LANZAMIENTO DEL LIBRO «QUE CESE EL FUEGO» de Alberto Donadio*
El cese al fuego que pidió Alfonso Reyes Echandía, el presidente de la Corte Suprema de Justicia estaba enmarcado en la toma del Palacio de Justicia, se pronunció en un día y a una hora precisas, tenía un contexto inmediato. Pero ha adquirido, con el correr de los años, los visos de una invocación histórica. Se ha convertido en la admonición permanente de que solamente sin fuego, sin el horror del fuego de las armas,se puede, se debe, vivir en Colombia.
La realidad de la sangre derramada, de los horrores inenarrables, de las masacres de campesinos, de las
tragedias execrables registradas en Colombia a partir de 1985, puede hacernos pensar que es una admonición inane, que en efecto triunfó la otra filosofía, aquella según la cual la violencia es la partera de la historia. Empero, el cese el fuego sigue siendo el ideal, sigue siendo la invocación contra la barbarie, sigue siendo la aspiración civilizada.
El legado de Alfonso Reyes Echandía, abreviado en cuatro palabras, es testimonio del poder de las palabras. Del
poder de las palabras como condena a la barbarie, de su poder para hablarnos del pasado al presente.
Alberto Donadio
A continuación un adelanto del primer cápitulo del libro.
Que cese el fuego
Rendir homenaje a un hombre admirable. No es otro el
propósito de estas líneas. Rendir homenaje a Alfonso Reyes
Echandía en el 2010, en el vigésimo quinto año de su
desaparición. Rendir homenaje a un magistrado integérrimo,
sí integérrimo, un término que se usaba más en su
tiempo que en los que corren. Ahora se prefiere brillante
como elogio, tal vez por contagio del inglés brilliant. Integérrimo
es palabra de antaño, de antes de los setentas,
y claro no tiene qué ver con el brillo ni con el talento ni
con la inteligencia, todos adjetivos que caben al hablar de
Alfonso Reyes Echandía, sino con la integridad.
Alfonso Reyes Echandía pereció en la hecatombe
del Palacio de Justicia en noviembre de 1985, cuando
guerrilleros del Movimiento 19 de abril o M-19 -creado
en 1974 por quienes consideraron que el 19 de abril de
1970 las elecciones las ganó el general en retiro Gustavo
Rojas Pinilla y no Misael Pastrana Borrero-, se tomaron
la edificación sede de la Corte Suprema de Justicia y del
Consejo de Estado en la Plaza de Bolívar y exigieron que
los magistrados de la Corte Suprema sometieran a juicio,
en plena Plaza de Bolívar, al presidente de la República,
Belisario Betancur Cuartas, oriundo de Amagá (Antioquia).
Alfonso Reyes Echandía es admirable por la frase
que pronunció durante la toma del Palacio de Justicia:
“Que cese el fuego”. Esa frase la dijo en el fragor del
fuego cruzado de las armas de los guerrilleros y de las
armas oficiales. La pronunció por teléfono, en una entrevista
con Yamid Amat. Es la frase de un jurista, es la
reacción de un jurista sometido a un secuestro, de un
letrado transportado súbitamente a una batalla campal
en el recinto de la justicia, es la apelación de un hombre
de leyes para evitar el derramamiento de sangre. Es
la invocación que debía hacer el presidente de la Corte
Suprema de Justicia. Yamid Amat entrevistó a Alfonso
Reyes Echandía porque él era el presidente de la Corte
Suprema de Justicia ese fatídico 6 de noviembre de 1985
cuando los guerrilleros se tomaron el Palacio de Justicia
asesinando a los vigilantes de la entrada del sótano vehicular,
por la carrera octava, disparando con subametralladoras
que causaron las tres primeras víctimas del
día. Eran las 11 y 40 de la mañana del primer día de la
hecatombe, el 6 de noviembre de 1985. He aquí la transcripción
de la conversación de Yamid Amat con Alfonso
Reyes Echandía:
YA: ¿Quién habla?
ARE: El presidente de la Corte.
YA: Doctor Reyes, doctor Reyes.
ARE: Sí.
YA: ¿Cómo sabemos que usted realmente es el doctor
Alfonso Reyes?
ARE: Yo soy Alfonso Reyes Echandía, presidente de la
Corte Suprema de Justicia.
YA: ¿Y cómo está la situación, doctor Reyes?
ARE: Mal, necesitamos dramática y urgentemente que
cese el fuego por parte de las autoridades, estamos rodeados
del M-19 en varios pisos, en el cuarto piso.
Alfonso Reyes Echandía merece un homenaje como
magistrado, como penalista, como tratadista, como profesor,
como hombre austero, como hombre de paz, como
hombre del derecho, como colombiano que por su propio
esfuerzo y por su inteligencia llegó a ser magistrado
integérrimo, penalista admirado y presidente de la Corte
Suprema de Justicia. Andrés Holguín, el helenista y
egiptólogo, el exprocurador general de la Nación, el exmagistrado
y humanista, el poeta y traductor de poetas,
escribió el 21 de noviembre de 1985 en su columna del
diario El Tiempo:
El presidente de la Corte Suprema, doctor Reyes Echandía,
hizo dos peticiones dramáticas, que todos escuchamos
por la radio. Primera: Que el Presidente diera la
orden del cese al fuego. Era una lúcida petición al comandante
en jefe de las Fuerzas Armadas, el único que
podía impartir tal orden. Segunda: Que por favor clamó
al Ejército de la República no se tome el Palacio de Justicia.
