LAS HUMANIDADES EN LA ERA DE LA INFORMACIÓN Y LA POSVERDAD
Por Ignacio López Calvo*
No cabe duda de que a las humanidades se les puede acusar de haber contribuido a lo largo de la historia a una expansión imperialista y colonialista europea que implantó cosmovisiones eurocéntricas, que presenta como valores universales un sistema axiológico que es realmente europeo y que pervive hoy en día. La imposición, por ejemplo, de la gramática y la lengua castellanas contribuyó a la desaparición de numerosas lenguas indígenas en las Américas. Incluso la creación de diccionarios y gramáticas de idiomas precolombinos estandarizó su uso y debilitó las variedades dialectales. Otras disciplinas tradicionales de las humanidades, como la historia, mermaron las tradiciones orales locales e impusieron, con mayor o menor eficacia, la escritura como la única manera de preservar los grandes eventos del pasado. Como han defendido Aníbal Quijano, Enrique Dussel, Walter Mignolo y otros, estas disciplinas han quedado inevitablemente ligadas a una modernidad exclusivamente europea, ligada al colonialismo y a la llamada «colonialidad», con la que se ha tratado de convencer al mundo entero de la superioridad de una cultura europea que goza de características que la ayudaron, por medio de la racionalidad, a imponerse a otras culturas. Desde el Renacimiento, el humanismo, a pesar de todos sus logros, ha sido cómplice de un masivo epistemicidio de conocimientos y modos de vida alternativos no europeos. En el mundo colonial, por ejemplo, le hizo creer a los nativos que su deber era entrar en la sala de espera de la historia hasta que llegara el momento de entrar con pleno derecho en el presente histórico y civilizatorio liderado por los europeos; es decir, que se les negó su contemporaniedad.
Estos llamados «naturales / indios / salvajes / primitivos» han vivido varias etapas a lo largo de la historia en las que se les ha prometido la salvación; en muchos casos, mediante disciplinas de las humanidades, que habían de llegar primero por medio de la cristianización, y luego de la «misión civilizadora», el desarrollismo, la modernización y la democracia. No obstante, en muchos casos no han sido sino excusas para justificar la expansión económica, la conquista, la colonización y la occidentalización. En todos estos casos se impuso como locus de la enunciación el europeo en detrimento de las cosmovisiones locales o indígenas. Por esta misma razón, como explica Immanuel Wallerstein, en la mayoría de las universidades del mundo occidental se sigue estudiando, por lo general, el pensamiento de solo cinco países: el Reino Unido, Alemania, Francia, Italia y Estados Unidos, dejando en una posición subalterna al resto de las culturas mundiales. De este modo, la globalización ha contribuido a la estandarización —o americanización— de las culturas globales, en especial en las grandes ciudades.
No obstante, estoy convencido de que el valor y la importancia de las humanidades no pueden ser mayores en estos tiempos de Donald Trump, populismos y posverdad, con una política cultural en la que los hechos y la evidencia se ignoran o se consideran poco importantes, para enfocarse, en su lugar, en apegos emocionales y puntos de debate. Redes sociales como Facebook o Twitter y cadenas televisivas de noticias de 24 horas al día, típicamente obsesionadas con los ratings, no están ayudando precisamente a resolver el problema. En este contexto, pensadores como David Palumbo-Liu alaban el valor cívico del activismo oposicional en las humanidades que intenta crear redes de solidaridad con otros. Por medio del compromiso con el discurso civil, según él, se pueden combatir la ignorancia, el fanatismo y la intolerancia. Por el mismo camino, Michael Flood concibe el mundo académico como un lugar idóneo para un activismo que impulse el cambio social progresivo, para crear estrategias progresistas de enseñanza y aprendizaje, siempre cuestionando las relaciones de poder dentro de las mismas instituciones académicas. Una manera de conectar con el público joven, según Palumbo-Liu, es reconocer las «humanidades invisibles», es decir, las artes, música, literatura, filosofía, etc. que circula en la esfera pública y que no se suele reconocer académicamente.
En efecto, la instrucción humanística es una valiosa herramienta para fortalecer los valores interculturales en nuestras sociedades, así como para proteger nuestras sociedades contra el racismo, la xenofobia, la misoginia, la homofobia y la intolerancia. Como es bien sabido, a lo largo de la historia de la humanidad la democracia ha sido una excepción más que la regla, por lo que si no se cuidan estos valores, así como nuestros derechos y libertades, incluida la libertad de prensa, se pueden perder de un día para otro.
