Literatura Cronopio

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Fulminantes

PRECIOS FULMINANTES

Por Ignacio Alcuri*

La liquidación de la tienda de ropa Kara había atraído a decenas de mujeres, que enterraban sus brazos en montañas de hermosas remeras, buzos y trajes de baño que los dictados de la moda convertirían en aberrantes para el ojo humano unos meses más tarde.

Un sonido sacó a aquellas damas del trance de la compra compulsiva: el ding dong característico que precedía a los anuncios emitidos por el circuito de altoparlantes del shopping.

—Atención. Estimados clientes de Paseo Punta Plaza, les comunicamos que en virtud de una amenaza de bomba recibida en la administración, nos vemos obligados a evacuar el edificio de inmediato. Por favor, diríjanse hasta la salida más próxima sin perder la calma. Muchas gracias.

Las revolvedoras dejaron las prendas en sus pilas correspondientes. Más de una recurrió al viejo truco de esconder las favoritas debajo del todo, para disminuir el riesgo de que otra se las llevara.

—Justo hoy, que me hubiera comprado de todo —comentó una cuarentona que se conservaba muy bien gracias a las maravillas de la cirugía moderna.

—Vamos a la feria —le respondió una amiga—. Todavía no desarmaron los puestos.

Estas y otras palabras similares llegaron a oídos de la dueña del local, que veía cómo todo ese dinero se le iba de las manos.

—¡Esperen! —gritó—. ¿Justo ahora se van a ir? Acaba de comenzar el descuento sorpresa.

Con un marcador indeleble garabateó «Todo 10% menos» en una cartulina y la levantó con ambas manos, como si estuviera indicando el número de rounds en una pelea de boxeo. Las clientas se miraron.

—Pero, la bomba…

—Ustedes saben bien cómo es esto. Siempre termina siendo una falsa alarma, algún adolescente con un celular tarjetero y ganas de jugar una broma pesada. Revisen tranquilas.

La mayoría de las mujeres volvieron a las montañas de ropa, rescatando las prendas que habían escondido abajo. Minutos después, volvió a sonar el ding dong.

—Atención. Se solicita a todo el personal del shopping que abandone las instalaciones cuanto antes, ya que fue encontrado el aparato explosivo, y de acuerdo a su cuenta regresiva hará explosión en unos 10 minutos. Muchas gracias.

El cuchicheo se hizo insoportable.

—¡Tenemos que irnos! —exclamó una vieja de vestido floreado. Corrió hasta la puerta del local, pero la dueña estaba bloqueando el paso.

—Escúchenme bien. Todavía tienen diez minutos, y la promoción acaba de aumentar al 25% de descuento. ¿Por qué no se van probando lo que eligieron?

La única que decidió irse fue la del vestido floreado, que no había encontrado una chaqueta que le hiciera juego. El resto se agolpó en los vestidores y frente a los espejos. Un par de arriesgadas fueron derecho a la caja registradora.

—Yo me llevo estos cuatro.

—A mí cobrame cinco y la bufanda preciosa que tenés en la vidriera. Y una cartera de éstas.

Por tercera vez sonó el ding dong. Al escucharlo, la vendedora se llevó una mano a la frente y la descendió lentamente por su cara, como quien arranca un empapelado.

—Atención. A las personas que aún permanezcan dentro del shopping, sabrá Dios por qué, les recordamos que en menos de cinco minutos detonará una poderosísima bomba. Los expertos perdieron toda esperanza de desactivarla. Corran. Corran por sus vidas. Muchas gracias.

Casi todas las clientas se habían ido corriendo antes de que terminara el mensaje.

—¡Mami, tengo miedo! —dijo una niña que con sus bracitos cargaba una decena de pantalones de su talle.

—Bueno, Belén, vámonos. Dejá eso por ahí arriba.

—Pero, chicas… —la dueña del local quería salvar al menos una compra grande—. Están tan cerca de llevarse todo eso. ¿Por qué no lo van pagando?

La madre revisó su cartera a la misma velocidad en que lo hubiera hecho un día sin bombas.

—Dale, ma.

—Esperá un poquito que no encuentro la plata.

—En este local trabajamos con todas las tarjetas de crédito —aclaró la dueña.

—No sé. Los recargos…

—¡Hasta doce cuotas sin recargo en pesos y un llavero de cuero de regalo! —su lenguaje físico se parecía al de un rematador.

La mano de la señora salió de la cartera sosteniendo su Visa Platinum con dos dedos. La vendedora se la arrebató con un ágil movimiento.

—¿En cuántos pagos lo vas a hacer?

—Dejame ver…

Ding dong.

—No te preocupes, te lo hago en seis.

Colocó la tarjeta en la validadora manual, arriba situó el voucher y deslizó la pieza de plástico para marcar la tarjeta, pero los números no quedaron marcados en el papel autocopiante.

Click clack.

—La puta madre, funcioná.

Click clack.

—Vamos, mami.

Click clack.
Ding dong.
Click clack.
Click.
Pum.
________
* Ignacio Alcuri (Montevideo, 1980) es autor de Sobredosis Pop (2003), Combo 2 (2004), Problema Mío (2006), Huraño Enriquecido (2008) y Temporada de Pathos (2010). Participó en las antologías El Arca (2007), Esto no es una Antología (2008) y El Futuro no es Nuestro (2009). Fue guionista en radio para Justicia Infinita y Vulgaria, y en televisión para Los Informantes, además de columnista de la revista Neo y El País de los Domingos. Actualmente integra el equipo de prensa de Montevideo Portal, es conductor y guionista del programa de televisión Reporte Descomunal, e integrante de la sección de humor de la diaria. Desde 2007 forma parte del stand—up De Pie con textos de su autoría. Escribe acerca de cómics y otros vicios en su sitio www.multiverseros.com

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