Con igual lucidez, comprendía Reyes Echandía que
se quebraban todas las instituciones si el Ejecutivo ordenaba
a las tropas invadir el recinto de la Rama Jurisdiccional.
Era el enfrentamiento inconcebible de la Rama
Ejecutiva y de la Rama Judicial del poder público. Pues
si está dentro de la demente estrategia del grupo subversivo
tomar las instalaciones de la Corte y del Consejo
de Estado, ello no es permitido a la Rama Ejecutiva, es
decir, al Presidente, su ministro de Defensa y el Ejército.
El Presidente Betancur no atendió ninguno de estos dos
clamores del presidente de la Corte Suprema. Más aún,
según parece, no quiso pasar al teléfono para hablar con
él. Reyes Echandía debió morir sin lograr entender la
actitud del Presidente. Si el Presidente Betancur hubiera
escuchado esos dos gritos de angustia del doctor Reyes
Echandía, ordenando el cese del fuego y suspendiendo
la orden de ingreso de la fuerza pública al recinto de la
Justicia, se habría creado al menos una pausa, un espacio
para un diálogo dilatorio, que tal vez habría salvado
muchas vidas; aunque esto jamás lo sabremos; es apenas
una suposición. Pero esa posibilidad, por vaga que
fuera, hacía necesario oir las peticiones del presidente
de la Corte, acceder a ellas de inmediato. El Gobierno
actuó en sentido inverso; siguió el fuego indiscriminado
y los tanques y las tropas penetraron al Palacio de la
Justicia –imitando el delirio violento de los subversivos-.
Hay cosas que éstos en su inmadurez hacen pero que
el Gobierno no puede hacer como matar, incendiar o
tomar a la fuerza el Palacio de la Justicia colombiana.
La toma y destrucción del Palacio no podía hacerla el
Gobierno ni siquiera aduciendo la razón de que con ello
trataba de salvar a los magistrados y consejeros.
No se sabe exactamente a qué hora fue hecho prisionero
el doctor Reyes Echandía, pero el Tribunal Especial
de Instrucción -conformado por Jaime Serrano Rueda
y Carlos Upegui Zapata, el primero santandereano y el
segundo antioqueño, el primero procurador general de
la Nación en los años setenta y el segundo antiguo presidente
de Coltejer-, en su informe de junio de 1986,
afirmó que después de doblegar la resistencia de los vigilantes
y escoltas de los magistrados, los guerrilleros,
encabezados por el comandante Luis Otero, subieron al
cuarto piso y “aprehendieron al presidente de la Corte,
doctor Reyes Echandía y a otros magistrados, en calidad
de ´rehenes fundamentales´, en el empeño de que
la corporación se reuniera para someter a juicio al Presidente
de la República, en persona, o a través de un
representante, por hipotético desconocimiento de los
acuerdos de paz celebrados con el M-19”. Es posible que
la prisión del presidente de la Corte haya comenzado
poco después del mediodía del primer día fatídico. El
doctor Reyes Echandía quedó secuestrado en el cuarto
piso en compañía de ocho magistrados más, todos de la
Corte Suprema de Justicia:
Fabio Calderón Botero
Pedro Elías Serrano Abadía
Darío Velásquez Gaviria
Carlos Medellín Forero
Ricardo Medina Moyano
Alfonso Patiño Roselli
José Eduardo Gnecco Correa
Fanny González Franco
Los nombres de los ocho juristas citados, más el del
doctor Reyes Echandía, corresponden a los de los nueve
magistrados de la Corte Suprema de Justicia que habrían
de perecer en cuestión de unas pocas horas más.
De acuerdo con el informe del Tribunal Especial de Instrucción:
El presidente de la Corte durante toda la tarde sólo se
dedicó a clamar por el cese al fuego. La última comunicación
telefónica con él la tuvo el presidente del Senado
a las 7:15 minutos de la noche. Así lo atestigua el senador
[Alvaro] Villegas Moreno. A partir de ese momento
no hubo diálogos telefónicos con el doctor Reyes ni con
ninguna de las personas concentradas a su alrededor.
Pero en el interior del edificio siguieron escuchándose
sus clamores, “… por favor no disparen, somos rehenes,
les habla el presidente de la Corte Suprema de Justicia
…” los cuales motivaba indistintamente, unas veces, en
que se necesitaba asistencia médica para dos señoras
embarazadas, y otras, para unos heridos, reclamando
angustiosamente la presencia de la Cruz Roja para prestar
ese servicio.
Estas súplicas -declaró el consejero de Estado, doctor
Valencia Arango- las escuché hasta cuando abandoné el
Palacio de Justicia a las 11:30 p.m. del miércoles 6 de
noviembre de 1985.
El fuego se desató con mayor fuerza en el ala oriental
del cuarto piso, impidiendo la salida de todas las personas
que se encontraban en las oficinas de ese sector.
Infortunadamente los desesperados ruegos de Reyes
Echandía no se escucharon más, se confundieron con el
furor de las llamas. Y con él desaparecieron los ocho magistrados
que lo acompañaban y los demás rehenes. La
misma suerte corrieron el comandante Otero y los otros
insurgentes. Todo quedó en el misterio del fuego.
