Literatura Cronopio

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De la diatriba de la ciudadana, salió aturdida la vendedora, laceraron sus oídos frases como esa que soltó al final, mientras golpeaba la vidriera: «Cómo voy a mantener mi pan si no me visto con la indumentaria que me exigen en el circo». Al escapársele de la boca esta frase, la cosa salió de cauce. Ya por entonces, la vendedora había pulsado el botón mixto, que no era para solicitar un rápido menú ejecutivo. Le decían mixto, porque era mitad rojo mitad azul, al botón que existe debajo de la caja de la tienda y que no es para pedidos de comida, aunque así pareciera indicar su nombre, sino para que intervenga la Nueva Guardia.

Como ya era habitual, acudieron con premura, apenas accionado el botón mixto, allí estaban los guardias, en la puerta, para calmar los ánimos de esta pelea. A pesar de su amedrentadora presencia, las dos damas seguían trenzadas en una discusión tendera. Separaron a ambas, por medio del rígido bastón de mando, que tampoco había cambiado en nada porque seguía siendo dorado como si alguien lo hubiera bañado con una generosa lluvia dorada. Al instante amordazaron a la ciudadana. A la vendedora le interrogaron.
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De la ciudadana no se oyó más nada, fue llevada amordazada a la renovada sección de Investigaciones. La vendedora sí tenía que hablar, pero antes de responder al férreo cuestionario que allí mismo le planteaban, pidió que le acompañara un abogado. En vías de protección de sus derechos mercantiles realizó una desesperada búsqueda, en el corto tiempo que le asignaban, pero no había ninguno disponible, ningún abogado conectado, ni para chatear en línea.

Algunas cuestiones no terminaban de convencer a los interventores de la Nueva Guardia. Solicitaron inmediata intervención de la tienda, con miembros de la Contraloría del Estado, que a su vez exigieron el acompañamiento de representantes del Ministerio del Interior y de Hacienda. Todo como se debe. No hubo compra venta alguna en esa tienda. No pudo consumarse acto de comercio, a pesar de la vigencia del decreto modelo. De algún modo, se generó una situación indeseable para las partes involucradas. Se trataba de una doble pérdida en un «Estado que impulsa el Progreso en la Paz».

Pérdida por ambos lados: una ciudadana que termina detenida, acusada a primeras horas de la mañana de cometer una serie de faltas: alzar tumulto, amenazar la paz social y quebrar la armonía tendera, y una vendedora que no realiza la venta por haberle convenido un envío promocional de nuevos uniformes al canal oficial, una vendedora que así puso en evidencia que no opera como debiera porque, al ser requerida de más pruebas contra la tumultuosa ciudadana para llevar las grabaciones a los respectivos ministerios, descubrieron que en su tienda no funcionaban las cámaras y eso también constituye falta grave, equivale a multa y clausura temporal de dicho local, hasta que se ponga en orden. Todo negocio debe adecuarse a las reglas del mercado y del Estado, que están para ser cumplidas y que juntas son imbatibles.

Al final de cuentas, a la vendedora no le servirá de mucho la promoción de uniformes en el canal oficial de la televisión, aunque sea en horario principal del programa de baile supuestamente en vivo, porque a raíz de este incidente, le dieron dos meses de suspensión a su tienda. Y ahora menos aún importa cuál era su nombre, ya que si persiste en esta situación, su tienda puede ser desacreditada definitivamente. Las malas lenguas dicen que, al ser llevada a una celda para guardar reclusión, a la ciudadana le dieron como uniforme de presidiaria, un gastado modelo de vestido, ya en desuso, que había caído en el reciclaje de vestuarios varios y vairos. La ciudadana, caída en la angustiante categoría de compradora frustrada, se vio compelida a llevar esa indumentaria del viejazo y a callar cualquier forma de reclamo.

Su caso entraría en la etapa de sumario. «Aplíquese y comuníquese», dirá la resolución en su parte final, aunque ella siga incomunicada y, para empeorar la situación, desuniformada.

La regla es general, pero no uniforme.

(Cuento extraído del libro «Asuncenarios», 2012)

VIO.LEEN.CIA

Vio.

Le decían Vio. Tampoco sería Violeta su nombre, pero el diminutivo abreviaba toda presentación en las noches de corto plazo y poco dinero. En esa esquina, ella siempre llamó la atención, más que cualquier letrero gigante de neón. Vio tenía luz propia.

