Literatura Cronopio

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No es este, ni mucho menos, un hecho menor (el de nombrar la enfermedad), pues a partir de esta referencia explícita a la epilepsia que se encuentra en el capítulo XIV, durante el resto de la novela se cierne una especie de velo misterioso que cubre aquella palabra maldita, pues ninguno de los personajes la vuelve a pronunciar. A partir de allí, y una vez nos hemos dado cuenta de que es la epilepsia el temible mal de María, el autor emplea reiteradamente —por boca de los personajes— los vocablos genéricos «mal» y «enfermedad» para referirse a la epilepsia que sufre la protagonista.
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Y es que, siguiendo a la escritora estadounidense Susan Sontag en su trabajo titulado La enfermedad y sus metáforas, podemos decir que «la enfermedad es el lado nocturno de la vida», es decir, un lado de la vida que se encuentra cubierto por el misterio, tal y como sucede en María. En el mismo trabajo plantea Sontag que la enfermedad es «una ciudadanía más cara», pues:

«A todos al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la
del reino de los sanos y la del reino de los enfermos.
Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o
temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse,
al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro
lugar» (Sontag, 1996: 11).

Con el fin de contextualizar la epilepsia sufrida por María, y lograr identificar algunos elementos textuales específicos en la novela de Isaacs, que permitan dar cuenta de lo que subyace a la presencia de esta enfermedad en el romance del autor colombiano, nos basaremos en los planteamientos y posturas teóricas que esboza Susan Sontag en su citado texto, ya que como ella misma anota al inicio del libro:

«No quiero describir aquí cómo es en realidad emigrar al
reino de los enfermos y vivir en él, sino referirme a las
fantasías punitivas o sentimentales que se maquinan sobre
ese estado: no una geografía real, sino a los estereotipos
de carácter nacional. Mi tema no es la enfermedad física en
sí, sino el uso que de ella se hace como figura o metáfora.
Lo que quiero demostrar es que la enfermedad no es una metáfora,
y el modo más auténtico de encarar la enfermedad —y el modo
más sano de estar enfermo— es el que menos se presta y mejor
resiste al pensamiento metafórico. Sin embargo es casi imposible
residir en el reino de los enfermos sin dejarse influenciar por
las siniestras metáforas con que han pintado el paisaje»
(Sontag, 1996: 11).

Esta autora propone un estudio minucioso sobre las formas mediante las cuales las enfermedades han sido metaforizadas en la literatura y la manera en la que estas son utilizadas, asimismo, como estrategias discursivas que operan socialmente y se instalan en los imaginarios colectivos de determinadas comunidades. Es así como habla de la tuberculosis (en el siglo XIX) y el cáncer (en el siglo XX) como las enfermedades metafóricas por excelencia. Como vemos, la epilepsia se encuentra por fuera del análisis planteado por Sontag, lo cual no impide que podamos efectuar un estudio de la enfermedad en María a la luz de los planteamientos de la estadounidense, ya que existen características y elementos propios de la tuberculosis como estrategia metafórica que operan de un modo similar —si no de manera idéntica— para el caso de la epilepsia, más allá de la recurrente alegoría del ave negra que ha perseguido a Efraín y a María; ave negra que aletea contra la felicidad y el amor.
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Así, se hace necesario retomar la idea antes mencionada según la cual a partir de que Efraín descubre con horror que el mal que aqueja a María es el de la epilepsia, el nombre de esta enfermedad no vuelve a ser mencionado en la novela. Como afirmábamos también más arriba, se cierne un aura de misterio sobre la enfermedad de María, y bien sabemos por Susan Sontag que:

«Basta ver una enfermedad cualquiera como un misterio,
y temerla intensamente, para que se vuelva moralmente,
si no literalmente, contagiosa […] Los nombres mismos
de estas enfermedades tienen algo así como un poder
mágico […] En Armance de Stendahl (1827), la madre del
héroe rehúsa decir ‘tuberculosis’ no vaya a ser que con
sólo pronunciar la palabra acelere el curso de la enfermedad
de su hijo» (Sontag, 1996: 14–15).

