LAS MEMORIAS DE LA CASA MUERTA. DOSTOIEVSKI Y SU IDENTIFICACIÓN CON EL PUEBLO RUSO
Por Omar Lobos*
Memorias de la casa muerta es una obra que, además de configurar un documento tan original como particular en las letras rusas (quizá parangonable solamente a la autobiográfica Vida del protopope Avvákum, del siglo XVII), configura un momento fundamental en la cosmovisión ideológica y creadora de Dostoievski. En esta obra condensa las vivencias de un largo período de quiebre (vieliki perelom[1]), ocasionado por su participación en el círculo de Mijaíl Petrashevski, un funcionario del Ministerio del Interior, socialista, en cuyas reuniones se discutía a los filósofos alemanes, obras literarias, etc. El joven Dostoievski, en una de ellas, leyó su ponencia sobre el filósofo individualista Max Stirner, autor del polémico libro El único y su propiedad, y en otra, la carta del crítico literario Vissarión Bielinski a Gógol, cuya lectura pública estaba prohibida bajo pena de muerte (Bielinski había muerto medio año atrás). La reunión estaba «infiltrada» por dos agentes de la policía secreta zarista: la célebre Tretie otdelenie (la Tercera seccional, creada luego de la revolución dekabrista). Se trataba de un momento de máxima alerta en las autoridades por la situación europea: las revoluciones socialistas en Francia, Alemania, Austria, Italia.
Dostoievski vería cancelado así, traumáticamente, su primer período creador. Es recluido en la fortaleza de Pedro y Pablo y condenado a muerte: el simulacro de fusilamiento a que es sometido constituirá una conmoción espiritual que lo acompañará toda su vida y será recreado de un modo u otro en varios momentos de sus obras posteriores. Incluso, la agobiante densificación del tiempo que caracterizará sus grandes novelas, la extrema condensación de pensamientos, sensaciones, impresiones que experimentarán sus personajes de la madurez, podría corresponderse con ese angustiante estado de hiperlucidez producido por la cercanía de la muerte: las sensaciones y pensamientos de un condenado que marcha al cadalso aparecen descriptas en dos relatos diferentes que hace el príncipe Muíshkin en El idiota, así como en el relato de Iván Karamázov a su hermano Aliosha en la conversación que precede al poema del Gran Inquisidor, y también en el discurso del fiscal, al final de Los hermanos Karamázov. Como señala Alexandr Grigórievich Tseytlin, «en un día, en una hora y además en el mismo lugar, o, por lo menos, en el espacio más acotado —entre el banco tal en el parque de Pávlovsk y la estación, entre la calle Sadóvaia y la Plaza del Heno—, los héroes de Dostoievski vivencian aquello que las personas comunes no alcanzan a vivenciar en años…» (Цейтлин, 1927,12).
Es lo que Mijaíl Bajtín clasifica entre los tiempos «en el umbral»: el tiempo de los «últimos instantes de conciencia» antes de la ejecución (Бахтин, 2002, 102). O bien, los instantes de intensificada clarividencia que preceden al ataque epiléptico. Mencionamos esto porque el destierro a Siberia, el presidio y los años que siguieron hasta que pudo regresar a Petersburgo, a menudo dejan fuera de consideración la experiencia de sentir «que me quedaba menos de un minuto por vivir» (en carta de despedida a su hermano Mitia el 22 de diciembre de 1849, día en que ha tenido lugar el simulacro, la posterior clemencia del zar y la preparación para marchar a Siberia dos días después, la misma noche de Navidad). A ese tiempo, en Siberia, le sobrevendrá el tiempo «muerto», el tiempo sin tiempo de los años de presidio, el grande y fundamental paréntesis en la vida literaria de Dostoievski.
