Literatura Cronopio

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EL CATECISMO SEGÚN MONSIVÁIS

Por Elena Altuna*

La amplia producción del mexicano Carlos Monsiváis se centra casi exclusivamente en la crónica, género al que ha contribuido a otorgarle la relevancia estética que actualmente posee en las letras del continente y en las instituciones que propician la formación del canon. Pese a esa decidida opción, presente en los títulos que publicó desde 1970, en 1982 apareció su «Nuevo Catecismo para Indios Remisos», libro excepcional en más de un sentido, pues si ahonda en las representaciones culturales mexicanas y conserva el fraseo monsivaisiano, por otro lado adopta las formas narrativas breves de la parábola y la fábula, así como los  «microgéneros léxicos y folklóricos» (refranes y proverbios).

Adscripto al género de la ficción —Elena Poniatowska ha denominado a estas piezas «colección de parábolas satíricas»— hay, sin embargo, que aclarar que el uso de la parábola no se limita a este texto: asoma, por ejemplo, en «Días de guardar» (1970) y forma parte de la estructura de «Los rituales del caos» (1995), libro en el que conviven las crónicas con las «parábolas de las postrimerías», instalándose un doble registro discursivo que habilita al menos dos lecturas posibles.

Por ello, puede adelantarse que el «Nuevo Catecismo para Indios Remisos» no es un ejercicio diletante (digamos, unas «vacaciones» de la crónica), ni obedece a un afán meramente «arqueológico», puesto que es la escritura en clave paródica la que permite al lector vislumbrar una reflexión que trasciende el período socio–histórico evocado en el título. De otro lado, cabe aclarar que el libro nace como el complemento literario de una exposición del artista plástico mexicano Francisco Toledo, quien trabajó sobre un juego de grabados en placas de metal del siglo XVII, que representaban santos populares en Puebla y Tlaxcala. A esas placas, Toledo yuxtapuso otras imágenes, extraídas principalmente de la mitología juchiteca. A los nueve textos escritos por  Monsiváis para la exposición, se les fueron sumando otros, hasta llegar a cincuenta y uno, número que compone el «Nuevo Catecismo».

Me interesa, entonces, indagar en algunos aspectos de este libro singular, en principio «anacrónico», y observar su aporte a la consideración de los fenómenos culturales del México contemporáneo.

LOS CATECISMOS: PEDAGOGÍA DEL BUEN CRISTIANO

El contexto evocado en el título del libro es el de la catequización  novohispana. Imbuida de la concepción milenarista, la evangelización fue una empresa privilegiada por la corona y las órdenes religiosas. Se discutieron y se llevaron a la práctica diversos métodos de conversión, entre los cuales fue primordial la enseñanza del catecismo. Un modelo seguido por los franciscanos fue la «Doctrina Cristiana» (1546) de fray Alonso de Molina, organizada en función de una paulatina complejidad.

Una primera parte estaba dedicada a las oraciones y verdades esenciales para recibir los sacramentos, los artículos de la fe, los mandamientos y los pecados y sus grados. La segunda parte avanzaba hacia el conocimiento de las virtudes teologales, los dones del Espíritu Santo, las potencias del alma, las bienaventuranzas, los enemigos del alma, etc. Se destacaron, asimismo, la «Doctrina breve», compilada e impresa en México entre 1543 y 1544 por Juan de Zumárraga, que desarrolla otra metodología, aunque se atiene casi a los mismos temas de los «Coloquios» de fray Bernardino de Sahagún. (Cfr. «Evangelización y conquista» de Alfredo Gómez Canedo, p. 170–171).

Un método innovador en la enseñanza del catecismo consistió en la incorporación de imágenes, lo que transformó a estos textos (conocidos como «testerianos») en híbridos por su contenido católico y su factura pictográfica indígena. Parte de este ‘corpus’ es parodiado en el libro de Monsiváis; específicamente se ironiza respecto del método en el texto que lleva por título «Nuevo Catecismo para Indios Remisos», donde el indígena propone al cura una lectura diferente de «esa rutina de preguntas y respuestas, que hace creer que en el cielo nos ven a los indios más tontos de lo que somos».

RELECTURAS DEL PASADO EN EL NUEVO CATECISMO

Una serie de fábulas recrean los momentos inmediatamente anteriores y posteriores a la conquista de México–Tenochtitlán. En ellas destaca la fuerte presencia del intertexto poético, vertido bajo la especie del homenaje. En «Qué le queda a un pobre sino volverse profano», leemos: «‘Era nuestra herencia una red de agujeros…’ ¡Qué frase tan sabia! Quien la escribió era un experto. Si lo sabré yo, un indio…». El enunciado entrecomillado pertenece al «Poema de la conquista», del manuscrito de 1528, recogido por Angel Garibay («La literatura de los aztecas», 1964, p. 50), y retomado por José Emilio Pacheco en «Lectura de los ‘Cantares Mexicanos’: Manuscrito de Tlatelolco».

