LABOR DE TARACEA
Por Leo Castillo*
XXII
Solo con mi carreta orillada en la Vía 40 frente a Barlovento. Son algo más de las nueve de la noche. Fumo mi madurito. No retengo nombre en la sociedad de los hombres. Mi nombre es algo que me tiran al paso y queda colgando como un andrajo en el recodo de mi camino a este instante. Puedes llamarme Mantel. Balinera. Balín. Servilleta o Carrucha cualquier cosa que me des en calidad de nombre la recibo con el mismo ánimo [1].
Véanme ahora a la sombría claridad de los reverberos atormentado por el viento nocturno. Ascendiendo una de las largas calles tortuosas de casas en Las Colmenas de Barranquillita. Voy remolcando mi carretilla con el número 17. Ando meneando la cabeza y tropezando con el empedrado como esos jóvenes poetas que se pasan la vida vagando por las calles en busca de rima. Hablo solo exhalo mi alma en el aire frío y las tinieblas de la noche. Es un espléndido monólogo que induce a compadecerse de las más líricas tragedias. Adelante. En marcha división cabeza de puente ejército. Exactamente como Bonaparte agonizando en Santa Elena. El número 17 se convierte en el cetro de hierro y la carretilla de palo en carro imperial. Ahora felicito a mi ejército. Ganan la batalla del día duro. Paso a caballo bajo los arcos de triunfo. Mi corazón está alegre. Escucho deleitado las aclamaciones de una muchedumbre entusiasta. Dentro de poco dicto un código superior a todos los códigos conocidos. La miseria el vicio desaparecen de la humanidad.
Este es soy. El que te cuenta lo que sabe. Noche del sábado de carnaval 29 de febrero de 1992. Aquí está mi carretilla con que remolco mi renuncia hasta el alba. Doy con ella en los crepúsculos huérfanos de la ciudad distraída. De no ser por mi mala pata hoy un boyante abo gado yo. Pero no me amalayo por abandonar esa carrera ni nada de esta vida a la larga. Sábado de carnaval eso de las siete de la noche lío un cigarro de marihuana con tres papeletas de basuco compradas donde Lindo tú sabes en la calle 36 con Hospital. De dónde vengo. Quizá de entrevistarme con alguien importante. Tres no es demasiado. No lo son en sábado de carnaval con algo de dinero para darme algún gusto. Cierto derroche. O es hoy día de velitas en Barranquilla pregunto. Día en que se está más solo que de costumbre en que a otro dan ganas de reunirse compartir tener familia. Esas cosas. No estar sino con uno mismo sabes. Así que mi madurito bien cargado es lo mejor para poner el mundo en su lugar. Orillo mi carretilla diagonal a la iglesia del Rosario. Fumo lento. Lo consiento al madurito. Lo dejo apagar lo vuelvo a prender con la brasa de un Pielroja sin filtro. De resultas me queda zumbando el cerebro. No me restan ya ganas de salir a buscar nada con todo y que es tan temprano. Doy en recorrer esta cuadra. De la esquina de Olaya a la carrera 45 vaya y venga dos tres veces. Al cabo me aburro y decido moverla. Subo la 45 lentamente pesadamente como a la fuerza. En más de una ocasión me detengo con ganas de acostarme en mi carreta y ya. Pero uno es así como Dios lo hace. Así hasta pasar frente al teatro Colón. Como siempre y aunque nunca entro leo la cartelera el título de la película La ambulancia de la muerte. Siento que quiero verla aunque más me trama Asesínenme por favor en el cine Centro. Para terminar de joder es sábado de carnaval no día de velitas. No hay caso porque no hay cine el sábado de carnaval tampoco la noche de velitas. En Murillo quiebro hacia Olaya otra vez y subo hasta la Catedral. Vuelvo a quebrar hasta la 54 paso frente al teatro Amira y caigo en la cuenta que no sé qué pasan en el Metro. Igual siempre dan películas para señoritas. Para compensar me asomo al ABC2. Los muertos no mienten. Parece casualidad que den chimbas de películas en los tres teatros a juzgar por los títulos. Añoro mis tiempos de estudiante de Derecho tiempos del Presidente Lleras y la persecución a los maoístas. Cuando tengo que abandonar la carrera luego de ser detenido con otros estudiantes por revolucionario. Total que llegando a las mayestáticas bongas atrás del hotel El Prado arranca justo a tocar Joe Arroyo ese tema que me espeluza.
