Literatura Cronopio

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Amor ideal

AMOR IDEAL Y OTROS RELATOS

Por Ana Patricia Moya*

«Pretty Woman», «Cuando un hombre ama a una mujer», «El diario de Noah», «Cuando menos te lo esperas», «Memorias de África», «Lo que queda del día», «Harold y Maude», «Cuando Harry encontró a Sally», «City of Angels», «Expiación», «Love Story», «Ghost», «Robin y Marian», «El curioso caso de Benjamin Button», «Lo que el viento se llevó», «Los Puentes de Madison»… y más títulos se amontonan en el sillón.

Petra está indecisa: le gustan todas. Se las sabe de memoria, sí, pero no se harta de visionarlas una y otra vez, de repetir escenas favoritas y repasar, entre murmullos, los diálogos más interesantes y apasionados mientras come palomitas frente al impresionante equipo de televisión con potentes altavoces de sonido (propiedad de su marido). Petra adora el ritual que lleva practicando de lunes a viernes, desde hace cuatro años: cuando concluye la exhaustiva limpieza de la casa —los callos y el tacto áspero de sus manos, las dolencias en las cervicales y el agarrotamiento de sus rodillas son la prueba irrefutable de que se esfuerza por dejar su hogar como los chorros del oro, bien ordenado y desinfectado—, almuerza algo ligerito —una ensaladita, un sándwich de pavo o una pechuguita de pollo— y va directo al salón, a escoger la película de su amplia colección (más de cien alternativas románticas) que más le apetezca ver ese día; y se queda durante horas y horas ensimismada con ese viejo y genial Clint Eastwood que corteja a una señora casada, con el caballeroso Richard Gere transformando a una prostituta en una perfecta dama; con una joven que sacrifica sus sueños para dar forma al guaperas rubio de su novio, o con el simpático ancianito de un asilo que lee su diario al amor de su vida.

Las desventuras y desdichas de estos galanes y princesas hacen suspirar mucho a Petra, con la emoción se le atragantan las carcajadas, las lágrimas y el maíz calentito. El amor es tan ideal en el cine… en esas sucesiones de imágenes, música y palabras, Petra, en lo más profundo de su alma, admite con amargura la patética realidad: porque su esposo Paco no le hace el amor tan lenta y cariñosamente, él es más de separarle las piernas y clavársela directamente; ni le trata como a una princesa, pues él jamás se acuerda ni de cumpleaños ni aniversarios, ni jamás ha sacrificado su tiempo para estar con ella cuando la ingresan en el Hospital y darle compañía en esas interminables noches de dolor, ni tampoco estará toda su vida junto a ella… cuando ella envejezca, posiblemente él, todo un pichabrava, la dejará por un pastelito sin arrugas… o bien ella —y esto lo piensa, a menudo, cuando se mira los hematomas de los brazos y piernas— se morirá antes, machacada, y dejándolo solo, con su miseria.

Y, a pesar de que Petra conoce la verídica cara del amor, se conforma con disfrutar de este mágico e ideal mundo de ensueño… por lo menos, hasta que llega Paco, borracho, con ganas de ensuciar su cuerpo —de golpes, de fluidos— y su dignidad.

(Relato de «Nosotras», inédito)

MARÍA Y ANTONIO

María recibía todos los días un ramo de rosas rojas y blancas en su habitación. Cuando llegaba Antonio, la chica se lo comía a besos. Pero las flores no las mandaba él: se las enviaba su mejor amiga, la mujer con la que se acostaba su novio desde que María ingresó en el Hospital. La amante se sentía culpable por traicionar su confianza, por ser la sustituta de un niñato caprichoso. Y Antonio lo sabía todo, pero prefería callar y abrazar a María en la planta de oncología.

