Literatura Cronopio

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PAREDES HÚMEDAS

Por Mateo Ramón García Pérez*

—¿Y… de qué vives? desde que te conozco no haces… prácticamente nada —dice la chica, medio sonriendo, media enfadada, recostada en la cama de sábanas arrugadas.

El tipo sigue desnudo, sentado en un sillón rojo que parece devorarlo en una esquina de la habitación, voltea, la mira y sujeta su verga con la mano derecha, sonríe maliciosamente y comienza a masturbarse, mirándola.

—¿Qué dices, no te estaba escuchando?

—No creo que no lo hayas imaginado… pero tú vas a terminar en un manicomio, o suicidándote, lo sabes, ¿verdad?

El tipo continúa con su trabajo, muy metido con su verga, por decirlo de alguna manera, y con la mirada ineludible y de yunque puesta sobre toda ella, o en ella por fracciones: zapatos, orejas, uñas, grietas, orificios y protuberancias, tal vez sin ese orden especifico; mientras gime, sonríe un poco y observa la excitación que le va provocando. La dama se levanta para acercarse a la ventana y prende un cigarrillo, continúa mirándolo con el rabillo del ojo y la humedad entre sus piernas no la incomoda y el calorcillo en su vientre le dice que sus muslos pueden flaquear, que el latido de todo su cuerpo la puede delatar; imagina que él puede ver su piel escurrir de sudor y también su cuerpo dilatarse al ritmo de sus latidos…

—Me largo, no tengo nada qué hacer aquí, además tengo una fiesta con amigos que sí están vivos —se dirige a la puerta y cuando está por salir escucha la respiración agitada mezclada con gemidos, mientras él eyacula, se detiene un momento para escuchar el final… pero antes de que esto llegue, él interrumpe, ya sin mirarla pero igual sabiendo que aún está ahí, y con una voz entrecortada intenta gritarle.

—Podría ser alguien decente, pero no valdría la pena, no sería yo… ¿y quién no quisiera ser yo? —ríe esta vez estrepitosamente, mientras escucha el sonido de la puerta cerrándose, y unos pasos que se alejan excitados, como quiera que unos pasos excitados pueden sonar al alejarse…

AFIRMACIONES SIN LÁGRIMAS

—Soy infeliz —le dijo ella mirándolo, desnuda sentada en una esquina de la cama, iluminada su piel por la tenue luz del amanecer, y con una taza de café caliente en su mano. Él seguía desnudo también pero bajo las sábanas blancas, cubierto hasta el cuello, observándola con ojos cansados y enmudecía…

—¿Te das cuenta del peso de esa afirmación? Soy infeliz… En realidad eso es para ponerse a temblar… —dijo en tono fatídico, y nuevamente guardó silencio unos segundos, bajó la cabeza y contempló una mancha de café en el suelo. Él seguía mirándola, con su boca y voz desnudas también.

Finalmente ella concluyó, aun mirando al suelo —pero no temblamos —y quiso llorar, pero no lo hizo.

Después se levantaron, se bañaron y se fueron a trabajar, a continuar con su vida y jamás volvieron a pensar, ni a querer, ni a sentir ni a estar vivos, hasta el final.

DEPRESIÓN POSTVIDA

—No tenemos nada, no tenemos dinero, no tenemos comida, maldito holgazán… ni alcohol, ni siquiera un puto cigarro tenemos, debería dejarte… Deberías pararte a conseguir algo de plata hijo de puta, siempre estás ahí tirado rascándote las nalgas y tirándote pedos… —me decía mi chica y no paraba de hablar, parecía como una grotesca urraca medio desplumada.

—Habla claro nena. —le dije tranquilamente, acostado en mi cama y rascándome las nalgas.

—Si no tenemos nada, mejor economiza tu lenguaje…

—Eres un bueno para nada.