Este «viaje» a lo profundo de Rusia, a la Rusia «de verdad», donde hay seres humanos «de verdad», con sus más profundas contradicciones expuestas, encarnados en ellos el bien y el mal, le hará conocer y comprender al pueblo ruso. Como recuerda su amigo Vsévolod Soloviov, a quien le manifestó en 1874: «¡Oh! ¡Fue una gran dicha para mí: Siberia y el presidio! […] Yo solamente allá viví una vida sana, feliz, me comprendí a mí mismo, palomito… comprendí a Cristo… comprendí al hombre ruso, y sentí que yo mismo era ruso, que soy alguien del pueblo ruso […] ¡Ah, si lo mandaran a usted a presidio!». Y cuando años después otro interlocutor le diga: «Qué injusto que fue que lo enviaran a trabajos forzados», Dostoievski reaccionaría diciendo: «Oh no, no, fue justo. O nos hubiera condenado el pueblo ruso. Esto yo lo sentí ya allá, en presidio. Y usted qué sabe, quizá allá arriba, o sea, por obra del Supremo, era necesario que me llevaran a presidio, para que yo supiera allá alguna cosa, o sea supiera lo principal, sin lo cual no se puede vivir». Es que en Siberia nacería el Dostoievski «erizo»[2], aquel que sabe una gran cosa.
Tampoco hay que olvidar que para el cristianismo ortodoxo el sufrimiento es fundamental. «Conocerás, mi príncipe, necesidad y penuria, un gran sufrimiento-tristeza; en ese sufrimiento, con lágrimas amargas, conocerás toda la verdad de la tierra». Así canta la adivina Marfa, en la ópera Jovánshina de Modest Músorgski, y en ese canto está cifrado algo esencial a la ortodoxia rusa: el imperativo de ser activos en el sufrimiento, de realizar a través de él una proeza que nos llevará a la Verdad. Dostoievski puede ahora decir que ha cumplido ese camino.
Regresará a San Petersburgo en diciembre de 1859, exactamente diez años después de su partida. Se pone a trabajar con ahínco junto con su hermano para crear la revista literaria Vremia (El Tiempo). En ella aparecerán, entre 1861 y 1862 las Zapiski iz mërtvovo doma, que causarían una conmoción tremenda en el público lector. Ese mismo año, aún en Tver, le había escrito a su hermano a propósito de esta obra que en ella se juntarían «lo serio, lo sombrío, lo humorístico, la conversación popular con el particular acento presidiario… la representación de personalidades inauditas en la literatura, lo conmovedor, y, finalmente, lo principal, mi nombre…». En efecto, Dostoievski anhela ardientemente reinsertarse en la arena literaria, recuperar la fama perdida.
Las Zapiski se publican con el rótulo de «Novela en dos partes». Dostoievski las atribuye, ficticiamente, a un uxoricida, Alexandr Petróvich Goriáchnikov, a quien dice haber conocido y quien, al morir, dejó estas memorias suyas. No obstante, ni el rótulo ni este desplazamiento evitaron en lo más mínimo que se leyeran (como se leen aún hoy) como el relato de las experiencias verdaderas y concretas del propio autor.
Las Zapiski iz mërtvovo doma constituyen un semillero de tipos e ideas que encontraremos elaborados/as en toda la obra ulterior. A su hermano Misha le había escrito ya en 1854, cuando dejaba el presidio de Omsk y marchaba a Semipalátinsk cuatro años más como soldado raso, que el tiempo no había pasado en vano: «¡Cuántos tipos populares, cuántos caracteres me he llevado de prisión! […] cuántas historias de vagabundos y bandoleros […] Alcanzan para tomos enteros». Y si en la obra presenta una suerte de galería, en muchos de los caracteres representados están los gérmenes ostensibles de personajes como Svidrigáilov, Mitia Karamázov, el stárets Makar Dolgoruki de El adolescente, los rasgos bufonescos de un Eyevikin o un Lébediev, etc.
Pero por supuesto que donde de manera más evidente se reflejará la experiencia siberiana en sentido ideológico, espiritual y artístico será en Crimen y castigo, concebido un lustro después de su regreso. El tema del crimen será central en la obra de Dostoievski, como la instancia donde el ser humano ha roto con la comunidad, se ha apartado a sí mismo de los demás, ha pecado contra el pueblo del que era parte. Por eso en estas Zapiski mencionará ya la necesidad interior de contrición del criminal ruso. Porque a pesar de sus grilletes no puede olvidar nunca «que él también es un ser humano». («Él también tenía una madre», dirá un preso a la muerte del joven prisionero en el hospital del presidio).