Más aun, en la sociedad decimonónica era usual encontrar que si el nombre de una enfermedad particular podía ser relacionado directamente con la idea de la muerte del enfermo, normalmente se recurría a la práctica de «esconder el nombre de [dicha] enfermedad a los pacientes y, una vez muertos [estos], esconderlo a sus hijos» (Sontag, 1996: 11). De tal suerte pues, que no es extraño que María no supiera cómo se llamaba el mal que padecía y que había heredado de su madre: «[…] yo oí que papá le decía a ella [a la madre de Efraín] que mi madre había muerto de un mal cuyo nombre no alcancé a oír» (Isaacs, 2012: 37).

Una vez comentado este rasgo particular de la novela, es preciso llamar la atención acerca de un hecho que no puede ser pasado por alto en este análisis: la tradición romántica dentro de la cual se inserta María. Lo anterior puede parecer obvio, pues no es ningún secreto que Jorge Isaacs, al igual que tantos otros escritores hispanoamericanos del siglo XIX, son tributarios del romanticismo literario europeo. En la estética romántica europea la enfermedad —en conjunción con la muerte— juega un papel primordial, al punto que es posible encontrar en muchas de las novelas más representativas de este período una suerte de estratificación de las enfermedades, en la que se atribuye un determinado estatus moral y social a estas, de acuerdo con los órganos del cuerpo humano a los que afecten. Así, la tuberculosis —como enfermedad propia de órganos superiores, como los pulmones— gozaba, en el siglo XIX, de una reputación más favorable que la sífilis, por ejemplo. De esta manera:

«Durante más de cuatrocientos años la tuberculosis fue
el modo preferido de atribuirle un sentido a la muerte
—fue una enfermedad edificante, refinada— […] Los
románticos moralizaron la muerte de un nuevo modo: la
tuberculosis disolvía el cuerpo, grosero, volvía etérea
la personalidad, ensanchaba la conciencia. Fantaseando
acerca de la tuberculosis también era posible estetizar
la muerte» (Sontag, 1996: 22–25).

En este contexto —literario y social— se ubica la María epiléptica; por tanto, podemos afirmar que, si bien María no poseía la «enfermedad romántica» por antonomasia (la tuberculosis), su mal se podía ubicar dentro de las enfermedades de los órganos y sistemas superiores como enfermedad del sistema nervioso, contrastando con una enfermedad como la hepatitis que acabó con la vida de la esclava Feliciana.

De igual modo, algunos de los síntomas más notorios de la tuberculosis tales como la fiebre y la palidez del semblante del enfermo, adquirieron cualidades estéticas particulares y se convirtieron en signos distintivos, per se, de aquello que debía ser percibido como «romántico». Por esto, la fiebre se convirtió en «signo de un abrasamiento interior», tal como lo afirma Susan Sontag, por medio de la explicación de uno de los personajes de la Montaña Mágica de Thomas Mann: «Los síntomas de una enfermedad son la manifestación disfrazada del poder del amor; y toda enfermedad no es más que un amor transformado» (Sontag, 1996: 27). De tal modo es posible suponer que los accesos febriles padecidos por María denotan un ardor amoroso de naturaleza heroica, lo cual la consume poco a poco de una manera beatífica. Asimismo, la frecuente palidez de María (síntoma inequívoco de enfermedad) encajaba muy bien con los patrones estéticos más deseables para un romántico. Citando a Camille Sanit–Saëns, Susan Sontag nos cuenta que: «estar pálido y desangrado era la moda [en el siglo XIX]; la Princesa Belgiojoso se paseaba por los boulevards… pálida como la muerte en persona» (Sontag, 1996: 34).
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Las «enfermedades románticas», además de ocupar un lugar privilegiado en esa particular clasificación emparentada con los órganos «superiores» e «inferiores», se caracterizaron por ser «enfermedades individuales», es decir no epidémicas. Este carácter individual de ciertas enfermedades se vio reflejado en la «romantización» de la tuberculosis, lo cual:

«Constituye el primer ejemplo ampliamente difundido
de esa actividad particularmente moderna que es la
promoción del propio yo como imagen […] Se podría
razonablemente suponer que esa romantización de la
tuberculosis era una manera de transfiguración literaria
de la enfermedad» (Sontag, 1996: 35–36).

