Literatura Cronopio

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Marcela

CITA CON MARCELA

Por Jaime Andrés Báez León*

…Hacia la puerta de la casa que está en la esquina de un parque. Marcela levanta la cabeza y ve una luz prendida, es la del cuarto de sus padres. Voltea nuevamente y toma las manos de Ricardo Aldana.

—Gracias por todo, la pasé muy rico.

La luz del poste golpea las gafas de Marcela, la mirada del taxista está a la expectativa en el retrovisor. Ricardo pasa saliva. Están muy cerca. Le pone las manos en los hombros, se le acerca a la oreja.

—¿Le puedo dar un beso?

Una carcajada estalla y amenaza con despertar a todos los vecinos.

—Tonto, eso es lo que he estado esperando toda la noche.

Aldana se ríe, se acerca con lentitud y le da un beso como el que se dieron los protagonistas de la película que vieron horas atrás.

En la película, justo en el momento en que se confesaban su amor, los personajes se daban cuenta de su destino, el cual era estar separados. Debido a la música y la actuación de los personajes, a Ricardo Aldana se le aflojó la barriga y comenzó a sentir un vacío tremendo en la parte derecha del estomago. Su mano fue apretada por Marcela que estaba clavadísima en la escena, las lágrimas ya amenazaban con ahogarla y chorrearse por sus mejillas, humedecer sus pestañas y además mojar sus anteojos, en los cuales Ricardo observaba el reflejo del beso final.

Fue Luisa, la mejor amiga de Ricardo, quien escogió el film rosa. También fue ella la que le prestó la mitad de la plata y, por si fuera poco, aceptó salir con Miguel para que la cita pudiera ser doble. Durante todo el tiempo que duró la película, Luisa estuvo mirando a Ricardo, apretando los dientes para que él se arriesgara a besarse con Marcela. Pero no pasó nada.

Miguel, por su parte, se aburrió bastante. Había momentos en que se dormía y Luisa tenía que despertarlo con codazos fuertes. Al final de la película, Miguel se estiró con muchos ánimos y luego de bostezar le preguntó a Luisa:

—¿Qué pasó?, ¿Fue capaz o no?

Luisa le contestó estirando los labios en un gesto que en ella provocaba risa. Esta respuesta creó un malentendido, porque Miguel entendió que sí, cuando ella quería decir que no. Cuando los cuatro salieron del cine, Miguel golpeó a Ricardo en la espalda con un gesto que parecía ser de respaldo y felicitación, y que por supuesto, Ricardo no comprendió. Marcela se limpió las escasas lágrimas que a Luisa le causaron un poco de risa y caminó al lado de su amiga, quien, además de unas ganas tremendas de pegarle un puño a Ricardo, se sentía una decepcionada, pues esperaba que la película fuera un poco mejor.

Bajaron las escaleras y se encontraron en el pasillo principal del centro comercial. Había mucho ruido y las luces de todos los almacenes estaban deslumbrando a medio mundo. Caminaron mientras Marcela y Luisa se enamoraban de toda la ropa que veían en los diferentes almacenes. Miguel bostezaba, Ricardo movía afirmativamente la cabeza a todo lo que le preguntaba Marcela. Pasaron frente a buena parte de los negocios y en más de una ocasión Luisa y Miguel trataron de ponerle trampas a Ricardo, dejándolo con Marcela solo con cualquier excusa, pero no pasó nada.

Luego del tour de la moda, Luisa protestó porque tenía mucha hambre y Miguel bostezó. Marcela alzó los hombros y fue Ricardo quien preguntó qué podrían hacer. Por supuesto que ya todo estaba arreglado. Luisa le había pedido el favor a su hermana, con quien vivía en Bogotá desde que inició sus estudios en el colegio, y la casa estaba sola y disponible.

Tomaron, aparentemente, la decisión, salieron del centro comercial caminando, adelante Marcela y Ricardo, atrás Luisa y Miguel, quien trató de protestar porque los dos noviecitos no se tomaban la mano. Afortunadamente la protesta fue apagada por el codazo oportuno de Luisa. Entonces Miguel entendió que aún no se podía cantar victoria.

