Sociedad Cronopio

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LAS CABEZAS PARLANTES Y EL DESARROLLO DE LA MECÁNICA

Por José Antonio Gómez Di Vincenzo*

Las cabezas parlantes mecánicas (en inglés, the talking heads) que reproducían sonidos artificiales irrumpieron en el escenario de las cortes europeas desde el siglo X de nuestra era, causando en el público, espanto, curiosidad, interés y estupefacción. Se trataba de artilugios mecánicos construidos con el objeto de producir placer y diversión en las cortes medievales. Desde el papa Silvestre II (Gerberto de Aurillac) (945 – 1003), Alberto Magno (1193/1206 – 1280), Grosseteste (1175 – 1253) y hasta Roger Bacon (1214 – 1294) construyeron sendas cabezas parlantes mecánicas corriendo el riesgo de ser acusados de herejía por la Iglesia. Más allá de las toscas acusaciones propias de mentes muy proclives a ver brujas por todos lados, la verdad es que las cabezas parlantes no eran más que ingeniosos artefactos construidos con el propósito de entretener a los espectadores incapaces de notar, en principio, que detrás de aquellas fantásticas siluetas, se ocultaba un espléndido artefacto de relojería. Claro es que el truco no duraba mucho y en poco tiempo todos sabían de qué se trataba.

Sin embargo, la historia de los autómatas tiene raíces más profundas. En efecto, puede rastrearse esta clase de artilugios hasta la antigüedad. En el Antiguo Egipto algunos dioses despedían fuego de sus ojos gracias a la incorporación de dispositivos diseñados para tal fin en las estatuas. Otras tenían brazos mecánicos que eran accionados por los sacerdotes del templo. Algunas hasta emitían sonidos guturales cuando el Sol las iluminaba.

Los griegos incorporaron en sus templos artilugios capaces de realizar distintos movimientos y efectos visuales gracias al uso de fluidos hidráulicos con el propósito de crear una atmósfera mística, para contagiar a los asistentes. Archytas (428 a.C. – 347 a.C.), famoso inventor del tornillo y la polea, había construido una paloma mecánica, capaz de volar gracias a vapor de aire en propulsión. Por su parte, Herón de Alejandría (10 d.C. – 70 d.C.) escribió el que es considerado el primer libro sobre la temática autómata. En este trabajo desarrolla temáticas relacionadas con la construcción de artilugios mecánicos inspiradas en los descubrimientos de Arquímedes de Siracusa (287 a.C. – 212 a.C.). Estos artefactos, específicamente, eran construidos con el objeto de entretener a las masas. Se trataba de aves que gorjeaban, volaban y bebían, estatuas que vertían vino o puertas automáticas, todas producidas por el movimiento del agua, la gravedad o sistemas de palancas. Existió hasta un teatro en el que distintos muñecos representaban la Guerra de Troya.

Estos son algunos ejemplos, por supuesto hay muchos más. Como sea, este sobrevuelo histórico deja picando una pregunta de especial interés para todo aquel curioso, interesado en la historia de la ciencia y la tecnología y en la historia y las ciencias en general. Porque el tema de las cabezas parlantes y los autómatas antiguos actúa como un espléndido caso testigo a partir del cual emprender una interesante reflexión histórica y sociológica. Se trata de explicar por qué, con todos estos conocimientos de mecánica, los antiguos no fueron capaces de diseñar máquinas industriales, herramientas y artefactos cuyo propósito fuese la producción de bienes que mejoraran las condiciones de vidas de nuestros antepasados. Planteado de otra manera, ¿por qué los antiguos, conociendo la capacidad de los fluidos de ejercer fuerzas y realizar trabajo, no hicieron una revolución industrial?

La respuesta no proviene del campo de la técnica, no viene de la mano de la historia de la tecnología o de la ciencia en sí mismas. Efectivamente, para entender qué es lo que ha pasado hay que correrse de dichos ejes, para ponderar cuestiones que ocupan un importante espacio en el contexto social, cultural y económico. En otras palabras, debemos emprender un estudio multidisciplinar.

