EL CRIMEN DEL BAR «LA PERLA»
Por Federico M. Rodríguez*
Los tiempos cambiaron. Antes todos aportaban algunos pesos para el vino, un poco de carne para el asado y se armaba el baile.
¡Miserables! Hoy no hay una moneda en ninguna parte.
Señores, La Perla sirve jugosos filetes de muchachas para todos los caballeros de buen apetito.
Dejen de hablarle al caballo y vengan.
Vengan a beber y a encontrarse con los buenos amigos.
Vengan con dinero.
¿Por qué vivimos encerradas en este edificio con olor a tabaco y caña?
Porque amamos este mundo arrabalero de hombres de piernas arqueadas cuyos únicos lujos son el caballo, las espuelas y el facón; este ambiente de machos sin finezas, donde es una vergüenza ser un hombre de ciudad.
¡Que me haga el amor un gaucho que me ame!
Machos míos, dueños de las domas de baguales y de los corazones.
Quisiera que pudieran ver a estos gauchos mientras montan a caballo.
En La Perla ofrecemos bebidas, naipes y milonga. Nos esforzamos por dar la mejor hospitalidad, pero lo primero es el orden y el respeto.
A nadie se le permite pelear por fantasía.
En las piezas del fondo hasta hace poco tiempo nunca había pasado una tragedia. Las piezas del fondo son para que ocurran las escenas de amor. Con una luz muy tenue los cuerpos se desnudan y caen las armas, caen las gruesas rastras de monedas de plata y los filosos verijeros hechos de acero y dedo y uña de ñandú. En medio de la comparsa de besos mamados se mezclan en el piso ponchos rojos desflecados por el viento y pequeñas tangas pecadoras.
Ahí estamos, rústicos y abrazados, sudando de la mejor manera.
En las piezas del fondo doy besos certeros como si fueran puñaladas.
Pregunten por Rogelia Larrosa. Gozo de fama en muchas tabernas.
Antes de ir para las piezas del fondo está la copa. Nunca es elegante ofrecerse y reclamar directamente dinero a un hombre.
Hay mucho que hablar y que beber. Hablamos de la venganza y del honor. Hablamos de ganado robado, del desierto y de bravas regiones. Hablamos de la justicia y la soledad del gaucho. Hablamos de historias de dolor y desagrado.
Pero con cuidado. Todos sabemos lo fácil que es ponerse tristes.
Quiero contarles sobre el crimen que ocurrió en este antiguo cabaret, en una fría noche de eclipse de luna. Estábamos todos presentes: sus pupilas, sus paisanos, sus rufianes y los niños bien. Quiero contarles sobre La Catalana, una temida regenta de burdel que fue muerta a rebencazos, y La Bella Gabriela, una obrera del amor que se jugó la vida entre tangos y sábanas sucias, y fue atacada por un paisano enfermo que no soportó su risa en la cama.
La Bella Gabriela se rió cuando lo vio desnudo. Su pequeña hombría fue el motivo de la burla.
Le marcó todo el cuerpo con su cuchillo y le rompió la jeta a cachetadas hasta que la diversión de las piñas se le hizo aburrida.
Mientras tanto, en las otras piezas, intentábamos hacer el amor.
No hubo ningún héroe esa noche. El crimen que dañó las firmes carnes de una criolla, sigue impune.
La hija de alguien llora la saña de un paisano perverso.
No me vengan con que las prostitutas estamos fuera de la ley y no podemos reclamar justicia.
Esta casa, con su farolito rojo en la puerta y sus señoritas que fuman, es nuestro hogar y nuestro resguardo contra el mundo hostil de los machos brutos.
Somos prostitutas hechas y derechas para que las señoras decentes puedan caminar seguras por la calle.
Todos los sátiros son nuestros.
Pero nos tienen que cuidar. Ese es el trato.
¿Con qué derecho entró ese paisano a destruir nuestra tranquilidad? No tiene perdón de Dios y lo que hizo se soluciona apretando el cuchillo sobre su garganta hasta que la sangre gotee por el codo del futuro vengador.
