Literatura Cronopio

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Neruda

NERUDA POLÍTICO, HISTORIADOR Y PANFLETARIO

Por Juan Manuel Zuluaga Robledo*

A mediados de la década de los 40, Pablo Neruda militaba abiertamente en la política chilena. Elegido senador por el Partido Comunista, el poeta aprovechó su curul para viajar por los países de la región y escribir la que sería hasta entonces su obra más revolucionaria y que partiría en dos la historia del quehacer poético en América Latina: se trata de la publicación y revuelo que «Canto general» causó en 1950. Es un vuelo poético, de gran impacto político, de grandes aires épicos e históricos. Es sin duda alguna, una de sus grandes obras maestras.

Por otra parte, su arte poético se iría desluciendo hasta llegar al punto de la decadencia con la publicación de «Incitación al nixoncidio» en 1973, el mismo año de su muerte, en una critica abierta y descarnada contra la Casa Blanca —en medio de una tensa Guerra Fría— que en cabeza del presidente Nixon, apoyaba abiertamente la instalación de dictaduras en el subcontinente, capacitadas para repeler todo tipo de expresión comunista.

En esos poemas tardíos, Nixon es detallado como un tirano, capaz de activar salvajemente el Napalm asesino en las selvas vietnamitas, eliminando millones de campesinos inocentes. Poco se ha estudiado este poemario, el último que concibió en vida, mientras su ánimo se iba apagando —al igual que su poesía— por un agresivo cáncer de próstata. «Incitación al nixoncidio» está fuertemente emparentado con los discursos panfletarios, las manifestaciones multitudinarias y los graffities aparecidos en las universidades públicas latinoamericanas, cuando éstas instituciones quedaban sumidas en los paros y los estudiantes identificados con el comunismo, aprovechaban la ocasión para criticar sin tapujos, lo que ellos denominaban como «el imperialismo norteamericano». Se trata en realidad, de poemas incendiarios y panfletarios, en los que se propone la muerte poética de Richard Nixon. No propone en si mismo un magnicidio o un acto de violencia, ya que se declara partícipe de la paz y la esperanza (Neruda, 9).

Propone que el único camino que queda en ese momento de desesperación, es el desprestigio y la ilegitimidad del estadista estadounidense; plantea a través de una serie de tercetos con los que compone el poemario, su muerte simbólica. Un Neruda panfletario, disminuido por la enfermedad, partidario y defensor del proceso político de Salvador Allende, declama con fuerza: «Horademos a Nixon, el furioso/ a verso limpio y corazón certero/ Así pues, decidí que falleciera/ Nixon, con un disparo justiciero/ puse tercetos en mi cartuchera» (Neruda, 33). El Neruda de «Canto general» es épico, sublime, mítico. En contravía con lo anterior, la voz poética de «Incitación al nixoncidio», se queda estrictamente en lo panfletario. Al leer los tercetos de su último libro, me imagino a Neruda, como un simple estudiante de izquierda latinoamericano, pintando en las paredes de su ciudad pintorescas consignas en contra del gobierno de los Estados Unidos.

En «Incitación al nixoncidio» invoca de entrada el pensamiento pacifista de Walt Whitman y luego se va lanza en ristre contra el poder que ha venido acumulando Washington desde la Segunda Guerra Mundial: «Es por acción de amor a mi país/ que te reclamo, hermano necesario/ viejo Walt Whitman de la mano gris/ para que con tu apoyo extraordinario/ verso a verso matemos de raíz/ A Nixon, Presidente sanguinario» (Neruda, 5).

En su último poemario, Neruda crítica tres aspectos básicos de la política norteamericana: la Guerra de Vietnam —en la que Nixon y sus asesores se untan de sangre con la utilización de Napalm— de la que asegura, los Estados Unidos perderán frente al poder que demuestra Ho Chi Ming y sus Vietcongs. También crítica al autor intelectual del escandalo del Watergate, por desestabilizar a América Latina, por medio del apoyo férreo y total para imponer dictaduras a su criterio que cobijen los intereses norteamericanos. No obstante, Neruda al igual que lo hecho en «Canto general» a través de un relato épico, no tendrá problemas para atacar de frente y sin tapujos, las imposiciones y atropellos de las grandes multinacionales norteamericanas, para imponerse por la fuerza en América Latina, para influir de manera vergonzosa en las legislaciones y lograr de esa manera, beneficios y apropiarse sin problema de los abundantes recursos naturales.