En medio de tal ebullición del romanticismo, la literatura fue el vehículo que mayormente se usó para difundir los ideales estéticos propios de la época, al punto que: «tanto el vestido (la prenda externa del cuerpo) como la enfermedad (una especie de decorado interior del cuerpo) se volvieron tropos por nuevas actitudes ante el propio ser» (Sontag, 1996: 35). En este sentido, el esmero expresado por Isaacs en las descripciones del semblante enfermizo de la protagonista de su novela, concuerda perfectamente con la preocupación por describir minuciosamente los vestidos usados por esta, situación que pasa a un segundo plano —o es directamente obviada— en las descripciones de los demás personajes.

La primera descripción física pormenorizada de María ocurre casi al principio de la novela (en el capítulo III). Allí Efraín, luego de describir bellamente el rostro de su grácil amada, no escatima detalles para referirse a su vestimenta: «Vestía un traje de muselina ligera, casi azul, del cual sólo se descubría parte del corpiño y la falda, pues un pañolón de algodón fino, color de púrpura, le ocultaba el seno hasta la base de su garganta» (Isaacs, 2012: 13). Este especial interés en los vestidos de María se conserva a lo largo de la novela, y se expresa por última vez en la melancolía onírica de Efraín, atormentado por la luctuosa ausencia de su amada:

«Soñé que María era ya mi esposa: ese castísimo delirio
había sido y debía continuar siendo el único deleite de
mi alma: vestía un traje blanco vaporoso, y llevaba un
delantal azul, azul como si hubiese sido formado de un
jirón del cielo; era aquel delantal que tantas veces le ayudé
a llenar de flores, y que ella sabía atar tan linda y
descuidadamente a su cintura inquieta, aquél en que
había yo encontrado envueltos sus cabellos» (Isaacs, 2012: 13).

La potencia simbólica y la profundidad poética de la anterior cita evidencian el cuño romántico de Isaacs, lo cual se ve reflejado a través de los sesenta y cinco capítulos que componen María. Podemos, entonces, concluir diciendo que la novela cumbre de la literatura decimonónica en Colombia puede ser entendida como una obra maestra del romanticismo hispanoamericano (tributario del romanticismo europeo), no solamente porque cuenta una bella historia de amor suspendido por la muerte y por su tono marcadamente sentimental, sino también porque su carácter romántico se puede rastrear y visibilizar a la luz de otros elementos, quizá menos notorios que los anteriores, pero que refuerzan y consolidan las características propias de un estilo literario particular. Y uno de esos elementos menos visibles es, como resulta apenas lógico, la enfermedad.

BIBLIOGRAFÍA

Isaacs, Jorge (2012). María. Bogotá: Norma.
Pineda Botero, Álvaro (1999). La fábula y el desastre. Medellín: Universidad Eafit.
Serrano Poncela, Segundo (1968). Estudios sobre Dostoievski. Caracas: Universidad Central de Venezuela.
Sontag, Susan (1996). La enfermedad y sus metáforas. Madrid: Taurus.
Ospina, William (2012). «De lo breve y lo eterno». En: Jorge Isaacs. Vida y obra (Varios autores). Bogotá: Norma.
Vergara y Vergara, José María (2012). «Juicio Crítico». En: Jorge Isaacs. Vida y obra (Varios autores). Bogotá: Norma.
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* Jesús Antonio Arenas Berrio es escritor, filósofo y ensayista.

** Fernando Suárez Giraldo. (Medellín, 1980). Especialista en Estudios Políticos con énfasis en Geopolítica y miembro del grupo de investigación Sociedad, Política e Historias Conectadas —SPHC— de la Universidad EAFIT. Estudiante de la Maestría en Estudios Humanísticos de la misma universidad.

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