Sus respuestas fueron frías y cortantes a un grado casi de ser armas blancas. Qué miedo morir así, solo y sin una vida. Otra vez el silencio. Creí que él lloraría, pero no, al parecer únicamente estaba pensando… Tal vez así pensaban antes, con ojos húmedos de añoranza.
Los miré un cuarto de hora más, siempre detrás del cristal.
No sé bien qué apuntar en mi libreta. Bueno, pues si ella no quiere hablar, entonces será mejor que guarden silencio los dos y no anden queriendo quedar bien. Las cosas pueden no ser tan complicadas algunas veces, aún para ellos. Apagaré las luces y los dejaré en paz, tal vez alcance a llegar al edificio para cenar con los demás… no, ya pasa de las 9:30, ya habrán terminado de servir… Bah, igual me largo, a estos dos no les queda mucho tiempo y mañana temprano tengo que levantar sus cuerpos.
Así lo hizo, apagó las luces, se marchó y les dejó solos. Ya no le interesaban.
—¿De qué quieres hablar? —dijo ella entre la oscuridad.
—Ya nadie nos observa…
—No, nadie.
—Deberíamos escapar, siempre quise morir en libertad.
—No, mejor hablemos…
Nadie le dijo levántate y anda, pero igual lo hizo.
Bien, antes que nada, quiero que te sitúes en tu propia realidad, dijo la mujer y después se quedó callada esperando una respuesta, lo dices tan fácil, perra, pensaba él. Le exasperaba pensar que el hombre en el sillón, con los ojos cerrados y la quijada relajada se hubiera dormido, Joaquín ¿a qué te dedicas?… Cuento, dijo por fin después de una pausa en la que igual podía estar luchando por obligarse a hablar o tal vez a guardar silencio, muy bien —¿Qué es lo que cuentas?, —¿Cómo que qué es lo que cuento?, cuento de todo… es decir… cuento histerias, perdón, historias… Bien, bien Joaquín y… ¿por qué crees que estás aquí? Insistía la mujer calmada y lenta como un caracol.
Joaquín en el sillón abrió repentinamente los párpados, se quedó tenso con una mirada de ojos pelones y grandes como si dos canicas se le fueran a escapar rebotando al piso. No quería hablar, no quería decir esas palabras que tenían tanto tiempo dando vueltas en su cabeza; creía que si no las pronunciaba, no serían reales, que si las mantenía para sí mismo, aprisionadas en su cabeza, serían tan sólo eso, ideas absurdas dentro de una mente que poco a poco parecía desmoronarse como cualquier cosa que se desmorona, tal vez azúcar. Está bien tómate tu tiempo, tal vez si descansas… insistía viscosamente la mujer, entonces, como quien decide finalmente saltar, Joaquín se sentó en el sillón y un sudor fatídico brotó de sus axilas para recorrer su piel como un hilillo hasta adherirse a la camisa blanca y desaparecer. Creo que alguien está contando mi vida. Hubo un dramático silencio de violines. Y esa persona no soy yo, dijo finalmente tan cortante y abruptamente como debe de hablar una guillotina.
Después de esas palabras la mujer, que al parecer era una doctora, siguió hablando, pero él ya no la escuchaba, o si lo hacía, era como una voz que va desapareciendo a lo lejos, lo mismo que neblina lechosa que se dispersa entre los rayos descoloridos de un sol cuado nace sin calor. Cerró los ojos apretando los párpados y los puños, sintió el aire frío golpeando en su rostro, había una brisa humedeciendo levemente su piel, escuchó aún entre la bruma una voz, Joaquín… Joaquín, pero las urracas que pasaban volando por encima cubrieron el rastro con sus quejidos. Creyó tambalearse y pensó tantear con su mano en busca de un barandal para sujetarse y poder dudar por un segundo, pero recuperó el equilibrio a tiempo para no vacilar una vez más, esta vez no, pensó. Entonces extendió los brazos, sin abrir los ojos, ya no esperaba que hubiera nada para detenerlo, lo hizo por instinto, instinto de ave, de urraca albina, suspiró, sintió la sangre que corría por sus venas detenerse, agolparse en sus sienes, el sudor frío en la nuca, en los sobacos. Y después el vacío. Por fin.
Ya en la negrura casi sólida de la nada liberó sus ojos cansados; mientras caía apenas conciente, logró entrever algunas letras a lo lejos. De alguna manera pudo acercarse a ellas, o fueron ellas las que se acercaron a él hasta que pudo leerlas con grandes dificultades, comprendió que decían «…y Joaquín regresó a la habitación», así las miró, hasta con puntos suspensivos al principio, después las palabras comenzaron a desaparecer como disolviéndose efervescentes en la caída y comenzaron a entrar por sus oídos, por su nariz, por debajo de sus uñas y su piel, sentía cada letra acuchillando su cuerpo desde afuera y desde adentro, ya no las leía pero las comprendía y continuaban «…al sillón, con la mujer que hablaba», es que acaso no había estado volando, «y todo era confuso UNA VEZ MÁS, pero al MISMO TIEMPO», se había estado sumergiendo y no volando, «se sentía poseedor de una lucidez como nunca lo había imaginado, como quien…», espera, aún no terminamos, dijo la mujer sobresaltada al ver que Joaquín se levantaba de un salto para escapar, ¡espera! Pero él ya no quiso esperar, miró la ventana y se arrojó ardiendo como una bala de cañón al vacío, en un instante regresó la negrura tan espesa y aun pudo escuchar entre la penumbra que se acumulaba ¡Joaquín… Joaquín!
Después todo fue felicidad, y dejó de escuchar la voz del narrador.
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* Mateo Ramón García Pérez es licenciado en Ciencias y Técnicas de la Comunicación en la Universidad Interamericana para el Desarrollo (UNID), Morelia, Michoacán, México. Partició en el 1er. Concurso Nacionalde cuento y novela Negros «Belascoarán Shayne» (2005), obteniendo Mención Honorífica. Algunos microrrelatos suyos han sido publicados en «Desde el Yacuzzi», libroque recoge las obras ganadoras del Primer Concurso Internacional deMicrorrelatos 2011, organizado por Latin Heritage Foundation. Otros microrrelatos publicados en el libro «Al este delarcoiris» (2011). Partició en el concurso de relato «Cosecha Eñe 2011» (porla revista Eñe. Revista para leer), donde el relato «El ego mata de una maneradeliciosa» ha sido seleccionado como uno de los finalista de dichaconvocatoria. Actualmente colabora como coordinador y guionista en laproducción de una serie audiovisual independiente.