En ese sentido, Rachel Anna Neff asevera que su filiación política le trajo costos personales a Neruda como figura pública, al ser tachado de comunista. Por tal razón, el poeta se vio obligado a vivir en muchas ocasiones en el exilio. Sus ideas políticas, incluso ya muerto, al igual que sus poemas, chocaron de frente con las intenciones que tenía la cúpula militar cuando derrocaron a Salvador Allende en 1973. Ocurrirá primero la muerte de Allende y luego la de Neruda, quien súbitamente se convertirá en el símbolo poético de la oposición y resistencia a la dictadura pinochetista. Incluso su funeral fue un masivo acto de protesta en contra del régimen (Neff, 1). En ese orden de ideas, comenta que «Neruda inpired other writers both during and after his lifetime. He brought a voice to the people who had the most difficulty being heard. He read at two of the largest poetry gatherings in modern history; he could bring his listeners to tears. His strong conviction for socialism was highlighted by how much he influenced the political environment of his day» (Neff, 2).

Más aún, en sus viajes diplomáticos, en medio del arduo proceso creador de «Canto general», Neruda actuó como poeta y como político. Como poeta, porque tenía la intención firme de escribir una crónica épica de América Latina que incluyera el cómo, el por qué, el cuándo, el dónde y todos los hechos históricos que nos erigieron como continente. Y cómo estos conceptos tejieron a través de la guerra, la adversidad, el mestizaje, la explotación, la floreciente cultura latinoamericana. Un político, ya que representaba con avidez los intereses del Partido Comunista y defendía abiertamente la posibilidad de la instauración de un régimen de corte comunista en su país.

Marcos Goldfarb relata que desde los años 30, cuando Neruda comienza a ocupar cargos públicos, se declara abiertamente comunista. Este autor trae a relucir algunos eventos históricos que marcaron el ideario político del Premio Nobel de Literatura. Durante la Guerra Civil Española, ofrece su ayuda incondicional a los republicanos —en oposición a Franco— situación por la que es expulsado de su cargo de cónsul. Al finalizar la década de los años 30, de vuelta en Chile, lidera la Alianza de Intelectuales de Chile para la Defensa de la Cultura, organismo de izquierda que se creó luego de la victoria del presidente socialista Pedro E. Cerda y su creación del gobierno del Frente Popular. Luego es enviado como cónsul a Francia, lugar en donde tiene la oportunidad de observar una Europa infestada de fascismo, situación que lo llevará a abrazar aún más el ideario comunista. Asimismo, Goldfarb menciona que Neruda gestiona la liberación de prisioneros franceses y su viaje a la costa chilena para establecerse allí definitivamente. De vuelta a su país, se embarca en la escritura de «Canto general de Chile», que luego tendrá el objetivo político de convertirse en «un canto general» de América Latina. Será luego elegido senador por el Partido Comunista y optará por el exilio, tras criticar abiertamente la masacre de mineros en el norte de su país, situación que quedará plasmada poéticamente en «Canto general». Se convierte en un crítico acérrimo de González Videla (Goldfarb, 101). Goldfarb argumenta que «su poesía se condiciona a través de las diversas manifestaciones que Neruda hace al combatir la política más reaccionaria del mundo capitalista: el fascismo» (Goldfarb, 102).

Por su parte, el poeta es un historiador y un político porque se tomó su tiempo —sin afanes y sin prejuicios— para investigar la historia de cada país: con sus vencedores y vencidos, con los excluidos y desheredados, con los que ostentan el poder. Mostraba con lujo de detalles, la convulsionada vida política de cada país de la región. No hay paraje latinoamericano, latitud y coordenada que sea excluida de este libro revolucionario en la obra nerudiana.

«Canto general» es en sus inicios un intento por explicar el origen mítico de un pueblo originario, un pueblo que sería exfoliado, marginado, desplazado por el invasor extranjero, que habitaba la Península Ibérica. Un pueblo surgirá fruto de la violación (La Conquista) a la madre indígena, la Malinche —tal como lo explica Octavio Paz en El laberinto de la soledad— surgiría una cultura híbrida, mágica, aguerrida, sui generis. Cada país latinoamericano tiene su propia Malinche, original y fecunda.

