SENDAS DISTINTAS
Por Juan Carlos Vásquez Prudencio*
«Qué distintos los dos, tu vida empieza
Y yo voy ya por la mitad del día,
Tu ni siquiera vives todavía
Y yo ya de vivir tengo pereza»
(Julio Jaramillo)
Nunca se sabe que existe a la vuelta de la esquina, serán las sendas distintas trazadas invisiblemente que no separan un camino, si no la vida misma. Sentado en una grada al extremo final del andén, esperaba el bus que nunca parte, pasajeros taciturnos, secándose con un pañuelo el sudor que les inunda, desde la frente, hasta llegar a la nuca, arrastrando en su viaje todo lo que queda en el rostro, el polvo de la calle impregnado de hollín que cae en gruesas gotas, deslizándose lentamente por el cuello blanco de la guayabera, vestidos así como para ir a una fiesta, con la camisa holgada, sin una mancha, ni una arruga, mujeres obesas perfumadas para la ocasión, que con el traqueteo del viaje, se ponen cada vez mas rancias, al perderse el aroma de un perfume dulzón que se volatiliza y se mezcla con el olor nauseabundo de un sudor compartido, abanicándose con el periódico del día, queriendo inventar una brisa fantasma, entran y salen vendedoras de colas en funda, de aguas y gelatinas, malabaristas de diez dedos, cargados de botellas de agua, gaseosas, chocolates, tabacos, interrumpiendo con sus gritos la monotonía de una espera interminable, cuando la puntualidad de la partida depende de la voluntad del conductor, que lo único que quiere es que el bus se llene de pasajeros, partir y no detenerse, a lo largo de la carretera, encontrar desesperadamente en cada curva una mano extendida suplicando que se detenga. Lo que el quiere es no parar hasta el destino, sin importarle si alguien necesita bajar a comer, hacer sus necesidades, a fumarse un cigarrillo, lo único que él pretende es un viaje de ensueño, pasando vertiginosamente por cada pueblo, subiendo la cuesta, saludar al diablo de piedra, imponente en la montaña temeroso de detenerse, mirar de reojo con respeto, hacer una ofrenda, como a la virgen, cuando el camino es de retorno, era el viaje que soñaba, algo que cambie la monotonía de partir a las tres de la tarde todos lo días, sea de ida o de vuelta.
Llegaban pasajeros, afligidos y jadeantes, con el amén en los labios, afligidos, preocupados, por llegar tarde, hasta que al fin el chofer dejó el periódico pendiente, para continuar leyendo en la próxima parada, sobre el último crimen, sólo alcanzó a ver la fotografía en la primera plana, con el rostro sangrante, por la bala que le penetró cerca de la oreja, o la violada mostrando el pantalón abierto a penas cubriendo su desnudez, hallada en el matorral de la «Perimortal», como bautizaron a la autopista que circundaba la ciudad, enciende el motor, acelerando una y otra vez, para llegar a la compresión exacta y partir, mirando el CD colgando del espejo retrovisor, y la calcomanía pegada con el corazón de Jesús ardiente que dice , «El Señor Guía mi camino» santiguándose antes de partir como de costumbre, El momento que pone el pie en la pisadera, comienza andar el bus, colgado del estribo, el ayudante grita repetidamente el destino final una y otra vez y que al fondo hay asientos.
—La vimos correr gesticulando con los brazos, gritando que espere, que no se vaya, venía acompañada de parientes o amigos, mas jóvenes que ella, que compartían la preocupación de no llegar puntuales. Preguntó si había pasajes, la boletera dijo —el último bus sale en cinco minutos —sin dejar el crucigrama ni levantar la vista, serían los cinco minutos que demoren en trepar una escalera eléctrica que no funciona, el afán de llegar al bus, arrastrando la maleta, y el aliento que se les acababa en cada piso. Llegó corriendo, gritando, para que la escuchen, después de un viaje interminable, de gradas y escaleras mecánicas, donde la imaginación del que diseñó el Terminal de buses, es algo exclusivo y mágico, para construir un Terminal, donde la partida sea en un tercer piso, con la vista de un río de orillas inalcanzables, que atraviesa la ciudad serpenteando con curvas caprichosas, dividiéndola entre la riqueza y la pobreza de construir al borde del río, para que la gente tenga al alcance de la mano las comodidades de agua propia y alcantarilla.
