Literatura Cronopio

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Fernando

ALBERTO CAEIRO Y LA ÉTICA DE LA SENCILLEZ Y EL NO PENSAR

Por Luisa Fernanda Londoño*

«Si queréis que tenga un misticismo, está bien, lo tengo.
Soy místico, pero sólo con el cuerpo.
Mi alma es sencilla y no piensa.»
(Alberto Caeiro)

A todo esto, ¿en qué consiste la ética de aquel que mira solamente sin propósito ni finalidad? Esta ética sin duda se desprende de la visión objetivista, del saber sin pensar, de la abdicación tanto del pensamiento, del sentimiento, como también del deseo de dominio sobre lo que ve y lo que existe.

Ojalá mi vida sea siempre esto:
El día lleno de sol, o suave de lluvia,
O tempestuoso como si se acabase el mundo,
La tarde suave y las cuadrillas que pasan
Miradas con interés desde la ventana,
La última mirada amiga al sosiego de los árboles,
Y después, cerrada la ventana, el quinqué encendido,
Sin leer nada, ni pensar en nada, ni dormir,
Sentir la vida correr por mí como un río en su lecho,
Y ahí afuera un gran silencio como un dios que duerme.

(CAEIRO, PESSOA. Poesías completas de
Alberto Caeiro. España: Pre-textos. 1997. p. 129)

En ausencia de la intervención de la conciencia, Caeiro insistirá en cómo el hombre puede estar frente a las cosas sin falsificarlas, es decir, qué tipo de intervención debe ser la del hombre con las cosas y en el mundo, cuál por el contrario no, y de acuerdo a ello, la relación que se desprende para con lo que le rodea.

Brilla la luz de una ventana.
La veo y me siento humano de los pies a la cabeza.
Es curioso que toda la vida del individuo que allí vive, y
[que no sé quién es,
Me atrae sólo por esa luz vista de lejos.
Sin duda su vida es real y tiene cara, gestos, familia y
[profesión.
Pero ahora sólo me importa la luz de su ventana.
A pesar de que la luz esté allí porque él la ha encendido,
La luz es la realidad que está frente a mí.
Yo nunca voy más allá de la realidad inmediata.
Más allá de la realidad inmediata no hay nada.

Así pues, el saber sensible es lo que le permitirá a Caeiro relacionarse sin rodeos con las cosas, captar la realidad inmediata del mundo, lo cual se articula al modo como se relaciona, o mejor la manera en que corta el vínculo con las cosas. De ahí que, la exigencia de esta poética sea no mezclarse con ellas y cuida de esto, ¿cómo? Evitando cambiarlas, procurando no intervenir, sin ligarse con ellas y sin afectarlas; esta actitud del maestro delimita nuestro proceder frente a lo existente. Por tanto, la sola presencia de las cosas, su apariencia y la exterioridad de todo lo que le rodea, satisface la vida contemplativa del maestro, pero no al que quiere o ambiciona de ellas algo más. Lo primordial para Caeiro es la Naturaleza, no transformarla sino dejarla en su acontecer sin modificarla, para ello no media, no pone ni quita nada.

¡Ah, que bella superficie!
Quizá la superficie sea la esencia
Y lo que excede a la superficie sea lo que excede a todo
Y lo que excede a todo no es nada.
¡Oh rostro del mundo, sólo tú, de todos los rostros,
Eres la propia alma que reflejas!
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Conocer es interpretar interviniendo el pensamiento, desconocer permite que las cosas sean lo que son, no lo que el hombre de razón quiere que sean. El poeta no condiciona las cosas, en este desconocimiento propio y del entorno nada se haya sujeto, «basta existir para sentirse completo». De ahí que no tenga que agregar nada, pasa por el mundo mirándolo y dejándolo tal y como es. Caeiro sabe desde los sentidos que cada cosa existe; inútiles y visibles no hay familiaridad que las congregue y como una posible contradicción el poeta pastor de sensaciones, quien prefiere sentir y mirar a pensar, dirá de las cosas que lo que nos une a ellas es que nada nos une. Por su parte, Caeiro desune lo que sólo a través de la lógica de la razón tendría conexión:

ME tumbo a lo largo sobre la tierra con hierba
Y me olvido de todo cuanto me enseñaron.
Lo que me enseñaron nunca me dio más calor o más frío,
Lo que me dijeron que había nunca me alteró la forma de
[una cosa.
Lo que me obligaron a ver nunca tocó mis ojos.
Lo que me apuntaron nunca estaba allí: estaba allí sólo
[lo que allí estaba.

