Literatura Cronopio

0
298

Vericueto

OCTAVIO PAZ Y LOS VERICUETOS SILENCIOSOS DEL MÉXICO PROFUNDO

Por Juan Manuel Zuluaga Robledo*

«Paz es el poeta por excelencia de la segunda
mitad del siglo XX y a la fecha,
10 años después de iniciado el siglo XXI,
no ha salido un estudio lo suficientemente amplio
y esclarecedor que nos diga quién es, qué papel
tuvo en el desarrollo de la poesía mexicana y en
la lengua española» (Emanuel Carballo).

«La famosa búsqueda de la identidad es un pasatiempo
intelectual, a veces también un negocio, de
sociólogos desocupados» (Octavio Paz).

«El laberinto de la soledad» es una de las obras cumbres de la ensayística latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX. Se trata del primero libro de ensayos en la extensa carrera literaria de Octavio Paz Lozano. Fue concebido en 1950 durante los tiempos de la postguerra. Alejado de su país, encontraría inspiración en París para escribirlo.

Ya había estado en París, luego de su primer viaje a España, en dónde quedó fascinado con el movimiento surrealista de André Breton (Chang–Rodríguez, Filer, 464). Durante su vida y trece años después de su muerte en 1998, sigue siendo su obra más recordada y estudiada, junto al «Ogro filantrópico» (1979), un agradable ensayo sobre la figura del dictador latinoamericano y su espléndido estudio literario y filosófico sobre Sor Juana Inés de la Cruz (Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, 1982).

En abril del año en curso, se recordó al Premio Nobel de Literatura de 1990, con una serie de recitales de sus creaciones poéticas, a lo largo y ancho de México, para conmemorar una fecha más de su fallecimiento. Durante esos actos conmemorativos, el crítico literario mexicano Emanuel Carballo sostuvo que Paz es uno de los autores más vendidos en México, pese a su fallecimiento en 1998. Y no es para menos: Paz es el escritor mexicano más laureado de su tiempo. Christopher Domínguez, experto en la obra poética y ensayística del autor de «Posdata», argumentó en esa ocasión al periódico El Universal  que «El laberinto de la soledad» es un libro que pese a que fuera confeccionado hace más de medio siglo, está aún vigente y «responde a un momento muy específico de la cultura en lengua española y de la vida política y espiritual de México».

Se podría afirmar entonces que el legado literario de Paz sigue vigente en México, que se le estudia hasta la saciedad en las universidades y gremios académicos y que el ensayo en cuestión, tampoco pierde vigencia, ni universalidad pese a que ya han transcurrido seis décadas desde que apareció su primera edición.

En sus 247 páginas y en los nueve capítulos que componen el libro, Octavio Paz forjó la fisonomía cultural de su país, en un intento por responder lo que significa «ser mexicano», qué papel le corresponde a México dentro de la historia universal, entre otros asuntos diversos que abarcan la literatura, la política, la historia, e inclusive, el arte y la economía. Palabras más palabras menos, es una obra plural y heterogénea, de grandes alcances universales. «El laberinto de la soledad» goza de una escritura impecable, limpia y diáfana; narrativamente nada le sobra y nada le falta. Es plural y diversa sin duda, y a ratos, da la sensación de que el mismo Paz por lo heterogéneo de su obra, al abarcar temas harto variados, no tiene la capacidad para ahondar en problemáticas que no domina, ya que no es un especialista en ellas. Es imposible dominar todas las problemáticas que aquejaban al México de ese entonces, en un solo ensayo.

Mario Vargas Llosa en su texto «Diccionario del amante de América Latina», sobre este particular, comenta lo siguiente: en sus ensayos «como tocó tan amplio abanico de asuntos, no pudo opinar sobre todos con la misma versación y en algunos de ellos fue superficial y ligero». Pero inclusive con esas falencias en su escritura, «lo que dice está dicho con tanta elegancia y claridad, con tanta inteligencia y brillo, que es imposible abandonarlas, hasta el final». (Vargas Llosa, 90). Asimismo, Leonel Delgado Aburto, plantea que «El laberinto de la soledad» presenta un discurso ambivalente entre la crítica, el artificio literario y un lenguaje poético. En una primera instancia, es una crítica de la modernidad mexicana y sus peculiaridades. Sustenta que también «incorpora una heterogeneidad estilística y temática, tamizada por una poética en la que la experiencia individual resulta primordial». En ese sentido, las dos vertientes, la literaria y la crítica, no se excluyen, más bien se complementan en una amalgama perfecta, en un discurso narrativo bien tejido y estructurado. (Delgado Aburto, 1). Sin embargo, esa diversidad temática con que cuenta el texto, ha sido uno de los puntos más discutidos por los detractores de la obra de Paz, al considerar que trata superficialmente la relación estrecha entre mito e historia, construyendo un texto «autodestructivo» en sí mismo (Delgado Aburto, 2).

