Literatura Cronopio

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Tango

TANGO: CORAJE, DESENCUENTRO Y MONSTRUOSIDAD

Por Marcos Daniel Aguilar*

SÁBATO Y LO ESENCIAL ARGENTINO

Hay un diálogo en la película argentina «Nueces para el amor» que dice «no me cuesta nombrar las cosas jodidas, la muerte es muerte, el dolor es dolor, pero al amor me cuesta nombrarlo». Además de que la película es argentina, parece que tras esa frase se esconde un tono de sustancia tanguesca, porque como dice Ernesto Sábato, el tango es un pensamiento triste que se baila, yo diría que es un pensamiento triste que se canta, se toca y hasta el último, se baila, pero en ese baile el amor no se dice, no se nombra, se oculta bajo las sombras de lo jodido, de la muerte y el dolor.

El tango es una música conocida mundialmente y símbolo predominante de las civilizaciones del Río de la Plata y, extrañamente, de Finlandia. Gardel, Discépolo, Troilo y Piazzolla son, quizá, los máximos representantes y embajadores de estos países en el resto del mundo. El tango es una música que encierra en sus entrañas la esencia del pueblo que lo vio nacer. En palabras de Sábato, el tango es la Argentina o la Argentina es el mismo tango.

En el prólogo del libro El Tango (Horacio Salas, Emecé, 2004) el mismo Sábato hace una descripción de los elementos que conforman la identidad del argentino y que por ende, forman su propia música. Elementos que tienen que ver con la historia de este pueblo del cono sur. Son cinco los primordiales: 1) el hibridaje en la sociedad argentina, es decir, el criollo viendo llegar a los europeos y la mezcla que llevó este proceso; 2) el sexo, ya sea pagado y lo que implica el sexo sin cobro, es decir, por amor; 3) el descontento, la disputa entre los nacidos en tierras americanas y los llegados en los barcos; 4) el bandoneón, el instrumento europeo del diablo tan asociado al ámbito tanguero; y 5) la metafísica, los elementos no tangibles de la creación de la música, del baile, del canto triste.

Por su parte los escritores Jorge Luis Borges y Julio Cortázar narraron y describieron de forma directa o indirecta, como quiera verse, diversos ámbitos en que se desarrolló o desarrolla el tango en diferentes milongas o lugares de mala muerte en donde el canto y el baile se exponen a su máxima expresión. Esto se presenta en dos cuentos, para Borges fue «Hombre de la esquina Rosada», para Julio el tango está en «Las puertas del cielo». En el primero el campo y el sitio rural son el escenario para la lucha entre los gauchos criollos; en el segundo criollos o italo–argentinos se enfrentan con un destino dentro de la capital porteña.

BORGES, EL CRIOLLO MALO

Con base en los elementos de la idiosincrasia argentina expuestos por Ernesto Sábato, se pueden analizar los cuentos de Borges y Cortázar. Sus visiones acerca de la música popular argentina y el ambiente en que se desarrolla ésta. «El Hombre de la esquina rosada» (Historia Universal de la Infamia, Emecé, 1967) es un cuento situado en las afueras de la ciudad. Lo rural se siente en el aire y en la palabra cantada. Borges narra con el clásico tono gauchesco, con acento provincial, la historia de dos bandoleros, Rosendo Juárez y Francisco Real, el uno criollo y el otro con rasgos «aindiados» como dice el autor, los cuales se encuentran en una milonga en donde se reúnen los hombres para bailar con las chinas, es decir, las mujeres que bailan el tango a todo ritmo por dinero o por placer, llevadas por el brazo y los pies de un hombre valentón.

Francisco Real llamado el «Corralero» llega a la milonga, el Salón de la Julia, para enfrentar al hombre más corajudo y hábil con el cuchillo en la región, a Rosendo Juárez «el Pegador». El tango y el intercambio sexual se dan a todo lo que da, momentos antes del encuentro. Borges describe la escena hastiada de «la caña, la milonga, el hembraje». Borges, para no perder la costumbre, es el escritor, el narrador y protagonista de la historia y dice que durante el baile «me tocó una compañera muy seguidora, que iba como adivinándome la intención. El tango hacía su voluntá con nosotros y nos arriaba y nos perdía y nos ordenaba y nos volvía a encontrar. En esa diversión estaban los hombres, lo mismo que en un sueño, cuando de golpe me pareció crecida la música».