Los autores de este informe no se aventuran a señalar
las verdaderas causas de la muerte de los rehenes
y guerrilleros. No se sabe quienes alcanzaron a morir
antes del fuego ni qué pudo haber originado su muerte,
pues, no escapó una sola persona de ese piso, que pueda
ofrecer alguna versión y en el proceso tampoco aparecen
referencias de testigos que hayan podido observar
a distancia el desenvolvimiento de los hechos o haber
escuchado gritos de auxilio, lamentos u otras exclamaciones
en algún sentido. Sobre el particular, como es de
rigor, debemos atenernos al dictamen de los médicos legistas
y en los correspondientes protocolos de autopsia.
Con tres salvedades se lee la expresión reiterada: “Restos
carbonizados cuya causa de muerte no pudo ser establecida
por autopsia”.
En 1987 Belisario Betancur declaró dentro de la investigación
por la masacre del Palacio de Justicia que
“En todo momento para el presidente de la República
hubo una permanente ilusión obsesiva: que la Providencia
nos permitiera sacar con vida a los rehenes, reafirmar
la prevalencia de las instituciones, recuperar el Palacio
de Justicia”.
El economista Jorge Child, en su espacio de opinión
en El Espectador, comentó:
La Providencia era, en este caso, el ministro de Defensa,
general [Miguel] Vega Uribe, cuyo operativo no permitió
sacar con vida a los rehenes, ni reafirmar la prevalencia
de las instituciones que en un Estado de Derecho
deben proteger, ante todo y por sobre todo, la vida humana,
ni recuperar el Palacio de Justicia, sino volverlo
cenizas con todos sus magistrados y víctimas inocentes
que estaban adentro.
En esa misma declaración Betancur afirmó que hacia
las 5 de la tardel del 6 de noviembre de 1985 se estableció
comunicación telefónica con el doctor Reyes Echandía
y que él, Betancur, encargó al general Víctor Delgado
Mallarino, gran amigo del doctor Reyes, para que atendiera la conversación,
dado que por las circunstancias especiales en
que estaban los magistrados, no consideraba yo prudente
hablar directamente con el doctor Reyes. Sí escuché, al
igual que todos los allí presentes, la conversación, dado
que esta se produjo por el sistema de altoparlante.
Para el periódico El Tiempo, entonces dirigido por
Hernando Santos Castillo, con la citación a declarar a
Betancur en 1987 “se revive el avispero”. La actuación de
Betancur durante la toma del Palacio de Justicia fue, según
Santos, “su hora de gloria y de espíritu republicano.
Tal vez el mejor momento de su gestión presidencial”.
Guillermo Cano, el director de El Espectador, en su Libreta
de Apuntes del 9 de noviembre de 1986, escrita un
mes antes de su muerte, señaló:
Con todo el respeto que tenemos por la memoria del
doctor Reyes Echandía, creemos sinceramente que el
ilustre magistrado tuvo un instante infortunado al hacer
tal petición, que, como antes lo decíamos, no se sabe si
fue forzado por los criminales asaltantes o por propia
iniciativa. Pero en todo caso, como lo entendimos desde
el momento mismo en que la frase fue pronunciada,
se colocó al presidente de la República en una posición
de grave desventaja susceptible de convertirse, como temíamos
que sucediera, en el caballo de batalla para acusarlo
de las consecuencias que tuvieron los sucesos del
Palacio de Justicia. Hoy no se recuerda que hubo más de
dos centenares de rehenes rescatados. Eso no tiene, para
algunos, la menor importancia. En cambio se parte del
principio, no demostrable de que si hubiera cesado el
fuego la vida de todos los rehenes se habría salvado.
Para Jorge Padilla, columnista de El Tiempo:
cuando era de esperar un gesto como el del General
Moscardó pidiéndole a su hijo, en poder de los sitiadores,
morir cristianamente, nuestro malogrado Presidente
de la Corte, cabeza del Poder Jurisdiccional, en vez
de pedir el predominio de las instituciones sobre la vida,
lanza desgarradoramente al aire su instinto de conservación.
Sigo pensando como hace veinticinco años que la invocación
al cese al fuego cubre de gloria a Alfonso Reyes
Echandía. Duele disentir de don Guillermo Cano, honra
y prez del periodismo en Colombia, lamento, y cuánto,
en esta instancia, apartarme de la opinión de un colombiano
admirable como Guillermo Cano, paradigma de la
prensa escrita, cuyos editoriales en los años setenta y
ochenta fueron para mí el reflejo de mi propio análisis
de los acontecimientos. Pero en una revisión lógica de
los hechos no cuenta que hubo más de dos centenares
de rehenes rescatados, pues ese resultado se conoció al
final, nada lo garantizaba, no se desprendía de haber
desconocido la invocación al alto al fuego, fue casual,
azaroso, impredecible. Se examina la frase de Reyes
Echandía independientemente de los resultados del episodio
sangriento. Se examina en el instante en que la
pronunció. No se puede, porque en efecto muchísimos
seres humanos fueron en fin de cuentas, eventualmente,
posteriormente, rescatados con vida, no se puede por
ello demeritar a Reyes Echandía. Se examina lo que él
dijo por lo que significa, por el momento en que lo dijo.
Los muertos pudieron ser más numerosos o menos numerosos.