El intertexto reaparece en «El tesoro de Moctezuma»: «Eran los últimos días de Tenochtitlán […] Frente al teocalli alguien repetía lúgubremente: ‘Con esta triste suerte nos vimos angustiados’…» (p. 93), variante de unas líneas del poema citado de Pacheco («Con esta lamentable y triste suerte / nos vimos angustiados»). Fechado en octubre de 1968, la reescritura del poema evoca la matanza de los estudiantes universitarios en la plaza de Tlatelolco ese mismo año.

Estas redes intertextuales tornan explícita la concepción monsivaisiana de la escritura entendida como una reescritura, también llevada a su expresión literaria por Salvador Elizondo y José Emilio Pacheco, coetáneos de Monsiváis. En el plano del contenido la reescritura afecta directamente a la representación de la temporalidad y sus entrecruzamientos paradojales.

Los relatos dedicados a la conquista procuran captar la experiencia del olvido de los dioses, a través de esa magnífica metáfora de los agujeros del sentido, recuperada por Garibay y reelaborada por Pacheco. En el plano de la forma, la parodia expresa las relaciones intertextuales y la imitación o el distanciamiento de la serie o del modelo a través de múltiples procedimientos. La «transcodificación» como fundamento de la parodia constituye un rasgo específico del «Nuevo Catecismo».

En Monsiváis confluyen el oficio del cronista y del crítico de la cultura. En «La hora de la tradición. Oh, consuelo del mortal», la celebración del culto a la Guadalupe es presentada mediante una técnica de acercamiento y distanciamiento, que habilita la reflexión: «Observo a varios observadores de la religión popular. Hasta hace poco, el 12 de diciembre solía recibir del catolicismo pensante comentarios paternalistas: ‘¡Así es la gente! Su educación nada más los orienta al exceso. Le llevan a la Virgen sus frustraciones, su embriaguez y su mugre. Sí, también le llevan su fe incandescente, pero el culto es fundamentalmente pagano’. Eso era antes, cuando no se atendía  la religión popular, ni se analizaba el carnaval a lo Bajtin, ni se hablaba del espacio y del tiempo sagrados…». («Los rituales del caos», 1996, p. 50–51).

En este orden, cabe señalar que el dialogismo permea los textos, conformando por momentos pares de opuestos o incorporando esas oposiciones dentro de un personaje, mediante el brusco cambio que entraña la peripecia, que —como en la literatura de la evangelización a la que fueron afectas todas las órdenes y, en especial, los jesuitas— permitía el relato edificante breve de conversiones súbitas, revelaciones extraordinarias y modificaciones violentas de estados espirituales.

Si bien esa literatura era absolutamente monológica, pues constituye un desprendimiento de la hagiografía, en la relectura de Monsiváis el texto parodiante se transforma en polifónico. En «El placer de los dioses», el relato corre por cuenta de un «nosotros» asistente a una ceremonia de expurgación de idolatría. Las herejías gritadas por el acusado, su negativa a abjurar de Tezcatlipoca, son «traducidas» por otro indígena que actúa a manera de inquisidor. A la mañana siguiente a la muerte del hereje, hallan en la celda no su cadáver, sino una mole de piedra, es la estatua del dios azteca. La conmoción que esta presencia demoníaca produce lleva a sospechar del indio traductor, que a su vez es torturado y muere exclamando: «¡Te vengaste, Tezcatlipoca! ¡Olvidé que eres un dios verdadero!» (p.92). Como en ciertos relatos de Borges, el desdoblamiento y la duplicación de acciones instala el juego de las versiones.

En «Quien no odie a los símbolos sólo conocerá la fe por aproximación», el discurso del hechicero indígena de Tlapana está saturado de retórica católica concerniente a la cuestión de los símbolos. Sus interlocutores replican en idéntico registro. La pluridiscursividad que resulta de poner en boca de practicantes de los cultos antiguos tal discusión parodia una reunión de teólogos (p. 28–29). Estos «desvíos» de los registros de habla atribuidos a cada grupo social, cumplen —a nuestro entender— una función ideológica fuerte, referida a la «virginidad cultural»: el «Nuevo Catecismo para Indios Remisos» propone, al contrario de lo que su título sugiere (he aquí la necesidad y el deseo de suturar cualquier resquicio antidogmático) que no existe la pureza cultural, que las negociaciones y operaciones transculturizadoras sostienen la dinámica social. En este sentido, puede afirmarse que la mirada de Monsiváis deconstruye uno a uno los estereotipos del pasado.

Sospechas, temores, tergiversaciones, supercherías, aparatosidad milagrera forman parte del cotidiano ambiente novohispano recreado en el texto. «Baños de pureza», «Estado de gracia», «Historia de Evelio el exorcista» son algunas de las parábolas que, parodiando los relatos de vidas ejemplares de las crónicas conventuales y los testimonios presentados en los juicios de beatificación, revelan de qué manera el lenguaje construye la realidad, crea santos e idólatras, conforma estereotipos que, en definitiva, coadyuvan al sostenimiento del orden colonial.