Sentado al frente en el borde del andén observaba cómo llegaba, preguntando desesperadamente si es el bus correcto. Al ver la despedida, me imagino que era la madre de la más joven, por el ligero parecido que tenían, en el color del pelo, ambas teñidas de rubio, pero no era un rubio, rubio de gringa, si no con un toque más latino, en cada cabello se ven las raíces negras de su mestizaje, la entrega del equipaje, los besos de despedida, las promesas de un pronto retorno. Entró al bus se sentó una fila antes de la llanta trasera, para que fuera como un punto de equilibrio, y no sentir el sacudón continuo de los asientos de la última fila, ni el vértigo de sentarse en el primer asiento, sentir el pánico de bajar una a una velocidad incontrolable, ver todo lo que se les viene por delante, sin respetar la prioridad de una curva, como una lotería, una ruleta rusa en la carretera, a la espera de encontrarse con la bala en contra.
Estaba sola, pidiendo en silencio que nadie se siente a su lado, ni hombre, ni mujer, menos, una mujer con niño que moleste todo el camino, con un berrinche en cada parada, una tenga que hacer una mueca para disimular la incomodidad de escuchar el llanto por el capricho sin satisfacer, ella solo quería cerrar los ojos extender sus pies, descansar de ese oficio, de estar parada horas y horas, dormir, y dejarse llevar por el sueño todo el viaje, acomodarse en el asiento sin sentir nada, sin verse obligada a conversaciones ajenas, a chismes ajenos, ella solo quería cerrar los ojos…
Al pasar a la segunda grada, entre la pisadera y la puerta, miré al interior del bus, vi que el puesto estaba vació, pensé sentarme solo en el asiento que me correspondía, y esperar esa lotería de saber quién nos toca, quién se sentará a lado; nunca me gustó la ventana por la incomodidad de no poder estirar los pies, ni poder pararme el momento que quiera sin molestar al vecino, tener que decir perdón cada vez que quiera bajar, cuando pare el bus o simplemente querer escapar a ese temor morboso por los espacios cerrados, la vi una fila a tras de mi asiento, pegada a la ventana, tratando de distraerse o disimular, con lo dedos cruzados golpeando el vidrio como si quisiera dar el compás a la música, pensando, rogando que por favor no se sienten a su lado, la miré fijamente, a lo largo del pasillo, avancé sin importarme el resto de la gente, ni los maletines puestos en el medio, ni las piernas entrecruzadas de los pasajeros que salían de su lugar, como si fueran obstáculos que uno tenia que vencer, ni las mujeres con sus nalgas rebasando los asientos, sudando y abanicándose sin parar con un periódico hecho abanico, conversando con el vecino o la vecina, gritando a voz en cuello, como si fueran las únicas pasajeras del bus, dueñas del asiento y medio pasillo, golpeándolas sin decir nada, sin ver la mala cara que ponían ni escuchar el reclamo, exigiendo que tenga mas cuidado, en ese andar a través de cinco filas interminables, al verla, quedé exhausto, como si hubiera llegado al final del camino, al final del pasillo, esperando que alguien tome la posta, dejé atrás mi asiento, me senté sin preguntar si el asiento estaba ocupado o no, balbuceando un perdón que solo yo oí.
Me senté a su lado, en un asiento, donde al menor movimiento rozaban nuestras caderas, disimular con una sonrisa la estrechez del asiento; se sentía sofocada por el calor, o los nervios que le producía el viajar con un extraño en un asiento tan incomodo, trató de abrir la ventana atascada, intentando vanamente jalar hacia atrás,
—Perdón déjeme probar, —como si al intentar abrir la ventana, fuera un pedido de ella, como si fuera un guiño disimulado desafiando a la indeferencia, obligándome a demostrar que podía abrir la ventana sin mucho esfuerzo. Entró una brisa sofocante, mezclada con el humo del escape. La miré, era la primera vez que la miraba fijamente, agradeciendo la gentileza, volvió la cabeza a la derecha, para ver una y otra vez un paisaje conocido, quería mostrarse indiferente a la presencia del pasajero, cuando lo primero que uno hace es un diagnóstico de pies a cabeza, para dar su aprobación o su rechazo, volteó la cabeza y continuó como hipnotizada contemplando el verde interminable de la carretera.
