LA MODERNIDAD DE SADE
Por Eduardo Delgado*
«De hecho, Sade no fue recluido a perpetuidad
en Charenton como enfermo mental por
su ateísmo o su materialismo, sino por haber
escrito libros que demuestran la inanidad de la
filosofía de su época y su verborrea sobre el hombre y la naturaleza».
(Jean—Paul Margot)
A Jorge Gaitán Durán
Sucedió una tarde de agosto de 1996 en casa del filósofo Augusto Diaz. Hablaba él con esa ironía y ese humor tanto enciclopédico como banal. Tan interesante Fidel Castro como admirable Marilyn Monroe; igual un negro del barrio Aguablanca o Catherine Zeta–Jones; un libro, un reloj, una modelo, una melodía cubana: Augusto era ese hombre fenomenal que le gustaba discurrir sobre la infinita travesía de la palabra donde, en el transcurso dialogístico, podía acontecer cualquier sorprendente cruce de ideas de su imaginario mundo, siempre con una chispa de humor. Esa tarde hablamos sobre un tema que se repetiría infinitas veces. Todo empezó porqué le comenté de un relato erótico, de mi autoría, «La mano», el cual había animado una discusión de repudio y censura que enfrentaba, en el fondo, la doble moral, la hipocresía, de unos lectores envenenados por la religión cristiana. De pronto pronuncié la palabra mágica: Bataille.
—¡Ah! Su Histoire de l´aei, Ma mèr, Le bleu du ciel, —dijo Augusto con un tono cargado de entusiasmo inusitado. Su imperturbable rostro moreno, registró cierta emoción. En seguida, se puso de pie parsimonioso, como todo un gentleman y barrió, con su mirar, los estantes de libros. Subió a la segunda planta y de allá descendió, con una sonrisa de satisfacción, complacido de su búsqueda. Traía un tabaco cubano para brindarme y en sus manos los ocho volúmenes de las obras completas del señor Bataille, también Las 120 jornadas de Sodoma, del Marqués de Sade.
A partir de ese momento, mis silenciosas lecturas de años, las dudas, las convicciones, mis escritos encontraron un dialogante. Un eco a una pasión guardada. Antes, no me había sido posible con quien conversar sobre un tema tan oscuro y vedado en Colombia. Hablo de la literatura erótica que transgrede en el mejor sentido de ruptura. De la novela criminal–erótica que toca el Marqués de Sade en su agotamiento.
—¿Sabes por qué, mi querido Eduardo, Vargas Llosa no gusta de las novelas de Bataille, a pesar de que hizo un ensayo apoteósico sobre el también censurado Flaubert?
Una pausa, una sonrisa pícara achinando sus ojos sarcásticos. Y él mismo contestó:
—Por la sencilla razón de que es un conservador a ultranza. Un reaccionario legítimo muy difícilmente puede comulgar con esa connotación atávica que encierra Historia del ojo que tiene como centro el ojo, el huevo, los genitales del toro, el sol. Simone, su protagonista, transgrede toda norma de comportamiento sexual. Es un agente del placer. Es fruta del Mal, lo cual es contrario a los conceptos morales de Vargas Llosa, aunque esto no desmerita su calidad literaria. El erotismo en Madame Bovary es otra cosa…
Alrededor de la obra de Bataille, empezaron a girar otros escritores de su época: Blanchot, Klossowski, Bretón y de esta manera fuimos entrando en el canon clásico de la literatura erótica. Ni Oriente ni Occidente escaparon a esa lectura. Entre aquellas referencias estaban: Las amistades peligrosas de Choderlos de Laclos, o leíamos algunos poemas de don José de Espronceda, aquellos versos que dicen: «Quiero morir jodiendo por sorpresa/ y que me entierren con la picha tiesa». O el inolvidable Alfred de Musset, su Gamiani. Igual… El conde de Lautréamont, Los cantos de Maldoror. Ojeábamos el libro de Fotografía erótica, revistas, poemas… Entre tantos y tantos, el genio del Mal: el Marqués de Sade. Nietzsche, también estaba enfrascado en esa gran fauna de locura, creación y pensamiento filosófico, autor del cual, Agusto era especialista.
El discurso que venía animando mi trabajo había encontrado, en el tejido de la lectura, una voz distinta que confrontaba mi postura teórica sobre el erotismo en la modernidad. Diálogo que enriquecía una reflexión de por sí compleja. He dicho en alguna ocasión, que la novela criminal no tiene tradición en Colombia. Tampoco se ha teorizado el género erótico como fuente literaria, estos aspectos ligados a la falta de un público lector sin prejuicios, hacen que no exista producción literaria relacionada a este género. Y que un cuento sobre el tema sea visto sospechosamente y tratado con menosprecio por ser escandaloso.
