los once relatos de una buena vez y sus temas. Regresamos a Maldonado en Uruguay, regresa un cura inmoral, en este caso violador y se recuperan por si fuera poco algunos eventos y personajes de la calle Sarandí. Un cuento que se disfruta más sí se han leído los relatos anteriores. Es el desenlace del libro, pero no su conclusión. Para disfrutarlo es imprescindible llegar a este cuento en la primera sentada con el libro en mano.

Diez: «Navegaciones tenaces». Este habla de una historia de amor que se inicia y termina por Internet. Ernesto se enamora de Ismena, pero yo creo que él solo cree enamorarse. En épocas en las que ha habido romances por Twitter, Facebook, Skype y Whatsapp, ¿para qué se requiere Tinder o Grinder o Cupid?, cada día debe de haber una red social más para conocer gente del sexo contrario, del mismo o transexual. Y no es necesario advertirlo, ¿cómo puede terminar un romance por Internet? Yo sé de un caso de una chica mexicana que se casó con un egipcio y ahora dice vivir feliz en un pueblo a cinco horas del Cairo. El caso de Ernesto e Ismena es diferente, es solo una «curiosidad morbosa» (141) que quizá se confundió con amor.

Once y último. «Un plagiario serial» que es un relato entre anecdótico y ficticio, donde me da la impresión que se va más cargado al lado de la realidad, pero eso es lo de menos. El título condensa el cuento, no hay más, nos encontramos con Pablo un académico que abusó del plagio y perdió su carrera en el medio. Me recordó la historia real del periodista del New York Times, Jonah Lehrer que en 2012 aceptó haber mal entendido, mal interpretado y por ende reproducir incorrectamente charlas con Bob Dylan y Martin Scorsese [3]. Y como el verdadero Jonah, el Pablo de la ficción cayó debido a que «la capacidad y alcance de toda mentira, debe estar por encima de la comprensión de los pocos inteligentes que aún quedan en el mundo» (147) y sus mentiras no lo estuvieron. André Gide, dice Luis Quintana Tejera, y Borges también digo yo [4], afirman que ya todo está dicho en la literatura, pero no es válido publicarlo con las mismas palabras. Es el plagio, la hipocresía que más se parece al robo y a la traición, porque se lastima la confianza y se daña lo que se quiere. En este caso se daña a una idea y a un autor. Luis Quintana Tejera escribe que ahora, Pablo compone biografías para candidatas a la presidencia y deja la duda de si esto será o no será cierto.

Este fue un vuelo de águila sobre este entretenido libro. Once historias, once tropiezos, once manchas, once destinos, once sucesos dignos de recordar. Gracias Luis Quintana Tejera por escribir estas historias y sacudir a la sociedad desde el Uruguay hasta México y más allá.

NOTAS

[1] «Velicar». Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, 10 Mar. 2017, https://dle.rae.es/?id=bU2Bui6.

[2] Vid. Cela, Camilo José. La colmena, Destino, 2007.

[3] Vid. Interesante artículo sobre el plagio de Lehrer en el diario británico The Guardian, 11 Mar. 2017, https://www.theguardian.com/books/booksblog/2016/jul/13/jonah-lehrer-plagiarism-accusations-a-book-about-love.

[4] Jorge Luis Borges lo dice de forma indirecta mediante su ficción. Baste leer «Pierre Ménard, autor del Quijote», «El libro de arena» o «La biblioteca de Babel».

REFERENCIAS

Nietzsche, Friedrich. The Portable Nietzsche (1844-1900). Trad. Walter Kaufmann, The Viking Portable Library.

La Biblia, Sagradas escrituras 1569, 18 Mar. 2017, https://bibliaparalela.com/se/exodus/20.htm

Platón. Platón I. Ed. Gredos, 2010.

Quintana Tejera, Luis (2017). La virtud de la hipocresía, México, Editorial Trajín.

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* Andrés Torres Scott, Ciudad de México 1973. Fue ganador del Premio Internacional de Narrativa Ignacio Manuel Altamirano 2013-2014 y del Premio Internacional de Novela Breve Rosario Castellanos 2007. Finalista del VII y VIII Concursos de Cuento de la UNAM. Ha sido becario en el área de literatura de jóvenes creadores por el Fondo para la Cultura y las Artes del Estado de México en 2007 y 2009. En inglés ganó el concurso Revolt (2011) de la revista neoyorquina PENTales. Fue miembro de Edmonton Public Library Borderlines Writer-in-Exile Program. Ha presentado lecturas de sus obras en la Biblioteca Stanley Miller de la ciudad de Edmonton y el Kinnear Building en el Centro Banff para las Artes. En enero de 2013 fue galardonado con el premio a la Diversidad Cultural de la Ciudad de Edmonton y actualmente dirige un taller de literatura bilingüe gracias a una beca del Edmonton Arts Council con el que editó el libro ¡Viva Edmonton!

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