Literatura Cronopio

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Miercoles

MIÉRCOLES, OCTUBRE

Por Mateo Ramón García Pérez*

9:18 a.m.

Tomo café negro, agua tibia.

Llegué a casa, si se le puede llamar casa. Llegué a estos muros que me guardan de vez en cuando.

Sólo dormí un par de horas, mejor hubiera sido ayunar de sueño.

Ayer era tarde y ya no podía regresar a casa. Ella me dio alojamiento y unas miradas, me prestó un sillón que mide la mitad de mi estatura y una cobija sucia, usé ambas cosas sin deseo. Finalmente caí rendido a eso de las 5 de la mañana para despertar dos horas después. Ella está muerta en su cama, su perro echado a su lado lamiendo su mano ya fría me observa con una mirada tristona con la que me pregunta qué le pasa, yo le regreso la mirada que si bien no es tristona sí es también la de un perro. No puedo hacer nada por ella. Debió haber hecho ruido y no me quise mover, o fue una muerte discreta, de todos modos no había opción. No puedo hacer nada por ella. Dejo al perro solo, también morirá, en una semana como máximo. Salgo de su casa sin saber si tenía algo de dinero que me pudiera ‘prestar’, o comida o medicinas, no quiero nada. No pude hacer nada más.

Primero las calles están vacías, un perro ladrando desde una azotea. Que se joda. Con mi andar lento voy regresando otra vez, más cuerpos, movimiento, llantas, caucho, rostros con piernas apresuradas y zapatos negros. No pude hacer nada por ella. Ahí llega mi ruta, levanto la mano y se detiene. Me subo sin saludar, pago y el chofer me mira de arriba abajo y después de abajo hacia arriba, termina en mis ojos, nos miramos ariscos, me tiene miedo, no, yo le tengo miedo, pero lo olvido inmediatamente.

A mi costado está sentado Pablo, 50 años de edad, habla por teléfono con su novia Irma, 24 años menor que él, ella está despertando con otro sujeto entre sus piernas, pero Pablo no lo sabe, y mientras el que está entre las piernas de Irma bosteza cansado por una noche agitada, Pablo le habla de amor y de añoranza creyendo sus palabras. Otras tantas historias por igual van en la misma ruta, más absurdas, no valen la pena. Todos el mismo rostro. Ella no. Debí haber hecho algo por ella, o por su perro. Sí lo hice.

Todos apestan y con su silencio lo quieren disimular. Igual pagan el pasaje y tienen derecho a apestar. Desde ayer no he comido, un café a medio día, una cerveza por la noche otro café con ron y cigarrillos. Muchos cigarrillos. Yo también apesto, así que como ellos guardo silencio y disimulo.

Silencio. Bullicio al que le pierdo el interés. Minutos, muchos minutos.

Debería de bajar en la siguiente parada. Bajan. Ella está muerta, su perro está echado a un lado del cadáver y yo no sentí nada, sólo pensé en que no había dormido bien y que quería un café caliente.

Hay mucha luz, frío, no sé dónde dejé mi chaqueta, no sé si alguna vez he tenido chaqueta, recuerdo que tenía porque no siempre he sentido frío. Tal vez es que no hacía. Ya no importa. Ella…

La mañana está borrosa en mis ojos, ojos arenosos, ojos rojos, cansados. Aún tengo que caminar hacia mi casa, visualizo el trayecto tantas veces ya repetido. Hay una bruma, debería ser niebla, yo sería feliz entonces y aparecería a la vera de un bosque de coníferas al norte de alguna parte, muy al norte, húmedo por el sereno. Pero no es niebla, únicamente es polvo. Hace años que construyen un paso a desnivel. Ella está en otro nivel ahora, tomó un puente para no regresar, y su perro…

No supe en qué momento comencé a andar, es desagradable el modo automático en el que puedo sobrevivir.

Saco mi grabadora portátil SANYO, más tarde querré escucharme.

REC

Todos están sucios, es como un uniforme, pero individual, lo que hace al uniforme es la mugre tan igual y la piel tan tostada hasta por debajo de los trapos, los ojos oscuros, el bigote y la misma sonrisa esperanzadora sin fundamento, pero inconsciente del «sin fundamento». Inconscientes.