Sin embargo, también es posible encontrar críticos de la obra más conocida de Paz. Críticos que le restan valor e importancia al libro. Yoon Bong Seo, catedrático de la Universidad de Guadalajara, sostiene que «el impacto que ha tenido el ensayo de Octavio Paz en México —y mucho más en el extranjero— ha sido desmesurado. Es frecuente encontrar, incluso hoy en día, estudios críticos que toman como base los postulados de El laberinto de la soledad para analizar conceptos y hechos históricos como la Revolución mexicana, la fiesta o la identidad del mexicano» (Bong Seo, 1).

Bong Seo critica el hecho de que Paz estuviera alejado de México cuando escribió su famoso ensayo. Opina que el texto es construido, en medio de los múltiples viajes que el autor realizó por el mundo (España, Estados Unidos y Francia), desconociendo muchos aspectos relevantes de la vida política y cultural de su país. Acto, en su texto «En torno a El laberinto de la soledad de Octavio Paz», Bong Seo arguye que en el texto se hace evidente la distancia geográfica patente entre el autor y su país, marcada por una denotada nostalgia. Es una visión muy particular y subjetiva sobre la mexicanidad (Bong Seo, 2).

Por otra parte, Juan Carlos Hernández Cuevas, profesor de la Universidad de Alicante, cataloga la obra de Paz, como una importante referencia literaria e histórica, del sexenio de Miguel Alemán y de la lógica post revolucionaria del México de los años 50, en que era importante la inyección de capital norteamericano. En Paz, aún se encontraban frescas y vigentes las ideas revolucionarias y educativas de José Vasconcelos, sobre todo en lo que tiene que ver con sus postulados sobre el mestizaje como herramienta de identificación cultural, para explicar la realidad histórica y cultural del mestizo mexicano. En esa dirección, Hernández Cuevas declara que «el arquetipo ideológico de la mexicanidad apareció con la publicación del Laberinto de la soledad, de Octavio Paz: escrita y publicada en los años que corresponden a la administración Alemán. Entre 1946 y 1952, Paz fungió como tercer secretario del servicio exterior mexicano en Francia». (Hernández Cuevas, 5).

Las ideas entonces son formuladas entre opuestos, entre extremos conceptuales; contrasta los conceptos de «unión» y «separación», «la comunión» y «la ruptura» (México en la obra de Octavio Paz: un testimonio personal de Octavio Paz. Video de Videovisa y Televisa). El mismo autor define dicha confrontación como una «dialéctica de lo cerrado con lo abierto» (Paz, 15 y 53), una colisión que llevará a la configuración de un México fecundo en sus manifestaciones artísticas y culturales. Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, en sus murales sobre «La Revolución» darán cuenta de ello (Paz, 188). La lucha emprendida por los primeros mexicanos desde la Conquista hasta la Revolución, fue para el poeta mexicano, una confrontación constante por descubrirse a ellos mismo, como fragmento de la historia universal, en medio de un ir venir de lo cerrado y de lo abierto. (Paz, 198).

Esa dialéctica, la violación, la profanación de la carne indígena —la mujer indígena con su fisiología rajada y a la vez oculta— por parte del conquistador español, dará pie a la fundación de México. Los mexicanos serán entonces el producto de una violación. Dicha confrontación dialéctica producirá fertilidad, fecundidad, traumatismos, y sincretismos entre lo europeo y lo indígena. (Paz, 108 y 133). No obstante, después de la lectura, no quedará muy claro el papel de México en la historia universal. Entonces en esta instancia, Paz definirá a México como un fragmento de dicha historia y la historia universal solo comenzaría con el Descubrimiento emprendido por españoles y portugueses en medio del Renacimiento. Las historias de unificación y cohesión cultural y política de los imperios romano, otomano o bizantino —también el sistema de polis griego— no llevaron a unificar el mundo. Solo con el Descubrimiento de América, la tarea quedaría completa: sería entonces la primera vez que el mundo quedaría unificado (Paz, 201).