(Relato de «Sobre el amor y sus miserias», inédito)

EL JOVEN POETA

El joven poeta se levanta temprano para ir a trabajar. Su madre le prepara el desayuno con cariño, él promete regresar con el sueldo. El joven poeta es becario en una editorial de prestigio: aunque ha estudiado Filología Hispánica y posee un expediente académico excelente, él se encarga de hacer lo que hacen casi todos los becarios del mundo cuando entran en el mundo laboral: los pequeños recados que le encomiendan sus compañeros y superiores, desde ir a por los cafés hasta hacer fotocopias. El joven poeta cumple, resignado, sus obligaciones: para él, lo verdaderamente importante es cumplir para cobrar, aunque sea por una miseria y tenga que permanecer diez horas diarias, de lunes a sábado, en aquel edificio, soportando gritos («¡me cago en la hostia, tío torpe, ya has vuelto a derramar el café!»), comentarios despectivos («ése se cree que, por méritos, nos va a quitar el puesto, ¡jaja, eso no se lo cree ni él!»), envidias de otros becarios («los aires que se da por escribir poesía») y exigencias («¡date prisa con las putas fotocopias, coño!») y todo, por supuesto, a cambio de trescientos cincuenta euros. El joven poeta aguanta como un valiente, sabe que las horas se pasan volando y que pronto regresará a casa, junto a su madre. Pero ha llegado el día en el que el joven poeta reciba la primera bofetada de la vida: el jefe le despide. A última hora lo reclama, y en despacho, el joven poeta, en silencio, escucha palabra por palabra los argumentos típicos de «que la cosa está muy mala», «la crisis me ha obligado a tomar esta dura decisión», «que eres joven y competente, de seguro que encontrarás otra cosa», etc, etc. No hay resistencia: está tan cansado que se limita a recibir en mano su última paga y regresar al hogar, a pie. No es capaz de decirle a su madre que pisará, por primera vez, la oficina del desempleo: prefiere darle dos besos, un abrazo y entregarle el sobre del dinero, a escondidas, en la cocina: si su padre descubre que le está pasando el salario para poder rellenar la nevera, se podría armar una buena, ya que el desgraciado, billete que caía en sus manos, billete que utilizaba para comprar alcohol. La madre del joven poeta agradece la ayuda económica —la dedicación del padre es estar casi todo el día en el bar— y se dispone a preparar la cena para su hijo, pero él no tiene apetito y opta por encerrarse en su cuarto, con un nudo en el estómago, aguantándose las lágrimas: la inspiración se desborda en su escritorio, delante de los folios en blanco, y escribe versos sobre hermosos paraísos, sobre embriagadores besos de la mujer amada, sobre la dulce alegría de sentir. Transcurren las horas hasta que, en la madrugada, al otro lado de la pared, discusiones, portazos, objetos rompiéndose: el borracho ha llegado con ganas de bronca. Pero el joven poeta está harto del mundo exterior. Muy harto. Y prosigue con sus cantos líricos a la belleza de la vida.

(Relato de «Fábulas urbanas», inédito)
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* Ana Patricia Moya (Córdoba 1982) es Licenciada en Humanidades por la Universidad de Córdoba. Master en Textos, Documentación e Intervención Cultural (especialidad en Edición). Ha trabajado como profesora de clases particulares, informática, arqueóloga, investigadora de fondo antiguo, bibliotecaria, joyera, etc. Actualmente, trabaja como archivera en la diputación de su ciudad natal; aparte, es directora \ editora \ coordinadora de Revista Groenlandia, así como socia-editora de la editorial independiente Origami. Sus poemas y relatos han aparecido en diversos fanzines, panfletos y revistas, impresas y digitales, de España e Hispanoamérica; también sus textos aparecen en diversos blogs literarios. Ha publicado el poemario digital «Bocaditos de Realidad» (Groenlandia; primera edición, 2008) y el libro de relatos digital «Cuentos de la Carne» (Groenlandia, 2011). Sus poemas y relatos aparecen en diversas antologías, en papel y digitales El próximo año (2013) publicará «Material de Desecho», su segundo libro de poesía de mano de una editorial independiente, y «Bocaditos de Realidad», segunda edición, en Editorial Groenlandia. Sus poemas han sido traducidos al inglés, catalán, italiano, portugués, alemán y francés.

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