El escritor y crítico literario inglés Jason Wilson analiza la construcción de «Canto general», a través de las conversaciones amenas, que sostuvo en Inglaterra con el escritor mexicano Octavio Paz, quien estuvo cerca de la impresión original del libro. En esa oportunidad, el Premio Nobel mexicano define a «Canto general» como «una gran olla en donde va de todo y una lista inconmensurable de arengas, diatribas, kilómetros de lugares comunes» (Wilson, 168) y de repente, hay destellos de luz y enormes esplendores. El discurso político del texto, que da comienzo en «Las alturas de Macchu Picchu», no es presentado como una simple guía turística. Su intención es imponer su propio discurso a ese lugar encumbrado en las alturas y proponer una visión particular sobre el mundo precolombino y sobre la invasión extranjera que tuvo lugar allí. Wilson argumenta que «Canto General» fue considerado por el propio Neruda como su libro más importante y ambicioso. Con «Las alturas de Macchu Picchu», el poeta celebra su unión al Partido Comunista Chileno. Sostiene además que con este viaje épico por el continente, da comienzo a una rebelión personal en contra del Estado, identificándose con la tradición del «poete mauditi» (poeta maldito), y equipara el erotismo con el amor que se le debe profesar a la patria. (Wilson, 178)

Al sumergirse en las páginas de «Canto general», es posible detallar la manera cómo Neruda, al igual que Paz, confecciona con habilidad poética, un mito fundacional donde los invasores violan a la víctima amerindia. El embarazo de dicha concepción será la materialización de sociedades híbridas en las que se mezcla lo pre-moderno con las instituciones propias de la modernidad. Lo abierto y lo cerrado, el pasado y el presente, lo precolombino, es decir, lo precortesiano, subsistirán, pese a la «violación» emprendida por los europeos.

El Neruda historiador y político, presenta a «Canto general» como un vuelo poético y épico que cuenta la historia desgarradora del subcontinente, desde la misma creación del mundo hasta los convulsionados años del siglo XX, con la disuasión nuclear tan propia de la Guerra Fría. El autor comienza esta epopeya, este viaje magistral a través del tiempo, en un contexto inclusive posterior a la prehistoria: no existe la figura del hombre en las primeras páginas. Solo reina el silencio y la majestuosidad de una geografía agreste e indómita que no ha sido dominada. Reinan los ríos, las cordilleras y las selvas.

Antes de emprender el vuelo por un espacio en el que aún no habita el hombre, Neruda comienza este viaje épico con una introducción sobre el contexto precolombino que caracterizaba el continente. Culturas en plena armonía y conexión con una naturaleza rica, variada, inexplorada y aún no explotada: culturas prehispánicas en plena comunión con los ríos arteriales, las cordilleras, los cóndores, las selvas, los valles y las pampas (Neruda, 7).

A través de versos eneasílabos —es decir, de arte mayor— de un ritmo caracterizado por el acento extrarrítmico y la más sublime poesía épica, el Premio Nobel de Literatura describe la amalgama de culturas humanas que comienzan a poblar la región, a crear objetos que extractan de la naturaleza virgen, a habitar lugares variopintos ubicados en un mismo subcontinente: «El hombre tierra fue, vasija, párpado/ del barro trémulo, forma de la arcilla/ fue cántaro caribe, de piedra chibcha/ copa imperial o sílice araucana/ Tierno y sangriento fue, pero/ en la empuñadura de su arma de cristal humedecido / las iniciales de la tierra estaban / escritas» (Neruda, 7).

Luego de esta introducción inicial, el hablante poético realizará una elipsis de tiempo, sujeta a la fertilidad de la vegetación: es la prehistoria, es la génesis de todas las cosas, es el inicio mítico cuando el continente aún no es poblado por los hombres que atravesaron el estrecho de Bering y fueron extendiéndose de sur a norte. Neruda teje entonces su propio Popol Vuh personal; su propio mito de creación. Es un espacio estático, apacible, que solo es poblado por la flora que crece inmutable —de ahí la anotación de la elipsis del tiempo— sin la imposición y el arbitrio de los seres humanos (Neruda, 9).

Aún opera en esa descripción poética de esta «tierra sin nombre» el Neruda historiador, pero también está presente el Neruda botánico, geólogo, meteorólogo, capaz de describir la manera como se comportan los cielos —con sus lluvias, nieves y sequías—, idóneo para desentrañar la calidad de los suelos (las arrugas de las cordilleras) que afloran en ese espacio inconmensurable.

