Literatura Cronopio

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Mario

UN ENCUENTRO EN EL PRÓXIMO MUNDO CON MARIO CAMPAÑA

Por Inmaculada Lergo*

«No es el canto lo que cuenta, sino lo que origina su hermosura», dice Mario Campaña (Guayaquil, 1959) en su poemario En el próximo mundo (Barcelona, Candaya, 2011). Pero hay mucha hermosura en este canto junto con la profunda y angustiada belleza que lo origina. Al paso del transcurrir de la propia vida, del instante que perdura, del sentimiento personal, afloran el estupor y la derrota, pero también el impulso que hace que sobrevivamos al naufragio y a la felicidad. Lo que hay en él, en definitiva, es el latir de la existencia misma.

El primer poema abre la puerta a un mundo que nace: un mundo que empieza «sin estrépito», «mudo», y que se describe con adjetivos desalentadores: «calcinado», «cochambroso», «ajeno», pero al que el alma se abre ávida, curiosa, deslumbrada. Un mundo que la voluntad, el amor y la carne recrean de nuevo en una batalla constante: el fuego y el frío, la libertad y la vara, el sueño y su coto…, y el expreso deseo de «no transigir, no ahogar el fuego, no enterrarlo / bajo el recio leño humedecido o el manto frío. / Hay un soplo que enciende y otro que apaga» (9).

Y la garganta se abrirá a ese aliento y ahí estará la voz del «yo» poético. Es su experiencia personal pero también es la de todos.

Cada uno muere en su batalla
y todos en la única, arando
terreno equivocado, adverso pero propio al fin
pues en el agua
muere el pez,
no en el aire (20).

Mario Campaña no cae en el lamento fácil o consabido, aunque hay momentos muy duros, sino que da cancha a la batalla, como Reinaldo Arenas cuando clamaba por «la dicha de perecer prisioneros de una indignación legendaria».

Y la emoción surge al acercarnos a ese impulso de no resignarse, de revolverse y anteponer un escudo «al vértigo de cien espadas» que se disponen para nuestro castigo por la vida. De ahí que en muchos momentos y de diversas forma repita una apelación: «Apróntate, te digo»; «Álzate»; «Respira». Hay pues que «vencer la tentación del abandono»:

Ponte de pie lentamente; álzate
Aunque en la oscuridad tus manos gesticulen
Buscando compañía
[…]
Ponte de pie, me digo: escucha la música en el aire.
Y si puedes, danza, como esa flor, esa muchacha,
Que a solas giran mientras esperan
[…]
Échate a andar sin rumbo: el rumbo viene
Del arduo aventurarse entre sueños diurnos
[…]
Ponte de pie
Te digo, me digo
Si llega el fin (82).

Hábilmente implica al lector en su conflicto interno. Por momentos alterna en los poemas la primera y la tercera personas, o bien, como en este caso, mezcla los pronombres que nos separan y nos unen, el «tú» y el «yo», el «me» y el «te», el «nos». Es la experiencia del poeta pero también es la de todos.

Campaña siempre estuvo en contra de la imposición de una voz, de una idea, de una ley, por bienintencionadas que éstas sean. Y ello por el temor de que se conviertan en intocables y sagradas, de caer en «el error de quien quiere que en lo estrecho todo quepa». Sublime deseo para una sueño que el hombre no debiera jamás abandonar:

quien quiera levantar la mano
o elevar la voz
que antes alce la vista al cielo
y se conforme con las nubes,
con la franja plateada
que ennoblece el horizonte
por su parte más baja;

quien quiera hablarnos tanto
que lo deponga todo y abandone
de pe a pa su imperio,
su casa su cántaro su atuendo;

que hable sólo el que no tenga
o el que no quiera,

el que no pueda volver;

sólo el desnudo que hable,

y sea él quien entregue la ofrenda
en manos de los que empiezan a vivir (22-23).


Pero lo más significativo y potente en el conjunto de la obra es la apelación a otro mundo mejor. Así, a pesar de que el hombre y la vida aparecen con tintes negativos, hay un «pálpito», una «melodía» que hace renacer las esperanzas y que invitan de nuevo a la vida, en un balanceo constante entre el sentimiento de «tristeza castigada» –castigado el hombre y el mundo por sus pecados, consciente de su maldad, agitado y hundido como un «perro que muerde su alma»– y el impulso vital irreprimible que surge con el amor, con la palabra, con «el aire sano en expansión irrevocable». Hay un «nervio», una «savia» que hacen que el hombre se yerga sobre los más negros de los destinos.

¡Cuidado, sin embargo, con en el bálsamo de las quimeras! No hay lugares comunes en este libro excepcional y el autor alerta contra los sueños diurnos, las proclamas, las expectativas, las ilusiones. Porque sabe –quizá porque ha comprobado–, que la verdad no está en la luz sino en la oscuridad, que se cobrará su tributo, que exigirá la valentía de palpar «el hueco de tu cara, el hoyo / que queda cuando todo se ha perdido» (82). Para ello es necesario «limpiar el corazón». Pero ¿cómo hacerlo?, se pregunta, si «no hay cuerpos inocentes», si el sol nace «como niño expósito» entre coches y «entre coches muere» (84-85); ¿cómo hacerlo si el pasado no se extingue?, ¿cómo hacerlo si no podemos evitar nuestras expectativas ni nuestra caída?

Y es dolorosamente cierto: cierto que nos hacemos la promesa de pararnos a escuchar, cierto que otras cosas nos llaman, cierto que preferimos acompañar a la luna, abandonarnos a su luz consoladora, cierto que nos engañamos con el poder de las palabras; pero estamos equivocados. No necesitamos nuevos amaneceres, lo mejor es tomarse la vida en serio.

