¿ME SIGUEN O ME PERSIGUEN?
Por Elbacé Restrepo*
No es que me sienta precisamente el espécimen del paleolítico que nunca se extinguió. No. Debo decir que no soy ni me siento vieja y, aunque estoy a años de pertenecer a la generación que llegó con el chip de la tecnología incorporado, me defiendo con decoro y dignidad ante un computador, un Smartphone o el iPad.
Soy autosuficiente en el paquete completo de Office. Me desempeño en él con excelentes resultados y sin dificultades. Navego fácilmente en Internet y me siento como pez en el agua manejando mi correo electrónico. O sea, no son los aparatos ni la tecnología los que me limitan. Tampoco es el miedo a su manejo ni se trata de una brecha generacional que me lo impide, pero yo, con un rotundo NO, NO Y NO en Arial 72, reforzado con mayúsculas, subrayado, cursiva y negrilla, me sigo negando a pertenecer a las redes sociales.
Hace años fueron Sonico, MySpace y Badoo. No había día de la semana que no recibiera por lo menos ocho invitaciones a ver las fotos de alguien, conocido o desconocido por mí, en alguno de esos sitios. Y todavía. La tecla «supr» sigue siendo mi gran aliada en esos casos.
Nunca tuve Messenger, pero no pasó mucho tiempo y llegó el Facebook. Y de nuevo, todos querían que yo abriera una cuenta para contarle a muchos dizque «amigos», que se cuentan muchas veces por miles aunque la mayoría son recién aparecidos o aceptados, mejor, lo que me gusta, lo que no, lo que hago en este momento, dónde paso mis vacaciones y otras cosas mucho más íntimas. Otra vez, me he pasado un montón de tiempo diciendo NO, NO Y NO en Arial 72, reforzado con mayúsculas, subrayado, cursiva y negrilla.
Luego vino el Black Berry y con él una odiosa y permanente invitación: «Dame tu PIN». Responder con un sencillo «no tengo» era motivo más que suficiente para generar burlas y ser mirada como bicho raro, o mejor, como el espécimen que no se extinguió del paleolítico, como dije al principio.
A duras penas ascendí a un Smartphone, después de un celular que recibí de regalo un día de las madres y que fue a dar al inodoro, en uno de esos olvidos de lo que se porta en el bolsillo de atrás. Y tiene WhatsApp, ¡y lo uso! Me sirve para «hablarles» a mis hijos cuando están fuera de casa, para escribirle piropos a mi marido a la hora menos pensada, y pare de contar.
Así, entre unas redes y otras, apareció Twitter, y el ex presidente Uribe fue atrapado, sin remedio en sus telarañas. Empezó a ex gobernar (a respirar por la herida, o a defenderse de las jijuemil acusaciones que le hacen, dirán otros), a través de trinos que la mayoría de las veces parecen dardos. ¡Qué susto!
Sin duda él, mas otros personajes públicos y anónimos que no voy a mencionar se convirtieron, a mis ojos, en el ejemplo perfecto de lo que no debe hacerse en una red social. Y han contribuido, sin duda, para que yo siga diciendo NO, NO Y NO en Arial 72, reforzado con mayúsculas, subrayado, cursiva y negrilla, a pertenecer a ninguna.
Entre otras muchas razones que seguramente se me escaparán de la memoria, me niego a pertenecer a una red social porque no quiero contagiarme de lo que muchos hacen sólo por moda:
§ Perder la privacidad, que en ocasiones es tan grave como perder la dignidad.
§ Despedir a un empleado vía Facebook. O peor aún: terminar una relación afectiva por este medio.
§ Criticar, en vez de proponer.
§ Creerse el cuento de que al mundo le interesa que alguien un domingo a las 10 de la mañana, esté «en un taco horrible en Palmas».
§ Hacer objeto de burla a cualquier ser humano y arrojarlo sin misericordia a ese mundo imparable y sin fin que es el ciberespacio.
§ Basar su «éxito» en el número de seguidores, entre los que también debe haber perseguidores, sin duda.
§ Creer que si no están expuestos, trinando cada veinte segundos o poniendo caritas tristes o felices, no existen.
§ Aislarse y sentirse solo en medio de una muchedumbre virtual, etcétera.
No soy tan troglodita como para ver sólo las desventajas de las redes sociales, pero pongo en duda las ventajas. Y como no me olvido del viejo refrán que dice «ante la duda, abstente», me hago la de la vista gorda frente a mi ingreso a las redes.
