El BOLÍVAR DE WILLIAM OSPINA
Por Sebastián Pineda Buitrago*
Un pequeño verso de Rubén Darío acaso podría resumir la intención de William Ospina en este nuevo libro de género impreciso, que no es propiamente una biografía concreta (no tiene citas ni se organiza por fechas), ni novela histórica (no hay diálogos ni ficción), sino una nueva modalidad a caballo entre el ensayo reflexivo y la narración audaz, o bien entre la poesía lírica y la oratoria grandilocuente:
«Se juzgó mármol y era carne viva».
En otras palabras, William Ospina propone en las primeras páginas de «En busca de Bolívar» derretir la estatua marmórea de ese hombre para volverlo a humanizar de nuevo. Sin condenarlo ni juzgarlo porque ya está situado más allá del bien y del mal. Sin tampoco bajarlo de su pedestal, pero sí poniendo en su sitio a quienes lo idolatran demasiado o a quienes lo desdeñan sin conocerlo lo suficiente.
La América Latina se apresuró a convertir en mármol aquella carne demasiado ardiente, y desde entonces no hubo plaza que no estuviera centrada por su imagen, civil y pensativa, o por su efigie ecuestre, alta sobre los Andes. Por fin en el mármol se resolvía lo que en la carne pareció siempre a punto de ocurrir: que el hombre y el caballo se fundieran en una sola cosa.
Tal vez sea Bolívar el hombre de quien más se ha escrito en Colombia y en Venezuela. Los libros sobre él ya llenan bibliotecas enteras. Y uno se pregunta si después de biografías monumentales como la de Salvador de Madariaga o la de Liévano Aguirre (por cierto, esa es la biografía favorita del ex presidente Uribe), ¿qué nuevos datos pueden aportarse sobre Bolívar, sobre todo cuando él mismo se encargó de contar en palabras su vida? Recordemos que sus cartas, discursos y proclamas abarcan varios tomos. William Ospina lo sabe. Sabe también que, como dijo hace dos mil años el historiador judío Flavio Josefo, la auténtica investigación no consiste en la simple reordenación del material que constituye propiedad de otros, sino en el establecimiento de un cuerpo original que justifique una nueva colocación de las palabras. Ospina ha escrito un libro de interés divulgativo que, por su sintaxis de suntuosa irregularidad, vale la pena leerlo. Estemos o no de acuerdo con sus puntos de vista. O con verlo anunciado en pleno supermercado, al lado de las cavas de vino. ¡Qué se va a hacer! La campaña comercial siempre es ajena al valor intrínseco del libro.
Decíamos que Bolívar acaso sea el hombre de quien más se han escrito libros en Suramérica. No ha habido presidente que no invoque su nombre en uno u otro discurso, ni grupo revolucionario o reaccionario que no abandere —malinterpretándolo— alguno de sus ideales. Hoy tenemos un presidente de Venezuela que cree ser su reencarnación y hasta ha exhumado su cadáver. William Ospina, que el año pasado recibió de manos de Chávez el Premio Rómulo Gallegos, no se hace el de la vista gorda frente a esas peligrosas idolatrías bolivarianas. Critica el «sancocho» teórico de asociarlo con el marxismo y las izquierdas. Porque en 1858, para una enciclopedia publicada en Nueva York, el propio Karl Marx escribió contra Bolívar unas páginas alarmantes. Lo llamó «el canalla más cobarde, brutal y miserable». Y agregó contra Bolívar, a quien consideraba un engendro de la historia, la siguiente reflexión: «La fuerza creadora de los mitos, característica de la fantasía popular, en todas las épocas ha probado su eficacia inventando grandes hombres. El ejemplo más notable de este tipo es, sin duda, el de Simón Bolívar». William Ospina no tiene otra alternativa que señalar en su libro lo mitológico de un marxismo redentor y preocupado por Latinoamérica, cuando Marx miraba por encima del hombro, desdeñoso, todo lo que oliera a España y a trópico. No hay consuelos en la historia. Menos en la filosofía. ¿No nos engañan los políticos con falsas asociaciones? Esto de hablar de Bolívar hay que cogerlo con pinzas.
Casi todos los grandes escritores colombianos tienen una novela sobre Bolívar: García Márquez urdió El general en su laberinto (1989) a partir de un cuento inédito de Álvaro Mutis, «El último rostro» (escrito en 1960). También Germán Espinosa dibuja a su Bolívar en Sinfonía desde el nuevo mundo (1991), y Fernando Cruz Cromfly, a su turno, en Las cenizas del Libertador (1987). Hasta el irreverente Fernando Vallejo no deja de nombrarlo en sus novelas autobiográficas cuando pasa en Bogotá por el Palacio de San Carlos, donde aún está la ventanita por la cual se arrojó la noche septembrina de 1828 en que lo iban a matar. ¡Cobarde!, lo llama Vallejo. Porque quienes en ese momento perseguían a Bolívar lo hacían, curiosamente, en nombre de la libertad, pues el Libertador se había convertido en una suerte de dictador con la presencia de militares chafarotes que recortaban los derechos civiles en la pequeña Bogotá.
Pese a tantos equívocos que genera su vida, ¿por qué políticos, militares y escritores no dejan de nombrar o de inspirarse en Bolívar? ¿Por qué Bolívar suscita en el ánimo de la gente las ganas de extenderse en prosa o en oratoria? Alguna vez me gustaría proponer un homenaje silencioso a Bolívar: sin palabras. Pero antes me gustaría responder que el frenesí verbal producido por este caraqueño elocuentísimo se debe a una curiosa combinación entre palabra y autoridad. El nombre de Bolívar da legitimidad entre nosotros. Equivale como a nombrar al Dios, al padre de nuestra nacionalidad. De ahí que abunden hospitales, universidades, batallones y hasta grupos guerrilleros con su nombre. Otra reflexión me suscita el libro de William Ospina, y es que su prosa espesa y delirante que tanto seduce y a ratos fatiga es, en el fondo, la misma retórica espesa y delirante del poder. Poder y retórica son uña y mugre. Nadie que no conozca a Bolívar a profundidad lo ignorará. Por lo demás, de otras cosas podemos sentirnos fatigados de William Ospina, menos de que escriba mal.
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* Sebastián Pineda Buitrago (Medellín, 1982) estudió Literatura en la Universidad de los Andes. Ha sido investigador de planta del Instituto Caro y Cuervo, ensayista y reseñista literario de varios medios del país y el extranjero. Ha publicado el ensayo «La musa crítica» (México, 2007) y una edición de la revista Anthropos «La total circunferencia: Alfonso Reyes y el pensamiento hispanoamericanos”» (Barcelona, 2009). Prepara una historia de la literatura colombiana y una novela policial.