El coraje criollo gauchesco se hace presente en el «Corralero» que va a empujando y golpeando a cuanto individuo se le topa en el camino hacia Rosendo. Entre ellos el propio Borges es humillado y tratado como estorbo por el forastero «aindiado». «Me dejó agachado detrás, todavía con la mano abajo del saco, con el arma inservible», ofensa que no tardará en cobrarse. Pero en ese mismo recorrido el gaucho malo, el hombre Francisco Real, sigue empujando gente, entre ellos al «puro italianaje mirón —(que) se abrieron como abanico, apurados—», mostrando su descontento por el italiano llegado en los barcos a las tierras americanas.

Y al fin llega el «Corralero» hacia el «Pegador», lanzando un reto de hombre a hombre, de cuchillo a cuchillo, para demostrarle a todos quién es el más fuerte, para sacar desde las entrañas el coraje y el resentimiento del criollo. Pero Rosendo Juárez no acepta el reto y humillado desaparece para siempre del lugar. Entonces la mujer de Rosendo, la Lujanera, se le entrega a Francisco Real que «hasta de una mujer para esa noche se había podido aviar el hombre alto».

Mientras tanto los hombres del «Corralero» y los demás con las chinas le pegaban al tango y al baile, en lo que el rencor de Borges crecía al ver a su paisano Rosendo avergonzado, a los forasteros tomando el control de su territorio y al ver que el «Corralero» se llevaba a su mujer preferida: la Lujanera.

Y entonces en el Salón de la Julia entró la Lujanera gritando y con ella Francisco Real, herido de muerte, calló en el suelo hasta cerrar los ojos. Nadie supo quién fue el asesino. Sólo el narrado advierte que «entonces [yo], Borges, volví a sacar el cuchillo corto y filoso que yo sabía cargar aquí, en el chaleco, junto al sobaco izquierdo, y le pegué otra revisada despacio, y estaba como nuevo, inocente, y no quedaba ni un rastrito de sangre».

En el «Hombre de la esquina rosada» el tango se baila entre criollos orgullosos y matones. Entre mujeres alegres y queridas por aquellos hombres, que mientras estén de buenas, tanguean; pero si se les humilla, matan a su oponente. Y si se trata de marcar territorio entre otros criollos o italianos, lo hacen sin dudar. En el tango el coraje y el descontento de las vidas de los protagonistas se presenta con actitud malencarada. El sexo con «las chinas» y la frustración del recuerdo amoroso también, ahí Borges bailando con una mujer pero pensando en la Lujanera. Y por supuesto, no hay tango sin «finadito», y en esta historia el forastero pasó por el cuchillo a manos del mismo Borges.

JULIO Y LOS MONSTRUOS

Cortázar no escapó a que en algunos de sus cuentos describiera un poco la vida tanguera de Buenos Aires. Entre bailes, mujeres, tangos y milongas, Julio narra este aspecto de la vida porteña, con un tono diferente al gauchesco de Borges, en un cuento titulado «Las puertas del cielo (El perseguidor y otros cuentos, Pepsa editores, 1976), pero cuyo fin es el mismo: la descripción de la música argentina y de los escenarios y personajes que intervienen en ella. «Las puertas del cielo» inicia con el elemento imprescindible de todo tango: una muerte. La finadita es una tal Celina, una chica, una «china», que fue sacada de la milonga del griego Kasidis por Mauro, que después sería su esposo. Éste después de la muerte de su chica y en compañía de su amigo, el doctor Macelo, recorren los salones de baile y las milongas en busca del recuerdo de Celina y de su pasado en el arrabal.

Celina era un chica de los barrios bajos de Buenos Aires, de ahí ese aspecto de descripción despectiva por parte del doctor Marcelo Hardoy, un hombre presumiblemente culto. De ahí su atracción hacia lo diferente, hacia desconocido.