También es elocuente en ese sentido la escena de la comunión durante la Pascua, cuando antes de dar la hostia el sacerdote recita la oración: «admíteme como al bandolero» (el buen ladrón vecino de Cristo en la cruz): «casi todos cayeron de rodillas, haciendo sonar los grilletes, tomando al parecer estas palabras literalmente respecto de sí mismos». De esto concluirá que el rasgo característico más elevado y vivido del pueblo ruso es «el sentido de la justicia y la sed de ella»…
Es cierto, también distingue a aquellos en los que no hay ni sombra de arrepentimiento, que se ponen por encima del bien y el mal, que incluso exhiben cierta arrogancia por sus propios crímenes. Comienza Dostoievski a examinar la relación del ser humano con el bien y el mal. Contra Schelling, que sostenía que el mal nace de una desviación del bien, Dostoievski parece otorgarle otro sentido, una autonomía, aunque más tarde indagará en su origen, y allí aparecerá el problema de un albedrío no regulado absolutamente por nada: el propio arbitrio.
También es fundamental perseguir en el libro la idea de la libertad, que encuentra una imagen elocuente en el episodio donde los presidiarios sueltan el águila herida luego de haberla curado, escena emocionante por lo que proyectan en ella. Y cuando la censura se indigne al leer el libro porque no les parecen suficientemente duras las condiciones en que viven los presidiarios, Dostoievski les replicará que prueben construirles un palacio de oro, y que igual padecerán, porque lo que más quiere el hombre es su libertad.
Dostoievski aprende de estos hombres duros, de estos hombres en lo más bajo de la vida, estos expulsados de la sociedad. «No es mucho lo que tienen que enseñarle al pueblo nuestros sabios», dirá, al contrario, «ellos mismos tendrían que aprender de este». Así, se lamentará también de la juventud, de las grandes fuerzas que se pierden en vano enterradas en el presidio. «Pues hay que decirlo, esta, quizá, es la gente más dotada, la más fuerte entre todo nuestro pueblo. Pero han perecido en vano potentes fuerzas…»
La idea popular va a ser a partir de entonces una idea central en Dostoievski. En 1861, esta idea cobrará ímpetu en el contexto de la liberación de los siervos por parte del zar Alejandro II. En el aviso de suscripción a la revista Vremia, Dostoievski escribirá que ha llegado el momento de unir las capas ilustradas del pueblo ruso con los principios populares (ese será también el gran desvelo y el tema de su novelística posterior), con la vida de un estamento que ha quedado apartado y segregado desde la reforma de Pedro:
La reforma de Pedro el Grande nos ha costado demasiado ya sin eso: nos ha separado del pueblo. Desde el mismo comienzo el pueblo se rehusó a ella. Las formas de vida que les dejó la transformación no se avenían ni con su espíritu ni con sus aspiraciones, eran extemporáneas y no estaban hechas a su medida. Las llamó alemanas, y a los continuadores del gran zar los llamó extranjeros. Ya sólo la disociación moral del pueblo con su sector más alto, con sus guías y caudillos, muestra qué caro nos ha costado la nueva vida de aquel entonces. Pero, separado por la reforma, el pueblo no perdió el ánimo. Repetidas veces manifestó su independencia, y lo hizo con esfuerzos extraordinarios y espasmódicos, porque estaba solo y le resultaba difícil hacerlo. Andaba a oscuras, pero se mantenía con energía en su propio camino. Reflexionó sobre sí mismo y sobre su situación, intentó crearse su punto de vista, su filosofía, se disgregó en sectas secretas y contrahechas, buscó para su vida nuevas salidas, nuevas formas. Era imposible apartarse más del antiguo cauce, era imposible quemar más valientemente sus naves como hizo nuestro pueblo al salir a esos nuevos caminos que él mismo halló con tanto sufrimiento. (Dostoievski, 2006)
A ese mismo pueblo le cantará décadas más tarde un jovencísimo Serguéi Esenin:
En el país de la amarilla ortiga
y el cerco tejido,
Se han refugiado huérfanas las isbas
contra los olivos.