LA SENCILLEZ

Desprovisto de artificio, carente de ostentación y adorno, el poeta se expresa ingenua y naturalmente. Espontáneo y con llaneza, dice lo que siente y lo que ve. Asimismo, sin engaño y sin exornación escribe sus versos. El lenguaje falto de metáforas, se vuelca hacia un nombrar concreto y preciso, en donde la sencillez de su mirada también se refleja en sus poemas. Muy al contrario, de buscar examinar las cosas o explorarlas, le basta con lo que hay y lo que ve, las cosas son plenas en su presencia, es decir, no hace falta nada más, lo simple y escueto, que es lo que existe, queda expuesto cuando pasa por el cedazo que sería la mirada caeireana y al ser nombrado no es reducido a una idea, porque se nombra para distinguir una cosa de otra, no para explicarlas o etiquetarlas. De esta manera, el poeta desmonta las invenciones que son sólo posibles en el lenguaje (ilimitado, esencia, sustancia, todo, entre otros), puesto que los conceptos falsean la realidad, no promueve la mentira del lenguaje y más bien la diluye entre tautologías.

Sé que es real, y que la planta existe.
Sé esto porque ellas existen.
Lo sé porque mis sentidos me lo muestran.
Sé que soy real también.
Lo sé porque mis sentidos me lo muestran,
Aunque con menos claridad con que me muestran la
[piedra y la planta.
No sé nada más.

En consecuencia, mientras que los sentidos nos permiten una relación directa con el mundo —al contrario del hombre enfermo, como el poeta tilda al que se relaciona de modo mediático desde la atribución de significado e interpretación—, Caeiro procura en cada verso una depuración del lenguaje, puesto que sus poemas lacónicos y concisos afirman la realidad concreta y nada más.

UNA ringla de árboles de allá lejos, allá por la ladera.
Pero ¿qué es una ringla de árboles? Hay árboles sólo.
Ringla y el plural árboles, no son cosas, son nombres.
¡Tristes de las almas humanas que ponen todo en orden,
Que trazan líneas de cosas a cosa,
Que ponen letreros con nombres en los árboles
[Absolutamente reales,
Y dibujan paralelos de latitud y longitud
Sobre la propia tierra inocente y más verde y florecida
[que eso!

Por otra parte, la dificultad para expresar la realidad por vía del lenguaje, se debe a las ilusiones que crea el mismo. Caeiro está al tanto de esta condición y por esto lo somete a una «limpieza» que le lleva a desmontar y desestructurar los presupuestos, los espejismos en que nos encontramos envueltos al ser capaces de metaforizar y simbolizar.

«Ese impulso hacia la construcción de metáforas, ese impulso
fundamental del hombre del que no se puede prescindir ni un
solo instante, pues si así se hiciese se prescindiría del hombre
mismo, no queda en verdad sujeto y apenas si dominado por el
hecho de que con sus evanescentes productos, los conceptos,
resulta construido un nuevo mundo regular y rígido que le sirve
de fortaleza».
(F. Nietzsche. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral)

La exigencia es raspar de cada palabra lo que en ella haya de ficción y artilugio, para que pueda mostrar más que reseñar la existencia, neutralizando así los laberintos, complicaciones y ambigüedades trazados por el lenguaje. De este modo, la condición de que algo exista es que pueda verlo, por lo cual no estará fuera de mi alcance y será posible expresarlo. La palabra abarcará con precisión lo que hay, pues lo que desborda mi mirada y el lenguaje no cuenta para Caeiro. En consecuencia, el poeta plantea un mundo más accesible, nada abstracto, puesto que no puede concebirse en su poética algo inexpresable, invisible o confuso, porque sus poemas están ceñidos fielmente a lo que ve.
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La asombrosa realidad de las cosas
Es mi descubrimiento de cada día.
Cada cosa es lo que es,
Y es difícil explicarle a alguien cuánto me alegra esto
Y cuánto me basta.

Basta existir para sentirse completo.

He escrito bastantes poemas.
He de escribir muchos más, naturalmente.
Cada poema dice esto,
Y todos mis poemas son distintos,
Porque cada cosa que hay es una manera de decirlo.

Así como Caeiro realza la realidad concreta de cada cosa, deja al descubierto los límites del lenguaje para manifestarla, en cuanto a la significación —que da nociones de las cosas—, la metaforización —que no denota, sino que sugiere algo a través de una comparación para facilitar la comprensión de algo— y la metafísica que busca explicar el mundo, dar cuenta de él y analizarlo. Así, las palabras para el poeta Caeiro no son herramientas que describen y revisten el mundo, sino que lo reflejan llanamente. De manera que, el problema que estos versos desarropan con respecto al lenguaje es que promulga leyes y principios generales que no son verificables, de igual forma, la palabra dispuesta a interrogar, describir y complejizar. Por el contrario, en su poética la palabra no dará nociones de las cosas, mientras la significación es un asunto de convenciones, la palabra desnuda en esta poética, será el medio que permite mostrar y aparecer lo real.