Llegando a la casa entró el cuarteto a un supermercado. Marcela insistió en llevar la canasta en la mano mientras recorrían los diferentes pasillos. La canasta fue llenada con una libra de spaghetti, varios tomates que escogió minuciosamente Luisa, una bolsa grande de queso parmesano y otros ingredientes. Durante todo ese trayecto las facultades culinarias de Ricardo fueron víctima de todo tipo de bromas e ironías por parte de Luisa y Marcela. Luego de una cola larga salieron del supermercado. La noche se había apoderado por completo de la ciudad, las luces de los carros atravesaban varias calles, las de los postes nocturnos multiplicaban las sombras del cuarteto que ahora caminaba en grupos de a género, Luisa y Marcela adelante, Miguel y Ricardo atrás.

Un avión enorme pasó sobre sus cabezas, el ruido ensordecedor los obligó a mirar hacia arriba. Luego de eso doblaron en la esquina y caminaron unas tres cuadras hasta llegar a una casa pintada de verde. La puerta era pequeña y Luisa sacó las llaves.

Entraron en una sala iluminada, con un sillón naranja, un equipo de sonido pequeño y una mesa que hacía las veces de comedor. Luisa se disculpó por el desorden. Acto seguido entró en la cocina y encendió la luz, Marcela, quien era la única que no conocía la casa, se paseó por todos lados mirando a una parte y otra. Estaba completamente embelesada con la idea de Luisa viviendo sola con su hermana. Envidiaba la libertad que tenía su nueva amiga.

Ricardo entró en el baño y se lavó las manos, luego se quitó el saco y se metió en la cocina. Con la ayuda de Luisa prepararon una pasta con salsa picante que a todos les pareció deliciosa una hora más tarde mientras la comían. Durante la preparación, Miguel bostezaba y Marcela hojeaba todos los CD´s de Luisa y su hermana.

La comida la acompañaron con una limonada que preparó Marcela y que, aunque escasa de dulce, a todos les gustó. Hablaron de todo tipo de cosas, las tareas para el lunes, la telenovela, música, la cola que le tocó hacer a Ricardo en el CADE para pagar un pinche recibo, por qué Luisa ya no estaba de novia con Juan Felipe.

Cuando terminaron de comer se sentaron en el sillón y bebieron un par de cervezas. Empezaron a animarse, Miguel sugirió entonces que se comprara una caja de aguardiente, la sugerencia fue aceptada por todos. Luisa y Marcela salieron a la tienda de la esquina a comprar la dichosa caja.

El tiempo fue aprovechado por Miguel, quien llenó de sugerencias la cabeza de Ricardo, éste asentía a todo lo que le decía su amigo, aunque realmente era muy poco lo que retenía en su cabeza.

Camino a la tienda de la esquina, Luisa interrogó de todas las formas posibles a Marcela, todas las preguntas iban dirigidas hacia el mismo sitio, cómo iban las cosas entre ella y Ricardo. Todas las respuestas de Marcela iban directamente hacia el mismo sitio, el limbo. Porque cada una de las respuestas trataban de mostrar el poco interés que tenía en que se supieran los avances de Aldana. Ya de regreso evitaron el tema.

Bebieron en pequeñas copitas, riéndose de todo. Pronto terminaron con esa caja. Ahora el turno de salida fue para Miguel y Ricardo. Regresaron muy ebrios a causa del terrible frío. Se tomaron media caja más. Miguel ya estaba a punto de dormirse y Luisa estaba cantando con fuerza una canción de Alejandro Sanz. En el sillón estaban sentados Ricardo y Marcela. Fue Marcela la que recostó su cabeza sobre el hombro de Aldana, también fue ella quien tomó sus manos y él, para compensarlo, le besó el pelo, que olía muy rico, y la abrazó con suavidad.

