PRIMER TERCERO
Por Sergio Marentes*
«Que ellos hagan malabares
para recordar su pasado,
Yo, invoco a los místicos,
para recordar mi futuro».
Al maestro Jorge Luis Borges (Si se oyen quejas en su tumba, quémenme).
Abrí la bandeja de entrada de mi correo electrónico con una zozobra virgen, como esperando ser conocedor de alguna revelación de inframundo. Como si fuera mi primer correo electrónico por leer, como si fuera a nacer.
Un solo mensaje sin leer. Nada importante.
En la carpeta de correo no deseado se anunciaba un par de mensajes sin leer. No tenía ánimo suficiente para detenerme a ver basura. Cerré el explorador con un fuerte clic. Me levanté a tomar un vaso de agua para refrescar la resequedad que dejan en mi garganta las correrías de la escritura, sobre todo esa, que había sido una de corrección inclemente, una jornada eterna pulimentando poemas infinitos. La zozobra no desapareció al terminar de beber el agua. Me dirigí a mi cuarto pensando descansar la mente un poco. Me deshice de los zapatos con un movimiento brusco, no supe en dónde cayeron. Me metí en la litera sin quitarme la ropa. Allí, bajo las sábanas, mi cuerpo parecía padecer de párkinson a la estructura de la cama. Lo sentí flotar sobre mi mente espesa, parecía en otra dimensión viéndola sobre mi lecho, inerte, sin entidad.
Tal vez es por haber estado leyendo a Pessoa en voz alta frente al espejo en la mañana y riñendo con mis versos toda la tarde, me dije.
Rápidamente me reproché tal pensamiento, insensato y primario. Así pues, luego de varios minutos de revolverme en la cama como si tuviera algún bicho camuflado entre sus hilos trenzados, lo decidí. Me levanté, tomé otro vaso de agua de manera abrupta y levanté la pantalla del computador, compañero de mis sueños literarios y servil baúl de mis tesoros.
Tenía un mensaje de una cuenta de correo llamada de manera exacta a la mía.
Extraño, me dije, no recuerdo haber creado otra cuenta con el mismo nombre. De hecho, es imposible, recapacité al final.
Tenía la fecha de envío cincuenta años después, año 2053, y la misma hora en que yo leía el mensaje.
Cualquiera le cambia la fecha a su computador y la hace parecer de otra época, pensé instintivo. Pero ¿Y la cuenta de correo? Me pregunté varias veces.
Sé que eres Sergio Marentes, aspirante a escritor, solo quiero saber una cosa con exactitud: ¿En qué año vives? Remitía: Sergio Marentes.
En lo que llevaba de conocer la tecnología, había conocido mensajes absurdos, como aquellas cadenas en las que te amenazan de morir, o de sufrir en extremo, de maneras fatales si no reenvías ciertos mensajes a determinada cantidad de tus amigos. Ahora, un mensaje en el que te pidiera decir en qué año vives, remitido por otro ser humano (o eso hacía parecer el correo), llamado como tú, era lo suficientemente extraño e inconexo como para prestarle atención. Eliminé el correo de la bandeja de entrada (ya lo había movido allí).
Volví a la cama más tranquilo pero, tan pronto cerré los ojos, tuve una visión alucinante: me encontraba frente a un espejo inmenso en que se reflejaba la edad de mi propia vida, la que yo quisiera ver. Era un espejo sin final, que había llegado de las selvas africanas, o algo así, a lo mejor fabricado por algún brujo autóctono negro como el carbón. Tampoco a la habitación, en donde estábamos el aparato y yo solos, se le veía final, tenía unas paredes grisáceas, macilentas que le agregaron a la escena un toque fantasmagórico. El espejo parecía estar hecho de un agua densa, algo así como un petróleo transparente. Yo había dicho en voz alta, pero temblorosa (como debía de ser para que surtiera efecto), que me reflejara anciano, de unos setenta años. Y ya aparecido en frente mío, como envuelto en un hollín tenue y traslúcido, apareció mi yo viejo. Se me asemejaba a lo que yo esperaba ser cuando fuera septuagenario, pero me veía mucho más joven de lo que imaginaba. La lectura debió ser, pensé. Callé frente a la imagen de mi otro yo, arrugado sin saber qué decir y viéndome ser lo que fue en alguna juventud lejana. La imagen en cambio no. Sonriendo, me dijo: ¡Que descortesía, por Dios! Aún espero la respuesta a mi mensaje. ¡No recuerdo haber sido así de inculto cuando joven!