La música sonaba como una despedida a todo lo que quedaba atrás…
para nunca mas sufrir Guayaquil de mis ternuras.
Te dirá mi corazón Guayaquil de mis amores.
Preguntó la hora para comprobar si era la misma que tenía; inclino la muñeca y con un ademán del índice y el pulgar puso la hora correcta, comenzaron a charlar sobre la incomodidad del bus, la impuntualidad del chofer, el calor sofocante de las tres de la tarde, cuando fueron interrumpidos por un pasajero que saltó al bus en el momento que el ayudante cogía la manivela para cerrar la puerta plegadiza, alcanzando a meter la mano, como si fuera un pasajero mas, lo que obligó a detener la manivela y darle paso, pidiéndole que se acomodara al fondo que había asientos.
Con lo último que le quedaba de fuerza comenzó, ante la impotencia del chofer, ayudante y pasajeros.
—Señoras y señores, damitas, disculpen mi interrupción y el molestarlos; muchos dirán que soy un charlatán, que vengo a ofrecer mis mentiras, pero no es así; gracias a la colaboración del señor conductor, que me permite trabajar humildemente y ganarme el sustento, puedo dirigirme a ustedes, no con un fin comercial, si no para orientarlos, queridos pasajeros, en esta vida donde nos gusta divertirnos, comer y beber, sin saber qué es lo que estamos ingiriendo, y nos descuidamos de nosotros mismos, de nuestro organismo. No señores, eso no es posible, nuestra salud es lo primero. —El la miraba, ella inquieta tratando de prestar atención, comenzó a desenrollar cartulinas de colores, pegadas con láminas del cuerpo humano, mostrando el aparato digestivo, indicado con un bolígrafo en la mano, recorriendo desde el esófago hasta el intestino delgado, cada lámina, mostrando el mal que supuestamente nos acoge, a cada uno de los pasajeros y recomendando la necesidad de purgarse tres veces a la semana, que estas no eran hierbas recogidas alegremente, como otros, sin querer desprestigiar a la competencia, —por supuesto, mis queridos pasajeros, si no seleccionadas a lo largo de muchos países, guiados por la sabiduría de los shamanes del oriente, o los yatiris de las frías regiones del altiplano, traídas y seleccionadas, no improvisadamente, mis queridos amigos, si no con la garantía de laboratorio y su respectivo registro sanitario.
Comenzó a distribuir, entre todos los pasajeros, sobrecitos de color rojo impresos con las indicaciones y el modo de usarlos, mientras en la ciudad se venden a Dólar, ahora que nos quitaron la moneda, el los estaba rematando a tres por Dólar.
Me sentí adormecido por el cansancio del viaje, y la mala noche, me dormí poco a poco, como si la voz del vendedor, se confundiera con el arrullo de un canto para niños. Desperté en el momento que el chofer pasó distraídamente por un bache de aguas infectadas y mal olientes, asustado por el sobresalto, y un sueño inconcluso, comencé lentamente a entrar en una realidad de pasajero, con una música estridente, como un castigo impuesto por el chofer por haber cometido la falta de tomar un bus a las tres de la tarde, en lo peor del calor, cuando lo correcto era esperar el bus de la noche,
—No entiendo cómo nos torturan de esa forma y nadie reclama, fue ella la que inició la conversación, me sentí aludido, queriendo demostrar que nuevamente era el indicado para poner orden, grité al chofer que bajara el volumen. Este, refunfuñando, disminuyó cuando todos saben que el que conduce es el que el tiene el derecho de poner la música como quiere y la que quiere, es por eso que el tocacintas está paralelo a su cabeza, con un pequeño ademán de mover la mano, cambia o sintoniza lo que quiere.
—¿Viaja con mucha frecuencia? —Sí, por mi trabajo, siempre en bus. —Sí, con lo caro que está el pasaje en avión, no queda otra, yo pensé que usted era de acá, por el acento.
—Todavía se nota mi acento, después de haber vivido tanto tiempo fuera. —¿Vivió mucho tiempo en otro país?