STOP

Ella no sonreía, como que ya sabía a qué había ido, tal vez todos lo saben cuando me ven, tampoco sonreía su perro, pero los perros no sonríen, sólo son felices o tristes, mueven el rabo. Sigo caminando, Fernando, Ingeniero Civil, 33 años, lee una página de periódico que encontró tirada en la basura, «El Vigía»: tantos accidentes, tantos asaltos, le cortaron las manos, fue decapitado por el tren, tantos asesinatos… Ella no aparecerá ahí, tal vez sí. Fernando siente mi mirada sobre él, de reojo me observa, apenado y discretamente tira la hoja del periódico al suelo y cruza los brazos, me detengo frente a él y miro la hoja en el suelo, pienso en levantarla y dársela, pero no lo hago, lo miro a él, él me mira molesto, como si lo hubiera ofendido. Imbécil. Sigo mi camino.

REC

Huele menos a gente, al menos eso es grato, pero hay tanto ruido, tantas máquinas.

STOP

Observo hacia lo alto del puente en construcción, un hombre panzón con una camisa con propaganda de un partido político y gorra de COMEX me mira pasar, no hace nada, en silencio, tal vez piense en dejarse caer y quedar incapacitado por unos meses. O muerto.

REC

Alguien debe decirle a esta gente tan alegre que no tiene esperanza, que deje de sonreír… Ella ya no sonríe, nunca lo hacía, y ahora menos.

STOP

Debo de tener muy mal aspecto, los trabajadores me miran y estoy casi seguro de que si tuvieran, de todo corazón me darían una moneda.

Sólo recuerdo que tengo ojeras muy marcadas y ojos rojos llenos de arena.

REC

Estoy cansado. Debería llegar a casa y dormir al menos durante un par de meses, pero necesito un poco de café. No dormiré. Ella duerme, duerme ya por siempre.

STOP

Camino entre ellos como si no estuvieran, no debería estar por aquí, es su territorio, con una varilla me podrían traspasar, arrancar una oreja, sacar un ojo, sacar hasta el llanto y eso ya es mucho decir. Sin siquiera darme cuenta saco un cigarrillo y lo enciendo, mi boca se llena de cartón reseco y amargo, lo dejo encendido en mi mano, ya no fumo. Miento. ¿Ella me mintió? Debí preguntarle antes de…

REC

Dejo atrás a los uniformados con la mugre en sus ropas, con sus sonrisas matutinas sin fundamento. Me detengo un momento, les echo un vistazo, no tienen nada en esta vida. Eso es más de lo que yo puedo llegar a tener.

STOP

Olor. Ya abrió don Toño, «Tacos de borrego a 5 pesitos, compre 4 y le regalamos el consomé». Entonces recuerdo que no he comido desde hace dos días. El aroma me llega hasta el cerebro y mis tripas se retuercen, si pudieran se comerían entre ellas, pero como no pueden entonces gruñen. Discretamente meto mis manos a los bolcillos, tanteo: encendedor, llaves, cigarros, una piedra, ¿una piedra? dinero, sí, unas moneda, las saco en mi mano, 6 pesos, un taco y me sobra un peso, cuántos garbanzos me darían por un peso. No vale la pena, ahorro el dinero y saco otro cigarrillo, después de prenderlo saco mi grabadora que había guardado unos metros atrás con el olor de los «tacos de borrego a 5 pesitos».

REC

Estoy seguro que si le compro un taco a don Toño él sonreirá entristecido y me invitará otro y tal vez hasta un consomé. Siento pena por mí.

STOP

Paso frente a la taquería, «pásele joven sí hay», miro a don Toño, gordo, bigotón, le sonrío apenas con una cara de idiota como si me estuviera disculpando, ¿disculpando de qué? y don Toño acepta la disculpa con una sonrisa amable. También está lleno de esperanzas sin fundamento. Continúo mi camino. Ella no volverá a caminar, ni a comer tacos de borrego, ni tacos de nada.

Unos metros más adelante pierdo el apetito, huele a mierda fresca de cerdo, hay mucho borracho que viene a cagar por aquí, en los lotes baldíos.

REC

Pierdo el apetito, huele a mierda.