Alguien le reprochaba a Marcelo salir con la pareja a bailar a los salones, pero algo en su interior lo orillaba a estar con ellos. La diferencia tal vez. La música y lo típico porteño. El tango y los bailes de arrabal: la milonga, se estaban apropiando de él que se creía extranjero de esas costumbres. Pero disfrutaba acompañarlos «íbamos juntos a los bailes y yo los miraba vivir».

Y tras la muerte de la mujer amada, Mauro reflexiona sobre la muerte y el paso del tiempo, sobre la vida misma, elemento que para Ernesto Sábato son parte metafísica del hombre argentino, porque Mauro «tenía la misma cara de la última vez, al lado de la fosa, al tirar el puñado de tierra y echarse atrás como encandilado. Pero le encontré un brillo claro en los ojos, la mano dura al apretar. —Gracias por venir a verme. El tiempo es largo, Marcelo.»

Después de la muerte viene el desamor, amor–desamor de Mauro, verdadera chispa erótica y sexual explosiva del tango, porque en este baile lo último que se desea es el encuentro sexual, pues éste ya está dado, pedido o comprado de entrada. Lo que se expresa en él es lo que no se tiene, lo que se anhela, el amor, así se lo dice Mauro a Hardoy: «Quiero olvidar… cualquier cosa, emborracharme, ir a la milonga, tirarme a cualquier hembra. Usté me comprende, Marcelo, usté.»

Y el otro elemento que no estuvo presente en el cuento de Borges en forma de instrumento, pero sí en sentimiento, el bandoneón, el instrumento híbrido argentino por excelencia, el ir y venir de los fuelles, cargados de nostalgia, de fuerza y de soledad cuando los dos amigos se adentran en busca de la esencia de Celina: «no se hablaba mucho, oíamos muy bien la típica (la orquesta), rebasada de fuelles y tocando con ganas. El cantor insistía en la nostalgia, milagrosa, en su manera de dar dramatismo a un compás más bien rápido y sin alce».

En ese lugar, en la milonga, habitaban los monstruos, como lo había sido Celina, esos seres de arrabal que Cortázar describe a través de Marcelo como enanos, vestidos con trajes de cuadros y con peinados duros y brillantes los hombres, y las mujeres con «peinados altos que las hacen ver más enanas». Esos monstruos con «cara brutal… el gesto de agresión disponible… bajan de regiones vagas de la ciudad… se enlazan con grave acatamiento, pieza tras pieza, girando sin hablar» con ese «olor de talco mojado sobre la piel, a fruta pasada, uno sospecha los lavajes presurosos, el trapo húmedo por la cara y los sobacos…»

La diferencia de personajes, las negras, las criollas, las rubias, hasta el doctor hace la diferencia entre los rasgos italianos de Mauro y la cara de monstruo, de negra, criolla provinciana que el recuerdo de Celina le muestra. Pero sobre todo italianos, negros, criollos, gringos se funden en la milonga para darle rienda suelta al ritmo de los valses y la música cargada de «deseo y desdicha», de bandoneones y cantores enérgicos y entre el humo del recuerdo de la felicidad perdida y de la soledad ganada por la muerte, se asoma la silueta de una mujer, que a la vez es puta y diosa, es música y es sexo, amor y desamor, dramatismo mezclado entre polvo y perfumes deslavados del arrabal.
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* Marcos Daniel Aguilar (Ciudad de México, 1982). Escritor. Director de la gaceta literaria Cariátide. Fue editor de la revista Palestra, que recibió en dos ocasiones la beca nacional «Edmundo Valadés», que apoya a las publicaciones independientes. Egresado de la carrera de Ciencias de la Comunicación por la UNAM, es columnista de la revista Mundo Equino, Maldoror, Punto en Línea, Rúbrica y Armas y Letras. Es colaborador de Canal 22, única televisora cultural de México. En 2012 saldrá su primero libro, Un informante en el olvido, ensayo sobre la labor periodística de Alfonso Reyes. Entre sus temas de investigación está el análisis de la actividad artística y el pensamiento humanista de diversos escritores latinoamericanos.

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