Reyes Echandía habló como habla un magistrado,
como habla un jurista, como habla un amigo de la
paz y del derecho.
Lo hizo con poquísimas palabras, que cese el fuego,
utilizando una expresión propia de las guerras, del lenguaje
militar, de la diplomacia. Reyes Echandía pidió un
alto al fuego. Si hubiera dicho que quería ser inmolado
por la guerrilla habría hablado el lenguaje de la guerra, y
tal vez eso era lo que esperaban algunos, o muchos; que
retara a los guerrilleros, pero él habló como habla un
jurista. Si los guerrilleros lo obligaron a decir lo que dijo,
que no está probado, es una suposición, probable, posible,
pero de todas formas una suposición, una hipótesis,
de todas formas sus palabras fueron las palabras propias
de un presidente de la Corte Suprema de Justicia, de un
magistrado.
Se olvida que él fue la primera víctima del M-19, pues
el asalto no fue solamente un acto terrorista contra el
poder ejecutivo, contra lo que se llama comúnmente el
gobierno; fue en primera y directa instancia un ataque
al poder judicial, a la institución cumbre de la justicia.
No se le puede enrrostrar a Reyes Echandía que haya
hablado movido por el instinto de conservación, no es
ese un baldón, las instituciones no existen sin la vida, la
vida humana es el presupuesto de las instituciones. No
sabemos si Reyes Echandía pensó en su vida, en la vida
de su familia, no sabemos si se acobardó, que es lo que
parecen censurarle.
Tal vez algunos habrían querido escuchar de él una
expresión desafiante contra el M-19. Yo escuché la apelación
a la sensatez, no sigan disparando, es todo. Tal
vez Reyes Echandía estaba pensando no solamente en
salvar la vida propia, sino en salvar la vida de todos los
rehenes, en detener el avance de un ataque sangriento,
creo que simplemente estaba tratando, con cordura
admirable en esos instantes, de evitar un mayor derramamiento
de sangre. Sigo pensando en el año 2010 que
obró de manera admirable. Por eso sus palabras dejaron
huella. Calaron pese a lo que afirmó Hernando Santos,
el inefable Hernando Santos, porque Santos escribió en
el editorial del 6 de noviembre de 1986:
Culpar a los enloquecidos dirigentes del grupo revolucionario
es para algunos una espantable exageración.
¿Por qué no se habló telefónicamente con el Presidente
de la Corte Suprema de Justicia ¿Cómo se permitió la
actuación de las Fuerzas Armadas? Estas preguntas se
les han convertido en una angustia mental que les sirve
también para sepultar en lo más íntimo de su conciencia
la responsabilidad de tantos muertos ocasionados por la
criminal acción guerrillera.
Se equivoca Hersán, como firmaba Hernando Santos.
La angustia mental se deriva no de una absolución a
la guerrilla, sino del dolor nacional por la muerte de Reyes
Echandía y de tantos magistrados probos y de tantos
inocentes: en total 95 muertos comprobados. Se da por
descontada la culpa criminal del M-19, pero en el dolor
causado por la hecatombe tantos colombianos estuvimos
asidos a las palabras de Reyes Echandía porque queríamos
devolver la historia, queríamos angustiosamente
que el saldo sangriento se hubiera evitado o se hubiera
minimizado, anhelábamos que los hechos no se hubieran
producido.
No era solidaridad con los principales responsables
sino el humano sentimiento ante la destrucción, ante la
violación, ante el sufrimiento, ante el horror. Muerte,
¿dónde está tu victoria?, parecían inquirir muchos colombianos
como San Pablo, en la Epístola a los Corintios:
Muerte, ¿dónde está tu victoria? Manuel Gaona
Cruz, penalista como Reyes Echandía, externadista como
Reyes Echandía, profesor de derecho penal como Reyes
Echandía, pero de familia boyacense, a diferencia de Reyes
Echandía, envió un mensaje en sus últimos momentos
de vida al abogado y periodista Oscar Alarcón Núñez. Lo
envió con uno de los rehenes puesto en libertad: “Llame
a Oscar Alarcón y al doctor [Fernando] Hinestrosa [rector
de la universidad Externado de Colombia] y dígales
que no nos dejen morir”. Manuel Gaona Cruz pereció en
el Palacio de Justicia.
Reyes Echandía, que fue profesor de derecho por largos
años, que a la enseñanza del derecho dedicó su vida,
al pedir el cese al fuego, dictaba, en muy pocas palabras,
en admirable trasunto, su última cátedra de derecho, del
derecho entendido como instrumento para la convivencia,
para la solución pacífica de los conflictos, de todos
los conflictos, de los conflictos entre acreedores y deudores,
de los conflictos entre cónyuges, de los conflictos
entre naciones. ¡Cómo pudo alguien en algún momento
endilgarle debilidad a Reyes Echandía! Su invocación al
alto al fuego estaba arropada por su formación jurídica.
Él clamaba desde la esencia de su ser jurídico, desde su
inconsciente intelectual que era el derecho. Solamente
los despabilados pueden pensar que un jurista podía súbitamente
adoptar un lenguaje marcial, franquista, guerrerista,
guerrillerista, castrense, bélico.