—Además, no tenemos nada, pero nos tenemos el uno al otro guapa… — yo le sonreía mientras sus enormes nalgas se alejaban tambaleando sobre esos tacones asesinos. No sé a dónde fue. No me interesa. No regresó hasta el otro día, pero regresó. Con su ausencia yo pensé en que ella tenía razón; caray, yo realmente era un bueno para nada, pero entonces no tenía que ser bueno en algo para poder tener a una mujer que me jodiera, la tenía a ella, y si no, me tenía a mí, aunque yo no me podía joder, ¿o sí?

Y si no tenía realmente nada, ¿acaso eso importaba?

SILENCIO

Y me senté hasta que todo dejó de ser. Entonces sólo el silencio llegó. Y ni siquiera fue ya como una ráfaga de tormento vehemente, ni como una noche oscura y lluviosa que se vislumbra acercarse llena de espantos desde el ocaso, ni como una bestia silenciosa que sabes está al acecho y finalmente llegará para devorarte. No.

Fue sólo así, el silencio en su más puro estado, el silencio sin pendejadas ni clarividencias, el silencio sin epilepsias ni embolias ni luxaciones, el silencio sin explicaciones, sin metáforas que adornen y den poderes efímeros a una frase, a una definición creada de palabras, sustentadas en el complejo vacío inherente del lenguaje, el silencio sin aleluyas ni fatalidades, el silencio sin chalequitos amarillos porque no sabemos si será varón, fémina o maricón. El silencio sin tapujos, sin sonrisas disimuladas. El silencio.

Eso es lo que quedó.

En ese momento me levanté porque ya ni siquiera sentía miedo… y eso creo sí es para dar miedo.

EL BRILLO DE DOS

—Me encantas… aunque no tengas nada de chichis —dice él, acercándose feliz, radiante al rostro de ella para sonreírle, —estúpido —le responde ella en un tono que va desde el más cómplice reproche, hasta el arrumaco más ardiente y amoroso, para después tomar con ambas manos su rostro y abrazarlo apretándolo contra su pecho, mientras él acomoda su oído como si quisiera escuchar su corazón diciéndole —no importa nada más.

En un segundo, ambos se vuelven luz e iluminan todo con un fulgor inaudito, hasta que unidos desaparecen, y todo lo demás.

VACACIONES

Y entonces ella abrió sus piernas, como se debe de abrir una hermosa calle veraniega ante un boquiabierto e inexperimentado turista, y a tientas él entró, con mucho cuidado y precaución anduvo así, deteniéndose en cada rinconcito, bajo cada farol, frente a cada aparador, comprando recuerditos y tomándose fotos aquí y allá, de esto y de lo otro; aunque sabía bien que esta vez no serían necesarios todos esos detalles para recordar esas vacaciones.

CRÓNICAS NOSTURNAS (PARTE 1)

No sé su nombre, nunca nos presentamos más allá de las sonrisas, más allá de algunas miradas descuidadamente planificadas que al coincidir no huían disimuladas sino que al contrario, permanecían y se confrontaban algo impúdicas. Al final del concierto mis dos manos sobre su rostro para despedirnos, un beso sudoroso en las mejillas también húmedas.

Nunca nos presentamos, pero no hizo falta.

(…)

Me encantan los conciertos porque la cerveza, la locura y el sudor…

(…) nunca nos presentamos más allá de las sonrisas, más allá de algunas miradas descuidadamente planificadas que al coincidir no huían disimuladas, al contrario, permanecían y se confrontaban algo impúdicas, maldita desinhibición. Al final quedaba sólo el sudor en el aire, ceniza de tabaco por el suelo y muchas piernas y manos alrededor que poco a poco dejaban de existir.

Mis dos manos en su rostro y un discreto pero efectivo beso en la mejilla para despedirnos, cuando me separo y la miro me doy cuenta que ella ha puesto sus manos sobre las mías y a pesar del calor en el aire se siente tan placentero ese efímero contacto. Nunca nos presentamos, pero no hizo falta.

Una sonrisa; una para los dos, que sea para sonreír aquí por favor, y me envuelve una docena de las mismas para llevar…

—Adiós —dice ella.

