Literatura Cronopio

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El tango

EL TANGO EN LA OBRA DE JARDIEL PONCELA (Primera entrega)

Por Ricardo Ostuni* y Luciano Londoño**

Click aquí para leer: EL TANGO EN LA OBRA DE JARDIEL PONCELA (Segunda entrega)

Evangelina, en la biografía de su padre asegura: «Jardiel Poncela es ya historia y (…) todos (…) tenemos un poquito la obligación de aportar aquello que sabemos de él y que es desconocido para otros». Y eso precisamente es lo que aspiramos hacer con este ensayo.

No pocos escritores y ensayistas se ocuparon del tango a lo largo del siglo XX y de los pocos años transcurridos de esta nueva centuria. Es posible que el documento más antiguo al respecto, sea un largo artículo publicado en el diario Crítica de Buenos Aires, en septiembre de 1913, bajo la esquiva firma de Viejo Tanguero.

Pero a poco de andar el siglo, el tango que en sus días inaugurales fuera totalmente ignorado por la intelectualidad argentina, comenzó a merecer la preocupación de notables escritores cuya lista completa excedería los límites de esta mención, pero a título de ejemplo debemos citar a Güiraldes, Borges, Sabato, Mario Benedetti, García Márquez, Ulises Petit de Murat, Manuel Mujica Láinez, Leopoldo Marechal, César Tiempo, León Benarós, Baldomero Fernández Moreno, Conrado Nalé Roxlo, sin olvidar al poeta y escritor francés, el académico Jean Richerpin que en la Reunión de las Cinco Academias de Francia dio en 1913 una de las más brillantes conferencias a propósito del tango (que tal era el título de la misma).

Mas no todos encontraron en el tango las idealizaciones literarias de aquellas plumas. Hubo otras, de no menos renombre, como las de Leopoldo Lugones o Carlos de Ibarguren, que descargaron su total rechazo acuñando epítetos tales como «reptil de lupanar» o «producto híbrido del porteño… y del mestizaje». Pero también lo bendijeron Waldo Frank para quien el tango era la danza popular más profunda del mundo y Ezequiel Martínez Estrada que lo consideraba como una música sin igual para la ensoñación.

No obstante no vamos a detenernos en las palabras de ninguno de los nombrados porque hay otro nombre, siempre omitido a la hora de citar juicios sobre el tango, que nos proponemos rescatar por primera vez, como es el de Enrique Jardiel Poncela.

Jardiel Poncela, un verdadero maestro del humor, y uno de los más notables dramaturgos y novelistas españoles del siglo XX, tuvo recurrentemente ácidas alusiones hacia tango a partir de 1927, cuando aún faltaba una década para que realizase la primera de las dos giras que hiciese a Buenos Aires (agosto de 1937 a marzo de 1938 y en 1944). A pesar de ello, en la reina del Plata fue muy bien recibido y aclamado, tuvo éxito artístico y económico…, si bien en la última, el éxito económico inicial tropezó por causas diferentes a lo artístico.

Su mismo nieto, Enrique Gallud Jardiel, en la biografía que escribió sobre su abuelo, asegura que el dramaturgo confirmó que en Buenos Aires había recibido un trato exquisito y cosechado muy buenos amigos.

1 «A MÍ NO ME HABLEN DE TANGO»

—Jardiel Poncela y su humor cáustico sobre el tango—

De pronto pareciera un contrasentido que quien se expresase tan despectivamente sobre el tango, hubiera recibido tantos halagos en Buenos Aires, la ciudad–tango por excelencia. Sin embargo, en el público no porteño no tuvieron influencia alguna esas frases despectivas que Jardiel Poncela vertiera en varias de sus obras.

Estas notas intentan, de manera integral, desentrañar o explicar los hechos que originaron el rechazo del escritor a todo lo que le oliera a tango, a partir de 1927.

Su hija Evangelina Jardiel Poncela dice, en la biografía de su padre, que él tenía un perro Alsacia–Lorena llamado Bobby, que halló perdido en una calle de Bilbao, en el verano de 1940, el cual lo acompañó hasta su fallecimiento (en 1952). Bobby tuvo un hijo llamado Monchi, con una perra del Bar Gaviria, por lo que decía Jardiel que era hijo de una «tanguista».