Un año después de la tragedia, el 6 de noviembre de
1986, el magistrado Fernando Uribe Restrepo, presidente
de la Corte Suprema de Justicia, y sucesor inmediato
de Alfonso Reyes Echandía, pronunció un discurso del
cual vale la pena recordar:
En la cruenta batalla del Palacio hace un año no hubo
vencedores. Todos perdieron –en especial nosotros- y en
último término perdió mucho el país que se iba quedando
sin régimen jurídico y sin justicia, expuestas sus instituciones
más delicadas y esenciales a la ciega devastación
de la violencia que siempre engendra violencia; se
desata con facilidad –sólo se requiere arrojo-, pero tiende
a volverse incontenible e interminable, como quedó
demostrado una vez más.
De los veinticuatro magistrados que integrábamos la
Corte en esa infausta mañana del seis de noviembre de
mil novientos ochenta y cinco, -una Corte relativamente
joven en verdad- han fallecido catorce a causa o con ocasión
de la violencia criminal desatada contra la justicia,
y debemos lamentar además dos sensibles pero lógicos
retiros. O sea que hoy sólo somos ocho los magistrados
que quedamos. La tercera parte de la Corte, en otros términos.
A nadie se le ocultan las profundas repercusiones
de todo orden que necesariamente tienen tan tremendo
impacto en un cuerpo colegiado, en donde se trabaja todos
los días hombro a hombro. Y no sólo perdió la Corte,
sino también el país y la misma humanidad. Pues nunca
nos cansaremos de dar testimonio de la enorme riqueza
científica, académica y humana que entonces se perdió.
Alfonso Reyes Echandía, Fabio Calderón Botero, Dante
Fiorillo Porras, Manuel Gaona Cruz, José Eduardo
Gnecco Correa, Fanny González Franco, Carlos Medellín
Forero, Ricardo Medina Moyano, Horacio Montoya
Gil, Alfonso Patiño Roselli, Pedro Elías Serrano Abadía,
Darío Velásquez Gaviria, Hernando Baquero Borda, Luis
Enrique Aldana Rozo. Compañeros inolvidables, juristas
inmolados, mártires de la Patria!!!!!
[…]
Quiero ahora rendir especial homenaje a la memoria del
doctor Alfonso Reyes Echandía, ilustre presidente de la
Corte en ejercicio de su cargo hace un año, y a quien
correspondió afrontar el despiadado ataque y la invero
símil situación que se siguió hasta su muerte. Y a fe que
supo hacerlo con inmenso valor, con dignidad inalterable,
pero con la responsabilidad y la angustia de velar
por la vida de sus compañeros y de los demás rehenes.
Brilló el jurista Reyes Echandía con luz propia en el exigente
y competido campo del Derecho Penal, en el país y
más allá de nuestras fronteras, no sólo por su admirable
vigor intelectual y por su extraordinario tesón para el
trabajo, sino también por su noble y radiante personalidad,
que supo proyectar en la cátedra, en el foro, en
la Corte y en el hogar. Allí están sus innumerables y
agradecidos discípulos, sus amigos, su viuda y sus hijos,
y acá estamos sus compañeros de magistratura para dar
de ello fiel testimonio.
El artículo del diario El Espectador del 7 de noviembre
de 1986, de donde se han tomado los apartes del discurso
del magistrado Fernando Uribe Restrepo, trae las
siguientes informaciones relevantes:
La misma noche del 6 de noviembre [de 1985] murió
el magistrado de la Sala Penal, Dante Fiorillo Porras,
impresionado por la suerte de sus compañeros. El 31
de julio de este año [1986] fue cruelmente asesinado el
magistrado de la Sala Penal, Hernando Baquero Borda,
por unos sicarios de la mafia del narcotráfico. En octubre
pasado falleció en un hospital de Houston, Estados
Unidos, el vicepresidente de la Corte, Luis Enrique Aldana
Rozo, víctima de dolencias cardíacas, luego de sufrir
enormes presiones y amenazas de muerte por parte de
los capos del narcotráfico.
Alfonso Reyes Echandía también quería vivir cuando
pidió el cese al fuego. Según declaración que rindió posteriormente
el ministro de Justicia, Enrique Parejo González:
Pasó nuevamente Reyes Echandía [al teléfono] y con
voz implorante le solicitó al general Delgado Mallarino
que por favor diera la orden de cese al fuego. ´Nos van
a matar, ustedes no pueden permitir que nos maten´. El
general Delgado le respondió que lo volvería a llamar.
[…] Conmovido por el acento lastimero del doctor Reyes
Echandía, yo propuse que se me permitiera conversar
con Andrés Almarales, de quien yo sabía que estaba
dirigiendo la toma del Palacio de Justicia.
El presidente y los ministros presentes aprobaron mi
propuesta y se intentó la comunicación al mismo teléfono
donde se había conversado con Reyes Echandía entre
las 5 y 30 y las 6 de la tarde. Momentos antes se tuvo
información del director de la Policía en el sentido de
que el GOES estaba intentando penetrar al cuarto piso
del edificio desde la azotea, pero que era necesario derribar
una puerta de hierro y estaban buscando el explosivo
necesario para lograrlo. […] Se marcó el número
de teléfono donde se sabía que estaba Reyes Echandía
para tratar de localizar a Almarales y el teléfono sonó
ocupado; se repitió unas dos veces y ocurrió lo mismo;
se marcó el número de teléfono correspondiente de al
lado y no respondió nadie; se volvió a marcar el primero
y esta vez, a pesar de que se le dejó timbrar largo rato,
nadie contestó al otro lado de la línea. En esos momentos
entró el general Delgado con un walkie-talkie en la
mano anunciando que le acababan de comunicar que
ya se había logrado penetrar al cuarto piso. Yo protesté
enérgicamente por lo que califiqué un desacato a lo
acordado por los ministros con la aquiescencia del señor
presidente.