A La Perla todas vinimos más o menos de la misma manera: atraídas por románticos melodramas y hombres que nos sedujeron, nos molieron a palos y nos obligaron a trabajar para ellos.
A los hombres, con el tiempo, algún cuchillo los atraviesa o se enredan con otras mujeres y desaparecen.
En el bar, el destino nos ofrece la oportunidad de ser cantantes afectadas, bailarinas feroces y amantes desenfrenadas.
A los jovencitos les doy un trato especial. Cositas de mieles. No olviden que muchas veces somos las primeras y lo único que conocen en su vida entera parecido al amor de una muchacha.
Me encantan los jovencitos que cuando estoy desnuda me miran con la devoción con que se mira a una santa.
Antes yo era una señorita decente y virgen que crecía en un hogar religioso y soñaba con casarse pronto.
Era cándida, encantadora y rubia, pero algo gorda. Cuando me obligaron a entrar a La Perla y comenzó el tutelaje con un amaestrador africano, me dijeron:
—Necesitás trabajar duro para mejorar tu aspecto, mantecosa.
Pasé semanas con una dieta exclusiva. Me dejaron como un recipiente vacío y comenzaron a construir a la esclava perfecta. No había un solo músculo que mi amo negro no controlara.
Todas las noches me daba una paliza en la cama y yo caía desmayada, y soñaba con serpientes que subían por mis piernas.
Un día no pude aguantar más y le dije:
—Me olvidé de todo lo que me pasó en la vida antes de ser tuya, mi negro. Hacés el amor como si fueras tres hombres.
—Estás lista, Rogelia —me contestó.
Ahora, contenta, dejo que los gauchos me hagan lo que les llena el corazón.
Este pueblo está lleno de gente normal que intenta vivir silenciosamente. El comisario Sanpedro no se interesó en nuestro caso, está ocupado construyendo su casa.
—Tres potros con arneses de plata compensan el daño al dueño del salón. Me parece un precio justo por cortar a una puta —dijo.
No queremos ser héroes: sólo somos mujeres y travestis, dañadas por el alcohol y las trompadas que vivimos del peaje por el ingreso a nuestra carne.
Ofrecemos una recompensa para el hombre que asesine al paisano bandido. La cara de La Bella Gabriela fue cortada radicalmente, no nos sirve que se escondan las cicatrices con monedas. Hoy limpia los pisos del cabaret y alimenta a las gallinas porque ningún hombre quiere saborearla. Algunos dicen que La Catalana tuvo mejor suerte, la vieja duerme bajo tierra el sueño tranquilo de la muerte.
Seguiremos con nuestra vida. Seguiremos compitiendo por ser la ramera más deseada. Seguiremos en nuestro falso mundo de cariño aunque vuelva a desaparecer la luna bajo la sombra de la Tierra. Seguiremos rezando para no ser la próxima mujer que salga sin un ojo de las piezas del fondo.
Te espero con el alma y con la vida, justiciero.
___________
* Federico M. Rodríguez es escritor argentino, nacido Buenos Aires. Es docente y estudiante de literatura. Creció en Tierra del Fuego. Hace unos años reside en La Plata. Actualmente se encuentra buscando una editorial para publicar su primer libro «Senderos de ovejas». Es un libro de cuentos de aventuras que transcurren en Tierra del Fuego entre mediados del siglo XIX y mediados del XX. Contacto: federo23@hotmail.com
Muy interesante el relato! Besos, Caro
Federico en su estado puro…
Muy bueno el cuento!!!
Hay un dicho que reza si es breve dos veces bueno. Y este relato cumple a la perfección este principio. Con un lenguaje viceral franco y directo, el relato se nos hace genuino, las mujeres del bar la Perla se nos hacen de carne y hueso, son reales sudan, sangran. El autor presenta un drama cotidiano y lo expone con toda la atroz naturalidad del mundo gaucho. El crimen del Bar La Perla, es mucho mas que un hecho desgraciado, es una forma de ver el mundo, de mostrar ante nuestros ojos, la vida olvidada de los hombres de campo. Hay Federico Rodriguez para rato, y eso es muy bueno.
Alejandro Zaccardi