Un botánico investigador, al recrear la vida de cada especie arbórea de cada región: le da vida propia a las flores, al jacarandá, el árbol caoba, los alerces, las ceibas, el tabaco silvestre, el maíz (Neruda, 9, 10). Neruda actúa de la misma manera en que ejercieron su trabajo Von Humboldt y el sabio Caldas, en el momento de clasificar la fauna y la flora del lugar, en los tiempos de la Expedición Botánica luego de las independencias del siglo XIX.

Todo aquel enorme lugar que luego se llamará América con la llegada del invasor, es una magnífica y paradisíaca arboleda, que el yo poético reconstruye gracias a la utilización de una refinada poesía épica, compuesta por acentos extrarrítmicos y versos que súbitamente van cambiando de los hexasílabos, heptasílabos, e incluso la aparición de versos alejandrinos. (Neruda, 10).

Bajo este mismo sistema de versos y acentos, aún antes que los hombres tracen sus dominios, aparecerán los primeros animales —bestias como son descritos—, surgirán las iguanas en los crepúsculos, los monos con su trasegar erótico en las selvas, las mariposas mágicas. Será el tiempo reinante de los pumas y los jaguares. Aparecerán los caimanes, aquellos prehistóricos seres y primeros habitantes de las ciénagas. Pero del hombre, aún el lector no sabe nada: solo es posible detallar una armonía perpetua entre flora, fauna y los ríos más representativos de cada región (Neruda, 11, 12, 13).

A medida que va pasando el tiempo (la fauna fértil sigue creciendo en el arte creativo del Neruda historiador), llega el hombre como producto de las migraciones —de seguro como consecuencia de las glaciaciones— para marcar territorio, dominar la geografía agreste, establecer una nueva cultura. Se irán diseminando, diferenciándose unos de otros, con la creación de grupos, tribus, corporaciones, imperios. Neruda no excluye ninguna de las grandes civilizaciones prehispánicas que van imponiendo sus culturas en el espacio armónico. Por eso, allí estarán presentes todos los pueblos que surgieron gracias a las glaciaciones: los tarahumara, los caribe, aztecas, mayas, incas. Al mejor estilo de «Cien años de soledad» de Gabriel García Márquez, las cosas eran tan recientes, que apenas el hombre comenzaba a bautizarlas para poder dominarlas. Entonces, se establecerían pequeñas culturas orfebres, rastreadores de plata y cobre y también grandes imperios prehispánicos.

La cultura prehispánica después de muchos años, quedaría consolidada. La armonía será respetada por el hombre, producto de la evolución, de la adaptación, de su aventura por habitar nuevos mundos y acomodarse a las nuevas condiciones, siguiendo los postulados darwinianos. El hombre aparece; no obstante, su germinación —según el criterio nerudiano marcadamente ateo, al profesar su confianza en el comunismo— no estará sujeta a una voluntad divina; no hay indicios de un Dios creador.

Estos seres modificarán la naturaleza sin aplastarla por medio de la creación de vasijas, los sacrificios humanos, el invento de la agricultura y la instauración de algunas ciudades míticas como Macchu Picchu. El hombre irrumpe en el ambiente; se hace de cuerpo presente como una realidad histórica en unas pocas líneas dedicadas por el maestro Neruda: «Como la copa de la arcilla era/ la raza mineral, el hombre / hecho de piedras y atmósferas/ limpio como los cántaros, sonoro» (Neruda, 18).

Bastante se ha estudiado el capítulo que le dedica el poeta a la ciudad mítica de los incas, tal es el caso de Macchu Picchu. Primero, se hace pertinente ubicar al propio autor como un visitante más de las ruinas de la población prehispánica, en medio de los aires otoñales. Es un visitante —un historiador, un cronista si se quiere— que siente, contempla y disfruta de la paz que se respira en esas alturas, que admira el ingenio de los hombres precolombinos que tuvieran la sagacidad y el talento ingeniero y matemático para erigir la ciudad en un sitio tan agreste. (Neruda, 9).

El Neruda geólogo también explora la calidad del suelo en el que fue edificada esta aventura del ingenio humano, un proyecto de ciudad mítica, producto del más sublime acto sexual, ocurrido y planeado en una tierra fértil. Es una voz que contempla, que admira el espectáculo arquitectónico —las calles, escaleras, edificaciones, aposentos— en contraste con la naturaleza empinada. Todo ese espectáculo se cierne sobre sus ojos. De esa manera la voz poética declama: «hundí la mano turbulenta y dulce en lo más genital de lo terrestre» (Neruda, 9).