Desperté conmocionado y con la viva sensación que el espejo se había quebrado en mil pedazos, exactos, a mis pies, dejando un suelo de agua endurecida. De un salto estaba de nuevo en píe preparado para ir a tomar alguna bebida que me desentumeciera la lengua. Pensé también en un trago, pero, ni me hubiera servido, ni lo hubiera encontrado porque soy mal bebedor y no acostumbro mantener licor en casa. En la cocina tomé, como un salvaje, un vaso de agua, esta vez sacada del congelador, aunque no hubiera notado tampoco la diferencia entre tomar agua y hielo. Al bajar el vaso y posarlo sobre la mesa, el bombillo lateral del computador que señala la conexión a la electricidad me indicó que debía seguirlo hasta allí, a su destino, la luz que veía a través del túnel de la realidad.
Oprimí de nuevo el botón de encendido y la máquina, como no lo hubiera deseado minutos atrás, encendió. Abrí el de nuevo correo, y me centré en buscar aquel mensaje que había desechado. En efecto, en la papelera se encontraba aquel mensaje. Lo devolví a la bandeja de entrada para responderle al remitente, o bien al del espejo, o bien a mí mismo.
Vivo en el año 2003. ¿Quién es? ¿Qué quiere? Respondí preguntando.
Soy Sergio Marentes, y vivo en el 2053. Fue la respuesta casi inmediata al correo.
No. No puede serlo, yo soy Sergio Marentes y el 2053 aun no llega.
Quise cerrar la pantalla del computador, pero el mensaje de respuesta llegó al instante.
Si deseas, y te atreves, te puedo responder algo que solamente tú sepas, algo que nadie sabrá jamás, agregó retador con su respuesta milenaria sobre los laberintos del otro, los mitos del secreto del propio yo.
Me sedujo la técnica de retar a alguien que, en teoría, se conoce bien (en este caso se recuerda bien). Me atrajo la idea de retarme a mí mismo, o mejor, de vencerme con pericia, algo así como jugar ajedrez solo. Ganar, pero perder.
¿Qué estoy escribiendo en este mes de este año y nadie lo sabe? Pregunté por fin.
Estás escribiendo una casi novela con altísimos tintes autobiográficos que no publicarás por miedo a la vergüenza de ser tildado de ermitaño y porque tiene un muy bajo nivel literario para tu gusto actual, y casi nulo para el futuro, ya lo verás.
¿Cómo se titula hasta ahora? Supe que con solo responder eso le daba la razón de lo malo de la novela, pero, ya le empezaba a creer.
Hasta ahora, llevas entre cincuenta y sesenta páginas, escritas a mano, a lápiz (con una caligrafía horripilante, vergonzosa para un futuro escritor, pero que vas a mejorar para que tus autógrafos queden algo presentables) y la tienes titulada como Pinche fetiche (por cierto, pésimo título).
No, eso no me sirve, porque cualquiera hubiera podido espiar mi computador y saber eso.
¿Quieres acaso que te diga lo que quieres escribir después de eso, o los proyectos que tienes en tu mente, nada más y nada menos que para el resto de tu vida literaria y que en ninguna parte están anotados por miedo al robo o a lo que insinúas? Al final de tu historia, el chico protagonista se revuelca en sus mismas miserias apretando su estómago con las manos para no dejarlo reventar del asco que siente por sí mismo.
