LA NOCHE PRESENTIDA Y OTROS POEMAS
Por Alejandro Cortés González*
El reptil sabe que su estela mesozoica
tiene la edad del poema;
el poema no olvida que por la osamenta de sus letras
crece la agrura del reptil.
El saurio,
el lagarto,
el monstruo rara vez emergido
de las catacumbas de mares e inframundos,
advierte en sus pisadas la tinta del poema.
Desde el primer día carga el llamado a la extinción.
Escapista de paso discreto y ausencia estrepitosa,
un puñal y una huida.
Conspirador de recuerdos,
coleccionista de olvidos.
El poeta es una herida abierta en el tejido del mundo,
un ciudadano de la memoria que siempre está de paso,
un reptil que construye, sobre la ruina de los días,
su mórbida perpetuidad.
Presiente la noche.
Deberá disculparse por sus silencios,
y cruzar mares,
para grabar de banderas su epitafio.
OSAMENTA DEL AGUA
Tiene la lluvia la facultad de hacer más pesados los zapatos y más livianos los suelos.
Unido a su paraguas uno es un mismo esqueleto
del que cuelgan carnes y telas enfermas de agua.
Así lo entiende el relámpago cuando ataca.
Mi paraguas no es más que una sombrilla moribunda
que con sus faldas levantadas advierte los huesos.
Usarla me avergüenza ante el granizo,
olvidarla me apena ante el desconocido.
Y con vergüenza,
dejo que el entendimiento se diluya en la canción del agua contra las telas.
Mis pasos ya no son pesados,
los suelos entienden las metáforas del aire.
Y entre tormenta y tormenta,
me siento un poco más lluvia,
me vuelvo un poco más hueso.
EL PRIMER OFICIO DEL DÍA
Poesía es un desempleado que lleva a un niño al colegio.
La mano que protege y la mano que redime,
se unen y se transmiten silencios.
El niño no habla de los libros que le faltan.
El adulto no habla del empleo que no ha conseguido.
La poesía es omisión.
La calle, un río crecido.
Antes de cruzarla se aprietan las manos con más fuerza,
para que nunca se vayan a soltar.
Poesía es un desempleado que lleva a un niño al colegio.
Es la fábrica ausente,
es el libro no leído.
Poesía es caminar de la mano con la promesa de nadie.
YO TUVE UN NIÑO QUE ERA UN LEOPARDO
Yo tuve un niño que era un leopardo.
Un leopardo.
Un escapado del viento.
Solo se detenía para escupir el encierro del asma.
Lo capturé en una jaula Polaroid
y para que no se fugara le puse encima un vidrio grueso.
Yo tuve un niño que era una espada.
Una espada.
Una empuñadura del trueno.
Me aferré a los latidos de sus hojas afiladas.
En el aire cortado del patio
andan las apariciones de nuestros juegos.
Yo tuve un niño que era una sombra.
Una sombra.
Un vacío que se llenó de negro.
Si las sombras son mudas, ¿cómo saber qué buscan?
Solo se les ve jugar entre charcos y andenes despoblados,
en espera de otras sombras para agrietar el agua.
Yo tuve un niño que era una runa.
Una runa.
Con grabados de leopardo y alfabeto de silencios.
Los leopardos cuando escapan no dejan reflejo ni espada.
Apenas este cuerpo sombrío y sin sombra,
y esta jaula Polaroid, y este vidrio grueso.
MONSTRUO DE MAR
Para matar las horas de pánico durante las tormentas
algunos navegantes recuerdan sus amores impracticables;
acompañan la lobreguez torrencial
con órdenes burladas y litros de vodka.
El más joven de los marinos hace el servicio de mesa,
improvisa la etiqueta con las copas robadas
de la recámara del capitán,
y parece que lo hace bien
porque todos sentimos que una nueva música
estaña las voces guturales del mar.
La mesa de los que recuerdan sus desengaños
consume más rápido su licor.
Yo prefiero estar en la mesa del fondo
y reír de la angustia que no me corresponde.
Esta tormenta,
donde los océanos navegados abren su mandíbula
y el loco que ve monstruos de mar
me acusa de tener la frialdad de uno de esos reptiles,
puede ser nuestra fiesta de despedida.
Él ve en mí una especie de lagarto
que aguarda días, semanas y meses por una presa,
para no compartir en su pantano.
Un engendro mimético
que se camufla en la fastuosidad de su víctima
y la desgarra de un solo bocado;
reptante sin manada,
asesino que ríe porque no encuentra su sombra.
Eso explicaría el porqué no temo a quedar a la deriva
en un océano para el que soy anfibio,
el por qué mi lengua bífida inmoviliza otras especies,
el por qué mi sangre mantiene su hielo sempiterno,
el por qué tomo el sol de la mañana y ataco en las noches
sentado en la mesa del fondo.
Amanece.
El mar se calma.
Entra el sol desde la proa
y encuentra a los que recordaron sus absurdos sentimentales,
ebrios de vodka y de atrición.
La tripulación despierta.
El júbilo del sobreviviente les calienta las venas.
Se abrazan a la esperanza de seguirse sumergiendo.
Yo los abrazo,
pero mi sangre sigue fría.
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*Alejandro Cortés González nació en Bogotá. En 2006 participó en El alma en un bolsillo, una antología de nuevos poetas auspiciada por la Casa de Poesía Silva de Bogotá. En 2009 ganó el Concurso Nacional de Novela Corta de la Universidad Central, con la novela Notas de inframundo, que fue publicada y lanzada al año siguiente en la Feria Internacional del Libro de Bogotá. En 2011 ganó el Concurso Nacional de Cuento de la Universidad Central, con el cuento Él pinta monstruos de mar, que le dio título a una antología publicada por dicha universidad. En marzo de 2012, lanzó el libro de poesía Pero la sangre sigue fría, que contó con el prólogo de Roberto Burgos Cantor y la presentación de Álvaro Miranda. Poemas y cuentos suyos han sido incluidos en publicaciones independientes.
Los presentes poemas hacen parte de su libro Pero la sangre sigue fría.