En medio de la contemplación, el poeta a través de indagaciones míticas, intenta escudriñar en la naturaleza humana y su relación perpetua e inmodificable con lo imperecedera que resulta la vida misma. Mientras más cercano se está de la muerte, al contemplar el enorme sacrificio y pesadumbre que supuso construir la ciudad mítica en medio de esas alturas, es posible también maravillarse con el milagro que supuso a los antiguos habitantes, el coexistir en ese lugar. (Neruda, 27). Mientras más se contempla de cerca a la muerte, se hace posible aferrarse aún más a la existencia. Allí, encumbradas en lo alto, suceden pequeñas muertes que llevan a inevitables renacimientos, a la aparición de continuas renovaciones (Neruda, 27). Obnubilado, fascinado, consciente de que las palabras son incapaces de describir totalmente la maravilla que contempla, el Neruda mítico y épico, grita en lo alto de las montañas peruanas y lo hace por medio de los versos eneasílabos: «Entonces en la escala de la tierra he subido/ entre la atroz maraña de las selvas perdidas/ hasta ti, Macchu Picchu/ Alta ciudad de piedras escalares/ por fin morada del que lo terrestre/ no escondió en las dormidas vestiduras/ En ti, como dos líneas paralelas/ la cuna del relámpago y del hombre/ se mecían en un viento de espinas» (Neruda, 28). Finalmente, en ese lugar imponente, encontrará la paz para seguir escribiendo su poemario revolucionario, para seguir promoviendo sus ideas políticas. Encontrará allí, esperanza para continuar con su quehacer poético, al invocar el espíritu de los antepasados indígena, exterminados por el invasor europeo.

Francisco Javier Maldonado Araque, expone que Pablo Neruda sufre una verdadera persecución política desde la publicación de «Canto General», que se acentúa con la promulgación de su famoso discurso en el Congreso de Chile que tituló con el nombre de «Yo acuso». (Maldonado Araque, 95). Sin embargo, pese a sus incursiones políticas, sus recorridos proselitistas, solo se le conoce bajo una perspectiva de creación poética. En ese contexto político, «Canto General» supone una ruptura total frente a la poesía que venía haciendo Neruda desde «Residencia en la tierra». Políticamente hablando, «Las alturas de Macchu Picchu» es el poema más celebrado por los españoles que continuamente se opusieron a Franco. En ese famoso poema, se detalla resistencia, oposición frente a un orden que se impuso por la fuerza, en este caso la invasión española a los orbes precolombinos. Para los lectores españoles opositores al régimen franquista «Canto general» supone un filtro subjetivo y personal para manifestar su rechazo absluto a los aires totalitarios. Observan que «Canto General» carece de unidad y coherencia, cuestiones que sí dicen encontrar en las «Alturas de Macchu Picchu». Atinan a pensar que dicho poema no hace parte del sentimiento extra-poético que abunda en «Canto general» y que se le puede considerar un verdadero texto con implicaciones políticas. (Maldonado Araque, 95).

En sintonía con lo anterior, el escritor Roland Bleiker, apunta que Neruda se desempeñó como diplomático, activista político y sus poemas con fuertes tintes políticos influyeron a millones de sus seguidores de la izquierda. Entre los años 20 cuando se desempeñó como cónsul y a principio de los años 70, cuando actuó como embajador de Chile en Francia, escribió centenares de poemas, en los que defendía a capa y espada una revolución comunista (Bleiker, 1129). En medio de su quehacer poético —describe el crítico en cuestión— Neruda se convirtió en una fuerte voz de oposición hacia el fascismo e imperialismo. Hablaba de una igualdad social en Chile, de una desigualdad global entre el sur y el norte, y de una explotación significativa de las multinacionales norteamericanas en América Latina. Bleiker sostiene que en Neruda, la voz de la clase trabadora —tanto como lo hemos observado en «Canto general» como en «Incitación al nixoncidio»— se hace una apología directa al trabajador, los campesinos y los obreros, como los integrantes reales de un verdadero cambio revolucionario. Neruda alaba la revolución cubana en cabeza de Castro, pero critica abiertamente los excesos del estalinismo. Neruda tiene la intención de crear una memoria histórica y política a través de sus poemas. (Bleiker, 1130). Bajo esta perspectiva, Roland Bleiker arguye que «Neruda´s voice was the voice of the working class, the voice of peasants and factory workers, of ordinary people whose perspectives are so often obliterated from the more grandiosely perceived domain of global politics. Of course, Neruda´s sense of justice and dignity, no matter how poetically refined, cannot represent the diversities of the human condition» (Bleiker, 1130).

