Literatura Cronopio

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ANGUSTIA TROPICAL DE GRACILIANO RAMOS

Por: Cândida Ferreira*

Graciliano Ramos (1892-1953) nació en Palmeira dos Indios, localidad del interior de Alagoas, estado cuya economía aun hoy es exclusivamente la de la caña de azúcar, una región muy pobre y desigual del Brasil.

Empezó su vida profesional como comerciante, tal como su padre, y luego se dedicó de lleno a la política. En medio de esta vida provinciana y pobre, escribe historias de su gente sin ninguna conmiseración. Las novelas “Vidas Secas” (1938) y “San Bernardo” (1934), dan cuenta de ello. Preso por la dictadura de Getulio Vargas, es trasladado a Rio de Janeiro donde permanece muchos años en la cárcel; esta experiencia resulta enriquecedora para recrear una de sus obras más importante: “Memorias do Cárcere” en 1953. Entonces —luego de tantos pesares y sufrimientos— Graciliano Ramos entra definitivamente, victorioso y triunfante, al canon de la literatura brasilera.

En un artículo escrito por Oswald de Andrade comparó al ex presidiario Graciliano Ramos con filósofo Soren Kierkegaard. Quiero destacar el párrafo, no para hablar sobre la “crónica de costumbres”, que el antropófago modernista apunta en la obra del autor y que puede ser leída en Caetés. Más bien quiero tratar otro aspecto, “la angustia tropical”, un matiz curioso que encontramos delineado en la novela “Vidas Secas”

Se trata de la angustia que asola a Fabiano, es decir, es la afirmación de su humanidad  en oposición a un estado de animalidad. La angustia por acreditar que él no se distingue rotundamente de los animales puede ser tomada como una “angustia tropical” en oposición a la “angustia polar”, especialmente si se recuperan los lugares comunes de lo “tropical”  y lo “polar”. Situaciones que se expresan hermosamente entre cuestiones opuestas: lo caliente y lo frío, la sensualidad  y la frigidez, la emoción y la razón y principalmente, una confrontación constante entre barbarie y civilización.

Por otro lado, para comprender esa angustia que traigo a colación en “Vidas Secas”, deseo exponer algunos antecedentes históricos que tengo en mente. El sistema político y religioso de la Grecia Clásica, cuya doctrina estaba basada en las prácticas de sacrificio, determinaba la vida de las personas a partir de las ofrendas a los dioses. Entonces la alimentación con carne coincidía con este tipo de ofrenda: cuando un animal doméstico era sacrificado, sus partes más carnudas eran reservadas a los hombres, las cuales necesitaban para su supervivencia. Las partes etéreas, como los olores, eran reservadas a los dioses. Esa división está obviamente constituida sobre una clasificación alimenticia para los hombres y otra exclusiva para los dioses. Muchos desconocen que los hombres reciben las carnes que se pudrían (por ser mortales), mientras los dioses tienen la prerrogativa de los perfumes, sustancias tenidas como incorruptibles.
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¡Cosa fascinante! Tal división es una de las primeras definiciones de la condición humana. También trae en sí misma una relación directa con los animales que representan mayores semejanzas con los humanos que los dioses. Ambos —hombres y animales— se necesitan alimentar para vivir y sufren en común de hambre, como un signo irrefutable de la muerte. Hombres y dioses están separados al punto de necesitar de rituales para aproximarse otra vez. Ambos comparten una “familiaridad” tal que, a veces, se vuelve difícil establecer una distinción clara entre ellos, principalmente, cuando se trata de sentir hambre. La condición humana, impuesta por los preámbulos y los fragores de la necesidad, implica una animalidad que deberá, en un proceso de “humanización”, ser superada por la civilidad.

Por tanto, el hambre que agobia a Fabiano y su familia, asociada a una situación de explotación, hace que él pierda su humanidad. La escasez del lenguaje y el imperativo de la necesidad, lanzan al vaquero en una situación de pérdida de su humanidad  y, aun más, de afirmación preferencial de su animalidad. Con eso, el sacrificio de la perra “Ballena” representa más su pertenencia al ámbito de la animalidad que de la humanidad.

Sin otra alternativa para alimentar la familia, Ballena tiene que ser sacrificada. Con todo, la relación afectiva que une a la familia a la pequeña perra, los arroja a una especie de antropofagia, en la cual la humanidad de ellos mismo es la devorada.

La preocupación por diferenciarse de los animales atormenta, continuamente, los pensamientos de Fabiano. Por ejemplo, en el primer capítulo, Trasteo manifiesta:

—Fabiano, usted es un hombre.

Entretanto, su condición de expropiado hace que él, inmerso en sus devaneos, dude de su humanidad:

“Y, pensándolo bien, él no era hombre: era apenas una cabra ocupada en guardar cosas de los otros. Rojo, quemado, tenía los ojos azules, la barba y los pelos rojos, pero como vivía en tierra ajena, cuidaba de animales ajenos, se descubría, se disminuía en la presencia de los blancos y se juzgaba cabra”.