—Sí, me fui a los Estados Unidos, a la Yony, y estuve más de cinco años, trabajando.
—¿En qué trabajó?
—En belleza.
—Mire, cuando yo era niña, me gustaba pintarles, arreglarles el pelo a mis hermanas, amigas del barrio compañeras de escuela, di fin con todas mis muñecas, las peinaba hasta que queden calvas, una vez llamaron a mi madre al colegio, para comunicarle que le corté el pelo a fulanita, fueron sus padres a quejarse al colegio, y que era necesario reprenderla, para que escarmiente. La segunda vez llamaron a la junta directiva de padres del curso, junto con los padres de mi segunda víctima y el silencio cómplice de mi madre, me obligaron a que me arrodillara sobre granos de maíz, castigándome hasta que sangraran mis rodillas, dizque como escarmiento, para que no vuelva hacer pendejadas, y lo único que lograron, fue que abandonara el colegio y me dedicara a la belleza ajena. Sólo faltó que me pusieran una lápida y me apedraran como si hubiera cometido adulterio, como si hubiera engañado a mi marido, con su mejor amigo; es lo que leí la otra vez en el periódico, que en otro país les ponen una lápida y las entierran a pedradas. Tuve tres salones, aprendí de todo, a teñir, a pintar, a hacer rayitos, permanentes, lo que sea, a teñir y desteñir canas, arreglar uñas cortando cutículas, pintando miniaturas en cada dedo, como un artista, hasta que un día, mi marido me dijo que era necesario profesionalizarme, y fue la primera vez que vine a la capital, a un curso de belleza, solo por el título, por que yo ya sabia todo, si fui profesional desde los siete años, pero donde más aprendí fue en Estados Unidos, acá no saben nada, hasta el nombre se cambiaron y ahora son estilistas, ahora trabajo con un peluquero que tiene un salón muy moderno, además tiene un programa de televisión en las mañanas a las once, quiere que yo también vaya con él.
—Estaría bien que usted trabaje, que vea como es, de esa forma la van a conocer mejor,
—Sí, una vez que mi dentista me cure este diente, que está medio puntiagudo, —dijo levantándose el labio para mostrar uno de sus caninos, —pero la verdad es que me da un poco de vergüenza, pero apenas coja valor me voy yo también a la tele.
La música seguía igual, el ambiente al abrirse las ventanas del bus se tornó mucho mas agradable, con un paisaje interminable de plantaciones de banano, largas filas de bolsas de plátano a la espera de ser empacadas, gente medio desnuda a lo largo de la carretera, ríos cristalinos con niños bañándose desnudos indiferentes a todo, sorprendidos por sus madres de rato en rato que lavaban cubiertas por un camisón transparente mostrando los senos, entre el griterío de los niños y la conversación con las vecinas.
—¿Como así, se fue a Estados Unidos?,
—¿Sabe? cuando mi marido, después de veinte años de matrimonio, vio que había que cambiar de mujer, yo al principio no creí; comenzó a llegar tarde, y la disculpa era que por su nuevas funciones como Director de Cultura del Municipio de la ciudad, tenía mas obligaciones, que reuniones con el Alcalde, que tenía que organizar el mes cultural, pero una que trabaja en un ambiente rodeada de mujeres, donde parte de la rutina era el chisme diario, comenzaron a llenarme la cabeza de cosas. Al principio las mas íntimas y después la que menos, hasta que tuve que contratar a uno que se hacía llamar detective, un joven, que era desde malabarista en la esquina de la plaza en sus momentos de ocio, hasta matón y cobrador de cheques sin fondos, el me trajo las pruebas: fotos descaradas exponiéndose a caricias, en los pueblos vecinos en restaurantes y confiterías. Cuando el decía que viajaba a la capital, a organizar las fiestas y a pedir mayor presupuesto para los gastos, y estaba ahí mismo poniéndome los cuernos. —La música de J.J. no dejaba de tocar, como si fuera parte de la charla que nos introducía a un mundo diferente, a la angustia de lo vivido, al silencio a la muerte.