Luego de su estadía fascinante en medio de las alturas incas, Neruda ubica la llegada de los invasores extranjeros que traerían una nueva religión, que pacificarían al habitante precolombino, gracias al uso violento y contundente de la espada y el evangelio. Los hechos se van sucediendo en las páginas del poemario, sujetos al orden histórico en que ocurrieron.

Siguiendo este orden de ideas, llamará con nombres propios a los perpetradores de la gesta invasora: todos los grandes conquistadores en sus respectivas regiones conquistadas y todas las victimas importantes —los magnicidios contra los líderes indígenas— tendrán una notable preponderancia en la voz del poeta. Son los victimarios y las víctimas del proceso de la Conquista, como una violación indeleble. La voz poética no dudará en narrar las atrocidades propias de un exterminio continental. El habitante precolombino no comprende la magnitud de la tragedia, no tiene tiempo para procesar el hecho de que su cultura ha sido arrasada, de que el conocimiento ancestral será eliminado de tajo en el río del tiempo y de la historia. Neruda denuncia por medio de su arte épico: «los hijos de la arcilla vieron rota / su sonrisa golpeada/ su frágil estatura de venados / y aún en la muerte no entendían/ Fueron amarrados y heridos/ fueron quemados y abrasados/ fueron mordidos y enterrados/ Y cuando el tiempo dio su vuelta de vals/ bailando en la palmeras/ el salón verde estaba vacío» (Neruda, 41).

Luego del arrasamiento de las culturas prehispánicas, Neruda proyectará su visión hacia los primeros emancipadores de la región (el poeta presenta a Manuela Beltrán y a Túpac Amarú, como mártires) para luego detenerse en los próceres del siglo XIX.

El hablante poético, asume aquí una voz política y propondrá a aquellos próceres emancipadores como modelos cívicos de conducta, como ejemplo a seguir. Serán los modelos nerudianos para que el subcontinente despierte del aletargamiento, y de la oleada de miseria, corrupción e impunidad, que discurre sin solución en cada país de la región. Los próceres alcanzarán el rótulo de héroes, de prohombres; serán, bajo la óptica nerudiana, capaces de encaminar y sepultar la terrible tormenta oprobiosa de la Conquista (Neruda, 71).

Al igual que lo detallado en «Las alturas de Macchu Picchu», los libertadores son también un grito de esperanza en el proyecto político de Neruda. Son una nueva semilla en gestación; son como un árbol frondoso que se nutre de la sangre de muchos mártires que entregaron sus vida para brindarle libertad e independencia a sus respectivas naciones, pese a que algunas luchas hayan sido estériles: «Defiende el fin de sus corolas/ comparte las noches hostiles/ vigila el suelo de la aurora/ respira la altura estrellada/ sosteniendo el árbol, el árbol/ que crece en medio de la tierra» (Neruda, 73).

Neruda esboza breves biografías de San Martín, O Higgins, Sucre, Artigas, José Miguel Carreras; José Martí, e inclusive Lincoln en el norte, con sus ideas abolicionistas. Curiosamente no le dedica ningún poema en particular a la figura mítica del libertador Simón Bolívar. Sólo hay referencias hacia el caraqueño en su encuentro con San Martín en la famosa Conferencia de Guayaquil, reunión que definiría geopolíticamente la manera como se seguiría adelantando la independencia del yugo español. Sería un acuerdo mítico entre esos dos grandes hombres. Bolívar construiría un sueño olvidado, arrasado de la espiral de la historia: la unificación de todos los pueblos latinoamericanos en un solo bloque común. (Neruda, 114).

Luego de la emancipación emprendida con capital inglés, Neruda magistralmente mostraría con ahínco la manera como los caudillos y dictadores de opereta decimonónicos, sepultarían el sentido original de las independencias. Formarán estados totalitarios, unipersonales —definidos como las satrapías— atrasarán a sus naciones, las sepultarán bajo una estela subdesarrollada de estancamiento, corrupción y la polarización de los conciudadanos (Neruda, 151). A través de una habilidad histórica, Neruda cuestiona sin consideraciones, los gobiernos despóticos de Gaspar Rodríguez de Francia, Juan Manuel Rosas, García Moreno, Melgarejo, entre otros. Son regímenes de facto que parecen confundirse con las primeras décadas del siglo XX, en la que no hay alusiones hacia las democracias del continente.