El silencio que siguió no lo supe eludir. Caí en un pesado juego de refutaciones mentales. ¿Cómo era posible que alguien supiera mis pensamientos tan acertadamente? Y que, así como me lo dijo él mismo, en ninguna parte estaban escritos y nadie había oído hablar del proyecto que escribía y de cómo lo pensaba llevar a cabo. Si por algún caso un hacker hubiera interceptado mi contraseña yo me explicaría lo del contenido del archivo del que me hablaba, pero para el resto de la información no encontraba explicación informática. Todo era una nube blanca que crecía, que me confundía y me estrangulaba. El blanco enceguecedor de la nube me recordó al Saramago lúcido del Ensayo cuando apenas lo conocía.
No entiendo, explícame ¿Sergio? Atiné al fin a escribir.
Por supuesto, Sergio, tú estás soñando esto, y yo lo estoy recordando. Se nota que leíste a Borges sin comprender que él tenía el universo dentro. Ya llegará el tiempo de que tu instinto crezca un poco. Tú tampoco has leído «El otro» yo sí, y muchas veces, más de las que hayas leído cualquier cuento, cualquier texto. Tú escribirás un cuento parecido a ese, pero solo hasta cuando lo leas y recapacites con la compañía del maestro sentado en la banca de la que él habla en el relato. Yo ya lo escribí. Te recuerdo desde tus setenta años, ya soy Nobel y Cervantes. Sé que sueñas con ellos (ya que viene al tema), y que lo conseguirás. También sé que tienes grandes dudas frente al mismo Nobel y que lo quisieras rechazar para demostrarlo ante todo el planeta, pero, la humildad de recibir lo que te regalan y no rechazar un ofrecimiento llegará con los años, muchacho. Así como la buena literatura. Esa no se busca ni se encuentra en las grandes academias. La gran literatura está en tu corazón y, al dejarla salir en dosis medidas, tendrás la oportunidad de irla perfeccionando, así como un arquero perfecciona el recorrido de su saeta, pero siempre, con diferente flecha.
Wow, en verdad me sorprende leer tantas cosas que nunca le he dicho a nadie. Y la manera en que habla ¿O hablaré? ¿O hablo? Me encantaría poder decir lo que pienso de manera tan fluida y diestra. Lo de las flechas me encantó.
El wow, pensé, fue una gran vergüenza conmigo mismo. Ya tendré tiempo de consolarme, me dije.
Así será mejor que lo sigas haciendo Sergio. Guarda silencio. Los que te conocen saben que tienes una lengua indiscreta y sin rienda, pero conocerás las mieles del secreto algún día, no te preocupes. Exponer tus proyectos literarios solo cumple con dos funciones: si las personas a las que le confías tu propósito saben de literatura, te pueden reproducir y cuando tú te decidas a sacarlo a la luz, parecerá un serio plagio de otro o, peor aún, un burlesco remedo de ti mismo; y, en caso de que se lo confíes a alguien que no guste de la literatura, será peor. Será como botar a la basura el significado que tiene para ti y para las letras futuras que sueñas engrandecer. Además, no te afanes por ilustrar tus ideales, tu literatura es una literatura difícil, cargada y tardía, en esos primeros años de lucha contra tu mismo estilo, sufrirás pariendo cada relato, y ni qué decir de las novelas, que es lo que te será más difícil durante la primera década siendo escritor. De los poemas, no te puedo decir lo mismo. Tu poesía saldrá furiosa y con fuego del alma. La poesía (eso lo sabrás después de los cincuenta), que se hace con el corazón en la mano y sin pensar en estilos comerciales (que son el Satán de todas las literaturas), es la que más perdurará en la historia. La poesía meliflua y melcochuda, durará lo que dura el papel en el que fue escrita. Para escribir bien, lo único que necesitas es escribir bien.
Me siguió sorprendiendo eso de que «Para escribir bien, lo único que necesitas es escribir bien».
El mensaje continuaba:
Y siéntate, porque te escribo siendo Nobel y Cervantes como te decía, pero la vida se complica cuando cumples estos sueños, que perseguiste enfurecido para poder escribir como profesión. Vienen las entrevistas que siempre son infinitas, las mujeres (también infinitas) que quieren acabar con tu matrimonio porque te creen intelectual y buen amante tan solo por ser autor de libros. Por cierto, te casarás en unos años con la mujer más mujer que hubieses podido encontrar y ella te hará feliz hasta estos años (ella en estos momentos duerme, como un ángel. Pobre, nunca pudo domar a este viejo enfermo por las letras y sí en cambio, perdonarlo por traicionarla con unas letras de mentiras, todos los días de la vida).