Vivo solo sin ti, sin poderte olvidar
vivo pobre de amor de cigarro en cigarro,
cenizas y humos en mi corazón…
no quise pelearme, pero me indignó la traición,
malditos sean los celos, que envenenan mi alma,
maldita sea la duda que acabó mi ser
la cruel incertidumbre de tu amor me mata
dime, dime la verdad…
que yo prefiero un puñal a la duda de tu amor,
—Vendí mi salón–restaurante, la tienda se la di a mi madre, para que la administre. La pobre con su vejez y el reuma a cuestas, terminaron robándole todo. Mientras yo curaba mis penas en tierras lejanas, me llevé su recuerdo cuando cantaba con esa mirada perdida queriendo imitar a J.J.,
Hemos jurado amarnos hasta la muerte
y si los muertos aman, después de muertos amarnos más,…
Si tú mueres primero, escribiré la historia de nuestro amor,
con toda el alma llena de sentimiento
la escribiré con sangre, con tinta sangre del corazón.
—Le di seis meses para que solucionara todo, o éramos nosotros, o su nueva mujer; no quería pelearme, estaban mis hijos de por medio, cerré nuestro dormitorio, cubrí los muebles, mi peinadora, mi crucifijo, mis perfumes y lacas, el cuadro de la Dolorosa con el corazón atravesado por puñales sin salida, que me acompañaba desde mi primera comunión, testigo de todo mi dolor y mis penas,
en la penumbra vaga de la pequeña alcoba,
donde una tibia tarde me acariciaste toda
te buscarán mis brazos , te besará mi boca
y aspiraré en el aire aquel olor a rosas.
—Puse todo lo pequeño en una bolsa, mi ropa se quedó intacta en el ropero, enrollé el colchón, me di la vuelta para ver por última vez algo que fue nuestro, donde compartimos nuestra vida, desde mis quince años, y él con sus treinta tres, cuando entró a la casa de mis padres, no a pedirme si no a sacarme con o sin su consentimiento, y mi padre sólo agachó la cabeza y aceptó que me vaya, cuando todavía no terminaba de ser niña, para casarme con el único poeta del pueblo. Me casé con el mismo vestido blanco de mi fiesta de quince años, como si la urgencia del amor no pudiera esperar un traje nuevo, dio la vuelta la cabeza en silencio, recordaba toda esa vida, desde el primer momento en que manchó las sábanas de sangre, entregándose a un amor desenfrenado, del único poeta del pueblo, que no sólo le enseñó a recitar los versos de Bécquer, si no que le enseñó a amar, en interminables noches, levantándose desnudos, corriendo del corredor a la cocina, sin la vergüenza al vecino que siempre vivía pendiente de ellos, a saciar su sed de amor en todos los rincones de la casa, orgías de pasión, de las que hoy se despedía, enrollando el colchón, y decirle como despedida, respeta lo nuestro, que es sagrado, como si pusiera un sello invisible a la espera de ser roto con su retorno. Se fue sin poner llave a nada, pero con la certeza de que no volverían nunca mas a revolcarse, con la pasión de toda una vida; no quiso ni borrar el secreto que compartieron durante mas de veinte años, el de poner, una raya en la pared detrás del ropero, por todos y cada uno de los orgasmos que tuvo junto a el, al principio fue como una travesura, una línea, por el dolor que sintió por el himen desgarrado, después tuvo que cruzarla en dos vertical y horizontalmente, porque el espacio cada vez se le hacia mas chico, hasta que al final, los espacios entre raya y raya volvieron a ser los mismos, que al principio, cada vez distanciándose más y más, de un amor que se alejaba, el que nunca quedó mal, ni en la vida ni en la cama,
Dime que sí, que me quieres, dime que sí que me amas,
dale a mi vida la dicha que tanto tiempo he buscado…
no te apartes de mi vida y hazme feliz…
yo te soñé pero nunca te pude encontrar
y al fin te encontré y mis sueños se han tornado realidad…
dime que sí que me quieres, dime que sí que me amas …
—Yo sabía que una forma de querer ahogar mi dolor, fue decirle que le daba seis meses, para que decidiera, entre la otra o yo; y me largué a un país que lo único que me dio fue dolor, queriendo encontrar ese sueño americano tan buscando por todos. —Me hablaba sin detenerse, atropellándose a ratos, como si esta fuera la mejor forma de zafarse del pasado.