Las oligarquías, los sistemas dictatoriales se sucederán en los poderes centrales —también proliferarán los terratenientes autoritarios en las zonas rurales— sin que haya ninguna oportunidad para consolidar los cambios políticos y la instauración de democracias participativas o representativas. Serán regímenes títeres, perpetradores de masacres, repúblicas bananeras, manipuladas por el nuevo amo y señor del orden mundial, luego de la caída estridente de la Segunda Guerra Mundial: el gobierno de los Estados Unidos y sus aliados multinacionales, como la Standard Oil Company, La Anaconda Copper Mining Co, La United Fruit Company, Coca Cola. Neruda agitará su voz contra los intereses macabros de dichas empresas y sus propietarios: «Doctores honoris causa/ de Columbia University/ con la toga sobre las fauces/ y sobre el cuchillo, feroces/ trashumantes de Waldorf Astoria/ y de las cámaras malditas/ donde se pudren las edades/ eternas del encarcelado» (Neruda, 246).

Al ser partidario de instaurar una revolución, opta por las referencias históricas y políticas de Emiliano Zapata en el México, profundo y mestizo en medio del fragor de la Revolución de 1910. De igual manera, Sandino y su proyecto revolucionario en Nicaragua también será un digno modelo a imitar.

A final de su obra maestra, el Neruda exiliado, dotado ahora de la sátira, deseará un Feliz Año Nuevo (1949) a los chilenos. Aprovechará la ocasión para criticar abiertamente el asesinato cometido contra algunos trabajadores en una mina ubicada en el norte de Chile, en la región de Pisagua, por el régimen de González Videla. Describirá a los trabajadores como héroes y mártires del pueblo chileno. Los mencionará con nombres propios, para que de esta manera, el crimen no quede impune. En «Canto general» se presenta una idealización del proletariado, como el estamento de la sociedad que traerá los cambios políticos e históricos definitivos.

En ese contexto, es necesario conocer los argumentos de Nataly Cancino Cabello, al exponer la posición política del Premio Nobel de Literatura frente a lo que él considera abusos de poder de la administración central liderada por González Videla, que para llegar al poder recibe el apoyo del Partido Comunista, a quien luego le quita la licencia. Cancino Cabello trae a colación el discurso que sostuvo Neruda en el Congreso para denunciar la posición del gobierno frente al Partido Comunista, criticando abiertamente la «Ley maldita», aquella que dejaba a su partido al garete, sin participación política, al ser considerado como ilegal. En su discurso abundan los pronombres posesivos, con cargas valóricas y emocionales. Según la opinión de la articulista en «Canto General» abunda el discurso marxista, en un nivel equiparable a sus discursos en el Congreso. La lucha de clases también está presente en su alocución.

De esa manera, responsabilizará —también con nombres propios— al gobierno en cabeza del jefe del poder Ejecutivo. Los tildará en sus poemas de mentirosos, los llamará apátridas; asegurará que ya no son chilenos.

Por último, el Premio Nobel chileno, en los poemas que dedica a su país, hará una detallada descripción poética sobre las bondades del mar chileno y su litoral colmado de peces y riquezas minerales. Exaltará los valores culturales del pescador, del hombre costero. Y realizará una exaltación épica de una isla olvidada en el espacio y el tiempo, alejada de la costa chilena: las estatuas exuberantes de la Isla de Pascua y la rica cultura Rapa Nui.

En opinión de Fernando Veas Mercado no hay duda de que «Canto general», es una obra épica, una canción de gesta, pero añade otro asunto importante: la inclusión del discurso político —la ideología— en dicha obra canónica de la poesía latinoamericana. En una primera medida, el hablante poético narra hechos importantes de la historia contemporánea de América Latina en los cuales está inmiscuido. Lo observa desde su visión particular: su ideología, el discurso político y una mezcla notoria entre lo épico y lo lírico, teniendo como centro el discurso de lo épico. El hablante poético —que se ubica como algo a imitar, como algo ejemplar— tergiversa la historia misma, y por medio de las mismas auto-referencias al autor, le va dando un giro coherente a lo que narra en los poemas. El hablante al incluirse a él mismo, da a conocer una verdad, trabaja entonces con la verdad y la verosimilitud. Políticamente hablando, Neruda y su voz poética, tiene un objetivo preciso: que el lector se comprometa con la causa del poema épico (Veas Mercado, 59).

