Literatura Cronopio

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Alcohólico

EL ALCOHÓLICO BIPOLAR

Por Carles Brunet*

Capítulo 1

Ronda la Fontblava núm. 9

GIRONA

Mayo de 2001

Doy principio a la historia de una etapa de mi vida de alcohólico y de los continuos esfuerzos por mi ansiada recuperación y lo que ocurrió con el vecino aquel que había estado un tiempo fuera y que había regresado de aquel modo, totalmente cambiado, y que causaba una impresión repulsiva, parecía que lo hubieran torturado y su rostro denotaba una expresión de odio, de sed de venganza.

—¡Hola Miguel! —le dijo mi padre al cruzarse con él—. Miguel no contestó, pero escupió al suelo cerca de mi padre despreciativamente. Miguel estaba delgado y demacrado, los ojos los tenía hundidos y la mirada desviada, había regresado de un modo extraño, como si hubiese estado en el mismísimo infierno y ahora deseara vengarse.

Miguel, que era nuestro vecino, era un hombre joven, debía contar con cuarenta y dos años. Era bajito pero estaba bien constituido, llevaba afeitada siempre la cabeza y era una persona poco sociable. Era un individuo muy particular. Vivía en el piso que estaba debajo del nuestro en compañía de su perra Estrella, un ejemplar de Rotweiler que él mismo había amaestrado. Aparte de estar con su perra, Miguel vivía solo. Su padre había sido un borracho que tenía atemorizada a su familia y todos reflejaban una palidez que hacía denotar su sufrimiento, hasta que un día, al salir de un bar llamado «La estancia» que estaba en la carretera, cuando pasaba por una encrucijada lo embistió un coche y lo mató. Luego con el tiempo, su mujer se juntó con otro hombre al que trajo a su casa con un hijo ya mozo, y como Miguel les hacía escenas y había problemas, su madre se fue a vivir a una casa en Taialá con aquel hombre y las hermanas de Miguel, dejándole el piso a él. Hacía ya años que Miguel vivía en aquel piso, desde que vivía mi abuela Consuelo. Solía subir a nuestra casa a arreglar algún grifo estropeado o el calentador y luego se quedaba a comer. Mi abuela también le dejaba dinero en algunas ocasiones. Miguel vivía en el segundo primera, nosotros en el tercero primera. Cuando murió mi abuela Consuelo mi tío Tomás se quedó solo aunque más adelante iría a vivir con él mi padre al separarse de mi madre.

Mi tío Tomás era sordo de una oreja y sufría una leve esquizofrenia a causa de una meningitis que sufrió durante la postguerra. Estaba escribiendo un libro sobre su traumática vida y de poemas dedicados a la naturaleza. Era un hombre muy tranquilo aparte de cuando se sentía contrariado, entonces se encolerizaba y destapaba su genio. A menudo nos decía que él estaba entregado a las estrellas y que era un hombre celestial, él era Germinal, el escritor de las estrellas.

Mi padre era un hombre estupendo, la vida lo había castigado bastante dándole algunos palos, como el tener que separarse de mi madre después de veinticinco años de sufrido matrimonio. Era un hombre delgado que sufría de los nervios, pero era inteligente y duro en sus decisiones. Tenía un carácter introvertido y no tenía vicios. Había trabajado mucho toda su vida, era un hombre muy responsable y concienzudo. Aquel día quedó chasqueado cuando Miguel escupió al suelo denotando menosprecio. Mi padre, pobrecito, todavía no se imaginaba que aquello era tan solo el comienzo de todo lo que ocurriría a lo largo de esos horribles cuatro años en que el miedo y la desesperación se instalarían permanentemente en nuestras vidas.

En aquella época, yo vivía en una pequeña pensión del pueblo de Banyoles donde pasaba por una etapa dura de mi alcoholismo. Me levantaba con grandes resacas y me alimentaba de cervezas durante el día. Tenía muy mal aspecto y sufría los problemas que mi alcoholismo me creaba. Yo siempre había contado con grandes amigos, de los de verdad, amigos como Jordi Bosch que me visitaban en la pensión y que me traían comida al tiempo que me animaban y me hablaban de aquel ser maravilloso que era yo en realidad por dentro. Yo tan solo era un cantautor frustrado cargado de fracasos en la vida a causa de mi adicción al alcohol. Había perdido muchas cosas, buenas ocasiones, bellas personas, personas buenas que se apartaban de mi lado y que se alejaban de mi algunas para siempre. Tenía comunicación con mi padre al que telefoneaba cuando me encontraba en las últimas. Él ya vivía en Girona con el tío Tomás. Ahora ya estaba jubilado y tenía como afición comprar y vender antigüedades y era feliz, pero pronto llegarían las amenazas de aquel loco que le había respondido con un escupitajo, Miguel.