Sin vueltas… Para que la revolución industrial tuviera lugar no sólo eran importantes los conocimientos específicos propios del campo de la mecánica, sino que debían darse importantes desplazamientos en el orden de los social y económico. Muy sintéticamente puede comprobarse que los antiguos no necesitaban máquinas industriales que les permitieran fabricar bienes de subsistencia porque para eso contaban con un ejército de esclavos capaces de realizar las tareas bajo amenaza de muerte. Asimismo, los hombres del Medievo no eran proclives a promover la innovación científico–tecnológica porque un grupo de siervos de la gleba y campesinos trabajaban el principal medio de producción de la época, la tierra, bajo coacción. Ellos aseguraban, mediante su trabajo, no sólo su supervivencia sino la de los nobles y el clero, mediante el pago de impuestos o contribuciones en especie. A ningún señor feudal le interesaba innovar porque siempre, independientemente de las cambiantes condiciones, tenía asegurada la afluencia de grano y demás bienes.

De aquí surgen algunas conclusiones interesantes. Porque desde la perspectiva que estoy planteando, no es la tecnología la que dicta los cambios que se dan en el orden de lo social y económico, sino que se trata de una dialéctica entre las modificaciones que tienen lugar en el contexto sociocultural, económico y los desarrollos científico–tecnológicos son los que imponen los adelantos en general. En efecto, la historia muestra que debemos esperar el ascenso, desarrollo y consolidación de la burguesía en el poder para que los artilugios, máquinas y herramientas utilizadas, en principio con propósitos estéticos, se conviertan en elementos para la fabricación de bienes industriales. Y esto porque de lo que se trata ya no es de extraer el excedente de la producción, mediante la fuerza, como se daba en el orden feudal, sino de producir plusvalía a partir de la elaboración de bienes que puedan ser colocados en el mercado. Para ello debieron darse previamente una serie de transformaciones paralelas como de desarrollo del comercio, el auge que comienzan a tomar ciertos puntos neurálgicos geopolíticamente importantes y la demanda de nuevos desarrollos en el campo de la navegación y transporte de bienes impulsada por esa nueva clase de protagonistas más interesados en ganar fortunas mediante la compra y venta de bienes que por medio de la coacción física o por el sólo hecho de tener sangre azul o ser los elegidos de Dios. Y la ganancia aumenta con la productividad, siendo capaces de producir más a menor costo. Dicho de otro modo, de lo que se trata es de aumentar la capacidad de producir bienes más eficientemente mediante la innovación científico–tecnológica. Por eso la burguesía fomenta el desarrollo de las universidades, crea instituciones científicas y adhiere a cuanta filosofía apoye el progreso científico y tecnológico. Se trata de toda una serie de cuestiones que, tratadas en detalle, excederían ampliamente los límites del presente artículo y que se entrecruzan para que con el tiempo una nueva clase dispute poder a la nobleza, la clase burguesa.

Como quiera que sea y volviendo a las cabezas parlantes, resulta interesante marcar la diferencia que existe entre esas que eran utilizaban por los antiguos para entretener a las masas o crear efectos especiales en los templos y las que desarrollan los intelectuales propios de los albores de la modernidad, también con el propósito de entretener a las cortes, pero con el agregado de la curiosidad y el auge de la innovación. Porque en efecto, estos últimos desarrollos actúan como puente entre la antigüedad y la modernidad desarrollando la tecnología que permitirá articular una serie de conocimientos que llevarán al desarrollo de una serie de cabezas parlantes que actuaron como plataformas de investigación y experimentación que de algún modo, que debe estudiarse más a fondo, promovieron la realización de mejores mecanismos de relojería. En otras palabras, ya no se trata de crear mecanismos sólo para entretener sino que el objetivo es investigar.

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* José Antonio Gómez Di Vincenzo es docente e investigador del Centro Babini, Escuela de Humanidades, UNSAM, Argentina. Se graduó como Licenciado en Educación en la UNSAM. Cursó sus estudios de posgrado en la UNTREF, obteniendo el título de Dr. en Epistemología e Historia de la Ciencia con la tesis doctoral «Estudio sobre la relación entre ciencias biomédicas, tecnologías y orden social. Biotipología, educación, orientación profesional y selección de personal en Argentina entre 1930 y 1943». Ha participado en numerosos congresos como expositor y tiene publicados una serie de artículos en revistas académicas y libros de texto tratando diferentes problemáticas propias del campo de la Filosofía y la Historia de la Ciencia y la Tecnología. Desde 2007 es investigador del Centro de Estudios de Historia de la Ciencia y la Técnica «José Babini» y docente en la Escuela de Humanidades de la UNSAM.

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