—Tenía mi hermana, y algunos amigos que conocí en los viajes que hice antes, y comencé a trabajar, en lo único que aprendí, destrozándome los nervios por la angustia de mis hijos, y que me pesquen y me voten del país, me abrí un espacio, en una sociedad que no conocía, aprendiendo lo necesario de un idioma que aborrecía, y necesitaba para mi trabajo y mis necesidades diarias. La primera vez fui a ver, a sembrar lo que sería mi retorno. Sin olvidarme de llamar sagradamente tres veces a la semana, a mis hijos, a mi madre y al joven que contraté para que siguiera la huella a mi marido, aferrándome a que en algún momento cambiara y volviéramos a ser lo que fuimos: esa pareja que servía de modelo en las reuniones de matrimonios jóvenes, poniéndonos como ejemplo el cura del pueblo, como requisito indispensable para que suban al altar. Pero nada, no cambió nada, mi decisión de retorno fue mucho mas rápida de lo previsto, al enterarme que ella ya se paseaban por el pueblo del brazo, mostrando lo abultado de su vientre, mi retorno fue para encargar a mi madre el cuidado de mis hijos, contratar a la empleada, la misma que me crió, a que los cuidara como si fuera yo misma, hablar con el y despedirme que a partir de ahora no quedaba nada de nosotros, solo nuestros hijos, y que no los abandone, que suficiente era la amargura que yo les daba, que la casa quedaba para ellos, que nuestro cuarto quedaba intacto, que no lo toque con otra mujer, que si el quería vuelva a dormir pero solo, no volví a verlo, me fui en silencio prometiendo a mis hijos que vendría cada navidad; si podía, vendría para el cumpleaños de cada uno, se quedaron pegados a mí llorando, llorábamos los tres desconsoladamente, como si presintiéramos que nada sería como ahora cuando vuelva, hasta que hice un último esfuerzo para desprenderme y partir.
En el fondo de esta alma que ya no alegra,
entre polvo de ensueños y de ilusiones
crecen entumecidas mis flores negras…
Nuestra relación se acercaba más y más, parecíamos viejos amigos, que nos encontramos después de un tiempo para contar nuestras penas y desventuras. Yo solo oía y me sentía tan cerca de ella, tan parte de ella, ya no nos incomodaba el roce de las caderas ni la estrechez de asiento.
—Mi angustia era no poder hablar con la libertad de antes, de salir y comprarme lo que quiera, que entienda lo que me digan, enrollado tenía mi libro que me sacaba de apuros, arrugado el pobre al fondo de mi cartera, «aprenda inglés en diez días y en diez lecciones». Cuando salí de mi pueblo, quería alejarme lo mas que pudiera. —Me dijeron que me quede en Miami, que allá esta lleno de cubanos, pero yo solo quería irme, desaparecer sin dejar rastro, alejarme lo que más pudiera, y fui a parar allá a ‘Nuevayor’, a morirme de frío, si donde vivía por el calor andábamos casi desnudas en la casa con una telita transparente que apenas nos cubría nuestras vergüenzas o con un short y una camiseta cuando salíamos a la calle. En fin, eran tierras ajenas, la verdad era que allá nadie te ayuda, mi hermana a los quince días entre broma y broma me sacó de su casa, que vaya no mas a conseguirme un cuarto, ahora que podía pagarlo con mi primer sueldo. Así fue, me agarré de mi dolor y mi orgullo y me largué sola a la calle, fue duro… Al principio por la desconfianza y el miedo que sentía trabajé en todo lo que se pude, limpiaba pisos, baños, fui costurera de cama caliente y turnos prolongados, durmiendo en un galpón junto a la ‘factory’; de esa manera nunca llegábamos tarde al trabajo. Trabajé con negros, latinos diciendo ‘Yesh’ a todo lo que nos decían, tuve amigas de todas partes, salvadoreñas, nicas, mexicanas, que venían el día de descanso a que les rizara los pelos, a que les tiñera de rubio,
en el negro azabache de tu blonda cabellera
y en el rojo escarlata de tu boca tan divina…
es que busca mi alma la esperanza perdida…
Movía la cabeza, mordiéndose lo labios, pensando en lo duro que fue,
—¿No se enamoró, no hubo nadie que la consolara, que la tranquilizara?