Capítulo 2

Calle Mossèn Colom núm. 2

BANYOLES

Pensión, Mayo de 2001

Yo había estado un tiempo en la montaña con gente, pero la convivencia no había sido favorable y ahora me encontraba en la pensión. Fue entonces cuando me llegó la carta de aquella chica que habría de cambiar completamente el rumbo de mi vida, la carta de aquella chica que se escribía con Jordi y a quien yo no conocía, aquella carta de una amiga de Madrid que se llamaba María Jesús. Me la entregó Jordi en una de sus visitas.

—Te ha escrito una chica —me dijo.

—¿Cómo dices?, ¿Que me ha escrito una chica? —le pregunté sorprendido—. ¿Quién es?

—Es una amiga de Madrid, la conocí cuando estuve haciendo el cursillo para poder ir a Guatemala.

Jordi era un chico muy entregado a la cuestión religiosa y se escribía con mucha gente. Era maestro de profesión, pero dedicaba mucho tiempo a ayudar a gente que él conocía y que pasaban por una situación de precariedad con problemas personales. Personas con el sida, o que no disponían de las cosas más básicas. Ahora había vuelto de una misión en Guatemala, donde permaneció tres largos años trabajando de maestro en una pequeña escuela, en un lugar con mucha pobreza. Durante esos tres años yo recibí mucha correspondencia de Jordi. Me contaba con detalle cómo era el día a día con los indígenas, todos los problemas que allí tenían y cómo se sentía él, que estaba del todo implicado en aquella misión humanitaria. Ahora había regresado y me ayudaba a mí, me amaba y le gustaba estar a mi lado. Hablábamos sinceramente, profundamente, con el corazón. Jordi era muy inteligente y bondadoso.

—Si te vieras como yo te veo —me decía—. Tienes mucha luz en tu interior.

Jordi me llamaba hermano. Decía que me comprendía.

—Este no eres tú verdaderamente. Haces el papel de borracho, pero tienes mucha luz. Te tienes que cuidar Carles, vales mucho.

Sí, el me dio aquella carta.

—Pero no te hagas ilusiones, tiene novio —me dijo Jordi.

Yo seguía extrañado, aquello era un nuevo incentivo. A la mañana siguiente y a pesar de tener resaca, respondí a aquella carta.

Querida María Jesús:

Tu carta llega en buen momento. Me hablas de los sueños y pienso en su peligro, el fracaso ha formado buena parte de mi vida y mis sueños se han ido quedando por el camino, pero soy un alma de amor. Continuamente lucho contra el miedo… Mi fe es lo único que tengo. Muchas gracias por tu carta.

Carles «un Sol».

Yo no podía imaginar lo que vendría a continuación, todos los cambios que se producirían en mi vida, aquel fenómeno tan maravilloso que se acercaba y aquel terrible sufrimiento que también nos esperaba en Girona, con Miguel.

Capítulo 3

Ronda la Fontblava núm. 9

GIRONA

Mayo de 2001

—Es que tengo un problema —me dijo mi padre por teléfono—. Pero de momento no quiero decirte de que se trata.

—¿Qué ocurre papá? Me lo puedes decir con confianza.

—Pues mira hijo, ¿sabes de nuestro vecino Miguel? Pues ha estado un tiempo fuera y ha vuelto muy mal, como si alguien le hubiera causado un gran daño. Pues bien, ahora hace un par de días subió a nuestro piso y nos dio una patada en la puerta.

—¿Qué me dices?

—Pues mira, ya lo ves—. El tono de mi padre denotaba una clara inquietud.

—¿No me digas? ¿Me lo estás diciendo de verdad?

—Si hijo, de verdad que no te miento.

—¿Quieres que venga papá?

—No hijo, de momento espérate, ya te avisaré si vuelve a hacerlo.

—De acuerdo papá, si vuelve a hacerlo me avisas.