Allá en los campos, tras la azul cañada
y el verdor de lagos,
Va arenoso a los montes siberianos
un camino largo.
La Rusia se perdió en tribus ajenas,
a qué temer nada.
Y por esa senda marchan gentes,
gentes engrilladas.
Todos son ladrones o asesinos,
lo que el hado quiso.
Yo he amado sus miradas tristes,
sus rostros hundidos.
Mucho mal les trae su regocijo,
son simples sus almas.
Mas se tuerce en los rostros renegridos
la boca morada.
Yo acaricio un solo ensueño, oculto,
que soy puro de alma.
Pero aun yo voy a matar a alguno
si el silbido llama.
Y por los arabescos que hizo el viento
en la misma arena,
Me llevarán con una soga al cuello
a amar la tristeza.
Y cuando a la pasada yo, sonriendo,
enderece el pecho
lamerá el mal tiempo con su lengua
mi camino hecho.
La imagen de la casa muerta a menudo ha sido asimilada al infierno. La interpretación se corresponde con figuraciones que el propio autor presenta en su desarrollo. Pero en la poética de Dostoievski, el infierno, en tanto reino de la muerte, es una instancia necesaria para la redención (conocer la Verdad) y la resurrección. El epígrafe de Los hermanos Karamázov, su gran testamento literario, reza: «En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo que ha caído a la tierra no muere, se queda solo; pero si muere, ha de traer muchos frutos» (Evangelio según San Juan, 12:24).
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La sección «Especial 200 años de Dostoievski», a cargo de Octavio Libreros, presentará escritos, estudios, reseñas y opiniones sobre el bicentenario escritor ruso.
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BIBLIOGRAFÍA
Dostoievski, Fiódor (2006). Memorias del subsuelo. Buenos Aires, Colihue.
Бахтин М. М. (2002). Проблемы поэтики Достоевского. Москва-Augsburg, Werden-Verlag. [Bajtín. Problemas de la poética de Dostoievski.]
Достоевский Ф. М. (2014). Записки из мертвого дома. Москва, Азбука. [Dostoievski. Memorias de la casa muerta.]
Соловьев Вс. С.: Воспоминания о Ф. М. Достоевском. Ф. М. Достоевский в воспоминаниях современников [Soloviov, Recuerdos sobre Dostoievski]. Disponible en http://dostoevskiy-lit.ru/dostoevskiy/memory/v-vospominaniyah-sovremennikov/solovev-vospominaniya-o-dostoevskom.htm
Цейтлин А. Г. (1927). «Время в романах Достоевского». Родной язык в школе, сб. 5. [Tseytlin, «El tiempo en las novelas de Dostoievski». La lengua nativa en la escuela, compilado 5].
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* Omar Lobos. Nació el 29 de octubre de 1964 en la Provincia de La Pampa, República Argentina, y actualmente reside en Buenos Aires. Es Licenciado en Letras en la Universidad de La Pampa y Doctor en Letras por la Universidad de Buenos Aires con la tesis «La lengua literaria rusa y los problemas de la traducción al español. El caso de Nikolai Gógol». Integra el equipo docente de la cátedra de Literaturas Eslavas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, y ha realizado las primeras traducciones argentinas directamente del ruso de Crimen y castigo y Los hermanos Karamázov, de Fiódor Dostoievski, así como de los romances populares de Alexandr Pushkin y el teatro completo de Antón Chéjov (todas ellas editadas por Colihue).
[1] El mismo nombre, Vieliki perelom, daría luego Stalin a los años de su primer plan quinquenal.
[2] El crítico inglés de origen ruso Isaiah Berlin dedica un gran artículo suyo a la figura de Tolstói que se titula «El erizo y el zorro». Toma este nombre de un verso del poeta Arquíloco, que dice «El zorro sabe muchas cosas pero el erizo sabe una gran cosa». La tesis de Berlin es que Tolstói quiso toda la vida ser un erizo pero fue un gran zorro, en tanto Dostoievski fue un erizo por excelencia. En Berlin, I. (1992). Pensadores rusos, Madrid, FCE.