Literatura Cronopio

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Naty

MI RELACIÓN AMBIVALENTE CON NATY

Por Silvia García*

Cuántas veces ella miró por la ventana tratando de encontrar respuesta a las necesidades que se asomaban en lo profundo de su ser. Todas las noches por un periodo de dos semanas, Naty trataba de encontrar la respuesta a su intención truncada. Nunca entendió por qué era tan difícil llevar a cabo la intención que había nacido en su alma, que aparentemente no podía hacer crecer si no era con la ayuda de una fuerza externa. Naty pasó revista a todas las alternativas que sentía que eran factibles en ese momento. Pensó en primer lugar en hablar con la persona que había compartido los últimos tres años de su vida, pero tan pronto como imaginó tener una conversación con ella, se dio cuenta que sería prácticamente una quimera de imposible realización. Se dio cuenta que esa persona, si bien la conocía en demasía; sin embargo no merecía plena confianza la sinceridad de sus pensamientos. Por un rato se quedó pensando, hizo una pausa, llevó a cabo un silencio que pensó la ayudaría a reprogramar sus ideas.

A partir de allí decidió, como respondiendo a un pedido de una voz interior, que no sería buena idea tener en cuenta las intenciones de esta persona, su otro yo, justamente porque Naty llegó a un momento de confirmación, donde la desconfianza se hizo carne y apareció como alternativa válida dentro de las consideraciones que había tenido al principio del pensamiento. Llegó un momento donde decidió desecharlas, siguiendo los lineamientos de su propia intuición. Es así como Naty enjaula las percepciones que tiene hacia la gente que la rodea. En especial las intenciones quizás ocultas de esta otra persona que tendría que tener las mejores intenciones para con ella, de las cuales existían dudas al respecto.

Yo, por mi lado, me puse contento, ya que había decidido que su vida, o mejor dicho ninguno de sus yoes me perjudicarían más de lo que estaba dispuesto a soportar emocionalmente. Las emociones ambivalentes forman parte de mi existencia, siempre lo fueron, y me manejan como jamás hubiera imaginado. Es una realidad que tengo que soportarla, ya que no encontraría ninguna manera posible de ahorcarla si no fuera de un modo que no tuviera ningún tipo de relación con la violencia ofrecida por la sociedad en la cual me encuentro inmerso. Pude entender que esta nueva pasión que comenzó a aflorar en la persona de Naty, tenía que ver con la circunstancia, quizás un poco simple, quizás como mucha gente ya había experimentado durante el transcurso de su vida, en ocasiones cuando de repente se ponen en contacto con un libro que ofrece incluso una identidad emocional que subyuga la voluntad de la persona que lo está leyendo, al punto de violarla.

Las barreras ideológicas y la fuente generacional no habían sido lo suficientemente poderosas para mantener a Naty distante de las ideas que el autor del libro proponía. La conexión espiritual que había sentido con las palabras escritas por ese autor desconocido, eran tan sensuales que ella podía experimentar el dolor de perderlas, después de haberlas poseído al haberlas leído. Sentía que no podía continuar con su existencia si no fuera por ese autor que la entendía sin conocerla. Se sentía impotente al no poder llevar a cabo su intención que la enajenaría para siempre de lo que quería ser. Sentía una furia incontenible, porque sabía que no la podía manifestar mas allá de la creación de los meros vocablos que la describirían. Su enojo era plausible pero distante de su propia persona. Yo… podía verla, sentirla, amarla, pero jamás ayudarla. Había decidido desconectarme emocionalmente de las ataduras sentimentales que me unían a ella. Creo que mi decisión se basó en un sistema de autodefensa.

Había conocido a Naty en un momento de mi vida donde aun estaba descubriendo la mía. Eran momentos difíciles, donde la introspección de nuevas ideas se volvía una tarea esporádica. Anhelaba un reencuentro que diera la bienvenida al discernimiento de ideas —algo que no experimentaba hacía un tiempo atrás— donde la quietud de estabilidad emocional que una vez había disfrutado, no era más que una ilusión que gratamente complacía las necesidades que le fluían. Se disipaban en mi mente preguntas acerca de cuáles serían los caminos que Naty tomaría después de haber conocido a ese autor que ella consideraba «poderoso».