Y, de acuerdo a nuestras investigaciones y al aporte que nos hace Joaquín Fernández Lobo, de Gijón Asturias España, en carta de agosto 18/2012, recogida por Ricardo Ostuni, algunas alusiones ácidas de Jardiel Poncela, respecto al tango, están en sus obras «El estupidisaurio, terror de la tierra y de los mares» (en la que dice que el monstruo prehistórico llamado el estupidisaurio «estaba provisto de dos guitarras y un bandoneón, con los que interpretaba tangos y milongas, que, si no siempre servían para dar muerte a sus víctimas, por lo menos eran suficientes para dejarlas idiotizadas o sumidas en un sueño de la longitud y profundidad de Manon»); «El libro del convaleciente» (1939) (en la que denomina «tanguistas» a las mujeres que se echan la vida a la espalda); «Margarita, Armando y su padre» (1931) (en la que describe el personaje de Maruja como «una tanguista vulgar»); «Eloísa está debajo de un almendro» (1940) (en la que saca el tema a colación diciendo que «a muchacha, muy linda y de unos treinta años, tiene un cierto aire de tanguista»); «Usted tiene ojos de mujer fatal» (en la que habla de «esos vomitivos con música llamados tangos, que tan felices hacen a las criadas que no saben leer y a las señoritas analfabetas» y, más lejos, «[d]el nauseabundo desperezo de los bandoneones»; y en la «La Tourneé De Dios» (trae el siguiente concepto: «En las mujeres no hay nada personal. Todo es adquirido, inyectado, contagiado del hombre que aman. (…) Si duerme con un hombre de arte, la mujer será tan pedante como él; si con un humorista aparecerá a los ojos del espectador como una mujer que se burla de todo, y os dirá, con acento fatigado: «Amigo mío… Yo no creo en nada. ..» (…); si es un autor de tangos, hablará del tango y hasta se lanzará a escribir la letra de uno por su cuenta;…»).

En la obra «Usted tiene ojos de mujer fatal» estrenada en Valencia en 1932, —una suerte de adaptación teatral de su novela ¿Pero..hubo alguna vez once mil vírgenes?— Jardiel habla de «esos vomitivos con música llamados tangos, que tan felices hacen a las criadas que no saben leer y a las señoritas analfabetas» y, más lejos, «[d]el nauseabundo desperezo de los bandoneones» (p.158 y 162) y también convierte al El Pintor de la novela en un compositor argentino de habla sabrosa, mezcla de lunfardo y de retórica florida que remeda el estilo de los tangos de su tierra:

OSHIDORI. ¿Es cierto que se casan ustedes, señor Cruz?

INDALECIO. Recién en junio. Cuando florescan los rosales y la naturaleza vista sus mejores galas, pa entonces lusirá Francisca su traje de desposada […]

Uno años antes, Jardiel Poncela había «escrito» una estrafalaria letra de tango pone en boca del compositor argentino de su comedia:

«Fiscalito del supremo
que abocanás el boliche
y campaneás el fletiche
con bufosos de bacán;
no me escrupiés el belemo,
no me chalés el milongo
ni me enramés el bailongo
de los rulos del gotán.» (p.164)

Sobre el tema Tango y Jardiel Poncela, Joaquín Fernández Lobo, en la ya citada carta, recogida por Ricardo Ostuni, dice:

Enrique Jardiel Poncela fue un «hombre de mundo no sólo por su relación con la farándula sino por su relación con la intelectualidad del momento, poseía sin embargo una rara aversión por el tango y sus mujeres. (…)

«La fijación de este individuo por ese arquetipo de mujer me ha tenido mosqueado un largo tiempo hasta que mi amigo Eugenio Cueto, gran estudioso de la obra de Poncela, me ha desvelado el jeroglífico. Por lo visto la mujer de Jardiel, Josefina Peñalver, dibujante de prestigio en varias publicaciones, era muy aficionada al baile de salón y sobre todo al tango que por entonces arrasaba en Europa. En uno de los locales del baile de moda conoció a un famoso pianista de tango, un tal Demare, que entre actuaciones le enseñó el noble arte de dibujar firuletes. Y ya se sabe lo que pasa en estos casos; un día de septiembre Josefina, arrebolada por la pasión que despierta el tango, a la tercera quebrada le dijo a Demare aquello del anuncio de los langostinos Pescanova: «Che, llevame a casa».

«Y se largó con él dejando a nuestro Enrique preso del desamor cruel (…).

«Así que no es de extrañar que durante el resto de su vida mantuviese un odio africano y unos impulsos homicidas contra todo lo que oliese a tango. Razones parecían no faltarle al muchacho. (…)»

Enrique Cadícamo en sus Memorias cuenta que los andaluces, en tren de cachondeo, deformaban los apellidos del trío Irusta-Fugazot-Demare a punto tal que en Barcelona se llegó a representar una revista en el Teatro del Paralelo con el titulo Irusta Za fugot con su Mare, pero, como vimos, el chiste tomó otro cariz ya que fue Demare quien se fugó con Josefina. (id. Pág. 95).

En el ensayo «Humor, Pasión y drama en la vida de Enrique Jardiel Poncela», de José Montero Padilla (de la Universidad Complutense), se dice que cuando Josefina Peñalver se marchó a Buenos Aires con el pianista Demare, Jardiel Poncela quedó con el ánimo destrozado y con una criatura, Evangelina, de pocos meses.