Tal como lo afirma el propio autor, «El laberinto de la soledad» fue escrito cuando se acercaba a los treinta años, en el momento que se deja la juventud y aún no se es maduro. Es un tiempo de indagaciones, de preguntas, de conflictos internos. Obedece a un contexto particular de la vida de Paz. En ese entonces, era un modesto funcionario público de la embajada mexicana, con un salario exiguo e inconforme con la situación de México. Sobre la época en que escribió su primer ensayo, Paz afirmó: «Tenía para mí las tardes de los viernes y, enteros, los sábados y domingos. Y las noches […] escribir se volvió una ceremonia contradictoria, hecha de entusiasmo y de rabia, simpatía y angustia. Al escribir me vengaba de México; un instante después, mi escritura se volvía contra mí y México se vengaba de mí. Nudo inextricable, hecho de pasión y lucidez: odio et amo» (Paz, 15).

A lo largo de su quehacer intelectual, el autor fue cambiando de posturas frente a las ideas que plasmó en su libro, sobre todo en lo que se refiere al desarrollo económico. Pues bien, «El laberinto de la soledad» es hija de su tiempo». En esa dirección, el autor en un prólogo de una nueva edición que apareció en 1992 cita a Polibio, cuando el historiador griego estudió la Constitución Romana: «Es imposible formular un juicio válido, en bien o mal, sobre cualquier hecho histórico si no se tiene en cuenta el momento en que se produce. Si la situación cambia, los juicios de los historiadores, por más penetrantes y justos que parezcan, resultan inadmisibles». (Paz, 2). Paz es consciente de las limitaciones de la obra, carencias que trató de resolver con nuevos datos y anexos, en las múltiples reediciones que se sucedieron hasta su muerte (Paz, 15).

Ahora bien, en esta obra de juventud, intenta responder las preguntas básicas de índole filosófica que siempre se hace el ser humano en toda cultura, pero contextualizado en el México de los años 50. Por eso, intenta resolver las siguientes indagaciones: «¿Quién soy yo? ¿Quiénes somos nosotros? ¿Qué significan los mexicanos en América Latina?» (México en la obra de Octavio Paz: un testimonio personal de Octavio Paz. Video de Videovisa y Televisa). ¿Qué lugar ocupó México en el pasado? ¿Qué sitio ostenta en el mundo moderno?

Asimismo, Octavio Paz define al libro como una extensa crítica. Lo hace en otro libro de ensayos que tituló «Posdata» (1969), con el cual pretende construir una continuación ensayística de «El laberinto de la soledad». El texto en mención, incluye una de sus conferencias más famosas, impartida en la Universidad de Austin en el Estado de Texas, Estados Unidos en 1969. Durante su disertación académica, Paz explicó que la intención inicial del texto escrito en 1950, era elaborar una crítica sobre México, entendido como un fragmento de la realidad latinoamericana, es decir, una pequeña porción de una vasta realidad histórica y cultural. Su objetivo final radica en ejecutar el arte de la crítica sobre los problemas que subyacen en la mexicanidad, situaciones que también son experimentadas por millones de latinoamericanos en las demás naciones de esa parte del hemisferio occidental (Paz, 250). Para Enrico Mario Santí, gran admirador de la obra, Octavio Paz desarrolla una compleja técnica discursiva cargada de discontinuidad y «flexibilidad temática».

Santí aboga por una lectura contextualizada del texto, en el que «El laberinto de la soledad» constituye una verdadera revolución en cuanto a crítica cultural se refiere, novedosa para su tiempo. Santí diserta que «nunca antes en la prosa hispánica, y pocas veces en la universal —la gran excepción serían justamente los surrealistas— se había dado como en El laberinto de la soledad el fenómeno de un texto que practicase con tanta soltura tal radical heterogeneidad y, al mismo tiempo, mantuviese un alto y sostenido rigor analítico. (Santi, 106).