Tampoco desconozco que las comunidades virtuales no son malas por sí, sino que dependen del manejo y del uso que cada quien haga de ellas. Es claro. Pero también creo que son adictivas, como la Coca–Cola en mi caso y, sencillamente, prefiero no correr el riesgo.
Me niego a sacrificar el poco tiempo libre que me queda pegada de una pantalla viendo fotos de vacaciones ajenas, haciendo clic en «me gusta», o respondiendo encuestas que a nadie interesan, como «¿Crees que Fulana de tal debería tirar a la basura sus tenis amarillos?». Bah.
No creo en la seriedad ni en la profundidad de las relaciones que se establecen a través del teclado y desconfío de que después de tres horas invertidas en «echarle un vistazo» a lo que sus amigos «suben» a Facebook nadie pueda sentirse que ha crecido espiritual o intelectualmente.
Se vale la diversión, el chismoseo y el derecho de cada cual a hacer con su tiempo lo que quiera, pero yo, que me embarqué en la creación de un blog y quedé literalmente exprimida después de siete escasos meses de interactuar con los visitantes, me otorgo el derecho de seguir diciendo NO, NO Y NO en Arial 72, reforzado con mayúsculas, subrayado, cursiva y negrilla, a las redes sociales, convencida de que el mundo no será mejor ni peor porque yo aparezca o no en la «cibernia».
Y en este punto recordé que hace unos años dije lo mismo en uno de mis artículos publicados en El Colombiano. Lo busqué, lo encontré, lo copié y pegué apartes para reafirmarlo hoy ante los lectores de Cronopio:
«Facebook es la plataforma digital más grande del mundo, por ahora, con más de 19 millones de miembros registrados. Mejor dicho, el sitio cibernético de moda donde confluye gente hasta de un solo ojo. Cada día recibo invitaciones para entrar a hacer parte de este grupo, de Myspace, de Hi5 y de otros tantos conformados para compartir información personal, relatos de viajes, videos y demás. Y cada día mi respuesta es invariable: gracias, pero no.
»Me niego a ser parte de una comunidad que pone semejante cantidad de «amigos» a mi disposición. Creo que los que tengo, pocos pero valiosos y del alma, son suficientes. Y no es por asocial, sino porque el talante no me alcanza para publicar mi vida con fotos, pelos y señales y dejarla expuesta a los ojos de millones de extraños regados por todo el mundo.
»Me resisto a perder la poca privacidad que todavía conservo y sostengo que hay que cuidarla como oro en polvo. Además, considerando que la mayoría de sus miembros compiten por poner las mejores fotografías y videos de los viajes que hacen por el mundo y sus alrededores, sospecho que mi existencia resultaría demasiado simple ante tantos ilustres desconocidos. A lo sumo tengo dos fotos de Cerroetusa, tres de los samanes de la plaza de mis amores, la de Ciudad Bolívar, y una que otra de algún atardecer playero en el Golfo de Morrosquillo, que podría ser una postal comprada en cualquier almacén de artesanías. A menos alarde, menos posibilidades de clasificar en un medio donde el arribismo se nota a leguas.
»Me descresta la tecnología, reconozco los grandes avances que ha puesto al servicio de la humanidad, pero también me asusta la despersonalización a la que nos ha llevado la Internet. Aunque a falta de carteros bueno es el correo electrónico, prefiero la comunicación telefónica. No cambio por nada el placer de oír la voz de mis amigos y familiares a través del teléfono y creo que jamás el Messenger, con todos sus emoticones, podrá dejarnos sentir el gusto, la calidez o el cansancio de nuestro interlocutor al otro lado de la línea.
»Me gusta y aprovecho la inmediatez del correo electrónico para compartir mensajes con mis amigos, para enviarles a mis lectores un saludo o un agradecimiento, pero en mi libreta de direcciones están exactamente las personas que yo quise agregar alguna vez, no las que me fueron impuestas con sólo llenar un formulario de registro. Mis contactos, pocos pero bien seleccionados, se han convertido en mi propia comunidad cibernética, privada y personalizada, y en esa pequeña lista hay tesoros que merecen conservarse: amigos fieles que saludan a diario, opinan sobre un tema determinado o envían lecturas interesantes; lectores ocasionales que aplauden, otros que dan zurriago si el artículo del día no coincide con su línea de pensamiento y algunos que dicen simplemente hola y adiós. No necesito más…».