Porque la vida que celebra Mario Campaña es la vida real, esa que es una pelea de gallos, de la que indefectiblemente salimos marcados, «una fuga, un viaje de evocación / en que intentamos recoger / jirones de piel y plumas con sangre / de los combates de la tarde». Esa por la que, a pesar de los «picotazos» diarios y dolorosos, hay que salir a la calle a gritar: «¡Viva la vida! ¡viva!» (34).

Otro de los temas que recorren estas páginas es el del desarraigo, desarraigo del propio país, desarraigo del mundo en general y desarraigo de uno mismo. Todos se entremezclan y se confunden. Así, en ocasiones, aparece cansado ya del viaje, de ser anónimo, de no tener lugar: «Llegué y partí demasiadas veces / demasiado difícil terminar de irse, demasiado / difícil terminar de volver» (72-73).

El sentimiento del que emigra es también contradictorio. Puede quizás encontrar una nueva ilusión, «un destino pequeño pero cierto» (32). Pero es una cara de la moneda, la otra es que no se es el mismo cuando uno sale de su lugar, y que al volver queda poco rastro del que uno fue. Y que entre medias, la urbe que acoge, que se muestra cosmopolita, ajetreada y luminosa esconde también «habitaciones oscuras para llorar». Es en realidad una ciudad que se hace y que desaparece cada tarde, una lugar del que no forma parte y que únicamente pude observar «agazapado» (35-37).

Se nos ha enseñado que Mahoma fue a la montaña porque ésta no se acercó a él, pero ese gesto no siempre funciona tan bien como en el mito, y así sucede que

«Si ella no viene», me dije, «yo iré a ella». Cuando fui por fin,
la montaña ya no estaba:
en ese hiato de tiempo fulgurante
se había convertido en llano,
tierras pedregosas donde los vientos pastan (47).

Y muchas veces se vive de una mezcla de nostalgia y esperanza, cuidando el lecho de un río que fue y que ya no existe, de un río que se espera y que no llegará.

Está también muy presente la violencia. Piensa que se cometen muchos horrores en nombre de la ley, que las fronteras son líneas absurdas para fomentar odios y torturarnos unos a otros y que el camino es duro, desolador e incomprensible. Y lo más desolador es el absurdo de las muertes inútiles mientras la vida sigue, como aquella del hijo arrebatado al padre, aquella de la que sólo le quedará la imagen de un punto en medio de la frente, «Por donde entró la muerte»:

«Aquí», dijo el viejo, con el dedo índice pegado
A la frente, en el centro. «Aquí fue el tiro».
Era mediodía y el hombre llegaba
A la terraza del barrio en pijama, como si tuviera
Los hechos incrustados en los pliegues
De su rostro cerúleo y avinagrado, en su memoria
Transparente. Hablaba del hijo, de la muerte del hijo,
Un guardián nocturno.
[Estábamos, ella y yo, con nuestro enfermo, con
Tres cervezas y nuestro enfermo, que había pasado la noche
Envuelto en un colchón, atendiendo la receta de una curandera.
Le había dicho que si conseguía sudar,
Sudar todo, expulsaría su mal; pero callamos
Para escuchar la historia del viejo.] El sol
Se revolcaba entre las hojas; papeles sucios corrían por el suelo.
Y de esas historias sólo ha quedado un comienzo, un lugar,
Dos dedos encima del entrecejo, por donde entró la muerte (27-28).

A pesar de todo, «después de la tormenta algo continúa / su obstinado viaje inevitable» (77). Mario Campaña consigue en este poemario «hacer florecer la herida», por eso nos toca en lo más íntimo. Y porque, a pesar de todo, sigue caminando con la convicción de que hay que «tener un destino. Descubrirlo y elegirlo. / Colocar así una señal constante en el camino» (24). Su «señal» aquí es una búsqueda, una lucha continua con la vida por arrebatarle su hermosura.

Por eso en el último poema, que lleva el título del libro, se reúnen la desesperanza de este mundo y la esperanza de otro próximo. Otro donde «podremos más», o en el que confiaremos finalmente en el poder creador de nuestro deseo, poder que nos arrebatamos a nosotros mismos abotargados por «la falta de sueño» y «las huellas del desastre». Un canto hermosísimo y esperanzado en la desesperanza; una utópica casa donde «entraremos todos»; un mundo que desconoce las verdades, los principios consagrados, que «cambiará siempre de lugar: / Ni el amigo ni el enemigo serán nunca estables». Y el hombre habrá aprendido. Y

No nos engañará la luz, artificiosa,
Como a los peces,
Cazados por lamparillas que ocultan
La sabiduría de la noche (92).

Que así sea
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* Inmaculada Lergo Martín (Sevilla, España, 1957) se licenció en Geografía e Historia en 1984 y en Filología Hispánica en 1998, ambas en la Universidad de Sevilla. En 2005 se doctoró en el Área de Literatura Hispanoamericana de dicha Universidad con una tesis sobre antologías poéticas peruanas. Ha publicado los volúmenes Antologías poéticas peruanas (1853-1967.) Búsqueda y consolidación de una literatura nacional (2008) y Olga Orozco. Territorios de fuego para una poética (2010). En este momento está ultimando un volumen plural en homenaje al poeta peruano Carlos Germán Belli. Cuenta con numerosos artículos de investigación dentro del campo de la literatura peruana así como dentro del ámbito hispanoamericano. Pertenece al Consejo de redacción de la revista Los papeles mojados de Río seco y es colaboradora externa del periódico digital Los Lunes de El Imparcial. Actualmente compagina su labor docente en la Universidad de Sevilla en el Área de Literatura Hispanoamericana con la de Lengua y Literatura Española en la Enseñanza Secundaria.

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