A los pocos días, Miguel volvió a subir a nuestro piso y volvió a dar una patada a la puerta, y tres días después toco el timbre de casa. Mi padre le abrió.

—¿Qué pasa Miguel? —le preguntó papá.

—Que no quiero oír ruiditos a partir de las diez. Quiero paz.

A la mañana siguiente, mi padre y mi tío fueron a comprar unos tacos de goma para ponerlos en las patas de las sillas para que no hicieran ruido al moverlas. También escribieron en unas cartulinas «Cuidado con las sillas» y las pusieron una sobre la mesa del comedor y otra sobre la mesa de la cocina. Cuando los fui a visitar me encontré con aquellas cartulinas que advertían de no hacer ruido. Estaban quietos, en silencio; sí, estaban preocupados.

—¿Pero esto que es?, no me digas que habéis de vivir con estos letreros todo el día, solo faltaría que ahora hubiéramos de vivir así, vosotros habéis de hacer vida normal, pero qué se ha creído este tío. Mira, ¿sabes qué papá? Dame estas cartulinas que las romperemos. Dame la de la cocina, ahora sólo faltaría que no pudieseis vivir tranquilos en casa. De ruidos todo el mundo hace, es una cosa normal.

Cogí aquellas cartulinas y las rompí.

—¿Lo ves papá?, ya no hay carteles, si vuelve a subir Miguel, ya veremos qué pasa.

Yo tampoco sabía que aquello era solo el comienzo, pasarían muchas cosas graves, cosas que nos encogerían el corazón a todos.

Capítulo 4

BANYOLES

Junio de 2001

Me llegó otra carta y después otra, cartas hermosas de aquella chica que se llamaba María Jesús. Ella era una persona sana que trabajaba en un ambulatorio. Había cursado los estudios de Asistente Social, de hecho ella era todo lo contrario que yo, que vivía el problema del alcoholismo. Estuve todo el mes de junio sin responder aquellas cartas.

Carles:

Firmas tu carta como un Sol y el Sol es una de mis pasiones. Me hablas del fracaso y este forma parte de mí. Me hablas del miedo y este me persigue. Me hablas del peligro de los sueños, y tienes a una soñadora escribiéndote. Para ser tu primera carta he descubierto un montón de cosas en común. Mil gracias. Me ha encantado. Sin duda tienes una bella alma. Confío en ti, porque no tengo motivos para desconfiar, porque eres amigo de Jordi, porque me has hablado con el corazón. Cada vez que quieras, escríbeme, sin miedos. Estas letras, escritas con alegría que ahora, esta preciosa noche, me invade gracias al latido de tu corazón y saber que tienen su destino, tú. De repente entra la luz y todo se ilumina. Deseo que entre mucha luz en ti. Comprendo tu dolor. ¿Quién no ha sido presa de él? ¿Conoces a alguien que no tenga ninguna dependencia? Yo tengo mil apegos a personas y cosas. Sin duda te comprendo. Carles, yo no te conozco, pero creo más bien que eres un ser sensible. Admiro tu claridad. Gracias. Mientras tú duermes, yo de noche te pienso, con tu carta a mi lado. Un besazo.

María Jesús

Me sentía mal, así es que empecé a escribirle una carta en la que le hacía saber que mientras la gente hacía cola en un semáforo o corrían para llegar temprano al trabajo, yo me dedicaba al tiempo libre. Sentado en aquel lugar cerca del campo de fútbol donde no había nadie, me dedicaba a girar un escarabajo que había quedado patas arriba y que luchaba por ponerse bien, facilitando así el proseguir de la vida. Claro, pensaba yo, están tan inmersos en sus quehaceres sociales que no tienen tiempo para darse cuenta de estos pequeños detalles de la existencia. En cambio yo estaba allí, perdiendo el tiempo, pero me daba cuenta de muchos pequeños detalles que la vida nos ofrece, seres diminutos, pequeños seres en movimiento, pequeñas vidas que también estaban allí, luchando por su existencia.

Sí, yo estaba allí mientras la gente y la vida serían a un ritmo alocado con tal de recoger las muchas monedas que se necesitan para pagar todas las facturas que la vida en el sistema impone. Gente responsable.