Entretanto, las figuras utilizadas en estos poemas son simples: anáforas, analogías y tautologías cuya repetición de lo mismo de distinta manera insiste en lo escueto de cada cosa, no se dice nada nuevo del mundo y más bien resuena lo que hay, pero sin añadir nada a lo que ya es completo en su sola apariencia. El maestro va de acuerdo con la naturaleza, por lo cual busca no alterar ni rectificar nada: «Me rio como un regato, me pongo triste como una puesta de sol», además de la menguada adjetivación, a lo que opone una gran cantidad de sustantivos o nombres propios. Su poesía, se caracteriza por expresar frases concisas y contundentes en lo que dicen y sencillas en su forma.

«Porque esta obra es, como todas las grandes obras de
todos los tiempos, un compuesto homogéneo donde, al
lado de la profunda originalidad de los géneros de
emociones, está la profunda originalidad de las ideas, sus pares,
que las acompañan y donde, al lado de la profundidad que contienen
esas ideas y esas emociones, está la gran sencillez de la forma y de
la expresión ideadora».
(Antonio Mora. El regreso de los dioses)

Más aún, Caeiro dirá: «yo no soy poeta: veo», ¿quién es entonces este poeta no poeta? Alguien que mira y sabe que existe sin pensar y a falta de pensamiento, escribe. La ética caeireana de la sencillez consiste por tanto, en la actitud de la aceptación: no querer cambiar las cosas. Es por ello que en este postulado se ha pretendido mostrar cómo Caeiro deja todo como está desde el lenguaje, no trastorna el mundo, ni lo interfiere.

RIMO cuando se tercia
Y la mayoría de veces no rimo…
Copio la Naturaleza y no la interrogo,
(¿De qué me serviría interrogarla?)
No todo es terreno llano,
Por eso muchas veces no rimo…

A diferencia de esta poética, la metafísica piensa el mundo lo transforma y lo edifica; no lo acepta tal y como es, y como se ve en su absoluta apariencia. Así, estos poemas que no afirman, no interrogan, no riman, procuran más bien un nominalismo que no pretende cubrir las cosas con ideas, sino nombrar la realidad inmediata de cada cosa. He ahí la exigencia de la palabra poética, las cosas son diferentes y no dependen de mí. Caeiro no nombra ideas sino cosas que existen porque: «Ser real es que haya otras cosas reales, porque no se puede ser real solo; y como ser real es ser una cosa que no es esas otras cosas, es ser distinto de ellas…».

«Llamo a una piedra una piedra para distinguirla de una flor o de
un árbol, en fin, de todo cuanto no sea piedra… Pero en realidad la
gente debería dar a cada piedra un nombre distinto y propio, como
se hace con los hombres; eso no se hace porque sería imposible
encontrar tantas palabras, pero no porque fuese un error.»
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El nombrar de Caeiro, apunta a restablecer la relación inmediata y unívoca entre la palabra que nombra y lo que nombra, a través de un lenguaje preciso y ajustado a lo que hay, que prescinde de símiles y comparaciones, pues la palabra poética caeireana permite acercarse a las cosas sin atribuciones, sin interpretaciones, dejando atrás rodeos para abordar la cosa misma y no promover la ficción del lenguaje. Los símbolos aluden a lo real, su duplicado o, como dirá Nietzsche: «el símbolo es una copia completamente imperfecta y fragmentaria, un signo alusivo, sobre cuya comprensión hay que llegar a un acuerdo». El pensamiento no puede alcanzar lo concreto de cada cosa, es una cadena de conceptos por lo que nunca estamos en relación directa con ellas. Desde allí, entablamos relación con la representación que finalmente es lo que nos queda, muy lejos de lo real, las palabras son subterfugios que evaden la existencia.

SI a veces digo que las flores sonríen
Y si dijera que los ríos cantan,
No es porque crea que hay sonrisas en las flores
Y cantos en el correr de los ríos…
Es porque así hago que los hombres falsos sientan más
La existencia verdaderamente real de las flores y de los ríos.

Porque escribo para que ellos me lean, me sacrifico a veces
A su estupidez de sentidos…
No estoy de acuerdo conmigo pero me perdono,
Porque no me acepto en serio.
Porque sólo soy esa cosa odiosa, un intérprete de la
[Naturaleza,
Porque hay hombres que no entienden su lenguaje,
Porque ella no es ningún lenguaje…
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Así, el intercambio con las palabras no es directo sino mediático a través de la abstracción, totalmente distinto a lo que se dirigen estos poemas, porque en ellos hay equivalencia plena entre el nombre y la cosa a manera de espejo, así los versos de Caeiro meramente denotan, indican lo puntual, y sólo nominan.

No me interesan las rimas. Raras veces
Hay dos árboles iguales, uno junto al otro.
Pienso y escribo como las flores tienen color
Pero con menos perfección en el modo de expresarme
Porque me falta la sencillez divina
De ser todo sólo mi exterior.
____________
* Luisa Fernanda Londoño es estudiante de último semestre de filosofía de la Universidad de Antioquia.

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