En esa línea de lectura se ubican las fábulas que remedan la personificación de entidades abstractas presentes en los autos sacramentales. «Del refrán que fue tropiezo de la fe», «Fábula de la extraña moraleja que se piensa a sí misma», «El Chivo Expiatorio», «La Vaca Sagrada y la Mentira Piadosa», proponen una especie de independencia de los signos frente a lo real y ponen en escena el carácter reductivo de la paremiología.  «Del refrán que fue piedra de tropiezo de la Fe» señala el carácter popular de los dichos y refranes y el modo como ellos contribuyen a formar identidades. De otro lado, el texto puede leerse como una auto–parodia. «El rezo desobediente» tematiza magistralmente lo señalado:

«Se arrodilló a rezar con denuedo. ‘Concédeme, Señor, atisbar tu gloria.’ De golpe, algo se desató en su interior. Al reanudar la plegaria la sensación fue más precisa, su lenguaje se distanciaba de él, le era hostil o indiferente, no respetaba sus intenciones. Quiso decir ‘Dios te salve…’  y escuchó, con voz que era la suya, atrevimientos y desfachateces, bonito abanico el de la marquesa, pésima la comida y deplorables sus resultados inmediatos, qué necio el Padre Prior que en cada perorata nos obligaba a mandarle mensajes recordándole el fastidio de la grey ante su verborrea»  (p. 89).

De otro lado, los aspectos señalados ponen también en suspenso los discursos referidos a la tradición. En «Si no quieres que se deformen, evita las tradiciones» se satiriza a los vigilantes de la transmisión exacta de costumbres y herencias morales, convencidos de que esa fidelidad resguarda la identidad. Volvemos a encontrar la transcodificación o «desvío» como el rasgo que posibilita hablar simultáneamente del pasado y del presente. Todos los relatos reciben incrustaciones del léxico y la fraseología de la posmodernidad: «mediatizador», «pacifismo a ultranza», «presentimientos freudianos», «la ley de la oferta y la demanda», «campañas permanentes de profilaxis», «otra crisis cíclica propia del feudalismo», «desechos industriales», forman parte de una parafernalia lingüística que nos recuerda la poesía neobarroca de un Carlos Germán Belli. En fin, conviven en estos textos  el estilo alto y el bajo, lo culto y lo popular, los tecnicismos y la lengua poética.

UNA MODERNIDAD ALTERNATIVA

La crítica en general ha acordado en considerar a Carlos Monsiváis un cronista excepcional de su tiempo, interesado en las manifestaciones más diversas de la cultura popular urbana. En efecto, su perspectiva respecto de cómo se reconfiguran imaginarios, del carácter resistente de lo popular, de la modificación constante de representaciones identitarias frente al esencialismo que éstas asumieron en los discursos de un Vasconcelos o un Octavio Paz, así como su enorme capacidad para rastrear en personajes populares y mediáticos los rasgos definitorios de cada época, tal como se presenta en «Aires de familia» (2000), libro en el que Monsiváis amplía su crítica cultural a América Latina para trazar genealogías y señalar religaciones, lo coloca entre los intelectuales más lúcidos del momento.

Anadeli Bencomo, en su libro «Monsiváis: lo popular urbano y su representación» (2001), ha puesto de relieve su «interés por realizar una especie de arqueología cultural de la vida mexicana, con sus instituciones pasadas y sus iconos consagrados por el advenimiento de la industria cultural moderna». De esta cita, queremos retener la noción de «arqueología cultural». Como observamos más arriba, la escritura del «Nuevo Catecismo para Indios Remisos» no responde a un mero afán arqueológico, sino a una necesidad de revisar el pasado desde el presente inmediato para señalar las continuidades y rupturas de la cultura mexicana. Nuestro interés, en este caso, se ha centrado en el único libro de ficción del autor para señalar, no la singularidad del hecho, sino las estrechas relaciones que se despliegan con el resto de la producción de Monsiváis.
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* Elena Altuna es Doctora en Letras. Docente de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Salta, Argentina. Autora de «El discurso colonialista de los caminantes. Siglos XVII-XVIII» (2002) y «Retórica del desagravio. Estudios de cultura colonial peruana» (2009). Es co-autora —con Alicia Chibán y Eulalia Figueroa— de «Discursos Bolivarianos» (1997). Ha participado en numerosos volúmenes colectivos, dictado conferencias y presentado ponencias en congresos nacionales e internacionales. Actualmente, es directora del proyecto Literatura y Cultura Hispanoamericanas: géneros y subjetividades en tiempos recientes, radicado en el Consejo de Investigaciones de la Universidad Nacional de Salta, Argentina.

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