—Adiós…

Ambos sabemos que nos volveremos a encontrar y eso hace más rica la sonrisa que se transforma en un gesto de complicidad. Es que hay necesidades que acorralan y amenazan al destino con cuchillo en mano, «ponme otra vez en su camino… o te mato hijodeputa», y el destino muy cobarde o tal vez (y esto es más seguro) muy cabronviejosabio dice en su mejor actuación de víctima «okey, okey… mira que haré lo posible, pero guarda ese fierro».

(…)

Comenzó a sentirse libre cuando ambos brincábamos y gritábamos como desquiciados. Sonriendo.

Tenía unas piernas como de marfil.

Su holgada falda blanca y corta se levantaba un poco en cada descenso, era tan ligera que imaginé que en uno de sus brincos le saldría flotando y la dejaría desnuda con todo su esplendor para ser contemplada como una estrella al alcance de mis ojos. Cegado…

No se sabía las canciones de la banda. Yo tampoco. Eso no importaba de ninguna manera, ambos sabíamos cómo alcanzar una nueva cerveza de la barra y eso bastaba.

Luces rojas y azules apenas opacando la oscuridad y sus violentas sombras. La banda seguía tocando violenta, como las sombras.

La banda seguía tocando.

La banda seguía.

Tocando.

Nosotros.

Dos horas fueron tan poco tiempo. Han sido las dos horas más cortas de toda mi vida.

HISTORIAS DE UN CAMINO AMARILLO

Y soñaba aquellas noches con hojas secas cayendo sobre mí…

Como cuando ibas brincoteando feliz por el camino amarillo, silbando y maravillado en todo momento por lo hermosa que es la vida, «gracias», gritabas a los vientos «gracias por esta vida y por todas las vidas», bebías la brisa delicada del amanecer y la miel que amables te regalaban las abejas, dormías bajo las estrellas que te contaban sus historias de lejanos y antiguos reinos, «gracias», repetías en tus sueños «gracias por esta vida y por todas las vidas».

Y un día de pronto a lo lejos ves a algún hijoeputa que está barriendo sobre el camino amarillo, ahí es cuando sientes esa punzada hasta ese momento desconocida en el estómago, es un dolor tan intenso, pero no puedes dejar que te tire al piso porque aún tu fuerza y la esperanza que albergas en tu corazón es más grande que tu vida y que todas las vidas, «gracias…» dices entre un quejido lastimero.

Así comienzas a gritarle mientras sacas fuerza del coraje y corres hacia él, «¡hijoeputa para! ¡para cabrón, por el amor de Dios!» y te acercas ya arrastrándote casi desfalleciendo, apenas sollozando, «para… por favor, cabrón, para…», y llegas hasta él únicamente para darte cuenta de que efectivamente, ese fulano está barriendo el camino amarillo, y ahora todo lo amarillo del camino ha quedado desparramado por ningún lado. Y todavía el sujeto te mira parado muy derechito escoba en mano sin decir nada porque donde debería tener boca no tiene más que vacío.

Tú, hincado ya sin fuerzas en el piso que ya no es amarillo, también lo miras un segundo, «no vale la pena», piensas «hijo de perra…» El fulano sin boca sigue barriendo tu camino amarillo, y mientras el color se levanta por todas partes algunas partículas se van a pegar en tus mejillas humedecidas por las profusas lágrimas que amargaron tu sonrisa, lo único que puedes hacer es mirar el horizonte, donde ya no hay más camino.

De pronto el sol ha desaparecido, te das cuenta de que nunca ha existido. Las flores fueron devoradas, la humedad crece y transforma la hierba en un lodazal apestoso, la fruta de los árboles se marchitó hace años, la penumbra hizo su aparición sin que apenas te dieras cuenta, algunas sombras se mueven esquivas entre la mierda, parándose unos segundos para contemplar tu desdicha con esos terribles ojos brillantes; te sabes desnudo hasta que el viento frío comienza a calar tu piel, tus huesos, ahora te descubres adolorido por el largo viaje, cansado como jamás lo imaginaste, con los pies como harapos y tus manos sucias, endurecidas, igual que tu alma.
(Continua página 2 – link más abajo)

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