Por otra parte, no creo que las humanidades y las artes sean un lujo, sino más bien una parte íntegra de una instrucción académica completa. No se puede negar que sin las humanidades, no existirán verdaderas universidades ni alumnos instruidos plenamente; en su lugar, tendríamos simplemente centros de investigación instrumentalista de corporaciones internacionales o instituciones de entrenamiento técnico. Por supuesto, aparte de su valor intrínseco, las humanidades siguen teniendo un papel crucial en la vida pública: pueden ser útiles en la búsqueda de la justicia social, en el empoderamiento de comunidades marginales, en la defensa de los derechos humanos y en el fomento de la tolerancia y la comprensión intercultural, ya que ayudan a cuestionar los valores básicos de nuestras sociedades revelando la historia de dichos valores y señalando caminos alternativos al statu quo. Y lo que es cada día más importante, tanto las humanidades como las ciencias sociales son fundamentales para proporcionar a nuestros alumnos las habilidades básicas de pensamiento crítico que les ayuden a digerir la información que reciben de las redes sociales, cuestionando rumores y memes.
Por otra parte, los estudiantes que no estén familiarizados con culturas e idiomas extranjeros, o que carezcan de las habilidades analíticas de escritura y de expresión oral que ofrecen las disciplinas de las humanidades, no estarán suficientemente preparados para un mundo globalizado y un mercado laboral cada vez más competitivo. Aún más importante, una sociedad verdaderamente democrática no puede funcionar bien sin ciudadanos instruidos, informados y con orientación global que sean capaces de producir un pensamiento crítico e independiente. La familiaridad que pueden proporcionar las humanidades con diferentes formas de ser en el mundo a lo largo de las historia nos hace más tolerantes, compasivos y listos para retos globales.
Es importante tener en cuenta que las humanidades y las ciencias no deben percibirse como alternativas ni como enemigos; de hecho, se complementan mutuamente, puesto que necesitamos diferentes perspectivas para responder las grandes cuestiones de nuestro tiempo, incluyendo las injusticias y desigualdades sociales y la más importante de todas: la supervivencia de los seres humanos frente al cambio climático y el negacionismo de instituciones neoliberales obsesionadas con el mercado. Como se suele decir, si bien las ciencias responden al «cómo» y al «qué», las humanidades suelen estar mejor equipadas para responder al «por qué». Por ejemplo, pueden cambiar el discurso sobre la contaminación del aire y el agua y convencer al público de que se trata de un asunto de derechos humanos, o bien problematizar el imperativo capitalista del consumismo y la obsolescencia planeada, antes de que aumente todavía más la extinción de especies animales o peligre todo tipo de vida en el planeta.
Y se pueden defender las humanidades incluso desde un punto de vista económico, puesto que atraen más estudiantes que las otras disciplinas a las universidades. Incluso varios expertos han defendido el hecho de que la instrucción en las artes liberales es útil a la hora de preparar buenos programadores.
PROBLEMAS DE LA INSTRUCCIÓN E INVESTIGACIÓN EN HUMANIDADES
No es ningún secreto que en las últimas décadas ha decrecido el número de alumnos que se matriculan en carreras de las humanidades tanto a nivel de pregrado como de posgrado. Igualmente, ha decrecido el número de puestos académicos en nuestras disciplinas. Heidi Tworek y Ben Schmidt sostienen que la razón del declive es que desde hace ya varias décadas las mujeres se han ido alejando de carreras como la historia o las filologías. Por otra parte, el anti–intelectualismo de estos tiempos neoliberales, en que el fundamentalismo del mercado rechaza como inútil todo lo que no se puede definir por el mercado mismo, ha llevado tanto a gobiernos como a administradores universitarios a recortar la financiación de nuestras disciplinas y programas, al mismo tiempo que, al menos en EEUU, se aumenta exponencialmente el número de administradores, lo que acaba por agotar los presupuestos.
La oposición pública a financiar la educación en todos los niveles y a los programas sociales en general, junto con la tendencia neoliberal de privatizar y sospechar de todo tipo de financiación gubernamental de instituciones y programas públicos, tampoco está ayudando a las humanidades. La narrativa que típicamente justifica dichas medidas acusa a las humanidades de no ser prácticas y de no preparar a los alumnos para el mercado de trabajo o para el mundo real. Esta misma lógica de mercado argumenta que las humanidades son subsidiadas por otras disciplinas cuando, en realidad, es a la inversa, ya que solemos tener más alumnos con lo que se aumentan los ingresos por matrícula a la universidad. Por fortuna, en los últimos años los profesores de humanidades se han vuelto más proactivos a la hora de rechazar estos mitos, defendiendo públicamente nuestras disciplinas y demostrando que son fundamentales para la misión educadora de las universidades y que tienen un impacto sumamente positivo en la vida de la gente, incluyendo las de nuestros estudiantes. Pero no cabe duda de que debemos seguir difundiendo dichos logros aún más, no solo en la sociedad sino también dentro de nuestros campus universitarios.