La dialéctica de «lo abierto y lo cerrado» también encuentra eco en las anteriores afirmaciones: lo local (la mexicanidad) tiene peso en lo «universal», es decir, en aquello que atañe en términos culturales y políticos a las naciones latinoamericanas. Octavio Paz construye una obra que no solo tiene peso y respeto en su país: al leerla un colombiano, dominicano o argentino, se identifica con muchas de las explicaciones filosóficas y los tejemanejes con los que el autor construye su ensayo. Se identifica, se reconoce, porque aunque los países latinoamericanos poseen características peculiares que los diferencian de los otros, poseen una génesis similar, un origen mítico precolombino: son hijos del «Abya Yala» , antiguo nombre con el que los pueblos indígenas designaban a América (desde Alaska hasta la Patagonia) en los tiempos precolombinos. Son producto también de un proyecto político que unificó al mundo conocido: la Conquista. A su vez, son engendros de esa violación, de ese hurgar en las anatomías sexuales y «rajadas» de las mujeres, que emprendieron los conquistadores.

Más aún, cabe preguntarse, por qué Paz utiliza el símbolo del «laberinto» en su ensayo. ¿Qué intenciones tiene el autor con ello? ¿Qué transmite semánticamente este símbolo? Yoo Bon Seo ofrece una explicación llamativa al respecto: «El laberinto es una especie de viaje iniciático que supone la presencia de un individuo cualificado, de un elegido». En su opinión, también corresponde con un símbolo sagrado, «una nostalgia de espacio»; una defensa de los sagrado, mítico, del origen mexica, frente a la intromisión de fuerzas oscuras que vienen de afuera, de fuerzas siniestras. (Bong Seo, 5).

Todas las naciones mestizas de la región comparten ese mismo pasado: El Abya Yala como cuerpo mítico y la profanación realizada en la carne de los indígenas cuyos actores principales fueron los españoles y portugueses, por medio de la Conquista y evangelización. En ese sentido, Octavio Paz, no duda en afirmar que «la vida y la historia de nuestro pueblo se nos presentan como una voluntad que se empeña en crear la Forma que la exprese y que, sin traicionarla, la trascienda. Soledad y Comunión, Mexicanidad y Universalidad. Siguen siendo los extremos que devoran al mexicano». (Paz, 97).

De esa manera, presenta una combinación del discurso emancipador, sin excluir el matiz instrumental. Emancipador, en buena medida, porque quiere liberar al mexicano de su pobre realidad, quiere alejarlo de la soledad que lo agobia, ese sentimiento que no le permite explorarse, de la herencia de opresión heredada de los españoles. En su vertiente emancipadora, Octavio Paz argumenta que «la crítica despliega una posibilidad de libertad y así es una invitación a la acción». (Paz, 250). Quiere rescatar su esencia de la máscara impasible que erige diversos obstáculos culturales, impidiendo la creación original y autentica de un proyecto genuino de nación. La misma Revolución de 1910, pese a su carácter emancipador, fue incapaz de consolidar dicha empresa: los mismos líderes revolucionarios —Carranza, Villa, Zapata, entre otros— adolecieron de un cuerpo ideológico que sustentara sus iniciativas revolucionarias. Las intenciones revolucionarias son en sí mismas, utópicas. Estos líderes carecen de ideas extractadas de la Ciencia Política que utilitariamente les hubiera permitido gobernar con eficiencia cuando llegase el momento de sujetar las riendas del país. Eran más bien, estrategas militares pero no eran líderes instruidos para ejercer la presidencia de la nación. En México, según reflexiona Paz, el presidente representa en sí mismo el espíritu emancipador del sacerdote Miguel Hidalgo y Costilla (México en la obra de Octavio Paz: un testimonio personal de Octavio Paz. Video de Videovisa y Televisa). Es un cargo que despierta mucho respeto en el país, debido al grito de independencia del 15 de septiembre de 1810. El presidente a su vez es un símbolo de carne y hueso del cura Hidalgo. Ahora bien, al volver sobre los líderes de la revuelta, asegura que en ellos, se evidencia «la insuficiencia ideológica de la Revolución» y esta como tal, es vista según la visión del poeta, más bien como un estallido popular, como una «revuelta» de grandes repercusiones sociales, culturales, políticas y artísticas. (Paz, 21). Es en realidad, un conflicto de grandes proporciones que genera fecundidad.
(Continua página 2 – link más abajo)

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.