Se muy poco de la vida de Reyes Echandía, no fui
amigo suyo, lo traté y lo conocí breve y fugazmente hace
treinta años. Viajé con él a Quito en 1980 a una reunión
de los miembros de la Comisión Andina de Juristas, él
en representación de Andrés Holguín, que le pidió a Reyes
Echandía que lo representara en la reunión, yo como
secretario general de la CAJ. Me encontré otra vez con
el doctor Reyes Echandía en el restaurante Scheherazade
de la calle 12 al oriente de la carrera séptima, allí el
almorzó un quibe con Colombiana sentado en la barra
antes de subir a dictar clase en el Externado. Salvo pues
esos dos momentos no tuve trato con él, pero conozco un
detalle, un detalle mínimo, un detalle efímero, que me
inclina a pensar que sí quería sobrevivir a la hecatombe.
Fui amigo del alma de Miguel Lleras Pizarro, desde
cuando era presidente del Consejo de Estado en 1976
hasta su muerte temprana en 1980. Hoy, treinta años
después, sigo sintiendo su presencia, esa combinación de
dulzura y encanto en el trato personal y la más aguda y
afilada irreverencia cuando se refería a terceros.
Don Miguel, como yo lo llamaba, no había estado
nunca en Europa. La primera vez que estuvo en Europa
fue a comienzos de 1980, pocos meses antes de morir.
Viajó con su familia y lo acompañamos mi novia y yo.
Con motivo del viaje, en los preparativos del mismo, o
tal vez durante el viaje, me contó Don Miguel que Alfonso
Reyes Echandía le había dicho alguna vez cuánto
le gustaban los viajes en los trenes europeos y cómo se
deleitaba sentándose a almorzar o a cenar en el vagón
restaurante. Con absoluta seguridad se puede afirmar
que es imposible que Reyes Echandía haya recordado
ese placer elemental de cenar en un vagón restaurante
de un tren europeo durante el tiroteo que se vivía en
el Palacio de Justicia. Pero que él alguna vez, en 1980,
cinco años antes de su muerte, le haya hablado de ese
placer que sentía a otro magistrado, me ha llevado siempre
a creer que en la trastienda de la invocación al alto
al fuego, inconscientemente, sin pensarlo, sin evocarlo,
sin recordarlo, Alfonso Reyes Echandía quería vivir para
algún día volver a sentarse a manteles en un vagón restaurante.
Cuatro días antes de la toma del Palacio de Justicia,
Alfonso Reyes Echandía estuvo en Bucaramanga como
invitado a un congreso de abogados. Se reunió con Alberto
Luis Suárez Santos, en ese momento notario primero
de Bucaramanga, y amigo suyo desde San Gil,
cuando ambos fueron profesores en el Colegio Guanentá
en los años cincuenta. El presidente de la Corte le contó
al notario que próximamente viajaría a Europa a dictar
conferencias de derecho penal en distintas universidades
de Madrid, París, Roma y Florencia, precisándole que la
Corte ya le había otorgado la licencia para el viaje.
El cese al fuego que pidió Alfonso Reyes Echandía, lo
olvidan muchos, estaba en consonancia con la frase que
estaba grabada a la entrada del Palacio de Justicia: “Esta
casa aborrece la maldad, ama la paz, castiga los delitos,
conserva los derechos, honra la virtud”.
¿Cuál es el sentido de evocar y de honrar, cuando han
pasado tantos años, el cese al fuego que pedía Alfonso
Reyes Echandía? El incendio y la destrucción del Palacio
de Justicia se consumaron. El edificio mismo fue luego
arrasado. La muerte de casi un centenar de personas fue
luctuosa tragedia. Más de una decena de desaparecidos,
lo han venido comprobando las investigaciones todos
estos años, salieron con vida del Palacio de Justicia y
después la perdieron por obra de agentes oficiales, entre
ellos los empleados de la cafetería y el magistrado
auxiliar del Consejo de Estado, Carlos Horacio Urán. La
hecatombe se consumó, muchos artículos y libros se publicaron
y se han seguido publicando, la tragedia estuvo
y está allí, es irremediable. ¿Por qué entonces centrarse
en una frase? ¿Qué significado pueden tener unas palabras
del presidente de la Corte Suprema de Justicia? El
significado de que durante veinticinco años han brillado
como el gesto noble, como el gesto extraordinario, como
el empeño efímero pero valiente de preservar la vida tan
pronto se le dio licencia a la muerte.
Las palabras de Reyes Echandía han permanecido vigentes
desde cuando de los magistrados solamente quedaron
restos carbonizados. No fueron eficaces en cuanto
no pudieron contener la destrucción. Sin embargo, fueron
el símbolo del derecho y de la paz y de la vida ese 6
de noviembre de 1985. Fueron el intento de un hombre
de oponerse a las subametralladoras del M-19 y a los
tanques del ejército.