POSIBLES SOLUCIONES PARA LA SUPUESTA «CRISIS DE LAS HUMANIDADES»
Críticos como Mandler han negado que de hecho exista una crisis en las humanidades, al menos en el mundo anglófono, puesto que hoy en día existen más personas con instrucción en las humanidades que nunca antes en la historia. Igualmente, Sidonie A. Smith ofrece una visión optimista del estado actual de las humanidades inspirada por la reforma de la educación de posgrado, gracias a las grandes colaboraciones interuniversitarias. Según ella, las nuevas ciberestructuras están aumentando el número de mentores potenciales, así como las sinergias entre estudiantes con intereses comunes. Smith propone, asimismo, pensar más allá de la tesis doctoral y dar cabida a posibilidades más flexibles, tales como colecciones de ensayos, proyectos digitales, colecciones de diferentes tipos de escritura académica, documentales, traducciones, ediciones de textos, etc. Propone, además, alternativas al trabajo final de curso, incluyendo ensayos colaborativos, solicitudes de beca, portafolios creativos, una lección para una clase de grado, un glosario, un proyecto cartográfico, un blog editado que pueda publicarse como artículo, ser curador de una exposición, etc.
En cualquier caso, en lugar de obsesionarnos con el declive de las humanidades y la disminución de la lista de puestos de trabajo en nuestras disciplinas o de alumnos en nuestras clases, sería más productivo insistir en los beneficios de todo tipo (incluyendo los económicos) de una educación humanística, tanto para individuos como para la sociedad en general. En efecto, el nuevo énfasis en el «acceso abierto» u open access y en las humanidades públicas, incluyendo las humanidades digitales, ha contribuido a traducir nuestra investigación para un público cada vez más escéptico, con lo que se educa a la ciudadanía sobre el verdadero significado de la enseñanza en las humanidades. Gracias a los medios digitales, que tienen el potencial de inyectar nueva energía a la investigación humanística, podemos combatir estereotipos que caracterizan a las humanidades como herméticas, arcanas o solipsísticas. Contra los análisis neoliberales sobre el impacto de mercado, que conciben a los rectores de las universidades como jefes ejecutivos o CEO, a los estudiantes como consumidores y a los campus universitarios como mercados. Se puede argüir que las humanidades ofrecen habilidades más adaptables a diferentes profesiones, gracias a la mejora en la comunicación oral y escrita, así como la habilidad para establecer argumentos sólidos, por ejemplo.
La investigación humanística también se justifica, por supuesto, con la creación de nuevos conocimientos en todas sus disciplinas, lo que en sí tiene un valor inherente. Además, los alumnos pueden elegir una educación de letras, movidos por un deseo de autorrealización, conocimiento, desarrollo intelectual o de mejora de su calidad de vida, independientemente del potencial financiero. Después de todo, se supone que la universidad ha de servir a otros propósitos (ojalá que de altas miras) más allá del entrenamiento laboral y el crecimiento económico. Aunque suene a cliché, la verdad es que debemos aprender de los eventos históricos para evitar repetir los mismos errores en el futuro, pues las condiciones socioeconómicas y culturales que dieron lugar al fascismo y al colonialismo podrían volver a surgir.
David Theo Goldberg, Geert Lovink y otros han propuesto también ir más allá de los estudios de letras tradicionales y poner al día nuestras disciplinas, incorporando la tecnología, estudios sobre tecnología (de redes sociales y multimedia) y participación política mediada por la tecnología (como el uso de Twitter durante la Primavera Árabe, por ejemplo). Cada vez queda más claro que uno de los retos de las humanidades es incluir los nuevos medios, ponerse al día con el mundo digital y movilizar las herramientas con las cuales traducir tanto las condiciones históricas como las contemporáneas. Estas nuevas herramientas digitales nos ayudarán a comprender qué es lo que nos hace ser seres humanos.
En definitiva, las humanidades y las artes deben cumplir un papel crítico a la hora de mediar asuntos locales, nacionales e internacionales contemporáneos y de analizar las complicadas experiencias humanas. Pueden, además, darle rostro a la investigación en otros campos académicos (lo que no implica que las otras disciplinas sean inhumanas o que las humanidades sean el único camino para llegar a dichas metas), ayudando a comprender las dimensiones éticas y sociales de los cambios tecnológicos y quizá incluso a corregir posibles errores.
Las publicaciones de acceso abierto, la investigación interdisciplinaria (llegando a campos como la ingeniería y las ciencias) y las humanidades digitales pueden —sin ser un fin en sí mismas— mejorar la investigación de letras por medio de la tecnología digital, y fomentar la diseminación de nuestra investigación para llegar a un público más amplio. Cuanto más se exponga por todos los medios —incluyendo artículos de opinión o en las redes sociales— la investigación humanística a un público amplio, más oportunidades habrá de atraer fondos públicos y un mayor aprecio de la sociedad por nuestro trabajo. Asimismo, nuevas aproximaciones a las pesquisas humanísticas, que aplican los avances de la neurociencia o los métodos de data–mining (o minería de datos), están abriendo nuevas posibilidades y vías para nuestra investigación.
