«NOSOTROS PARA NOSOTROS»
Por Miguel Alejandro Valerio*
«El poeta social esperado».
(Juan Bosch)
Si Juan Bosch es la voz política antitrujillista/antiimperialista dominicana por excelencia, Pedro Mir (1913–2000) es la poética. Su poesía antitrujillista/antiimperialista se cristaliza en los cuatro pilares de su producción poética: Hay un país en el mundo (1949), Contracanto a Walt Whitman (1952), Amén de mariposas (1969), y Huracán Neruda (1975). En este breve escrito quiero comentar, grosso modo, cómo la dialéctica de la alteridad se manifiesta en el Contracanto a Walt Whitman. Me interesa subrayar los egos/otros que se construyen en el discurso poético del mismo.
La dialéctica de la alteridad es un problema de la modernidad que tiene su origen en el encuentro de Europa con un otro desconocido en 1492. La Conquista y Colonización de América es la conquista y colonización del otro. La dominación material y epistémica del otro. Desafortunadamente, la Independencia de América Latina no constituyó la liberación del otro. Contrariamente, el colonizador pasó a ser el prójimo: colonialismo interno. Esta es la condición que la Revolución Mexicana y la Revolución Cubana buscaban remediar a través de la liberación del otro interno del colonizador interno. Pero a pesar de su alto propósito, estas revoluciones dieron poco fruto en ese sentido.
Si José Carlos Mariátegui es uno de los inauguradores del discurso de descolonización material, Enrique Dussel lo es del discurso de descolonización epistémica. Es dentro de este discurso que quiero posicionar el poema de Mir. Mir no es el único, ni el primero, en hacer un discurso poético descolonizador. El pez de oro (1957) de Gamaliel Churata es una obra pionera del discurso descolonizador que sólo ahora está siendo considerada por la crítica.
Como bien señala Jacqueline Rivera, el Contracanto dialoga con su hipotexto, el Canto a mí mismo (1855) de Walt Whitman. El diálogo de Mir con Whitman se instala dentro de un diálogo que los poetas latinoamericanos vienen teniendo con el poeta estadounidense desde el siglo XIX. Whitman entra en nuestra literatura en 1887 cuando José Martí le dedica un artículo. La obra pionera de Martí inaugura nuestro diálogo con Whitman. Podemos dividir ese diálogo en tres etapas: la encomiástica de los modernistas, la imitativa de los vanguardistas, y la apropiadora de Mir. Como apunta Rivera, la presencia de Whitman en Borges, Neruda y otros poetas vanguardistas es como influencia, y no una apropiación de lo whitmaniano. Mir, sin embargo, se apropia, hace suyo, lo whitmaniano. Rivera trabaja con la definición de apropiación de Bernardo Subercaseaux. Para Subercaseaux «El concepto de apropiación más que una idea de dependencia y de dominación exógena apunta a una fertilidad, a un proceso creativo a través del cual se convierten en propios, o apropiados, elementos ajenos». En el caso de Mir, entonces, «Se trata de una apropiación al texto de Whitman para revelar los vínculos en tensión que los caribeños y latinoamericanos exponen respecto al polo dominante, sobre este asunto, el imperialismo norteamericano.»
De ahí que el Contracanto no sea un ataque a Whitman. Todo lo contrario: Mir, como muchos de sus contemporáneos, ve los ideales whitmanianos secuestrados por el sistema capitalista/imperialista. Mir quiere rescatar y redefinir esos ideales. Como anota Rivera, el Contracanto es, en parte, una respuesta a un llamado que había hecho el mismo Whitman: «¡Poetas venideros, levantaos, porque vosotros debéis justificarme!» Mir responde, en el último canto: «Aquí estamos, Walt Whitman, para justificarte». Aquí estamos los subordinados para rescatar tus ideales de las manos traidoras que los convirtieron en dólares y portaaviones.
El Contracanto consta de una introducción y diecisiete cantos. Manuel Matos Moquete lo divide en dos partes: historia y profecía. Christopher Conway lo divide en tres partes: prehistoria, historia y poshistoria. A estas tres partes corresponderían estas tres subjetividades: el yo plural/cósmico utópico/democrático whitmaniano, el yo individualista capitalista/imperialista, y el nosotros colectivo americano marxista miriano. Estos son los egos/otros que se construyen en el discurso poético del Contracanto y que deseo comentar en lo que sigue.