Ahora Marcela levanta la cabeza.
—¿Qué horas son?
—Van a ser las dos.—Contesta Ricardo mirándola a las gafas.
—Me tengo que ir, es tardísimo.
—Vamos.
Se levantan los dos, Luisa deja de cantar y acomoda a Miguel en el sofá.
—Este se queda aquí, ya no lo levanta nadie. Ustedes váyanse con cuidado.
—Chao Luisa.
Ricardo se acerca y besa la mejilla de Luisa.
—Chao mujer, gracias por todo.
—Yo veré tonto.

Salen de la casa y caminan hasta la esquina donde doblan y llegan a la avenida. Van tomados de la mano. Ricardo se acerca al borde del andén y extiende la mano. Un taxi nuevo frena y los recoge en su interior caluroso.

—A la Española, me hace el favor.
El taxista mueve la cabeza afirmativamente y arranca. Marcela se recuesta sobre Ricardo y duerme todo el trayecto, está agotadísima. Ricardo le acaricia la cabellera durante ese tiempo, mientras el joven conductor que escucha música disco trata de armarle conversación.

—¿Tremendo día no?
—Dígamelo a mí. —Contesta Ricardo— Estoy que caigo como piedra.
—Y después de la Española ¿vamos a otro lado? —dijo el piloto mientras conducía por una avenida desocupada.
—Sí.
Ricardo piensa, le parece perfecto que armen conversación, de repente se siente completamente feliz.
—¿Qué tal el trabajo hoy?
—Bastante bueno.—Afirma el taxista.—Ya voy para mi cuarto viaje.
—Los viernes deben ser muy buenos para usted.
—Pues no tanto como la gente cree.—el taxista da un giro.—Pero hoy no me puedo quejar.

Los dos escuchan música. Por la ventana Ricardo observa la ciudad completamente sola, un par de indigentes duermen en la puerta de la iglesia. La cancha de baloncesto está desocupada, sólo se escucha el ronroneo del motor del taxi.

Un suspiro llena los puestos de atrás. El conductor sonríe, Aldana se sonroja.
—A la derecha por favor.
El taxi gira.
—Y aquí a mano derecha otra vez. Y en la esquina a la izquierda.
—¿Allí en ese poste de luz?
—Sí señor. Aquí. Espéreme un momento.
Ricardo despierta a Marcela. Ésta se mueve y se levanta. Se arregla el pelo.
—Gracias señor.
Bajan del taxi. Caminan hacia la puerta de la casa que está en la esquina de un parque. Marcela levanta la cabeza y ve una luz prendida, es la del cuarto de sus padres. Voltea nuevamente y toma las manos de Ricardo Aldana.
—Gracias por todo, la pasé muy rico.
La luz del poste golpea las gafas de Marcela, la mirada del taxista está a la expectativa en el retrovisor. Ricardo pasa saliva. Están muy cerca. Le pone las manos en los hombros, se le acerca a la oreja.
—¿Le puedo dar un beso?
Una carcajada estalla y amenaza con despertar a todos los vecinos.
—Tonto, eso es lo que he estado esperando toda la noche.
Aldana se ríe, se acerca con lentitud y le da un beso como el que se dieron los protagonistas de la película que vieron horas atrás.
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* Jaime Andrés Báez León es docente de narrativa colombiana, literatura europea del XIX, literatura latinoamericana del XIX, literatura latinoamericana de 1900 a 1950 y teoría literaria en las universidades Nacional, Javeriana y Uniminuto en Bogotá. Actualmente es profesor de Literatura Europea del siglo XIX y Teoría Literaria en la Pontificia Universidad Javeriana; en esta misma universidad coordina una investigación sobre la obra crítica de Ángel Rama. Se graduó con honores en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Su tesis «Juan García Ponce: Relato de un parricidio» fue meritoria en la maestría en Literatura de la Pontificia Universidad Javeriana y está publicada en Internet. Ha publicado también artículos y reseñas sobre: Efraim Medina, Tomás González, Susan Buck–Morss, Giussepe Grilli, James Joyce y Marcel Proust en revistas universitarias especializadas.

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