De eso le hablaba en aquella carta a aquella chica que seguía escribiéndome a pesar de mi silencio. Pero, de repente, pasó una cosa inesperada. Una noche María Jesús llamó por teléfono a la pensión.

—Hola, ¿está Carles? —preguntó—. Soy María Jesús de Madrid.

La señora Paquita, que era la dueña, me llamó.

—¡Carles!. Te llaman por teléfono. Es una chica de Madrid.

—Gracias, Paquita.

Me puse al teléfono.

—¿Sí? ¿Hola? ¿Cómo estás? Soy María Jesús de Madrid.

Aquella noche, nuestra conversación duró más de una hora. A la mañana siguiente María Jesús volvió a llamar. Aquella noche nuestra conversación duro casi un par de horas. Me llamaba cada noche, y la señora Paquita se empezó a molestar, pues durante todo el tiempo que duraba la conversación ella se quedaba sin línea, pero María Jesús seguía llamando. La señora Paquita me comentó que aquella chica estaba enamorada de mí, pero yo no le daba importancia.

Pronto, en una de sus llamadas me hacía saber su deseo de venir a verme. Yo no sabía cómo ponerme y se lo dije a Jordi, pero él se mostró molesto, no le parecía nada bien que María Jesús viniera a verme. Ella, María Jesús, le había preguntado a la señora Paquita si tenía alguna habitación libre, pero la señora Paquita no tenía nada libre en aquel momento, además aquella no era una pensión adecuada para recibir a una chica tan bonita, aquella era una pensión de inmigrantes y trabajadores.

—Nada de pensiones ni de hoteles —dijo Jordi—, pero qué se ha creído esta chica.

Jordi se mostraba nervioso y malhumorado y yo no entendía nada. Jordi sabía que yo pasaba por un momento delicado y él conocía a María Jesús.

—Escucha Carles, tienes que ir con cuidado.

—Pero ¿Por qué —dije yo—, no pasa nada.

Mira Carles, ella es una mujer y tú un hombre, tienes que vigilar.

—Pero si tiene novio —insistí yo.

—Carles, puede venir a mi casa, pero no quiero que se lo digas, quiero que sea ella quien me lo pida.

—Me voy a conocer a Carles —le dijo María Jesús a su novio Toni. Este no sabía que cara poner. Se quedó allí, en aquella estación de Lleida. Aquel día era el aniversario de María Jesús y Toni le había comprado un ramo de rosas frescas. Ahora se quedaba en aquella estación, mientras veía cómo su novia se iba.

—Nos volvemos a encontrar en Alicante, un beso —le dijo ella.

María Jesús y Toni estaban de vacaciones, habían venido al norte a visitar el parque natural de Aigüestortes.

—Este chico me está amargando las vacaciones —me había dicho María Jesús dos días antes por teléfono.

—Voy a venir a verte, Carles.

María Jesús me llamó al mediodía.

—Carles, ¿Dónde estás? Llego a Girona sobre las cinco de la tarde, ven a buscarme.

—No puedo venir yo porque trabajo, María Jesús, pero vendrá Jordi a buscarte —le dije yo.

—No, yo quiero que seas tú quien venga a buscarme —insistió ella.

Me temo que no será posible, pero ya me gustaría, de todas formas vendrá Jordi a buscarte —dije yo para terminar.

La verdad es que aquel día yo no trabajaba, pero no estaba para conducir a causa de la bebida. Aquella tarde me la pasé sentado en la barra del bar, tomando cervezas a todo tren mientras esperaba la llegada de aquella misteriosa chica que pronto sería mi novia y que ahora me venía a conocer pasando por encima de todo.

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* Carles Brunet nació en Tossa de Mar, un hermoso pueblo de la Costa Brava, a la edad de seis años su familia se trasladó a vivir a Banyoles donde cursó sus estudios primarios, después trabajó de pastelero en la pastelería Figueres y más tarde en la pastelería can Boix donde obtuvo el grado de oficial de segunda. A los dieciseis años se inició en el mundo de la música y se hizo cantautor (El cantautor del lago), después de haber grabado dos maquetas «Somnis» y «M’assassina la vida»y el CD «Perill d’amor» en los estudios Music Land, abandonó el mundo de la música para dedicarse a la escritura publicando esta novela, editada por Punto Rojo libros, donde relata su terrible experiencia con el alcohol y las drogas. Esta la primera parte de “El alcohólico bipolar”.

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