2 «TRISTE COMEDIA»

—Protagonistas de esta historia y circunstancias de tiempo, modo y lugar de la misma—

Madrid, finales de 1926 y los tres primeros meses de 1927, cuyo inicio posiblemente fue en teatro Maravillas de Madrid, donde la presentación del trío Irusta–Fugazot–Demare, prevista para un período de quince días debió prolongarse a tres meses por el gran éxito que obtuvo.

A comienzos de 1927, cuando sucedieron los hechos. Enrique Jardiel Poncela tenía 26 años y medio, Lucio Demare tenía 20 años y medio, y Josefina Peñalver era una muchacha española, cantante, poetisa y retratista, de aproximadamente diecinueve años y de la cual desconocemos la fecha exacta de su nacimiento.

Al decir del crítico y autor Fernando Méndez–Leite, Irusta Fugazot y Demare (eran) ídolos a la sazón de los auditorios femeninos en España y sañudamente combatidos por un gran sector del sexo feo, envidioso o celoso, de su éxito con las mujeres. (El Tango en España, por Juan Manuel Peña, pág. 96).

«JOSEFINA PEÑALVER, la «Dama del Guante Verde», mujer aún casada y con un hijo cuando conoció a Jardiel (…), mantuvo con éste una relación sentimental, fruto de la cual nació Evangelina en diciembre de 1927. La pareja convivió (…), estableciéndose en una vivienda situada en el nº 15 de la madrileña calle de Santísima Trinidad. Sin embargo, como ya dijimos, ella decidió abandonar el hogar familiar, quedando la niña a cargo de su padre Jardiel Poncela.

«Es curioso el paralelismo que establece Jardiel Poncela entre las tanguistas y las mujeres de mala nota, prueba inequívoca de que el tango como manifestación artística no debía interesarle mucho. O quizá todo se deba a que la madre de su primera hija, Josefina Peñalver, se acabó marchando con un célebre cantante de tangos».

Sobre el abandono de Josefina Peñalver a Enrique, en la biografía escrita por su nieto Enrique Gallud Jardiel, se dice que, en 1926, Enrique inició la relación con la «mujer fatal» Josefina Peñalver. Comenzaron a vivir juntos —lo que provocó que muchas personas les retiraran el saludo— y pasaron bastantes apuros económicos. También vivió con ellos el hijo menor de Josefina, Jesús María Lobato de cuatro años y medio (nacido el 4 de julio de 1923).

La penuria aumentó y la situación se fue haciendo cada vez más angustiosa. Como era casi imposible mantener los gastos de aquella casa, la pareja decidió tomar una decisión desesperada: se separarían por algún tiempo e intentarían salir a flote cada uno por su lado.

Mientras continuó el idilio entre ambos, sobre Josefina Peñalver, Jardiel Poncela escribió: «Luego amé a otra mujer, excepcional por su belleza deslumbrante, su inteligencia vivaz y su finura de espíritu. Me hizo tan feliz que estuve a punto de casarme. Por fortuna, me acordé a tiempo de que ella estaba casada y mi boda no pudo arreglarse».

A finales de 1926 nació su hija Evangelina. Tres meses después Josefina abandonó a Enrique, a su hija recién nacida y a su hijo José María, y se marchó a Buenos Aires con el pianista argentino Lucio Demare, del trío Irusta–Fugazot—Demare.

«El amor es como una goma elástica que dos seres mantuvieran
tirante sujetándola con los dientes; un día uno de los dos que
tiraba se cansa, suelta y la goma le da al otro en las narices».

La consternación que le produjo, dejó claro que Jardiel Poncela no lo esperaba en absoluto. Sin saber qué hacer, recurrió a su hermana Angelina, quien acababa de quedar viuda. Decidieron que ella viviera con él y contrataron a una aya para que cuidara a la pequeña Evangelina.

Jardiel Poncela sufrió una gran depresión y tardó mucho en rehacerse y olvidar. Su primera novela, Amor se escribe sin hache, lo confirma pues está dedicada a ella:

«A la maravillosa y exquisita «Nez-en-L’air», cuyo perfume

predilecto compré muchas veces para poder recordar en la

ausencia sus ojos melancólicos.

«En recompensa a cuanto la hice sufrir; como recuerdo de

los años felices en que vimos amanecer juntos y para que al

leer este libro en alguna o ciudad remota comprenda que no

he olvidado mi promesa».

En el blog «Jardiel cumple 100 años» se dice sobre este particular:

«Estas palabras —delicadas, nostálgicas, ennoblecedoras

palabras— de Jardiel dan testimonio de la finura de su espíritu.

Pero la historia de esa pasión amorosa había tenido, en su final,

amargos aspectos. Y había sabido de engaño y desengaño,

de olvido y abandono sobre un fondo de música de tango malevo».

Y en este blog se ratifica que «(…) este fracaso sentimental le dejará para siempre un poso amargo y que nunca pudo olvidar de manera plena (…)»

(Continua página 2 – link más abajo)

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