—Sí, cómo no, claro que si, pero es duro cuando una lleva al amor ajeno pegado al alma.
persisto con afán tu compañía
para que des calor a mi tristeza
—Era como si lo tuviera presente siempre. ¿Sabe? si algo me llevé fue mi música, mis pasillos, mis valses, mis boleros ¿no ve que terminé de crecer con un poeta y bohemio?, que cuando se emborrachaba era el hombre mas feliz, pero cuando terminaba la borrachera terminaba desgarrándose el alma, escuchando el llanto de la guitarra y el tiple, tocando un pasillo, lo único bueno de los chóferes es que al final del viaje entre el sol que se entra y la nostalgia de un día que se acababa ponen a J.J., aunque sea un crimen escucharlo en seco…
quiero comprarle a la vida cinco centavitos de felicidad,
quiero comprar yo mi dicha pagando con sangre y con lagrimas…
Dejábamos atrás el calor de las tres, lo infinito del verde inalcanzable, el atardecer matizado de colores. Se sentía el viento helado del páramo, cuando se detuvo el bus, en la última parada con nombre de santo y de cabellera colorada, para decirnos que teníamos media hora, le agarré la mano para que baje la grada y sentí todavía el nerviosismo, como si aferrarse a mi mano prolongaría nuestra relación, nuestra existencia como si fuera el principio de nuestras sendas distintitas, que se entremezclaban, pedí un te, ella pidió un café y un tabaco,
—Volví después de tres años, para la graduación de mi hijo, para entrar del brazo, y que le entreguen su título de bachiller, lo vi, se sorprendió de verme, canoso, con las arrugas que le marcaban la cara, y sentí que todavía lo amaba, agaché la cabeza para no mostrar el llanto en mis ojos, yo que viví lo que viví, tenia miedo de hablarle, yo que me saqué la madre tan lejos, todavía sentía que las rodillas me temblaban, como a mis quince años cuando lo conocí, con esa cara de pendejo, y yo de estúpida, creyendo sus cuentos y el amor eterno que me juraba,
romances de un momento en que viviera,
con el alma iluminada descubriendo
en tu mirada un amor que nadie tuvo para mi,
aunque aciago el destino dividió nuestro camino
y angustiado para siempre te perdí…
fatalidad signo cruel en mi rodar…
—Volví a lo mío, comencé a abrir las bolsas, limpiar mi cuarto que nadie lo tocó, que estaba igual como cuando me fui, como si estuviera esperando mi retorno…
La miraba pensando en todo lo que decía, lo que sentía. Me aferraba a ella como si todo esto fuera tan mío, como era de ella, y me miraba y sentía que el contar su vida era una necesidad de decir toda su amargura, de desahogarse de lo vivido, como si cada palabra desbordara un silencio guardado y sellado por el sufrimiento, de rato en rato tomaba su mano, y sentía que ella me apretaba, como si al callar o desprendernos las manos se, perdiera todo esto, que comenzaba a ser tan nuestro.
—Lo mas jodido fue cuando tuve que volver, y le dije a mi hijo que se iba conmigo a estudiar, que le sacaba la visa y nos íbamos, que viviríamos juntos, que su Madre ya no estaría sola, y solo de pensar en eso se me llenaba los ojos de alegría, que comenzaba con el mayor y después me los llevaba a todos,
—¿Sabe? Lo único bueno que hice en la ‘Yony’, fue casarme. Sí, me casé y me costó cinco mil dólares, con la condición de que cumpliéramos con lo que dice la ley y desaparecía. Y así fue, viví con el un tiempo, eso sí en cuartos distintos, queriendo mostrar a la ‘migra’ que éramos un matrimonio feliz. Así fue, tuve mi gringo, no lo tuve en la cama, valga la aclaración, pero sí, ahora soy una ciudadana americana, con pasaporte y todo, ¿y de qué me sirvió si volví mas jodida que antes? ¿Sabe? la llegada de mi hijo cambió todo, puse mi propio salón de peluquería, ya no trabajaba a medio sueldo, compartiendo mi sueldo de ilegal, y que me paguen la mitad de lo que debía ganar, tenia algo mío, y me sentía orgullosa de mi misma, vivía feliz. Mi hijo era todo para mi, no necesitaba nada, cada noche hacíamos planes para ver cuándo vendrían sus hermanos, ahorrando cada centavo, era tener un poco de todo lo que dejé atrás cuando salí sola,
—¿A qué volvió, qué tenía acá que la hizo volver? Si era lo que siempre quiso, la estabilidad que nunca tuvo acá la tuvo allá, y lo mejor de todo era que lo hizo sola, y su hijo, se quedó allá.