Y eso, sólo en el caso en el que sea imposible el placer que da la comunicación frente a frente, con mirada a los ojos, silencios guardados mientras el otro habla y exposición de ideas con accionar de manos y todo, como me gusta.
Sin embargo, y para terminar, debo decir que estoy tentada, pero muy tentada, a abrir una cuenta en Twitter… Es en serio. Claro que en honor a la verdad, también debo decir que la tentación lleva tanto tiempo dándome vueltas en la cabeza que ya está cansada de mi indecisión.
Me parece importante y necesaria para dar a conocer a mis seguidores y perseguidores virtuales mi columna dominical. No me mueven intereses distintos, como descrestar a nadie con una frase de 140 caracteres que ponga a temblar la red, ni sentirme el ombligo del mundo ni mucho menos pisotear a nadie a punta de un trino bien canalla, la palabra de moda en la más reciente pelea twittera de Uribe vs Santos. ¡Vergüenza debería darles!
De momento tendré tres seguidores seguros en mi cuenta que me harán muy feliz con su compañía: mi marido y mis dos hijos. No ambiciono el millón setecientos treinta y un mil novecientos noventa y dos que tiene Uribe ni superar su récord de casi 15 trinos en este punto y hora, ¡qué tal! Ni mucho menos los 19.291.215 de Shakira, mi «ídola». No obstante, espero llenarme de valor para debutar en @porencimita uno de estos días, sin saber a ciencia cierta si me seguirán o me perseguirán.
Ojala que nunca el Twitter, ni ninguna otra red social, deje de ser una herramienta de difusión, de diversión o de trabajo, para convertirse en un arma de ataque, ni mucho menos de culto al ego. Amén.
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* Elbacé Restrepo nació en Ciudad Bolívar, Antioquia. Estudió Licenciatura en español y literatura. Como asistente del director de radionovelas en Caracol, en un intento fallido de esa emisora por revivir el género dramático en radio, escribió una radionovela completa llamada Amor eterno, y muchos libretos de radionovelas ajenas cuando el director empinaba el codo más de la cuenta. Fue la primera vez que recibió dinero, muy poco por cierto, gracias a las letras, los puntos y las comas. Es ama de casa, a mucho honor, por convicción, y escribe «Por encimita», una columna de opinión en el periódico El Colombiano, desde abril de 2006. Tiene un espacio permanente en la revista Mirador del Suroeste y es columnista invitada de varias publicaciones. La apasiona lo cotidiano y vive enamorada de las palabras sencillas y de los mensajes directos. Ha sido reconocida como Mejor columnista de opinión en medio impreso, CIPE 2009, y como uno de los Veinte personajes influyentes de Antioquia en 2010. En diciembre de 2011 fue publicado su libro Por encimita, recopilación de artículos, en el marco de la colección Letras Vivas de Medellín, en asocio de Planeta con la Alcaldía de Medellín. En la actualidad escribe un libro de tinte costumbrista cuyo título tentativo es Ya estoy que me como a Marnely.
Elbacé: me encantó tu artículo, acertivo y transparente. ¿Cómo cambiar las miradas, la voz, los suspiros, los olores, las muecas, el roce con las personas por medios tan impersonales?, ninguno de ellos hará despertar los mismos sentimientos que el real contacto personal.
Elbacé: Una reflexión oportuna, clara y necesaria. La comunicación entre las personas no se facilita si no hay contacto personal. Una mirada a los ojos, un apretón de manos no pueden transmitirse más que persona a persona, cara a cara. Comparto tus puntos de vista en este asunto.
Luis Fernando Múnera López
Me permito compartir con mis amigos algo de lo que mi generación no alcanzó. A veces me encuentro con personas de mi edad, que verdaderamente no conocen la Tecnología de Sistemas y me doy cuenta de la ventaja competitiva que es el conocimiento, por donde sea que este venga.
Gracias por el artículo, muy reflexivo y verás.
Saludos
Siempre son sus artículos de un corte de critica social, que pone en blanco y negro las situaciones del diario vivir.
Es encantador ese corte que tiene semejanza al de Doña SOFIA OSPINA, No es comparación, planteo que ese estilo de redacción y de ver la vida esta vigente con esta Señora.
Que continué.
Elbacé, muy buen artículo, como todo lo tuyo. Tienes razón, lo principal es la comunicación y la comprensión humanas. Una mirada a los ojos y un apretón de manos no caben en las redes socisles. Luis Fernando Múnera L.