«Cerrarse» es un mecanismo de defensa, es una herramienta psicología para poner a salvo el pellejo. Se trata de un asunto de supervivencia en medio de un ambiente hostil. Afirma Octavio Paz en tono contundente: «La simulación, que no acude a nuestra pasividad, sino que exige una invención activa y que se recrea a sí misma a cada instante, es una de nuestras formas de conducta habituales. Mentimos por placer y fantasía, si, como todos los pueblos imaginativos, pero también para ocultarnos y ponernos al abrigo de intrusos […] el simulador pretende ser lo que no es. Su actividad reclama una constante reclamación, un ir hacia adelante siempre, entre arenas movedizas». (Paz, 62).
Ahora bien, en ese sentido, cuando Porfirio Díaz intenta instaurar un Estado positivista en el país, el autor, no duda en afirmar, que se trata en realidad, de una simulación política. El positivismo en el libro de Paz, es un perdedor político e histórico, es una engendro totalitario bajo la figura de Díaz, pese a sus afanes desarrollistas. El gobierno central adopta ideas filosóficas que poco y nada tienen que ver con su realidad histórica. Las ideas de «orden» y «progreso» no calan en el colectivo social; el positivismo no logra consolidar instituciones sólidas luego de la salida intempestiva de Díaz del poder.
El positivismo no logra impactar en México, ya que su naturaleza es exógena y nace de un error de buena fe del dictador: importa un modelo filosófico, pero engendra un esperpento poco asible a la realidad mexicana. El positivismo es una realidad atípica que trata de ser incorporada a la fuerza en el país. Es un modelo europeo del siglo XIX que entraría en descrédito en el siglo XX: en México encuentra un duro rival en la Revolución. También, en el mundo entero, la idea del progreso quedaría en entredicho con la consecución de la Primera y Segunda Guerra Mundial. (Paz, 161). El progreso y la técnica no traerían la paz soñada por los positivistas decimonónicos. A Díaz se le debe la construcción de un moderno sistema de ferrocarriles, atraer capital norteamericano y de una leve mejoría económica, pero se le achaca —tal como lo propone el Premio Nobel mexicano— de concebir gracias al positivismo, un sistema oprobioso de explotación campesina, bajo la opresión impuesta por los caporales y los latifundistas en cada contexto local. En esa misma dirección, estriba el pensamiento de Paz, cuando arguye que «la simulación porfirista era particularmente grave, pues al abrazar el positivismo, se apropiaba de un sistema que históricamente no le correspondía. La clase latifundista no constituía el equivalente mexicano de la burguesía europea, ni su tarea tenía relación alguna con la de su modelo». (Paz, 162).
Ahora, es necesario hacer un vuelo histórico: la simulación, las máscaras que oprimen, definen y desfiguran al mexicano, también están presentes en la naciente Guerra Fría, cuando Paz escribe el libro, en medio del ambiente intelectual Parísino. México no está exento de la lucha de titanes en que se enfrascan Harry Truman y Joseph Stalin. En sus últimas páginas, el autor del «Ogro filantrópico» invita a la ciudadanía del Valle de México, a abrirse, a dejar a un lado la simulación, la vil máscara que no los deja ser ellos mismos. Son los tiempos de la disuasión nuclear, en los que aparecen líderes mundiales, disimiles, y bien opuestos entre ellos mismos: Paz diserta sobre el papel de México, en un mundo gobernado por políticos de la talla de Gandhi, Nehru, Stalin, Mao Tse Tung, el General Tito en la desaparecida Yugoslavia, el dictador y «bufón Perón» en Argentina, como es definido en el texto.
Son los tiempos de las dictaduras latinoamericanas, apoyadas desde Washington, que obedecieron a la adopción de la Doctrina de Seguridad Nacional, para frenar la expansión del comunismo soviético en América Latina. (Leal Buitrago, 28). Dictadores de izquierda y derecha, también líderes democráticos, endurecerían en la región, aún mucho más, la máscara que Paz trataba de subvertir en «El laberinto de la soledad». Marcos Pérez Jiménez en Venezuela, Gustavo Rojas Pinilla en Colombia, Getulio Vargas en Brasil, Alfredo Stroessner en Paraguay, Perón en Argentina y el gobierno desarrollista e industrial del presidente mexicano Miguel Alemán Valdés, bajo la dictadura disimulada del PRI.