STOP

Más adelante otra taquería, al parecer venden tacos de mierda, paso discreto, volteo discreto, nos miramos con el tipo que detrás de una tabla y un cuchillo se oculta, picando cebolla, nos miramos primero indiferentes, después frunzo el seño, «qué me ves puto» podría decirle, no le digo, está fuertemente armado con toda esa cebolla y me podría hacer llorar. Debí haberme quedado un rato más, llorar por ella, por su cadáver, llorar con su perro si es que los perros pueden llorar con lágrimas en el rostro, si pueden deberían enseñarme.

REC

No. No pienso regresar. Nunca regreses a la escena del ‘crimen’. Olvida que hubo un crimen. Olvida. Crimen. Haber… Silencio.

STOP

…Silencio, mis pasos.

REC

Sigo caminando, casi llego a casa. La gente me mira. Miento. Nadie me mira. Me miento con tanta anticipación, ya ni siquiera hay gente por esta calle.

STOP.

Guardo mi grabadora. Llego a casa, tiro otro cigarrillo que había prendido una cuadra antes. Por costumbre miro hacia atrás por encima de mi hombro. Nadie. Entro y cierro con llave. Lleno el viejo pocillo de peltre con agua y lo pongo en la estufa, la flama es muy débil, carajo, el gas está por terminarse, una vez más. Un café. Eso me invitó ella cuando llegué a su casa, tenía cinco dedos de una botella de ron y le puso un poco, sólo para darle sabor. Dos cafés, uno para cada uno. Esa fue su última cena. La flama es vacilante, flaquea y sin más desaparece, el agua apenas está tibia, un café tibio. Escucho la sirena de una patrulla que se acerca. ¿Vendrán por mí? Espero de pie, inmóvil, dos, tres, cinco, ocho segundos… Pasa de largo frente a mi casa. Debería de sentir miedo. Pero no lo siento. Con el paso de los años la vida pierde sentido. Uno va dejando de sentir, primero desprecio, después frustración, pena, hasta la lujuria se pierde, la pasión, la felicidad, al final sólo queda el rencor, una mirada vacía, frágil. Y cuando no les queda más que esa amargura desabrida, un buen día aparezco yo en sus vidas. Perdono sus pecados en silencio, algunos lloran un poco, la mayoría no se dan cuenta siquiera cuando me invitan a pasar, o no les importa. A mi tampoco. A ella no le importó, yo fingí interés, eso me valió la taza con café caliente y el ron.

No sé por qué me invitó a quedarme a dormir. No sé por qué acepté. Tal vez estoy perdiendo algunos sentimientos.

¿Es que ya debo de empezar a esperar en mi casa la visita de otro como yo? Tal vez me visite hoy. Saco la grabadora una vez más.

REC

Es mejor dejar la puerta sin seguro…

DESPUÉS, DETRÁS DEL CRITAL

Hombre y mujer encamados, semidesnudos, casi ebrios y casi muertos y así, como siempre tendríamos que estar también los de aquí afuera.

Después de compartir sus cuerpos él quería quedar bien de alguna manera, como solían hacerlo antes, mostrar que aún entre las balas que guarda ya incorporadas a su carne, que aún entre la placa de metal que recubre gran parte de su cráneo, el marcapasos y las prótesis, aún le queda algo así como un corazón, algo de sentimientos y no sólo unas sábanas sucias y un miembro ya flácido.

Como decía, inició él arrojando una pregunta al aire seguida de una bocanada de humo, también al aire. A leguas se distinguía que una de las dos cosas, o las dos, pregunta y humo, venían cargadas de deseo ya no tanto carnal, sino de esa intimidad que únicamente dan las palabras de dos personas desconocidas cuando sin más, comienzan a tejerse como trenzas. Cuanto más largas mejor, pero no siempre.

Aunque hay ocasiones que las hebras de una plática no dan ni para el comienzo.

—¿Con qué sueñas cuando logras dormir?

Ella se quedó en silencio por unos segundos, por un instante creí que ya estaba muerta… bien, tal vez deseé que lo estuviera. Pero no lo estaba, o es que sólo revivió para responder.

—Hace años que dejé de soñar… por eso me drogo…
—¿Desde la explosión?
—Aham…
(Continua página 2 – link más abajo)

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