EPITAFIO
Por Luis Roberto Vera*
… les Andes et plus loin,
plus glacés, plus limpides,
au-dessus des terres vertes doucement oscillantes
les cimes éclatantes des monts les plus réels …
Victor Serge
I
Muro en vez de boca, cal en vez de lengua
mirada hacia adentro, la arena de una playa,
el mar y una sombra ardiente como una tempestad.
Lo vivido no, tampoco el amor,
el tiempo que viene a oscuras a murmurar en mi oído.
II
El mar, el mar, una hecatombe azul que estalla en el aire:
su eco retumba en las montañas
y rueda entre los valles
como única respuesta enrojecida
en la soledad del continente desmembrado.
¡Extensas llanuras del Antártico,
en torno sólo se ve la inmensidad!
Luz derramada entre los ventisqueros,
la aurora austral
como una enorme ave del paraíso
nos cubre con su manto.
Es la música blanca de sus alas
la red salada, el mar, su luz
en el alba pura de la espuma
cuando cae y nos arrastra
con su estrépito de espejos:
ese rumor de cráneos hendidos
en las faldas de la ola que se aleja.
Ay, si su corriente me envolviera
y mi muerte al llamarme
me besara con su helada certidumbre,
porque todo el olvido,
porque todo el vacío
ocuparía el lugar del recuerdo aniquilado.
III
En el aire la última luz antes de hundirse en el horizonte,
un haz de flechas rompiéndose en la ola que arrastra la marea,
la rueda encendida flota por un momento implacable, lento, eterno.
IV
Arriba, sobre las montañas, en el cielo color vino, la luna
se desprende de unas nubes, sube y pasa en silencio, sola,
sola entre las estrellas durante la noche que ilumina.
V
En la línea azul de occidente se hunden las constelaciones
bajo el desierto frondoso impulsado por la luna.
Es la estrellada conciliación de la noche que se esfuma
cuando el peso del abismo surge en el brillo de oriente.
Un círculo hiende las heladas alturas del bastión violeta
que recorre el continente como un escalofrío.
En lo alto el resplandor azulado sobre los picos,
un alba metálica cercenando el horizonte
ilumina los pasos y barrancas que abrió la tierra estremecida.
Entre el desierto y el polo
un país de rincones,
doble hilera de valles
equilibrándose en una delgada cornisa sobre la fosa:
verde rama escarchada que se derrumba en el mar.
Cerca de los olivos maduran los trigales
y el vino se oscurece en las fauces de la luz.
La brisa que cruje entre las espigas
pasa silbando por las ramas de los sauces,
es el mismo viento que cimbra las minas
y empolva los tajos esparcidos por la usura,
su misma sed en los canales que pueblan el sur,
su misma voz susurra en las galerías:
islas y lagos dos ecos distintos
en los pinos que el viento mece junto al mar.
Luz de invierno en las crestas levantadas por las olas,
su azogue reverberando entre la espuma que roe el sol,
siempre la luz y el mar
o inmenso y paterno mar
abierto en las playas
que azotan las tormentas
o profundo y distante
desde las amplias cumbres de la cordillera,
toda vuelo en su nieve aérea, petrificada y azul.
Una lanza enorme cae sobre el océano,
sostenida por un momento en el aire
su estela entrelaza una cinta vacía
donde estuvo escrito el nombre de Dios,
espejo del acoso trizado en la espuma.
Descenso del madero en la sal,
huecos que horada el viento,
las nubes sobre el agua
reflejan el terror que sembró en los huesos:
vértigo del vino danzando sobre el pavor.
Desde lo alto,
la sombra de un cadáver sobre la inmensidad,
la Cruz del Sur señala un surco:
el de un rostro enrojecido y abierto
marcado por relámpagos de luz.
Una primavera duerme aún
en las cuencas vacías donde sopla el tiempo.
VI
Tocada por el viento solar
la pasión recorre los campos:
así el perfume de la tierra
extendiéndose entre los planetas.
VII
Cada vez más opaca, sin soporte,
la luna en la distancia desprendida:
el aura de un vilano que se aleja
oscilando en el azar entreabierto.
VIII
Casi nada, apenas una estela de gas
en la transparencia de la atmósfera,
el fin de una trayectoria mil veces anunciada:
los hongos ascienden
sobre el horizonte combado por las olas
disolviendo su luz en el fuego que pasa.
Alto mediodía
como en la ola el bramido de los toros
al momento de estallar:
eco, agua, sombra.
La esfera se rompe por la cintura
que envuelven los volcanes,
de sus ojos escurre lava:
ruta madura bajo la amarga corteza
el núcleo encendido gira,
se libera de sus restos
y asciende al fin en llamas,
nueva luz entre las constelaciones.
IX
Oscuramente encendido atraviesa el espacio
sin sombra, errante
polvo disolviéndose en su propia caída
sin memoria del estallido que ahora recorre el silencio.
San Ángel, mayo de 1977
– Hipódromo Condesa, Ciudad de México, septiembre de 1978.
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*Poeta, traductor e historiador del arte chileno, reside en México desde 1972. Profesor Investigador, Titular «C» de Tiempo Completo, en la Facultad de Filosofía y Letras, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, en donde imparte clases en la Maestría en Literatura Mexicana, en la Licenciatura en Lingüística y Literatura Hispánica y en la Maestría en Estética y Arte. Ha publicado poesía (el más reciente poemario es El vacío y la espiral (poemas 1968-2004). México: Verdehalago/ BUAP, 2005), estudios (por ejemplo: Roca del Absoluto: Coatlicue en Petrificada petrificante de Octavio Paz. Puebla, Pue., BUAP, 2006; Frida precolombina: guía para ciegos (del neomanierismo y la vanguardia estridentista al primitivismo sincrético). Xalapa, Ver., Universidad Veracruzana/BUAP/Secretaría de Cultura del Estado de Puebla/Casa Azul-Museo Frida Kahlo, 2009), traducciones y ensayos sobre arte en El Zaguán, Sábado de Unomásuno, Vuelta y la Revista de la Universidad de México, entre otras publicaciones.