Juan Carlos Hernández Cuevas, profesor de la Universidad de Alicante, explica el sexenio presidencial de Alemán de la siguiente forma: «Fue un gobierno que impulsó el desarrollo capitalista por medio de la reestructuración ideológica del Partido oficial, la acelerada industrialización de la Ciudad de México —apoyada por la inmigración rural—, la colaboración con los Estados Unidos, inversiones de capital, y el sometimiento del ejército, los sindicatos e intelectuales». (Hernández Cuevas, 2). Octavio Paz, pese a ser un funcionario público en París, escapaba de esa lógica de sometimiento intelectual y obediencia casi servil al «Plan Alemán», proyecto bandera de esa administración.
Durante ese sexenio, la explotación latifundista sobre el campesino, va en ascenso. Alemán construye carreteras, represas; tiene excelentes relaciones externas con Harry Truman, pero no ofrece un plan ajustado a la realidad, para encontrar solución a la debacle social del campesino mexicano. Los planes de gobierno se utilizan gracias al empleo de «la violencia institucional» de la mano de un PRI fuerte y reestructurado (Hernández Cuevas, 3).
Por su parte, el sociólogo colombiano Francisco Leal Buitrago en su obra «La Inseguridad de la Seguridad», plantea que la Doctrina de Seguridad Nacional— la doctrina que imperaba en América Latina, mientras Paz concebía su obra— es un concepto difícil de definir, que sirvió para identificar acciones militares en el contexto bipolar latinoamericano, propio de la Guerra Fría. En su opinión, fue la doctrina militar contemporánea de mayor impacto en la región. Por consiguiente, la Doctrina de Seguridad Nacional se consolida como una categoría política (los militares se apropian de la política) en las zonas de influencia de los Estados Unidos durante la Guerra Fría, en este caso particular, América Latina. (Leal Buitrago, 5–28). México no estaba exento de los embates de la Guerra Fría, mientras Octavio Paz, reconocido poeta y funcionario público, construía su primera obra ensayística en la capital de Francia.
Pedro Rivas Nieto —investigador español— afirma que la Doctrina se gestó en medio de un ambiente de desconfianza mutua entre las naciones latinoamericanas y fue la base fundamental para la consecución de las relaciones internacionales de la época. Para la Doctrina, nación y patria venían siendo lo mismo y los problemas sociales —observados por los militares— son manifestaciones insurgentes y subversivas que deben ser combatidas (Rivas Nieto, 9).
Los antecedentes de la Doctrina de Seguridad Nacional, vienen de la guerra contrarrevolucionaria de Argelia (los militares en la Escuela de las Américas, y otras instituciones castrenses, estudiaron a fondo la represión francesa a los grupos insurgentes en ese país africano). Por eso, dicho antecedente contrainsurgente fue ampliamente difundido por militares estadounidenses a los altos mandos castrenses de Latinoamérica. Aunque la Doctrina también puede ser observada como un cuerpo teórico coherente, amparado en la violencia y en un proyecto político sistemático, atentó contra la democracia y sus instituciones. (Velásquez Rivera, 24). En ese contexto de Guerra Fría, Paz nunca sería seducido por el comunismo y las ideas de la revolución armada en el continente.