En las últimas líneas, Neruda se presenta a sí mismo, como un personaje que observa el floreciente siglo XX: describe con lujo de detalles su nacimiento en 1904. Él mismo quiere legitimarse: su intención radica en darle autenticidad a su testimonio. También evoca los primeros amores de la juventud, sus mejores amigos, su vida de estudiante, los años en los que trabajó como cónsul en el Oriente Medio sumergido en una soledad asfixiante; su estrecha relación con los poetas españoles (Generación del 27), sus recuerdos de México, el final desgastante de la Segunda Guerra Mundial.

En conclusión, el Neruda exiliado se mostrará como un testigo fidedigno de un mundo en ebullición, el naciente orbe de la Guerra Fría. Neruda será más que todo un sobreviviente de los vaivenes políticos. Será el narrador de un viaje a través del tiempo desde la prehistoria hasta los nucleares años 50. Será testigo de la evolución de América Latina.

Neruda dirá al final de su obra magna: «Este libro termina aquí / Ha nacido de la ira como una brasa, como los territorios/ de bosques incendiados, y deseo/ que continúe como un árbol rojo/ propagando su clara quemadura». (Neruda, 418)

OBRAS CITADAS

CANCINO CABELLO, Nataly. «Lenguaje e ideología: una intervención política de Neruda desde el análisis crítico del discurso. Nueva Revista del Pacífico. Universidad de Playa Ancha. Perú (2004).

ANNA NEFF, Rachel. «Poesía y Paz: Politics in Pablo Neruda´s Late and Posthumous poetry. Department of Foreign Languages and Cultures. Washignton State University.

MALDONADO ARAQUE, Francisco Javier. Panero y Neruda: Canto Personal versus Canto Personal. (Una lucha poética y política en tiempos de posguerra). Cuadernos     hispanoamericanos. No 692. Febrero 2008.

ARAYA GRANDÓN, Juan Gabriel. «Ética, política y poética: hacía una lectura ecocrítica de    Pablo Neruda». Revista de Crítica Literaria Latinoamericana. Año XXXII. No. 63-    64.

BLEIKER, Roland. «Pablo Neruda and the struggle for Political Memory». Third World Quarterly. Vol. 20. No.6. (Diciembre 1999).

GOLDFARB, Marcos. «Neruda: el poeta comunista». Revista de Crítica Literaria Latinoamericana. Año 11. No 21/ 22. (1985).

VEAS MERCADO, «Canto general. La ideología y su proyección imaginaria. La epopeya     actual». Revista de Crítica Literaria Latinoamericana. Año 11. No 21/ 22. (1985).

NERUDA, PablO. «Canto General». Editorial Orbis. Colección «Los Premios Nobel de    Literatura» (1983).

——–. «Incitación al Nixoncidio y Alabanza de la Revolución Chilena». Quixote Press. (Septiembre, 1979).

WILSON, Jason. «A companion to Pablo Neruda: Evaluating Neruda´s Poetry». Tamesis (England). 2008.
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* Juan Manuel Zuluaga Robledo es Comunicador Social y Periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana, Magíster en Ciencias Políticas de la misma universidad. Actualmente realiza una Maestría en Literatura Latinoamericana en la Illinois State University, donde también es profesor de español. En sus tiempos de estudiante de comunicación, disfrutó contando historias de ciudad en el periódico Contexto de la Facultad de Comunicación Social. Fue practicante del periódico El Tiempo en Medellín y trabajó en el periódico Vivir en El Poblado, medios en los que se desempeñó como un forjador de crónicas y entrevistas, géneros narrativos que le encanta practicar en los ratos de ocio, que también incluye uno que otro cuento y reseña de libros, al calor de un buen café y con la inspiración de los Beatles como música ambiental.  Lector apasionado de los maestros del boom latinoamericanos, entre Cortázar, García Márquez, Vargas, Llosa, Oneti y admirador de los forjadores del periodismo literario como Capote y todo aquello que esté inmiscuido en la Generación Perdida Norteamericana. Crónicas de ciudad, artistas, cuentos y reseñas de libros serán sus temas de inspiración en la Revista Cronopio.

2 COMENTARIOS

  1. Muy bien documentado e interesante tu ensayo. Yo me quedo con el Neruda amoroso y cantor de las cosas sencillas, no con el poeta social y político. Su verso del poema 20: «El verso cae al alma como al pasto el rocío», es de lo más hermoso escrito en idioma castellano. Fue, también, enemigo acérrimo en Colombia de Laureano Gómez. Saludos.

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