Al subtitular el poema Canto a nosotros mismos, Mir quiere dejar claro desde el principio que su deseo es contraponer el nosotros colectivo americano al yo individualista capitalista/imperialista estadounidense, rescatando, pluralizando y transformando el yo utópico whitmaniano. Por ello, desde la introducción, el sujeto poético quiere establecer su propia pluralidad, su propia nosotrisidad.
Yo,
un hijo del Caribe,
precisamente antillano.
Producto primitivo de una ingenua
criatura borinqueña
y un obrero cubano,
nacido justamente, y pobremente,
en suelo quisqueyano.
El sujeto poético es un nosotros, un americano plural, que puede hablar por todos porque es todos. En él confluyen lo indígena, lo europeo y lo africano. El poeta es el portavoz del pueblo, a la par de Whitman y del Neruda del Canto general. El poeta es un profeta. Pero como bien señala Matos, «la poesía es profecía, no porque una vieja tradición —recuperada por la ‘modernidad’ — identifique el poeta con el profeta, la poesía con la profecía, sino porque de manera efectiva el enunciado poético es en la poesía de este autor un enunciado profético: funciona y tiene sentido como discurso profético». Esto lo veremos más adelante. Además, como asevera el mismo Matos, «la de Mir es una poesía que se hace desde la muchedumbre». Es la voz colectiva del sujeto subordinado.
En la primera parte del Contracanto, Mir, como Neruda en el Canto general, construye una América prehistórica utópica.
Hubo una vez un territorio puro.
Árboles y terrones sin rúbricas ni alambres.
Hubo una vez un territorio sin tacha.
Hace ya muchos años. Más allá de los padres de los padres
las llanuras jugaban a galopes de búfalos.
Las costas infinitas jugaban a las perlas.
Las rocas desceñían su vientre de diamantes.
Y las lomas jugaban a cabras y gacelas…
A esta utopía corresponde el yo plural/cósmico utópico/democrático whitmaniano: un yo en libertad absoluta, en unísono con el ritmo del búfalo, de la cabra y de la gacela. Es la utopía del «ancho Far-West y el Mississippi y las Montañas / Rocallosas y el Valle de Kentucky / y las selvas de Maine y las colinas de Vermont / y el llano de las costas y más…» O sea, antes de la proclamación de «Manifest Destiny». Aunque Whitman celebraba la expansión del territorio estadounidense hacia el poniente, al ver de Mir, Manifest Destiny es el fin de esa libertad: «En todo el territorio / se hizo la gran puerta de la oportunidad / y todo el mundo tuvo acceso a la palabra / mío». Para Mir, como para Rousseau, el pecado original es la privatización de lo común: «Solamente faltaba que la palabra / mío / penetrara su régimen oscuro». Si en su discurso utópico Mir resalta la palabra «yo» como cifra de la inocencia original, en su discurso anticapitalista/antiimperialista, Mir resalta la palabra «mío» como cifra de la modernidad.
Manifest Destiny es el fin del yo plural/cósmico utópico/democrático whitmaniano: «No encontraréis / más nunca / el acento sin mancha / de la palabra / yo». Ahora rige el yo individualista capitalista/imperialista:
Ahora,
escuchadme bien:
si alguien quiere encontrar de nuevo
la antigua palabra
yo
vaya a la calle del oro, vaya a Walt Street.
Si Walt Whitman es la cifra poética de la primera utopía americana («Yo, Walt Whitman, un cosmos, / un hijo de Manhattan»), el personaje Babbit de Sinclair Lewis es la cifra antipoética del capitalismo/imperialismo: «No preguntéis por Mr. Babbit. Él os lo dirá. / —Yo, Babbit, un cosmos, / un hijo de Manhattan». Mr. Babbit es la cifra del neocolonialismo: «—Traedme las Antillas. / … / —Traedme la América Central. / … / —Traedme la América del Sur». El yo plural/cósmico utópico/democrático whitmaniano ha sido secuestrado por el yo individualista capitalista/imperialista colonizador:
Si queréis encontrar el duro acento moderno
de la palabra
yo
id a Santo Domingo.