Otro avance prometedor es el renovado énfasis en las humanidades públicas o la investigación que involucra a la comunidad, que propone trabajo sostenible con (en lugar de para) la comunidad. Este tipo de colaboración responde a un compromiso por el bien de la comunidad, incluyendo beneficios para grupos tradicionalmente explotados y recolonizados por investigadores académicos, como los indígenas. Además, tiene el potencial de ser más útil para estas comunidades cuando los investigadores comparten sus hallazgos con ellas. Este compromiso cívico trae consigo intercambios de conocimientos entre la universidad e interlocutores de la comunidad para llevar a cabo investigaciones sobre importantes asuntos sociales y públicos. El respeto mutuo, la colaboración no jerárquica y la producción de nuevo conocimiento, que sea relevante tanto para el campus como para el público en general, son fundamentales para que dichas asociaciones tengan éxito. Sin embargo, debe existir un mayor apoyo institucional para las humanidades públicas, además de un sistema de recompensas académicas a la hora de considerar la promoción de profesionales que participen en dichas actividades, puesto que con frecuencia las consecuencias del servicio en este tipo de proyectos aplicados, que tanto tiempo consumen, suelen ser negativas. Desde esta perspectiva, se ha sugerido la puesta en práctica de tipos alternativos de evaluación que vayan más allá de la monografía y los artículos académicos para reconocer, en su lugar, modelos colaborativos e interdisciplinarios. Después de todo, la participación de los académicos en el discurso público y en los avances cívicos se debería premiar a la hora de buscar la titularidad o la promoción. Sin este tipo de actividades académicas, la sociedad podría seguir viendo los campus universitarios solo como lugares donde los alumnos obtienen títulos y los profesores construyen sus carreras, aparentemente de espaldas a los problemas de la sociedad, la nación y el mundo. Este movimiento desde la teoría a la práctica, y después de nuevo a la teoría, es una manera para que el público vea más claramente la utilidad del nuevo conocimiento producido por las universidades.
Por último, un enfoque más incluyente nos llevaría a alejarnos de paradigmas antropocéntricos para movernos hacia los derechos de otras especies, descentrando al ser humano como medida de todas las cosas y encarando retos intelectuales planetarios. Estas humanidades posantropocéntricas incluyen áreas interdisciplinarias como la ecocrítica, los estudios animales y los estudios sobre discapacidad, que son sintomáticos de la vitalidad de nuestro campo.
En conclusión, como explica John Horgan, las humanidades son subversivas y se preocupan más por las preguntas que por las respuestas, nos enseñan a tener una incertidumbre y un escepticismo sanos y a cuestionar la autoridad, ya sea política, religiosa o científica, cuando es necesario. Entre muchos otros beneficios personales, sociales y globales, las humanidades nos preparan para la ciudadanía global, cultivando ciudadanos bien informados que sabrán apreciar los valores estéticos, lo que puede llevarlos, además, a una vida más plena y a tener más curiosidad por el entendimiento intercultural.
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* Ignacio López Calvo es profesor de Literatura Latinoamericana y director del Centro de Humanidades en la Universidad de California Merced. Es doctor en Lenguas Romance por la Universidad de Georgia. Máster en Español por la misma universidad. Máster en estudios chicanos por la Universidad Estatal de California.
Su investigación se centra en la producción cultural latinoamericana de autores de ascendencia asiática. Se interesa también por los derechos humanos, los temas de género, raza, migracion y autoritarismo.
Es autor de los libros:
Dragons in the Land of the Condor: Writing Tusán in Peru (U of Arizona P; 2014)
The Affinity of the Eye: Writing Nikkei in Peru. U of Arizona P, 2013. 262 p.
Latino Los Angeles in Film and Fiction: The Cultural Production of Social Anxiety. U of Arizona P, 2011. 264 p. Reprinted in paperback edition.
Imaging the Chinese in Cuban Literature and Culture. UP of Florida, 2008. 256 p. Reprinted in paperback edition
«God and Trujillo»: Literary and Cultural Representations of the Dominican Dictator. U P of Florida, 2005. 232 p.
Religión y militarismo en la obra de Marcos Aguinis 1963-2000. Mellen P, 2002. 309 p.
Written in Exile: Chilean Fiction from 1973-Present. Routledge, 2001. 197 p.
Web:https://www.ucmerced.edu/faculty/directory/ignacio-lopez-calvo