Desde 1985 el presidente de la República, sus ministros,
los generales, los oficiales del ejército, han estado
tratando de justificarse, de explicarse, de inculparse
unos a otros, han dicho que el operativo fue exitoso
pues se salvó la democracia, maestro, se protegieron las
instituciones, se rescató a doscientas personas. El único
que no ha tenido que justificarse es Reyes Echandía. Su
invocación a la cordura, sí ineficaz, inservible, teórica,
ilusa pero alta y noble, es la excepción de conducta humana
en horas de muerte, de angustia, de zozobra, de
incendio, de guerra, la oposición humana a lo que todos
llamaron la acción demencial de la guerrilla.
¿Qué habría sucedido si se aceptaba el cese al fuego?
Caben solamente hipótesis. Una de ellas, que analiza
las consecuencia de negociar, la formuló don Guillermo
Cano Isaza el 17 de noviembre de 1985:
Ahora, cuando todo está consumado, resulta de una facilidad
inaudita sustituir las responsabilidades irrenunciables
que le correspondieron al primer magistrado de
la Nación, en esos momentos críticos, para decir: “Yo
habría dialogado”, “yo habría negociado” […] La ocupación
violenta, a sangre y fuego, del Palacio, meticulosa,
detalladamente preparada, demostraba que los propósitos
subversivos eran los de mantener a Colombia y a los
colombianos por largas horas, por muchos días, pendientes
de sus órdenes, de sus consignas, de sus caprichos,
que nos traigan comida, que entren medicinas, que nadie
pise sin permiso el ´territorio libre de la subversión´,
nada menos que el Palacio de Justicia de Colombia. Un
desgaste tal no lo asimila ni puede tolerarlo una nación
que tiene establecido un ordenamiento democrático, imperfecto
si se quiere, pero elegido y escogido libremente
por la mayoría de sus ciudadanos. Hoy, ¿cuántos de los
que enjuician implacablemente el epílogo sangriento de
la toma, que a sangre comenzó del Palacio de Justicia,
no lamentarían que el país estuviera, de hecho, en poder
de un grupo de terroristas dispuesto a matar sin contemplaciones
ni reatos de conciencia, a juzgar al propio presidente
de los colombianos, a obligar a los magistrados
de la Corte Suprema a fallar, con el revólver apuntando
a sus sienes, los procesos que fueran del interés de los
secuestradores, a usar y abusar de la radio y la televisión
para incendiar el territorio nacional, a dispensar el don
de la vida o negarlo, según su capricho, a los aterrorizados
y maltratados rehenes?
Se puede aceptar que un simple cese al fuego, no una
negociación, podría haber conducido a los extremos que
señaló don Guillermo Cano, podría haber llevado a que
los guerrilleros se apoderaran indefinidamente del Palacio
de Justicia, matando, hipotéticamente, uno a uno a
todos los magistrados y los rehenes. Empero, la invocación
de Reyes Echandía debe juzgarse no por la forma
como pudiera haber sido objeto de abuso y aprovechamiento
por parte de los secuestradores, sino por sí misma,
como una tercera voz, distinta a la paramilitar de la
guerrilla y a la militar de la fuerza pública. Por ende, era
vigente, sigue vigente, era la invocación a no proceder
por el camino iniciado, a acallar el fuego, a ponerle fin a
una carrera mortífera.
El cese al fuego que pidió el presidente de la Corte
Suprema de Justicia estaba enmarcado en la toma del
Palacio de Justicia, se pronunció en un día y a una hora
precisas, tenía un contexto inmediato. Pero ha adquirido,
con el correr de los años, los visos de una invocación
histórica. Se ha convertido en la admonición permanente
de que solamente sin fuego, sin el horror del fuego de las
armas, se puede, se debe, vivir en Colombia. La realidad
de la sangre derramada, de los horrores inenarrables, de
las masacres de campesinos, de las tragedias execrables
registradas en Colombia a partir de 1985, puede hacernos
pensar que es una admonición inane, que en efecto
triunfó la otra filosofía, aquella según la cual la violencia
es la partera de la historia. Empero, el cese el fuego sigue
siendo el ideal, sigue siendo la invocación contra la barbarie,
sigue siendo la aspiración civilizada.
El legado de Alfonso Reyes Echandía, abreviado en
cuatro palabras, es testimonio del poder de las palabras.
Del poder de las palabras como condena a la barbarie, de
su poder para hablarnos del pasado al presente. Hay otra
figura histórica que murió como Reyes Echandía pocas
horas después de pedir el fin de la guerra. Fue monseñor
Oscar Arnulfo Romero, el arzobispo de El Salvador
asesinado el 24 de marzo de 1980 mientras celebraba la
misa. La víspera, que fue domingo, durante la homilía
en la catedral, monseñor Romero hizo un llamamiento
a las tropas:
Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus
mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar
que dé un hombre, debe de prevalecer la Ley de Dios
que dice: no matar … Ningún soldado está obligado a
obedecer una orden contra la Ley de Dios … Una ley inmoral,
nadie tiene que cumplirla … Ya es tiempo de que
recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia
que a la orden del pecado … la Iglesia, defensora
de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad
humana, de la persona, no puede quedarse callada ante
tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en
serio que de nada sirven las reformas si van teñidas de
sangre … En nombre de Dios, pues, y en nombre de este
sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada
día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno
en nombre de Dios: ¡Cese la represión!