La infausta noche del fallecimiento de Agusto, no pude asistir su casa para leer un relato que había terminado y del cual él conocía la anécdota. Su prematura muerte había truncado un diálogo sobre la muerte misma, encarnada por la fuerza del erotismo.
Pensé que seguiría solo en ese deambular entre libros que tocaban fundamentalmente a Sade y sus secuaces. Pero no fue así. Jean–Paul Margot me entregaría el texto Modernidad, crisis de la modernidad y posmodernidad. Entre los ocho ensayos del libro que animan la discusión sobre modernidad y posmodernidad, hay uno que lleva el título «La modernidad de Sade», y es al que me voy a referir, ya que concuerda con la permanencia del discurso sobre el Marqués de Sade.
No es extraño encontrar desinterés sobre la obra de Sade en Colombia. Las pocas lecturas de sus novelas obedecen a esporádicos acontecimientos universitarios. Se podría afirmar que la literatura erótica que trasciende la inmediatez romántica, para, a través de la ficción y de un lenguaje duro, rompa con los hábitos corrientes de un país que tiene una doble moral, marcada, además, por la influencia de la religión cristiana, difícilmente acepta una propuesta tan discutida en el mundo de las letras.
En verdad no ha sido fácil que el Marqués de Sade y su obra se instalen como un fundamento revolucionario en un mundo estrecho. La correspondencia de Sade a su obra está ligada al crimen, como la orgía que trasciende todas las variantes de aberraciones posibles. Las 120 jornadas… llevan al agotamiento, al límite el lenguaje donde está implícito lo macabro de la acción erótica. Sus terribles personajes, pueblan de horror y asco toda la podredumbre que encierra la naturaleza en el ser social. El lector desprevenido puede caer en ese vacío de repugnancia que implica el crimen en su forma más depravada y, de ahí, solo hay un paso para que ese lector se pierda por una mala interpretación.
J.P. Margot rompe con el hielo del prejuicio, también con el concepto atrasado de censura. Con una escritura agradable, penetra en el corazón de Sade y en la arquitectura de su obra con una reflexión fresca y, en ese sentido, el texto «La modernidad de Sade» logra desentrañar, del historial bibliográfico, ese gran abismo que media entre la historia y el hombre contemporáneo: la revolución, la Bastille, Sade. Es que la vida y la obra de Sade van ligadas a esos acontecimientos, incluso, como dice Bataille, «el sentido de la revolución no está dado en la obra». Sade es, sin lugar a dudas, un hijo del reflejo del mundo en el que le tocó vivir. Su obra enmarca un período de terror y crimen que obedece a su historia. El abuso del poder está dado en la clase social que él mismo representa en la vida social y en la obra misma. Otra cosa distinta es que el Marqués de Sade sea el chivo expiatorio de la época en que le tocó vivir.
A Sade lo salva y lo entierra en vida el hecho de que haya escrito una obra monumental donde el erotismo llevado al crimen, engendró su propia muerte.
El reconocimiento del genio de Sade, del valor significativo y la riqueza literaria de su obra es tardío. Los escritores Pierre Klossowski, Georges Bataille y Maurice Blanchot lo han resaltado con una agudeza crítica, eco que día a día ha ganado más espacio, imponiéndose de manera certera en la justa medida que se merece. De ahí la importancia del diálogo sobre «La modernidad en Sade», que mide con justicia, el canon por antonomasia de la literatura erótica, y que ilustra el periodo macabro de Sade en prisión. La invitación a leer a Sade tiene que ver con la dificultad que tiene el lector de verbalizar ese discurso que choca con la moral reinante. La postura filosófica de J.P Margot es de ruptura frente a ese estigma y abre la puerta más allá de la aparente lectura. Su ilustración, penetra el discurso referencial para llevarnos a lo esencial de la obra: La muerte y la vida en manos del poder. También el lenguaje llevado al agotamiento en la creación literaria. En las primeras líneas, realiza un bosquejo biográfico desde el momento mismo de la toma de la Bastille, uno de los acontecimientos más simbólicos, si se quiere de la revolución, que marca una postura frente al Estado y el poder. Ese día Sade es sacado de su encierro, el 14 de julio de 1789 y, el primer horror de su libertad, es la pérdida de su manuscrito Las 120 jornadas… Del cual nunca supo nada.