Cerró los ojos volcó la mirada hacia la ventana, quedó en silencio, una lágrima corría por su mejilla, callada se ahogaba en llanto…
—Sí, me lo traje, no como quería pero sí me lo traje, tenía un amigo latino, desde el primer día, cuando llegamos se conocieron. Su madre trabajó conmigo, en la fábrica, y éramos amigas, y vecinas, su hijo chofer de taxi. Una noche salieron juntos, ¿sabe? cuando salieron sentí una cosa fea, pero no se por qué no pude decirle nada, solo escuché su voz que decía «ya vuelvo». Al poco rato se fueron en el taxi, dicen que en medio camino consiguieron un pasajero, y la desconfianza de que estén dos adelante, y peor si son latinos, mi hijo se bajó, le dijo que no se moviera, que ya volvía… Se quedó ahí esperando que volviera el amigo. ¿Sabe que, me lo mataron? Sí, a sus diez y ocho años,
—¿Cómo así, qué pasó?, vinieron unos pandilleros por robarle, un hijoeputa le disparó dos tiros, y me lo mató, volvió a llorar…
—Sí me lo traje, ya son dos años, que estoy acá, me traje, su cenizas, no quiero volver, ¿a qué voy a volver a seguir sufriendo? Esto es lo mío, lo que siempre tuve lo que dejé, y no debía haber dejado nunca. Así ahora tenga que recorrer de una ciudad a otra para trabajar, pero estoy acá con mi remordimiento y mi dolor a cuestas,
—Por eso me tiño de rubia, mi señor para que no se vea mi amargura, que se disimule mi sufrimiento, el recuerdo de todo lo que viví.
La miraba sorprendido con el llanto oculto, yo que soy de lagrima fácil, me costaba no llorar, le acaricie la mejilla, ella me miró con la ternura más grande que puede transmitir una mujer, me estrechó la mano contra su pecho, alcance a rosar su mejilla con un beso fugaz.
—Acá estoy contándole mi vida a usted que nunca lo vi, porque me cayó bien, desde el momento que se peleó porque bajen el radio, y encontré en usted alguien cercano que me escuchó en silencio. Le quedo agradecida por sentirse tan cerca mío, por hacerme sentir también al contarle mi vida y que usted escuche, —seguía ‘usteandome’ por el respeto que me guardaba o por un sentimiento mucho mas profundo, el de decir usted, como si fuera alguien muy cercano, muy querido, donde se entremezcla la relación de respeto y de amor.
El resto del viaje se durmió apoyada en mi hombro, yo mirándola, tratando de que no se mueva que se detenga todo, que no termine, que la luz de la ciudad que nos esperaba, no llegue nunca, sentía el calor de su cuerpo y la tranquilidad de su sueño, como si todo lo que vivió nos perteneciera y podríamos continuar mañana, buscándola prometiendo que la llamaría, y ella que me decía que sería muy lindo y repetía, usted me cayó bien. Anotó su teléfono en el vidrio empañado del bus para que no me olvide, se fue en silencio, la esperaban, no se si sería un pariente, solo vi que se abrazaban preguntándole como fue el viaje, se fue en el primer taxi que pasó, se fue mirando por el vidrio buscándome, y yo buscándola.
Cuando tú te hayas ido, me envolverán las sombras,
Cuando tú te hayas ido, con mi dolor a solas evocaré ese idilio
En mis azules horas,
Cuando tú te hayas ido me envolverán las sombras.
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* Juan Carlos Vásquez Prudencio es escritor de Cochabamba-Bolivia. Autor de dos novelas, Pájaros en Desbandada y Todos tus muertos. Autor de varios cuentos del libro Nostalgias de Moscú.