Pasad por Nicaragua. Preguntad en Honduras.
Escuchad al Perú, a Bolivia, a la Argentina.
Allende que para construir la utopía marxista que Mir, como Neruda, profetiza sea necesario 1) rescatar el yo plural/cósmico utópico/democrático whitmaniano de las manos traidoras que lo ha convertido en dólares y portaaviones, y 2) liberar a América del neocolonialismo. De ahí que, como bien señala Rivera, la propuesta del Contracanto sea una propuesta descolonizadora. Para Mir la hora de esa doble liberación ha llegado:
Y ahora
ya no es la palabra
yo
la palabra cumplida
la palabra de toque para empezar el mundo.
Y ahora
ahora es la palabra
nosotros.
Y ahora,
ahora es llegada la hora del contracanto.
La historia ha dado paso a la profecía, el narrador al poeta/profeta. El Contracanto es la justificación de Walt Whitman y a la vez un canto contra el capitalismo/imperialismo. El poeta/profeta se convierte en el portavoz del pueblo para proclamar su independencia definitiva: «Nosotros para nosotros, sobre nosotros / y delante de nosotros…» No conozco ninguna otra proclama más descolonizadora. Una nueva doctrina para remplazar la Doctrina Monroe, no cerrada sino abierta, plural, cósmica, descolonizadora y ¿por qué no?, utópica; sin epicentro geográfico; sin otro centrismo que nuestra propia nosotrisidad, americanidad. El poeta/sacerdote oficia unas nupcias entre la propuesta del Martí de «Nuestra América» y el socialismo de Marx:
Nosotros los ferroviarios,
nosotros los estudiantes,
nosotros los mineros,
nosotros los campesinos,
nosotros los pobres de la tierra,
los pobladores del mundo,
los héroes del trabajo cotidiano,
con nuestro amor y con nuestros puños,
enamorados de la esperanza.
Nosotros los blancos,
los negros, los amarillos,
los indios, los cobrizos,
los moros y morenos,
los rojos y aceitunados,
los rubios y los platinos,
unificados por el trabajo,
por la miseria, por el silencio,
por el grito de un hombre solitario
que en medio de la noche,
con un perfecto látigo,
con un salario oscuro,
con un puñal de oro
y un semblante de hierro,
desenfrenadamente grita
yo
y siente el eco cristalino
de una ducha de sangre
que decididamente se alimenta en
nosotros
y en medio de los muelles alejándose
nosotros
y al pie del horizonte de las fábricas
nosotros
y en la flor y en los cuadros y en los túneles
nosotros
y en la alta estructura camino de las órbitas
nosotros
camino de los mármoles
nosotros
camino de las cárceles
nosotros…
Mir, para resumir, construye un tríptico de la subjetividad informado tanto por la poética whitmaniana como por la ideología marxista. De hecho, el Contracanto es más marxista que whitmaniano. En ese tríptico la historia se divide en tres partes: la prehistoria, la historia y la poshistoria. A esas tres partes corresponden tres subjetividades: un yo plural/cósmico utópico/democrático whitmaniano absolutamente libre idealizado; un yo individualista capitalista/imperialista colonizador; y un nosotros colectivo americano marxista miriano revolucionario. Es ese nosotros que enuncia el contracanto que reivindica el yo plural/cósmico utópico/democrático whitmaniano, absolutamente libre secuestrado por el yo individualista capitalista/imperialista colonizador. La primera y tercera subjetividades son compatibles y están en conflicto con la segunda que encarna ideales opuestos a ellas. Al nosotros corresponde la poshistoria, descolonizarse del yo individualista capitalista/imperialista. Profecía para un futuro que aún está por darse, especialmente en el caso dominicano.
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* Miguel A. Valerio (República Dominicana) es licenciado en filosofía y máster en literatura en español por la St. John’s University, NY. Ahora se encuentra en The Ohio State University, donde está trabajando una tesis sobre la poesía dominicana del siglo XX. Su poesía y crítica han aparecido en revistas y periódicos en los EE. UU., América Latina, y Australia. Recientemente ha salido ganador del I Concurso Interuniversitario de Poesía, de la Editorial Paroxismo y la Universidad Autónoma de Madrid, con el poemario Los presentes de la muerte.