Era considerada la dueña de la esquina, por algunos. Una esquina donde se cruzan los humores varios que emergen de lo cotidiano, un vértice de locura. En esa franja de los humores cotidianos, probablemente el resentimiento es la «moneda» más común, la de mayor circulación. La paga diaria. Los días pasan, se resienten. A pesar del tiempo transcurrido, ella seguía siendo la vecina nueva, la que nunca es aceptada del todo en este barrio. Una dueña no reconocida de la esquina. No se podría decir que es una esquina rosada, en todo caso es una esquina roja, como la zona misma, como la ciudad toda. Roja como la crónica que acabo de leer en el diario de hoy que dice que hallaron el cadáver de Vio con un tiro en la cabeza, en el arroyo donde todo desemboca.

Leen.

Un día de mierda. Cualquier día de clases es un día de mierda. Nada se salva en la escuela, ni el recreo ni la merienda. Y peor si es un día de exámenes. Leen en la calle. Varias personas llevan un papel que reparte una chica en la esquina de la escuela. Estoy podrido de leer en estos días de exámenes, como si los profes no supieran que trabajamos todo el día… lo que nos dan aquí nunca es interesante. Me acerqué solamente porque la chica que repartía esos papeles estaba muy linda y me dio curiosidad saber qué era eso que todos leían al pasar. Un niño sonriente le dijo a su madre: «Mami, mami, pinté tus sábanas blancas con tu lápiz labial». La madre enojada golpeó al niño con tanta fuerza que lo dejó inconsciente. Arrepentida, lloró y le dijo a su hijo: «Por favor abre tus ojos». Pero ya era demasiado tarde, su pequeño corazón dejó de latir. Cuando fue a su cuarto, leyó lo que había escrito en las sábanas blancas: «Mami te amo». Era eso nomás lo que decía el papel, así que dije en voz alta para que ella me escuche: Esto en mi casa no pasaría, sólo porque mamá nunca tuvo un lápiz labial.

Cia.

Era un campesino que ese atardecer arribó a la terminal de ómnibus de Asunción con un bolsón apenas cargado. Aunque no era eso lo que pesaba en sus espaldas. Ya era suficiente con la edad que tenía encima, que en el estómago y los huesos valía el doble; atrás quedaban la familia hambrienta, la chacra fumigada, el duro camino para juntar pasaje y coraje. Venía a trabajar para la Compañía… abreviada de manera infame la Cia.
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Apenas llegó a la capital, a pocas cuadras de la terminal recibió un tiro. Una bala perdida, escapada del diablo sabe dónde… o tal vez adivine eso San Cayetano, el santo patrono al que los trabajadores rezan una y otra vez. El caso es que la bala se le incrustó en un hombro y esa herida mataba su posibilidad laboral con la Cia.

Nadie supo, nadie pudo decir el origen de esa bala perdida. Nada preocupante el caso. Total, en esa zona, pasan nomás esas cosas. Eso sí que cualquiera podía decir. Mientras era llevado a Emergencias Médicas, los paramédicos oyeron sus maldiciones en guaraní por esta desgracia que lo dejaba postrado apenas al llegar a la ciudad. No lo sabía, pero ésa era su bienvenida.

(Extraído de su libro «Asuncenarios»,2012)
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*José Pérez Reyes (Asunción, 1972). Es escritor, abogado y profesor Universitario. Publicaciones: A «Ladrillos del Tiempo» (2002), que contenía cuentos del período 1990-2000, le siguió la inclusión de «Ese laberinto llamado ciudad» en la antología publicada en Colombia por el Convenio Andrés Bello al participar en el III Encuentro de Nuevos Narradores de América Latina y España en el 2003. Dentro del marco de actividades de Bogotá, Capital Mundial del Libro 2007, con el certamen cultural británico Hay Festival, es elegido por el jurado de Bogotá39 como uno de los escritores menores de 39 años más destacados de América Latina. También en el 2007 es incluido en la «Antología de cuento latinoamericano» de Ediciones B. Luego publica el libro «Clonsonante» (Arandurá Editorial). Sus cuentos fueron incluidos en antologías internacionales (Colombia, México, Cuba, Argentina, Chile, Portugal y España). Su blog: www.joseperezreyes.blogspot.com

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