Casi treinta años después de la publicación de «El laberinto de la soledad», el poeta analizaría el fenómeno de las dictaduras, tanto de izquierda como de derecha, con la publicación de «El ogro filantrópico» (1979). Se muestra en dicho ensayo, como un abierto defensor de la democracia, y enemigo apasionado de los sistemas totalitarios de izquierda y derecha en América Latina. Critica abiertamente al PRI como una dictadura camuflada en el sistema político mexicano. Sería igualmente un crítico permanente de Fidel Castro en la Cuba revolucionaria y de los excesos del régimen sandinista en Nicaragua, a diferencia de la mayoría de intelectuales y escritores latinoamericanos de la época, que ensalzaron las virtudes del comunismo y marxismo. Paz los criticaba abiertamente en sus escritos. Por esa razón, sería vituperado y tachado de conservador y reaccionario hasta el final de sus días. (Vargas Llosa, 288) En los años 40 y 50, Octavio Paz y el grupo de jóvenes escritores con los que fundó la Revista Plural, serían tachados de modernizantes, cosmopolitas y poco representativos de la mexicanidad. Años más tardo, sumado a las envidias literarias de sus coterráneos, el escritor también sería duramente criticado por su ideología y sus posturas políticas: «Años después yo dejé de ser testigo de las malignidades de la suspicacia y me convertí en objeto de campañas semejantes, aunque tal vez más feroces: a las viejas malevolencias se unieron las pasiones políticas». (Paz, 22).
Mario Vargas Llosa, amigo incondicional del escritor mexicano, diría que «Paz autopsió con admirable perspicacia los mecanismos del totalitarismo y los regímenes autoritarios para asfixiar la cultura y destruir la soberanía cívica» (Vargas Llosa, 288). Las dictaduras, los regímenes de facto, el Partidario Revolucionario Institucional (PRI) y reconocidos escritores de izquierda, nunca lograron acallar el pensamiento intelectual e independiente de Paz, que ya subyacía en las ideas que sintetizo en esa primera edición de 1950.
En conclusión, el espíritu crítico de Paz en «El laberinto de la soledad», se mantiene vigente y preserva su cualidad universal, pese a las más de seis décadas de su concepción como obra ensayística. Es y seguirá siendo una de las obras cumbres de la ensayística en el continente. Ha sido traducida al japonés, checo, polaco, italiano, portugués, alemán, italiano e inglés. Es su obra más conocida y estudiada en las universidades y círculos académicos de Norteamérica y Europa.
En 1992, Octavio Paz se convierte en crítico de su propia obra iniciática en el género del ensayo. Asume, claro ésta, la distancia profesional que exige toda crítica literaria y cultural: El laberinto de la soledad, «escrito a lo largo de medio siglo, es una suerte de diario. Pero no un diario de los sucesos de una vida sino de las vicisitudes mentales y afectivas de la relación, no siempre feliz, de un escritor con su patria. Diario de una peregrinación ¿en busca de qué o de quién? ¿En busca de México o de mí mismo? Tal vez de un lugar en México: mi lugar. O del lugar, en mí, de México». (Paz, 3).
Ahora bien, su vigencia es palpable, al solo detallar la realidad actual que agobia a México en medio de la violencia narcoterrorista. La crisis del mexicano de hoy, endurece aún mucho más su coraza; lo margina de sus compatriotas. Las máscaras siguen aferradas a su rostro sufrido y estoico.
El mito que teje Paz en torno al «rajarse» o «cerrarse», está cada vez está más vigente en el México contemporáneo: las víctimas de conflicto, atemorizadas por el fuego cruzado del Ejército de la nación, de los carteles de la droga y de los ajustes de cuenta entre éstos últimos. Las masacres y los asesinatos cometidos por sicarios. El mexicano de hoy se abre y desahoga sus penas actuales, pero tiene temor de perder su dignidad al hacerlo. Algunos por terror, se cierran aún mucho sobre sí mismos. Los hijos de la Malinche siguen gobernados por el apabullante juego de máscaras; caminan desorientados en medio de un laberinto que parece no tener principio ni fin.
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* Juan Manuel Zuluaga Robledo es director de www.revistacronopio.com, periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana. Trabajó en los periódicos El Tiempo y Vivir en El Poblado. Es Magister en Estudios Políticos de la Universidad Pontificia Bolivariana y actualmente candidato a Magister en Literatura Latinoamericana de la Illinois State University.