DIARIO DE UN DELINCUENTE
Por José Pacheco*
Estos días he tenido pocas ideas. Una mescolanza de imágenes se apoderan de mi razón, me aturden, me atormentan, me fastidian. Las calles me traen recuerdos poco agradables, los ríos de gente en la hora pico, el smog, los semáforos en rojo, la música que se confunde con el chirriar incesante de las bocinas me saca de quicio.
Hoy he despertado igual que ayer o tal vez aun duermo, tal vez aun es ayer y no hoy, no sé, y tampoco quiero saberlo. Hace muchos días que no veo a Claudia. Tal vez no sean muchos, tal vez han sido los suficientes para que ella se dé cuenta que no soy su mejor opción. Una mujer como ella está destinada a tener una mejor vida. Una vida que no le puedo dar. Una vida lejos de las drogas, de la calle, de las armas, de la delincuencia.
Aquella escena de las monjas en la playa, aun me tiene pensando. Es quizás una de esas señales divinas que he dejado de seguir; mi relación con el de arriba está deteriorada y cada día empeora. Hace tanto tiempo fue la última vez que asistí a la iglesia que se me olvidó hasta persignarme. Algo dentro de mí me dice que aquel suceso extraño tuvo de parte de Dios, algo de premeditación y dolo. ¿Qué buscaban cinco monjas con sus hábitos blanco pureza en una playa vedada hasta para la policía? Delincuentes, drogas, prostitutas, travestis y más drogas convergen en ese espacio.
Bajo el influjo sombrío de la marihuana, los cuestionamientos sobre lo conveniente que fue la masacre en el banco me llevan al extremo, los remordimientos no me dejan en paz, aun escucho las detonaciones de mi 357, aun puedo verlos escupiendo sangre coagulada, aun puedo sentir esa brisa fría y siniestra que trae consigo la muerte, aun sueño con ellos y sus almas en pena, aun por las noches se me escapa una que otra lágrima.
Disparar es fácil. Matar es difícil. Matar es negar la existencia de un ser divino y creador, matar es hacerle una herida incurable a la naturaleza, matar es el acto más bárbaro, cobarde, insensible, horroroso, funesto y despiadado que un hombre puede cometer. Matar es a lo que me dedico.
Hoy he despertado más temprano que de costumbre. El carro de la basura pasó a las siete como todos los viernes. Nunca me baño antes de las diez, hoy me bañé a las seis y media. El agua está más fría a esa hora y es imposible dormir después de salir de la ducha. La calle aun luce vacía y a parte de la tienda de la esquina, no hay nada abierto. Quiero caminar, no sé hacia dónde ni por dónde, sólo quiero estar lo más lejos posible de mi casa, de mis recuerdos, de mi mismo.
Hoy no iré a la playa, no volveré a la playa. No volveré a matar. Las monjas son una señal que no puedo pasar por alto, volveré a encomendarme a ese ser superior que todo lo puede. Tal vez ya es demasiado tarde, tal vez ya para mí no hay otro camino, la muerte me espera, en esta profesión, no se aspira a mucho: sólo a no tener una muerte dolorosa y humillante. Anoche vi a uno de los celadores del banco en mi ventana, pensé estar acostumbrado a esas persecuciones espirituales post asesinatos, pero no, ayer sentí miedo. Sentí cómo mi ser se desgarraba con cada grito desesperado de esa alma intranquila.
Enrique Solano, trataba de descifrar cada una de las palabras que estaban en el diario de un posible delincuente. De niño quiso ser médico como su papá, pero optó por la carrera militar para darle gusto a su abuelo. El viejo fue policía raso, ahora él estaba en la cima de su carrera. Hace apenas tres meses había ascendido a Teniente. Quince años después de aquella trascendental decisión, se siente a gusto en su trabajo. Hoy en día es director de la policía de la ciudad de la Santa Elegía y el año anterior, fue condecorado como el mejor policía del país del Sagrado Corazón. Sin duda su carrera no tenía ni una sola mancha. Fue siempre el mejor calificado en la escuela y después de haberse graduado, siguió siéndolo. No en vano su nombre ya es conocido por la cúpula y de seguir así, puede llegar a ser un General de la República y aspirar a la dirección del organismo.
