HOMERO
Por Ramón Lara Gómez*
En mis paseos por la ciudad, alguna vez conocí, lo recuerdo bien, a un pordiosero que gustaba contar historias, repitiéndolas una y otra vez, hasta el cansancio, seguramente para que sus aventuras no cayeran en el olvido, de ser el único hombre que conocía todos los pueblos de la tierra y el único también que visitó el Hades para consultar al adivino Tiresias. Deseaba que éste, que era el dueño de su memoria, le revelara su propia identidad.
Aunque se llamaba Ulises, a este mendigo le encantaba cambiarse el nombre por el de Nadie. Sus cuentos desbordaban la imaginación de sus oyentes: relataba haber vivido un extraordinario romance con una hechicera llamada Circe, pero su verdadera esposa era una tal Penélope. Con ella tuvo un hijo llamado Telémaco.
Contaba con pasión que con astucia logró dejar ciego a un cíclope llamado Polifemo. También luchó con monstruos que lo atormentaban todas las noches en sus sueños y logró escapar de ser devorado por otros hombres. Juraba haber escuchado el canto de las sirenas: «De muchos hombres vi las ciudades y conocí los pensamientos». Buscaba una ciudad llamada Itaca, sin saber que nunca había salido de ella.
EL PELA
No sé si se acuerde, pero el pánico que le tenía yo al Pelaloro era como el terror de encontrarse a Mike Tyson a la vuelta de la esquina, o el miedo de Julio César Chávez a los frijoles de la olla, después de la madriza que el mentado Golden Boy le propinó en la pelea del siglo.
El Pelaloro era un muchacho atrabancado y medio loco. Al puto no le podía uno decir algo, o hacerle nada, porque luego, luego, lo andaba a uno revolcando. Pero ese día me agarró enojado y… me atreví, sin medir las consecuencias, a hacer lo que hice.
—¡Hey! Pela, a dónde vas con mi bici…
—Chinga tu madre —me dijo—. Alcánzame si puedes.
—¡Cabrón, no te la lleves, devuélvemela!
Le grité desesperado, cuando todavía estaba cerca. Pero no hizo caso. Y él continuaba dando vueltas por el rumbo como si estuviera pendejo.
Tomé una piedra, del tamaño de una semilla de aguacate, y se la aventé. Viajó y viajó… Volaba vengativa la piedrita. Y mole, le empezó a salir sangre de la frente. Lo vi regresar tambaleando el puntito lejano. Al llegar a mí, me reclamó:
—¡Puta madre, pendejo! ¿Por qué me rompiste la cabeza? Te pasaste cabrón, hijo de la chingada.
—No, Pela —dije temblando—, me cae que no fue mi intención. Sólo quería que me devolvieras mi bayca.
—Bayca, ni que la verga —hizo unos gestos extraños, como si se le hubiera olvidado algo, y agregó—: ¡Puta, qué puntería!
Me regresó mi bicicleta y se fue corriendo. Ahora, sólo en el grupo y con mucho respeto, le decimos El Pozolero, le gusta cocinar pendejos en tanques de 200 litros llenos de ácido. Él desaparece tu asunto…
¡Míralo, ahí viene!
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* Ramón Lara Gómez nació en Palenque, Chiapas, México, 1972. Es autor del libro de cuentos: Palenque, la punta del campo editado por el Instituto Michoacano de Cultura (IMC) en 1997. Ha sido becario del FOESCAM Michoacán en novela, 1998–1999 y del FOESCA Chiapas en cuento, 1999–2000. De 1999 a 2001 fue Director de la Casa de la Cultura de Palenque Fray Pedro Lorenzo de la Nada. En 2004 ganó los Juegos Florales Nacionales «Ramón Martínez Ocaranza» Organizados por el H. Ayuntamiento de Morelia y el Premio de Poesía de Uruapan. Fue Finalista del Concurso de Cuento Charles Bukowski México–España 2004, convocado por la Editorial Anagrama y la revista Generación. Participa en el libro colectivo, editado por Anagrama, El despojo soy yo. Recientemente participó en la antología de narradores introvertidos «La escritura invisible» ediciones Eón y Secum, 2006. Recibió Mención de Honor en el Premio Sahuayo de Literatura 2003, en 2008 recibió Mención Honorifica en el Premio Internacional de Narrativa Ignacio Manuel Altamirano. En diciembre de 2010, la UNICACH (Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas) le publicó su novela: La puerta de enfrente, en su colección boca del cielo.