LIBROTERAPIA
Por Gustavo Arango*
Coincido con Joseph Epstein (La Novela, ¿Quién la necesita?) en que la corrección política y la intención terapéutica son peligros que la novela enfrenta en nuestro tiempo. Cuando la novela intenta ser expresión de alguna militancia política o de alguna causa social (por muy noble que sea), cuando su propósito es nutrir «la autoestima o la gratificación personal» del lector (en lugar de enfrentarlo a los viejos dramas del «destino y el conflicto moral»), no podemos decir que deja de ser novela, pero es una novela mala y —para colmo— con grandes posibilidades de ser un éxito de ventas.
Suena a lugar común pero no sobra repetirlo: la mayoría de los libros que hoy ocupan la atención de las revistas y periódicos y festivales literarios estará dentro de poco —y con toda justicia— en un olvido del que no regresarán. Las dimensiones del fenómeno conseguí entenderlas hace unos años, cuando una amiga me invitó a recorrer el ático de una casa que acababa de comprar —en una zona rural de Pennsylvania— y me invitó a llevarme los libros que me interesaran. La última propietaria de la casa había muerto a muy avanzada edad y unos nietos con quienes tenía poco trato decidieron vender la casa con todo lo que había dentro. Me tomó poco tiempo descubrir que a la difunta le encantaba leer best sellers (de décadas tan remotas como las de 1940 y 1950), y que a la mayoría de esos libros y autores hoy en día nadie los recuerda. Compasivo, me llevé algunos a casa con la esperanza de encontrar alguna joya perdida. Pero confieso que las veces que he intentado leerlos se me caen de las manos.
Hago esa larga digresión para profetizar que la mayoría de esos libros que hoy la industria editorial trata de imponernos con su poderosa maquinaria (periodistas sin tiempo, booktubers y tiktokeros que les hacen promoción a libros por el simple hecho de que se los regalan), a la vuelta de muy poco tiempo no le importarán a nadie.
En medio de esa marejada de novedades ha surgido un fenómeno que mi amigo Epstein no llegó a identificar. Se trata de algo que por falta de mejor nombre se me ocurre llamar «fetichización de la lectura». Consiste en hablar maravillas de la lectura, en presentarla como algo cool, de gente chévere, una especie de pose rebelde y contestataria, pero que no termina nunca de acercarse a los libros de los que tanto habla (o, por lo menos, no a los libros de sustancia).
El mayor síntoma de ese fenómeno es la popularidad que ha tenido en nuestra lengua un libro de divulgación sobre la historia del libro, escrito por una española que ahora mismo es venerada como una santa y todos los lugares comunes que regurgita son recibidos como mensajes divinos.
Que la tendencia sigue en auge acabo de comprobarlo esta semana en la biblioteca pública del pueblo donde vivo. Suelo decir que no leo cosas que tengan menos de ochenta años, pero la verdad es que me gusta enterarme de lo que se publica, hojear novelas recién salidas de la imprenta, saber qué tipo de historias están contando mis contemporáneos. No es que ese método me haya permitido encontrar muchas obras maestras, pero al menos he estado informado y me he encontrado con curiosidades como The Novel Cure: 751 Books to Cure What Ails You. Una posible traducción del título puede ser: Sanación Novelesca: 751 libros para curar sus males, de Ella Berthoud y Susan Elderkin, dos personajes que además tienen consultorios como los médicos y se dedican a recomendar lecturas a sus pacientes.
El libro, por supuesto, es curioso y entretenido. Para una serie de males del cuerpo y del alma ordenados de manera alfabética (abandono, adulterio… falta de orgasmos…) las autoras proponen libros sanadores o, por lo menos, consoladores. Cien años de soledad, por ejemplo, se considera un buen remedio contra el temor a la muerte, pues con tanto personaje que se muere como si nada uno termina por aceptarla. La mayoría de los autores sugeridos pertenecen a la tradición anglosajona. Aunque, por aquello de la corrección política, hay remedios de todas las latitudes. En este asombroso botiquín literario solo es posible encontrar otra novela latinoamericana: El elogio de la madrastra, de Mario Vargas Llosa, que las autoras recomiendan como remedio contra la pérdida de energía libidinal.
Después de hojear esta curiosa manera de resumir libros y de exaltar una vez más las maravillas de la lectura, uno se pregunta cuántos de los lectores de este libro llegarán a leer los libros que las autoras recomiendan. Me temo que esos remedios literarios envejecerán como las medicinas en los gabinetes de los baños, mientras muchos se sentirán satisfechos —y amantes de la lectura— con ese divertimento. Lo grave del asunto es que el remedio que las autoras proponen contra la desesperanza (De ratones y de hombres, de John Steinbeck) no parece un remedio suficiente para el mal que estas tendencias me contagian.
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* Gustavo Arango es profesor de español y literatura latinoamericana de la Universidad del Estado de Nueva York (SUNY), en Oneonta y fue editor del suplemento literario del diario El Universal de Cartagena. Ganó el Premio B Bicentenario de Novela 2010, en México, con El origen del mundo (México 2010, Colombia, 2011) y el Premio Internacional Marcio Veloz Maggiolo (Nueva York, 2002), por La risa del muerto, a la mejor novela en español escrita en los Estados Unidos. Recibió en Colombia el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, en 1982, y fue el autor homenajeado por la New York Hispanic/Latino Book Fair, en el marco del Mes de la Herencia Hispana, en octubre de 2013. Ha sido finalista del Premio Herralde de Novela 2007 (por El origen del mundo) y 2014 (por Morir en Sri Lanka).
En general y en casi todo, estoy completamente de acuerdo, hay mucha vanalidad o superficialidad, mucha superación personal incluso politiquería barata dentro de la » literatura», soy un convencido en una comparación con el arte en general, que no se puede ser panfletario, o hacer proselitismo directo o descarnado con el arte, eso no quiere decir que se deba abstener de expresar o divulgar pero de manera creativa y no directa, el límite es difícil de establecer, mas en todo caso un buen artista sabrá como lograrlo. En cuanto al libro que se refiere a la historia de los libros, EL INFINITO EN UN JUNCO tiene aspectos positivos, como atraer al trazar al menos rápidamente toda la transformación en el tiempo de lo que denominamos «libro».Como negativo si es aceptable que los saltos en el descurrir histórico siempre desubican, a pesar de traernos hechos históricos muy suscintos. No considero que sea una novela, es mas bien un libro de narrativa histórica.