Tres hombres entraron hace un par de días al banco central de la ciudad a las ocho y treinta de la mañana, sabían que a esa hora abrirían la bóveda del dinero. Dos hombres desenfundaron sus armas y sometieron al celador del segundo piso, a esa hora había poca gente en el establecimiento. Un tercer hombre entró más tarde apuntando al guarda de la puerta con un revólver 357. Pidieron que le guardaran el dinero en un par de tulas, un soldado retirado, dos oligarcas con salvoconducto se las dieron de Rambo y abrieron fuego. Uno de los delincuentes murió en el acto y otro murió en la clínica sin decir una sola palabra. El hombre del 357 disparó acertadamente cinco de las seis balas de su arma, una en el pecho del militar, una en la cabeza de cada oligarca, una a la altura del pulmón del guarda del segundo piso, otra en la sien del celador al que tenía a menos de un metro y reservó una por si alguien quería enfrentarlo. Siete muertos, diez vainillas esparcidas por el lugar, seiscientos millones desaparecidos, mucha sangre en el piso, pocas evidencias y unas imágenes en video que no sirven para nada.
No sabía por dónde empezar. Las evidencias que tenía eran poco confiables, ¿qué hacer con un diario? Las posibilidades que lo llevaran al asesino eran casi nulas. ¿Y si no era de un delincuente, sino de un escritor incipiente, y si sólo era una coartada para desviar la investigación? No podía confiarse de un diario, o tal vez sí y eso hizo. La última vez que murieron siete personas el mismo día fue en las fiestas patronales en un accidente de tránsito.
Solano planeaba casarse con su novia de toda la vida. Ella se llama Lucía y es odontóloga, trabaja en una clínica del Estado y dicta clases en sus horas libres. Es bella. Tiene el cabello rojo y desordenado, unas insipientes pecas cubren parte de su faz, los ojos son verdes y su cuerpo, aun sin hacer ejercicios está en forma. Ella los esperó mientras hacía el curso de Oficial. Ella estaba embarazada y aun no se lo decía. Ella era la mujer de sus ojos y él la amaba con todo su corazón.
Los medios de comunicación empezaban a presionar a las autoridades. Solano estaba en el ojo del huracán. En la televisión muchos programas de opinión ponían su carrera sin manchas por el piso, aun así, seguía en el cargo. La cúpula le mantenía la confianza. Algunos titulares de periódicos cuestionaban su permanencia y empezaban a contar los días sin respuesta alguna sobre lo ocurrido aquel miércoles por la mañana. No había capturas, no había pistas y tampoco había rastros del dinero hurtado.
Mientras los medios criticaban, el policía seguía pegado a las letras del diario. Los pacifistas empezaban a convocar marchas y la gente salió en masa a protestar, las calles se llenaron de gente, las críticas y burlas sobre la profesionalidad y capacidad de reacción del Teniente Solano arreciaron; pero él se mantenía en el cargo con más fuerza que cuando lo nombraron. Se había tomado la investigación a título personal.
Hoy me he tomado el atrevimiento de acercarme a su casa, Claudia luce bella y relajada como siempre. No se percata de mi presencia. Tal vez ya no me conozca, con el cabello a ras, mis ojos lucen más fríos e inexpresivos que de costumbre. Parecen ojos de pájaro. Llamé a su casa para escuchar su voz. Ella nunca sabrá cuánto me duele no poder tenerla conmigo en estos momentos difíciles. Las almas atormentadas no se han limitado a mis horas de sueño, veo sus sombras en todas partes, siento que me miran, me tocan, me persiguen, me hablan al oído. No sé hasta cuándo soportaré esta situación. Han pasado muchas cosas por mi cabeza, he pensado en acabar con mi vida, pero, todo lo que he intentado hasta ahora ha sido en vano, como si esas almas sólo quisieran atormentarme y nada más.
Temo que estoy perdiendo la razón. Camino por la calle respondiendo a mis voces internas, siento que a parte de los espíritus, la gente que pasa por mi lado me mira. Me miran con extrañeza, me miran como a un bicho raro. Pensarán que estoy loco, y no es una idea descabellada, hasta yo mismo lo he pensado a veces.