Un hombre como yo, convaleciente emocionalmente, con ideas tan simples jamás entendería la complejidad mental que omnivulaba la atención de Naty. Tenía idea del juego sentimental que a veces las mujeres juegan, pero por otro lado era consciente de mi estrechez mental para comprenderlo en su totalidad. Lo que en mi mundo representaba una mera sustracción de números primos o compuestos, en el mundo de Naty era un escabroso ejercicio algebraico donde la sustracción representaba solo el punto de partida de una ecuación que requería un sinfín de comandos para llegar al resultado que era el mismo al que yo-hombre había llegado a través de una manera simple y errática.

Había comprendido la necesidad de separarme mentalmente de ella, dado que su inestabilidad despertaba sentimientos oscuros en mi persona. Sabía que esos demonios que ella poseía y que habitan sólo en su realidad paralela algún día me iban a alcanzar. Todo dependía de la proximidad física que yo pudiera guardar. Si dejaba que sus demonios me alcanzaran entonces no iba a poder destruir los míos en término y forma, porque yo también poseo mis propios demonios. El término y la forma eran solo pequeñas precondiciones que me había puesto con la finalidad de lograr una comodidad que se supone que cualquier adulto debe alcanzar.

Supongo que de eso se trata cuando la gente se refieren al termino madurar, «madurar». Pero… ¿Cuándo eso sucede?, nunca se sabe, ya que no existe una regla que la determine, ni un perímetro que la emplace. No sucede ni antes ni después, sino eventualmente cuando tiene que suceder. Esa circunstancia era la que yo estuve esperando por los últimos tres años, cuando mi vida se convirtió en la sombra de Naty. Ella se había enamorado de mí la primera vez que poseyó mis palabras a través de la lectura de mi último libro. Desde ese momento, que si mal no recuerdo fue hace exactamente tres años, no pude escapar de su optimismo por la frecuente esperanza de la unión de nuestros cerebros. Naty solo pedía que pudiera comunicarme con ella, aunque mas no sea telepáticamente, pero incluso ese detalle me parecía absurdo.

Sabía que la unión física iba a desembocar en una conexión espiritual que me llevaría a la pérdida de mi libertad emocional. Creo que no iba a rendirme muy fácilmente, pero en realidad no sabía, porque aun las circunstancias no acontecían, de manera que el resultado era tan invisible como aleatorio y desconocido. Todo lo que había conseguido hasta ese momento estaba en peligro de desaparición por la falta de fuerza para sostener el lineamiento de la conducta que había decidido tomar. Supongo que también esa es una característica del ser humano, como también lo es de Naty que esperaba que un libro arreglara su vida por completo y para siempre. Yo, por un momento pensé «qué lamentable realidad le tocó vivir», ya que no podía tomar conciencia de la exquisitez de la vida que le había tocado vivir.

Ella podía experimentar esa vida, pero no podía entenderla en toda su magnitud. Es decir su vida estaba constituida por una serie de inercias que podían ser evitadas a los fines de que tuviera sentido su propia existencia. Pero no fue así, sencillamente la toma de conciencia de su propia realidad constituía una utopía. Sus demonios interiores manejaban por completo su conciencia. Y yo, no queriendo ayudarla, tampoco sentía pena por ella, ya que me di cuenta que su realidad era el hilo conductor de una serie de caprichos por aceptar una realidad que implicaba un montón de realidades.

Pero siempre dudé cuál de todas las realidades ella estaba dispuesta a hacer frente. Fue entonces cuando decidí que la mejor manera de resolver el conflicto que me unía a ella era enfrentándolo. Por un momento pensé que mi tentativa de ayudarla no era lo que había deseado al principio, pero por otro lado tomé conciencia de la cantidad de horas que había enlistado mis pensamientos solo para llegar a sentir acerca de la necesidad o no de ayudarla. Ya era muy tarde para decidir… me encontraba inmerso en el desborde de la jaula emocional que me seducía al abismo de la conciencia absurda de Naty.
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* Silvia E. García, nacida en Argentina, es abogada y Máster en Leyes; Máster en Literatura Hispanoamericana de la Loyola University, Chicago, Il. 2012. Instructora de español Loyola University, Chicago Il. Master en Español y Literatura Latinoamericana, Loyola University, Chicago, Il. 2010. Actualmente es Instructora de Español 101, 102 y 103 en Loyola University, Chicago Il.

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