NECRÓPOLIS DE SANTIAGO GAMBOA
Por Antonio Arenas Berrío*
«Toda guerra de liberación es sagrada, toda guerra de opresión es maldita»
Lacordaire
La novela Necrópolis del escritor colombiano Santiago Gamboa, pretende ser «la Metáfora de la guerra». Presenta la idea de una sociedad sitiada —la ciudad de Jerusalén, acorralada por la guerra—. Allí la ficción es desigual y contada de manera lineal, con visos reflexivos y una carga ideológica frente al conflicto humano presente.
La peor lacra que amenaza con desaparecer la sociedad es la guerra. La urbe descrita se compone de un conjunto de destinos individuales, sin vínculos ni acciones colectivas. Personajes, acciones, existencias asimétricas que sólo se acoplan por la guerra y una invitación a un congreso de biógrafos. La fábula de Santiago Gamboa, no va más allá de 450 páginas y está construida como una maraña de trece cuentos o novelas cortas, que confluyen en una misma historia con un final feliz, místico y lejos del ruido de la guerra y todo lo citadino.
El tema fundamental de la novela es la guerra; mejor, una ciudad milenaria y devota circundada por la guerra. Jerusalén es el infierno urbano de la conflagración de las vidas y de lo carnavalesco de la existencia humana. El miedo, la amistad, las violencias urbanas son cruzadas por el sexo, la droga, y la pornografía de consumo masivo. Coexiste en la novela un narrador–autor, mejor «un escritor colombiano» que relata la farsa humana y va detrás de cada personaje en busca de su historia, su vida, sus intrigas y secretos.
Guerra, sexo, porno, drogas y un suicidio. Todo es como una inmovilización líquida. La ilusión que reconstruye un mundo actual. Se ve así la humanidad constreñida por los males actuales. Las irregularidades de unas vidas narradas en medio del conflicto Israel–Palestino. Hay ironía en la muerte de un pastor evangélico que fue drogadicto, criminal en conversión y bienaventurado. Se suicida en medio del congreso en un acto teatral exagerado. Hay sátira en una bella actriz porno, Sabina Vedovelli, salida de la nada y con un pasado de drogadicción y violaciones. Enseña sobre el placer y el goce del cuerpo por medio del video porno y su escultural cuerpo de hembra postmoderna.
Habla sin rodeos del sexo, del amor por el cuerpo y el placer carnal. Hay también un librero y biógrafo francés (Edgar Miret Supervielle) que relata, con sarcasmo, las peripecias y el juego de su vida. Un empresario judío colombiano (Moisés Kaplan) que huye de la guerra. Una periodista extranjera que disfruta del placer de los vicios urbanos. Un escritor invitado al azar a un congreso de biógrafos, unas mujeres compañeras y cómplices de hombres bienaventurados.
La paradoja consiste en que el escritor convaleciente no había podido escribir hasta ser invitado al «congreso». Todo ocurre en el aparatoso hotel, el «King David», en la venerable ciudad de Jerusalén. Dos espacios sitiados por la guerra. Cada asistente al congreso expone al público sus ideas. Estallan las bombas y el desastre es total al final de las conferencias con la confabulación y suicidio de José Maturana.
El escenario parece derrumbarse, la gente se refugia en los silos y surge la anarquía, el miedo y la zozobra. ¿Qué sentido tiene un congreso de biógrafos en medio de la guerra? Vaya sarcasmo. Burla y comedia. ¿Quién era realmente José Maturana? ¿Un doble personaje? Los relatos de las vidas representan, en la ficción, una cadena de artificios que el lector va hilando a lo largo de la historia.
En los umbrales de la contemporaneidad, en las ciudades, lo que brota es la violencia, esta es la principal incertidumbre que afrontan las personas. Las dificultades que en una sociedad genera un estado de guerra son prácticas, no son abstractas, ni obtusas. La destrucción, la muerte, los miedos, las separaciones de improviso, la protección de la vida, las muertes colectivas o selectivas, el desarraigo, el desplazamiento, las vidas que se van y no vuelven, lo incierto del día a día.
La guerra es la peor peste de la humanidad. Actúa como una fuerza ciega, fatal; produce en los humanos una conducta de aprensión aleatoria que desafía todas las expectativas de la vida y el uso de la razón. La guerra es el caos total, el reparo, la perplejidad. Un juego de fuerzas desconectadas y descontroladas que proceden sobre la sociedad y acentúan el poderío de los imperios, impone ideas arbitrarias y afianza el poder de los países desarrollados.
En la guerra quienes pierden casi siempre son los niños, las mujeres y los viejos. Necrópolis, como cementerio urbano, no es más que un resultado de la realidad social. Un concierto de los vicios actuales. En la novela Necrópolis el «congreso de biógrafos» es un simulacro para contar los horrores de la guerra y la hipocresía de las sociedades. En la historia el contexto es el conflicto y no la oración, la palabra escrita o hablada. El goce y la felicidad no existen y cada ponente en el congreso emite un discurso ficticio y el destinatario no será el lector, sino la humanidad. La invención es la reminiscencia del presente.
Podemos preguntarnos: ¿es esta una historia verdadera? Todas las guerras dicen ser verdaderas y por una causa justa, pero ineluctablemente ocultan los intereses de los poderosos. Las guerras de ayer y de hoy, son las raíces de un incansable horror y repulsión ante el exterminio de vidas. Guerras inútiles, sin soluciones finales. En la guerra, al igual que en la novela Necrópolis, las identidades individuales se pierden, sólo queda el miedo y la desdicha. La turbación y la violencia se trenzan hasta el punto de resultar inseparables.
En toda guerra se pierde la razón, la cultura y la memoria. Quien pierde la memoria colectiva, pierde la identidad, el presente y el futuro. La guerra es una complicación que supone cierta perplejidad. Un no saber qué camino coger. Al igual que los desastres naturales, queda mucho por enmendar. En la novela Necrópolis la expuesta guerra es ficticia y somete a diatriba a la coexistencia humana.
Se asume la guerra con sospechas y sin discusión, la conflagración es un acto humano atroz. En la ficción hay juegos, me refiero a juegos del lenguaje, a los juegos de ajedrez, de pornografía y juegos de consumo, de sexo y droga como formas de evasión. Juegos de vida, parodias de existencias inútiles, similitudes y amistades. La invención literaria se apoya en entramados textuales, en la interposición de unas voces, en las frecuencias de varios personajes, la intromisión de un narrador como ejercicio complementario al lector.
La novela no es más que una habilidad literaria que coopera en la actualización del miedo y la angustia. El lector de Necrópolis entenderá que el mundo es real y no se evade con la droga o el sexo. La violencia no es perfecta y no poseerá circunstancias de felicidad establecidas en ninguna parte del mundo. La «extraterritorialidad» toca con las personas, el exterminio humano y la depredación de la naturaleza. Se habla de una ciudad sitiada por la guerra y, cualquiera que sea su intención, aún se imagine el final como una isla, un lugar pertinente, lejano, feliz. Los sujetos y su naturaleza mortal sentirán la pérdida.
Leer la novela Necrópolis no es más que asomarse a un pliegue de la experiencia humana. Esa búsqueda de un reposo imposible o inalcanzable en la sociedad sitiada por la guerra.
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* Escritor, cuentista, ensayista y filósofo. antonioarebe1@hotmail.com