¿Qué más me puedes decir de mi, o mejor dicho, de ti? Ya estaba desvanecido leyendo tanto de mí.
Te puedo decir que en estos momentos tu corazón tiene afanes de conquistar la literatura mundial y eso no le deja salir la verdadera literatura que lleva dentro, así que, calma, respira, que la vida es suficientemente larga para que pase de todo mientras te afanas.
Ah sí, eso ya lo sé, o bueno, más que saberlo, ya lo había pensado.
¿Ah sí? Pues me había olvidado ya de que conocía la sabiduría de la vida a tan temprana edad. Creo que este mensaje y esta conversación no debieron soñarse ni recordarse. Te ofrezco entonces excusas por mi olvido y descuido de viejo. ¿Cómo no lo recordé?
No, pero sí me interesa saber más, cuéntamelo. No me importa que te hayas olvidado, al fin y al cabo ¿De qué serviría recordarlo todo?
El mensaje que llegó enseguida me decía que la cuenta a la que le quería enviar este mensaje no existía.
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*Sergio Marentes reside en Bogotá D.C. Escritor y poeta. Colabora en medios electrónicos relacionados con las letras y la opinión en los que se ha distinguido por ser un autor autentico. Ha recibido galardones del público por cuento y poesía. También colabora en revistas internacionales de Chile, España y México. En 2011 publicó con Editorial Pelícano su poemario «Un bicho cayendo con épica agonía» Actualmente prepara uno nuevo en el que develará su rostro y alma patriótica. Ha trabajado como editor de contenidos, corrector de estilo y redactor en empresas publicitarias, de ingeniería y académicas. Actualmente se desempeña como editor primario del autor argentino Jorge Suárez. Twitter: @sergiomarentes
Me recuerdas este brevísimo cuento que escribí hace años. Se titutla: «La cita: Ella se aproximó lentamente hasta la puerta y tocó. Cumplía la cita puntual. Tembló cuando levantó la aldaba por segunda vez. Alguien le abrió. Era ella misma diez años atrás.»
Saludos, gracias por compartir. Hazle caso al viejo, tiene razón y te augura un gran futuro. Dicen que nos hacemos sabios cuando llegamos a viejos. Y el del cuento, es un viejo sabio.¿Sabías que hay ancianos que habitan en las mentes jóvenes? Si te parece bien, sigue compartiendo, gracias.
Primero Sergio, muchas gracias por hacerme partícipe de este relato, me siento muy halagada con ello, leerte para mí es un placer, en verdad.
¿Cómo dijo tu yo del 2003? ¡ah, claro! wow!!. Me gustó la narrativa, me entretuvo, en un momento pensé ¿y cómo será el desenlace?, esa conexión intertemporal, podía llevar a cualquier lado. Pero claro está: el futuro no debe entorpecer o inmiscuirse en el pasado porque el futuro cambiaría y creo que eso lo manejaste bien, es decir, tu yo del futuro si bien se contactó con tu yo del presente, pero para apoyarte, para reafirmar lo que ya sabías, es como «sigue así, con tus sueños, con tus deseos, será difícil pero no imposible». Es más a mi también me gustaría mandarle un mail a mi yo del pasado para decirle algo así o recibir alguna notita de mi yo del futuro 🙂
Debo confesar que en narrativas soy mala, no, corrijo: soy pésima. No reconozco tipos de narrativas o estilos o a que escritores se asemeja, yo leo, simplemente leo; y este relato me gustó. Ten claro que no te lo voy a plagiar jejeje.
Muchos cariños Sergio, y cualquier relato házmelo saber que te leeré encantada.
PS: Esa pequeña biografía me sorprendió, no sabía que participaras en tantos proyectos. Como siempre sé que Dios me escucha, así que también leerá mi decreto: Cumplirás tus sueños Sergio y yo te estaré festejando.
Saludos.