Ahora me arrepiento de los tatuajes, ahora recuerdo aquellas palabras que me dijo alguien un día «te arrepentirás de marcar tu cuerpo» y ese día ha llegado, me arrepiento de tener tantos tatuajes. Después del primero, te haces adicto a ese dolor soportable y placentero que producen las agujas llenas de tinta natural que dejan una figura imposible de borrar. Quise internarme en un monasterio buscando la paz interior que he perdido con mis malas acciones. Son tantas las marcas, que no me aceptaron porque la sotana no las puede cubrir y a los publicistas de la iglesia, no les sirve un sacerdote tatuado. Las puertas se cierran, he querido buscar el 357, aun tengo una bala, tal vez eso también fue un acto premeditado de parte de Dios, tal vez esa bala está reservada para mí.
A Solano le sorprendió el fuerte olor a bebé y la cama cuna que encontró en la sala de su casa. La noticia del embarazo lo tomó en el peor momento de su vida profesional; aun así, le alegraba la idea de ser papá. También pensaba que en estos momentos era inconveniente tener un hijo, no podría mirarlo a los ojos si lo echaban de la policía por no resolver el caso que lo atormentaba tanto. Si lo llamaban a calificar servicios, tendría la misma asignación salarial, eso no le importaba, estaba en juego mucho más que un simple salario, estaba en juego su nombre, su honra, su profesionalismo. A pesar de los contras del embarazo, el Teniente se mostró complacido.
Tenía dos meses antes de casarse para resolver el caso. Dos meses era demasiado tiempo, la presión de los medios pronto acabaría con la paciencia de sus superiores y eso lo tenía bien claro. Ahora trataba de buscar en el directorio telefónico a la Claudia del diario, eran más de cuatrocientas, era difícil saber a cual se refería. Abortó esa idea. Si tenía a la mujer, tenía al hombre pensó en primera instancia, pero, tendría que ser más agudo. Hasta el momento el criminal le estaba ganando el partido.
Pensó entonces en un viejo amigo experto en balística. Por la manera como entraron las balas en los cuerpos, estamos tratando con un hombre de altura superior a los occisos, ninguno de ellos superaba el metro con ochenta, es decir con un hombre alto y fuerte por la precisión del impacto. También cabe resaltar que su visión es perfecta, ya que, dio en el tórax de un hombre en movimiento a más de diez metros de distancia. Esto no era para nada alentador, estaban hablando de un profesional del crimen, un hombre de cuidado. Se aventuró con un dibújate a hacer un retrato hablado, por las descripciones del experto en balística y las anotaciones del diario hicieron un boceto. Nada de eso fue dicho a los medios, trataba de no filtrar información.
Empezó a buscar en los archivos de reseñas, a hombres tatuados con miradas frías e inexpresivas con la ayuda de un psicólogo. Cinco posibles sospechosos. Dos de ellos fueron descartados por haber entrado a la cárcel acusados de delitos alejados de asaltos y sicariato. Uno de ellos había fallecido en un riña, otro está internado en un hospital psiquiátrico victima de esquizofrenia y delirio de persecución. Ahora todo apuntaba a un tipo de nombre Félix Miranda. Miranda entró a la cárcel por un delito menor, posesión de narcóticos, duró sólo cuarenta y ocho horas tras las rejas y nunca reincidió.
Félix Miranda se ganó una beca para estudiar en el Colegio Salesiano, se destacó por ser siempre el mejor de su clase y por su facilidad para las artes histriónicas. También hacía libretos para las semanas culturales y eventos intercolegiados de teatro. También ganó varios concursos de cuentos y poemas. Sin dudas éste era el hombre que buscaba. La Claudia del diario, era Claudia Borja, hija de uno de los hombres más ricos de la ciudad. Ella y Miranda habían sido novios en su época de estudiante. Ella se fugó con él, pero, su papá la buscó por cielo y tierra, ahora vive en un condominio cerca al Hospital Central.
Solano intuyó que por ser pobre toda su vida, Miranda no gastaría dinero en hoteles lujosos, así que como cuando halló el diario, empezó a allanar hoteles de medio pelo, buscando siempre en los registros de recepción el nombre del tipo. No había rastros, sólo en un par de residencias en uno de los peores barrios de la ciudad estaba su nombre. Sin dudas el delincuente era inteligente. El Teniente también intuyó que llevaba consigo la tula del dinero. En los centros de control, los operarios de las cámaras, estaban pendientes a cualquier tipo con una tula al hombro.