Sobre la vida de encierro, J.P. Margot la define así: «Quien fuera detenido en 1801 por la policía del consulado no es opositor político al nuevo déspota, ni el mártir de la libertad amordazada por dos reyes, una república y un imperio». ¿Quién es ese personaje tan temido y odiado? ¿Cuál es la causa fundamentalmente de su encierro? El personaje es Sade, autor de Justine y de Juliette. Y la causa es «La libertad es la libertad de decirlo todo», dice J.P Margot y de esta manera nos va ilustrando, el anecdotario crítico, la vida de Sade recluido en la cárcel, donde pese a sus ideas políticas, que tiene como esencia inalterable de represión de todos los tiranos de turno. «Sade sería Sade, el héroe ejemplar de un conflicto eterno entre libertad y poder».
Llevaba Sade en el momento de su liberación diez años encarcelado, «uno de los hombres más rebeldes y más iracundos que jamás hayan hablado de rebelión y de rabia; un hombre, en una palabra, monstruoso, al que poseía la pasión de una libertad imposible», dice J. Bataille.
Las penurias vividas por Sade en Vincennes, la Bastille y la estadía en Charenton como enfermo mental, son observadas en el texto con óptica sucinta, plegada de análisis a la vida, a la obra literaria y filosófica del autor de Juliette, rescatando toda su memoria creativa que ha sobrevivido a todas las bajezas de las que es posible el hombre. Porque, como dice J.P. Margot, «atentan contra los fundamentos mismos del Estado burgués». Y más adelante dice: «Sade reaparece a mitad del siglo XX como el transgresor, el individuo aberrante» que une el tema de la transgresión con el tema de la escritura, con lo que hace ver, en el acontecer de la escritura moderna, una ruptura con las luces, pero también el precario equilibrio de la modernidad, y Sade emerge de las luces como un genio que exploró el Mal al límite. ¿Qué quiere decir? Que sus novelas son historias de un mundo corrupto que registran el abuso del poder en manos de unos nobles tiranos. ¿Quién es sino el duque de Blangis? Para hablar solo de uno de los cuatro personajes criminales centrales de las 120 jornadas… y Sade informa «Con un espíritu muy negro y perverso, le había dado el alma más vil y más dura», y más adelante dice: «Había nacido falso, duro, imperioso, cobarde». Los personajes de Sade son seres bárbaros y pusilánimes. Son prototipos despreciables como lo es el traicionero Yago, en Otelo; o el avaro Grandet de Balzac. ¿Por qué, entonces aterrarnos y llenarnos de horror, con las historias de Sade? Toda la gran literatura desentraña de lo más hondo lo que guarda la naturaleza del hombre. Seres corruptos, hampones de todas las calañas caminan a nuestro lado sin que nos demos cuenta. Unos, detentan el poder político. Otros, las organizaciones criminales.
J.P Margot logra mostrar una faceta de ese genio, que llevó al agotamiento el erotismo en la acción criminal y que es un referente de la modernidad con el abuso del poder a cuestas. También, abre la puerta a una lectura y a una discusión, que hacía mucha falta en Colombia, ya que la escritura requiere de esa fuerza imaginaria donde lenguaje y poesía se complementan en una fábula.
En esta parte, vale hacer la referencia y un homenaje póstumo a Jorge Gaitán Durán, por haber tenido la osadía de escribir, por allá en el año de 1960, un libro sobre Sade. Obra valiosa por ser aquella una época de oscurantismo, y en donde el creador de la revista Mito manifestó: «cada ser siente o vislumbra en ciertos instantes de sigilo trémulos que el erotismo introduce en la vida un elemento de placer y de fiesta, pero también de desorden y destrucción».
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* Eduardo Delgado Nació en Pasto (Nariño, Colombia). Reside en Cali desde hace treinta y ocho años. Cofundador de Cali–Teatro, del grupo el Zair y de la revista Metáfora, ganadora del premio Colcultura, de la cual es jefe de redacción. Sus ensayos de autores vallecaucanos, sobre el cuento norteamericano, latinoamericano, y la novela negra, han sido publicados en suplementos literarios y en revistas. Hace parte de la antología Cuento colombiano al borde del siglo XX1, Veinte asedios al amor y a la muerte, Ministerio de Cultura, 1998; de la antología Cuentos sin Cuenta, Universidad del Valle, 2003; y de la antología bilingüe (Colombo–francesa) Calí–grafías, La ciudad literaria, Programa Editorial Universidad del Valle y Revista Vericuetos, de Francia, 2008. Antología El hombre y la maquina, 20 años. Universidad Autónoma de Occidente, 2008. Ha publicado el libro de cuentos Como tinta de sangre en el paladar, Minotauro Editores, 1999. La novela Por los senderos del sur, Programa editorial Universidad del Valle, 2004. El libro de ensayos La geometría del crimen, Minotauro Editores, 2007.