Sí, los tanques del ejército derribaron la puerta del Palacio
de Justicia ese día aciago de 1985, pero su victoria
fue efímera, mecánica. ¿Son esos tanques los símbolos
sobre los cuáles se construye la nacionalidad? ¿Deben
aparecer en el escudo? ¿Reemplazar el gorro frigio? ¿Alguien
estima que una réplica de las tanquetas debe colocarse
en el Museo Nacional? ¿Son las subametralladoras
de los guerrilleros el ideal de vida de una nación? Jamás.
Creo, con Antonio Copello Faccini en su libro Violencia,
justicia y olvido:
Nada más cierto en Colombia y en el mundo que la justicia
es la verdad y que si ella desaparece la paz queda
reemplazada por la violencia. (1)
Al referirse a las víctimas que perecieron en el cuarto
piso, el Tribunal Especial de Instrucción afirmó que se
presentó una “casi total ausencia de los cadáveres”, lo
cual dificultó la identificación. En un caso la identificación
se logró por “estetomía longitudinal suturada con
alambre”, denominación técnica de unos ganchos para
sostener las costillas utilizados durante una intervención
quirúrgica del corazón de la persona que había muerto.
En otros casos la identificación se hizo casi exclusivamente
por las pertenencias. Señaló el informe del Tribunal:
“Sorprendentemente, en los casos de los magistrados
Reyes Echandía y Gnecco Correa, sus documentos
de identidad personal se conservaron casi intactos; en
los demás fue posible [la identificación] o por una argolla
de matrimonio o por adornos o hasta por ciertas
prendas íntimas”. Continúa diciendo el informe: “En las
autopsias de los magistrados Reyes Echandía y Gnecco
Correa se dice que ´presenta heridas por arma de fuego
en la región subescapular a la altura del quinto arco cos-
tal´ el primero, mientras que en el segundo, ´a los Rx se
evidencia proyectil de arma de fuego el cual se aloja a
nivel peritoneal entre las asas delgadas´ ”. En otras palabras,
ambos fueron baleados. La bala nueve milímetros
hallada en el cuerpo de Reyes Echandía no correspondía
a ninguna de las armas utilizadas por el M-19 para el
asalto. Reyes Echandía no fue el único magistrado que,
cautivo, pidió el cese al fuego. Así lo afirmaron los familiares
de los magistrados Ricardo Medina Moyano, José
Eduardo Gnecco Correa, Carlos Medellín Forero, Manuel
Gaona Cruz y Pedro Elías Serrano, en carta que dirigieron
al presidente Betancur un par de semanas después
de la tragedia:
Repudiamos también su repentina, desconocida y, en
todo caso, inoportuna intransigencia, su negativa al diálogo,
no con los subversivos, sino con nuestros padres,
con el presidente de la Corte Suprema de Justicia, cuyos
llamados por el inmediato cese al fuego usted desoyó.
Comprenda, señor presidente, que no se trataba de una
súplica. Era la orden imperiosa ineludible impartida por
alguien que estaba a su mismo nivel jerárquico dentro
de la estructura democrática. Creemos que al desconocer
la altísima autoridad de quien impartía esa orden usted
estaba lesionando la democracia que pretendía salvaguardar,
la Institución que pretendía defender. ¿Acaso
no resuenan en sus oídos, señor presidente, las palabras
de nuestros padres? “Que cese el fuego inmediatamente,
divulgue ante la opinión pública, esto es urgente, es de
vida o muerte, por favor, que el presidente dé finalmente
la orden de cese al fuego”, ordenaba Alfonso. “Creo
que el principio de cualquier arreglo es que no haya más
disparos, entre las balas es imposible dialogar ni hacer
arreglo”, sentenciaba Carlos, y sus palabras fueron libres
e independientes como siempre lo fue su pensamiento.
Así lo manifestó Ricardo: “No hemos recibido amenazas
ni presiones, repito, no nos han amenazado. Hemos
actuado con absoluta libertad”. Nosotros sí los escuchamos.
Repudiamos, señor presidente, su indolencia y su
frialdad al negarse a hablar con nuestras madres, hoy
viudas de la justicia debido a la injusticia. Horas y horas
trataron angustiadas de llegar a su corazón. En vano.
¿Es que no le merecían, nos preguntamos indignados, la
suficiente consideración y respeto? ¿O acaso temía que
atender a las esposas de los magistrados podría desvertebrar
la idea de democracia que usted tiene? ¿Cómo es
posible que usted anteponga “las instituciones” a la vida
humana?
Notas
(1) Antonio Copello, Violencia, justicia y olvido, Universidad
Jorge Tadeo Lozano, Bogotá, 2008, p. 55.
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*Alberto Donadio
Nació en Cúcuta, Colombia. Es el abuelo de Sofía, Mariana y Sebastián, las nietas y el nieto de su esposa Silvia Galvis
(1945-2009).
Se graduó de abogado en la Universidad de Los Andes.
Es uno de los pioneros del periodismo investigativo enC olombia. Obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Simón
Bolívar y el Premio de Periodismo del Círculo de Periodistas de Bogotá
Entre sus libros publicados se destacan:
El montaje; Los farsantes. Banco Andino: el fraude que nunca existió; Galvis Galvis o el carácter; y en coautoría con Silvia Galvis: Colombia Nazi y El Jefe Supremo.