Me incorporo en mi carretilla. Bailo en penumbras oh lalala oh lalala auroraaa soy centurión de la noche auroraaa mírame aquí sin dormir no sé qué es lo que duele sin sentir pero tengo en el alma mi sufrir centurión de la noche soy aquí mírame sin dormir. Bailo al son de mi propia música. Uf y ahí sí que me entran qué ganas de espelucarme. Pero vuelvo a mi sábado real. Llevo algo de papel de archivo latas de cerveza. Se me mete el diablo al cuerpo y decido coger la 72 hasta Olaya ir bajando hasta Murillo y buscar la Cachacal. Sé que a esa altura junto una carguita suficiente pa chuparme los chorros de guandolo y unas buenas diez pencas de basuco. Por todas partes afiches y pasacalles de Brigitte Abuchaibe la reina del carnaval. Al pasar frente a la UniL me llama un vigilante invitándome a que entre. Me dice allí hay un poco de cartones llévatelos antes que mañana se los lleve el camión del aseo. Entonces yo entro. Llego hasta donde están las grandes canecas me agacho a recoger los cartones cuando siento es a estos tipos encima. Y en seguida los garrotazos grito Dios mío auxilio. Entonces siento un tiro y bruscamente ahí sí me hago el muerto. Me cogen cada uno por un pie y por las manos y me echan en un cuarto. Al cabo rato entran no sé quiénes porque no me atrevo a abrir los ojos a respirar y dicen estas palabras ya tenemos a uno. Y el que es me palpa para establecer si ya soy un cadáver apto y dice no todavía está aguado. Me dejan quieto. Cierran la puerta. Después al cabo rato escucho como que dicen afuerita a alguien a otro de mi parche que hacen entrar esto es puro cartón le dicen. Y en seguida alguien grita ay auxilio auxilio. Como que es otro que mandan a entrar engañándolo. Así como hacen conmigo lo golpean y en seguida escucho dos tiros. Abren la puerta y meten al otro. Cuando la abren yo cierro nuevamente los ojos no respiro. En el cuarto hay muchas mesas o la semiobscuridad y mi miedo las multiplican. Encima de las mesas unos cuchillos. Palos. Unos baldes con hígados. Riñones tripas como las que venden en el Mercado. Son vísceras de seres humanos. No duermo el tiempo está tan muerto como yo.
Amanece entreabro los ojos. Veo la luz estría del día. Decido pararme de donde estoy tirado. Entonces cojo uno de los cuchillos y un palo. El cuchillo me lo meto en la pretina como si fuera un revólver y con el palo intento abrir las varillas de una ventana para ver si puedo salir. Luego pienso que si meto el palo y hago bulla entonces los celadores se vienen de verdad y me pueden matar ahora sí de verdad. Me devuelvo agarro el cerrojo de la puerta y como mandado de Dios no tiene seguro por fuera. Veo que se abre la puerta. Corro después al patio. Hay un marco de ventana reclinado junto a la pared y me ayudo con él a montarme hasta la cresta del muro. De allí veo un agente de la Policía y me entra valor para tirarme afuera. Salto y salgo corriendo adonde está el agente. Casi llorando lo llamo agente agente. El policía se levanta con una carabina y me pregunta qué pasa. Le digo que el señor que está allá sentado me llama y me da un tiro. Al agente le parece extraño. Le digo que si no me cree lo mejor es acompañarme al sitio de donde yo me escapo y donde todavía hay otro muchacho que también tiene dos tiros y está vivo. Entonces vamos y el agente quiere entrar y los porteros no lo dejan pero a mí sí o armo un escándalo. Los celadores le dicen a él que está prohibido pero el policía llama a otros agentes y llegan. Todos entramos y les muestro la sanguaza. Es el anfiteatro de la universidad. En medio de un charco de sangre encuentran al mendigo en estado agónico a causa de una paliza similar.
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El presente relato hace parte de la novela «Labor de taracea», basada en hechos reales.
https://www.elheraldo.co/barranquilla/la-matanza-que-enluto-el-carnaval-de-1992-331647 ]
https://m.aldia.co/cooltura/labor-de-taracea-novela-que-revive-matanza-de-indigentes-en-unilibre
NOTA
[1] El texto original omite deliberadamente, por razones de estilo, las comas. N. del e.
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*Leo Castillo es un reconocido escritor y cronista colombiano. Ha publicado los libros: Convite (Cuentos), Ediciones Luna y Sol, Barranquilla, 1992 Historia de un hombrecito que vendía palabras (Fábula ilustrada), Ib., Barranquilla, 1993. El otro huésped (Poesía), Editorial Antillas, Barranquilla, 1998. Al alimón Caribe (Cuentos), Cartagena de Indias, 1998. De la acera y sus aceros (Poesía), Ediciones Instituto Distrital de Cultura, Barranquilla, 2007. Labor de taracea (Novela, 2013). Tu vuelo tornasolado (Poesía, 2014). Los malditos amantes (Poesía, publicado por Sanatorio, Perú, 2014). Instrucciones para complicarme la vida (Poesía, 2015). Documental sobre Leo Castillo: https://www.youtube.com/watch?v=Ec_H6WMsU—c Colaborador de El Magazín El Espectador; El Heraldo y otros diarios del Caribe colombiano. Colaborador revistas Actual, Vía cuarenta (Barranquilla); Viceversa Magazine, Revista Baquiana (USA); copioso material en sitios Web. Correo: leocastillo@yandex.com