Alejado de una definición de humanidad que incluye el color de piel, la posesión de propiedad, el ocio y la libertad, Fabiano queda definido por el trabajo —ser cabra— y esto una vez más lo lanza hacia la animalidad, pues, según la concepción perceptible en su reflexión, la humanidad está ligada a la posibilidad de no trabajar. Pero solamente a los blancos es dada esa prerrogativa, de ser libres y de no trabajar y, por consiguiente, tener derecho a la posesión de la tierra. “¡Trabajar como negro y nunca lograr libertad!”, reclama Fabiano. Sin posibilidad  de descanso y de mejorar su condición, él opta por afirmarse bicho:

Miró entorno, con recelo de que, además de los niños, alguien hubiese percibido la frase imprudente. La corrigió, murmurando: –Usted es un bicho Fabiano. Esto para él era motivo de orgullo. “Sí señor, un bicho, capaz de vencer dificultades”. “Llegó en aquella situación tremenda– y allí estaba, fuerte, hasta gordo, fumando su cigarrillo de paja”. “–Un bicho, Fabiano.”

Aceptar su animalidad hace que él la afirme positivamente. Fabiano rescata, como aspecto positivo de los bichos, la fuerza y una capacidad de adaptación a las situaciones más adversas. Tomada afirmativamente, esta aceptación de la animalidad lo contamina, contamina su cuerpo, corrompe también el habla del narrador.
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Así, en diversos momentos, vemos partes del cuerpo del vaquero adquiriendo contornos de animal: pies como casco y rostro como hocico. Fabiano termina absorbido por los objetos de sus cuidados: el ganado del patrón y la perra.  De manera que la situación de miseria y el hambre inenarrable, alteran su condición humana y lo aproximan más y más a lo animal. Expoliados más una vez, sin techo, al perder su casa, expuestos al tiempo, Fabiano y su familia sufrirán más una “metamorfosis”, serán como cobayos. Misia Vitória rehúsa este destino animal: “No volverían nunca más, resistirían a la nostalgia que ataca los campesinos en la selva. ¿Entonces eran bueyes para morir tristes por falta de espinos? Se iban a fijarse muy lejos, adoptarían costumbres diferentes.”

En el proyecto de Misia Vitória, buscan la ciudad que les pueda ofrecer la condición de “civilidad” necesaria para distinguirlos de los animales: trabajo remunerado, escuela para la crianza y la educación, una casa con balcón, y quién sabe, la tan soñada cama… Pero Fabiano no ve alternativa, su expectativa anula la posibilidad de otra condición, él se ve condenado al mismo destino de la perra Ballena: “Ellos dos viejitos, acabándose como unos perros, inútiles, acabándose como Ballena. ¿Que harían? Se demoraron temerosos. Llegarían a una tierra desconocida y civilizada, quedarían atrapados presos en ella”.

En este último párrafo de la novela, Graciliano Ramos desparticulariza la situación de Fabiano y su familia, y la amplía a todos aquellos expulsados por la sequía y por la explotación del sertón, que en su escritura se vuelven seres cuya humanidad se manifiesta por la fuerza y la rudeza, atributos tradicionalmente de los animales: “Y el sertón continuaría a mandar gente para allá. El sertón mandaría a la ciudad,  hombres fuertes, brutos, como Fabiano, misia Vitória y los dos niños”.
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*Cándida Ferreira es Brasileña.  Doctora en Estudios Literarios por UFMG/Belo Horizonte, Minas Gerais, Brasil (1999). Diplomada en Estudios Postdoctorales (CIPOST – FaCES – UCV, 2003). Profesora de literatura portuguesa y de Teoría Literaria. En 2002 publicó su tesis de doctorado titulada “Tornar-se outro: o topos caníbal na Literatura Brasileira” (Annablume, Brasil). Fue Directora del Instituto Cultural Brasil-Venezuela, en Caracas. Investigadora invitada del Programa Cultura, Comunicación y Transformaciones Sociales de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales en la Universidad Central de Venezuela. Del 2005 al 2008, fue investigadora asociada del Centro de Estudios Multidisciplinares en Cultura (CULT/UFBA) en la ciudad del Salvador. Por ese tiempo, desarrolló una exhaustiva investigación sobre el conflicto étnico-racial en la literatura latinoamericana y en 2008 ganó un premio importante en la categoría “Ensayo de Tema Histórico Social”, promovido por la Casa de las Américas, con el libro “Leyendo en colores: Lecturas racializadas de literatura hispanoamericana”. Actualmente, en la Universidad de los Andes desarrolla el proyecto Encajes estéticos, étnicos y éticos: Teorías, críticas y metodologías para el estudio comparado entre artes y literaturas Negras.

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