LA CAMA DOBLE
Por Ricardo Gómez*
Llegamos a Juigalpa muy cansados, después de horas en un colectivo rural desde la frontera Sur, más horas sobre la plataforma trasera de un camión sin estacas, y lo que pareció un siglo entre las cajas de cuajadas de una camioneta de reparto. La señora del hotelito nos miró con algo de disgusto y nos ofreció una habitación debajo de la escalera, como la que haría famosa Harry Potter años después, sin ventana ni silla, apenas con espacio para un catre doble y una lámpara sobre una mesita. Mi mamá estaba cansada y dijo que estaba bien, que nos quedáramos allí. Pero yo salí a buscar a la señora del hotelito a preguntar si no tendría algo más cómodo, o por lo menos una toalla y un jabón para que mi mamá se bañara antes de acostarse.
—«Cómo, ¿es su mamá? Ay perdóneme, señora, venga acá por favor, qué vergüenza…» —y nos instaló en una habitación amplia con dos camas, ventana sobre el marco de la plaza, y baño privado, con toallas limpias y jabón.
La historia nos dio para reírnos durante largo tiempo, y se convirtió en un símbolo de ese tiempo en que yo estuve varios años en Nicaragua, donde se defendía un proyecto de revolución popular que era la promesa de América Latina. Daniel Ortega era presidente, y los Sandinistas se enfrentaban con las uñas a los contras, financiados ampliamente por los Estados Unidos.
Despúes los Sandinistas perdieron las elecciones, se dio la infame piñata, en la que se repartieron lo poco que había en el gobierno antes de entregarlo, y pasaron a la oposición. «Fue un voto estomacal,» me dijo Uriel Molina la última vez que lo vi; «la gente ya no aguantaba más el hambre y la guerra, y la única manera de terminar la guerra era votando en contra de los sandinistas.» Pero la revolución fue primero traicionada, escribió Sergio Ramírez años más tarde, luego derrotada, y después olvidada. Traicionada por el hambre de poder de los dirigentes, derrotada por la guerra y el hambre que se expresó en las elecciones de 1990, y olvidada por todos, ante la vergüenza de la traición y la derrota, sellada por la piñata.
Hace poco llegué con mi hija a Estelí, después de recorrer la carretera panamericana en busca de recuerdos. Mi hija había querido ir conmigo a Nicaragua hacía años, y no lo habíamos logrado. Al llegar al hostal de Estelí nos pidieron esperar para arreglar la cama, una cama doble en la habitación del fondo, pero les pedí si no tenían más bien una habitación con dos camas, para pasar la noche allí con mi hija.
—«Cómo, ¿es su hija? Ay perdone, claro, aquí los acomodo más bien». Y pasamos la noche en dos camas, oyendo los ruidos de la calle y la música del bar vecino hasta la madrugada.
Hay cosas que no cambian. Me di cuenta que mi hija tenía la edad que yo tenía cuando había vivido en Nicaragua, en tiempos de revolución sandinista. Y que yo tenía ahora la edad que había tenido mi mamá entonces, cuando fue a visitarme. Me ofrecieron la cama doble con mi mamá, y luego con mi hija, y sólo habían pasado 25 años. Y en Nicaragua, el presidente era el mismo: otra vez Daniel Ortega, solo que sin proyecto revolucionario (ya la revolución había sido traicionada, y derrotada, y por supuesto, olvidada). Yo buscaba por los rincones algo que me recordara los tiempos de antes, los de la promesa y el sueño de una sociedad nueva, y lo único que encontraba era pobreza y mugre, como en cualquier otro país latinoamericano.
Lo que se mantenía constante era la oferta, equívoca, de la cama doble.
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* Ricardo Gomez es Profesor Asistente y Director del Centro Información y Sociedad de la Facultad de Información de la Universidad de Washington. Se especializa en los impactos sociales de las tecnologías de comunicación, especialmente en contextos de desarrollo comunitario. También se interesa por los métodos de investigación cualitativa, la facilitación de grupos y el diseño de procesos colectivos. Busca maneras creativas de comunicar ideas complejas en lenguaje sencillo, y ha trabajado con organizaciones públicas, privadas y sin ánimo de lucro alrededor del mundo, con un énfasis particular en América Latina y el Caribe. Antes de la Universidad de Washington trabajó con el programa de relaciones con la comunidad de Microsoft, y con el Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo. Tiene una maestría de la Universidad de Quebec en Montreal, y un doctorado de la Universidad Cornell.
Muy buena historia, una simetría de imagenes ecantadoras y casi graciosas, un retrato íntimo de familia, con un paisaje politico, que congela otra foto, no intima sino publica de familias en el poder en latinoamerica.
Benjamin
No se si decir «me encanto» el cuento de R Gomez o confesar que quise llorar… Llorar por Nicaragua-Nicaraguita, la más bonita… como cantaba Mejia Godoy entonces. Hoy qué queda de ese tiempo? De ese sueño de hace 25 años de la revolución Sandinista? Si, ha sido traicionada, y derrotada, y por supuesto, olvidadala… Queda la opción de la cama doble en la habitación del hotel… para otros hijos y madres o hijas y padres… en un eterno retorno a lo mismo. R