Por fin la entereza del policía lo premiaba, hallaron en una mesa de noche el 357 y varios manuscritos. Un grafólogo confirmó las sospechas del Teniente, buscaban a Félix Miranda. También las huellas dactilares lo confirmaron. Sólo era cuestión de tiempo, para que cayera. La casa de Claudia Borja permanecía vigilada noche y día y ella estaba enterada de todo y dispuesta a colaborar, prometió alargar las llamadas para hacer fácil el rastreo y dar la dirección de una posible cita, su cumpleaños estaba cerca así que ese día lo capturarían.
Amigo diario, ya que tus hojas se han terminado, he decidido anexarte estas últimas, aunque no sean de tu estilo. El día de su cumpleaños, le regalaré una docena de tulipanes blancos. Una docena porque hace doce años que juntos nos fugamos, porque hace doce años no puedo ver de cerca sus enormes ojos cafés, doce años hace que la besé por última vez. Ella nunca sabrá en lo que me he convertido, ella nunca sabrá que soy un delincuente.
La vida me ha cobrado caro mis errores. Tal vez, nunca debí renunciar a la beca de la Academia de Teatro. Tal vez, debí marcharme junto con mi hermano buscando nuevos horizontes, pero, ya no hay tiempo de arrepentimientos. He escuchado mi nombre varias veces en la radio, sé que están tras de mí. El Teniente Solano merece todos mis respetos, es menos tonto de lo que uno piensa. Siempre creí que aquel que escogía ser policía, lo hacía por falta de intelecto para cualquier otra profesión, pero, este hombre merece de mi parte un premio.
Si mis cálculos no me fallan, hallará mi revólver y este manuscrito antes del cumpleaños de Claudia. He visto a su mujer y sé que está embarazada, creo ya le he complicado mucho la vida a ese pobre hombre. Odio tanto a los periodistas, que dejaré que él mismo sea quien me capture.
Solano y quince de sus mejores hombres rodearon el condominio. Cuatro francotiradores vigilaban las esquinas, dado el grado de peligrosidad de Miranda. Tenían orden de abrir fuego si escuchaban disparos. Félix Miranda apareció por la esquina de la calle veinticinco a las nueve de la mañana, como lo había dicho, traía tulipanes blancos. El Teniente lo divisó a lo lejos y quiso esperar a tenerlo cerca, para los demás policías pasó desapercibido, ninguno había leído el diario. Claudia Borja barría la terraza de su cabaña como era siempre su costumbre. Ella lo vio y su corazón se llenó de tristeza, intentó avisarle que estaba rodeado pero no quiso alarmar a los policías. Sus ojos se llenaron de lágrimas y Miranda entendió el mensaje. Se arrepintió de lo que había escrito por primera vez y quiso escapar. Pero el Teniente Enrique Solano lo tiró contra una de las paredes que rodean el condominio. Miranda no puso resistencia y se dejó capturar
Los dos hombres intercambiaron un par de palabras antes que el lugar se llenara de periodistas. Enrique Solano sería condecorado por tan excelente captura. Félix Miranda tendrá que responder por el asesinato de más de cincuenta personas, además de otros delitos que se le imputaban, la diligencia judicial se hace más fácil, porque el hombre se allanó a los cargos y recibirá rebaja de pena. Claudia Borja por su parte se irá al extranjero, lejos de los recuerdos de aquel primer amor fallido y decepcionante. Lucía Ramos De Solano, parió un niño al que llamó Iván, como aquel mítico personaje ruso al que apodaban «El Terrible». Los medios de comunicación ahora se desbordan en elogios al Teniente, pero, no han logrado con él una entrevista. La cúpula lo llamó a hacer el curso de ascenso y ha dejado la dirección de la policía de su ciudad. Su abuelo, que también se llama Enrique, podrá morir tranquilo, porque un miembro de su familia está ad portas de ser un General de la República. El libro Diario de un Delincuente, fue publicado hace un par de meses y la editorial ha tenido que volver a imprimirlo por la gran acogida.
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* José Pacheco es Comunicador Social y Periodista con énfasis en prensa y edición de Medios Impresos de la Universidad Sergio Arboleda (Bogotá, Colombia).