Una fila de ancianos cabizbajos salió de la plaza roja, caminado lentamente, hablando a susurros, llevándose el oro del Kremlin en los bolsillos. Manejaron el país desde un Politburó por más de setenta años. Esta vez dieron un paso atrás para que un loco bebedor de vodka sea el nuevo zar de la bendita Rusia, como decía Dostoievski cuando escribía su Crimen y castigo, porque esto era lo mismo, un crimen y un castigo. Lo primero que hizo fue teñir de sangre la casa blanca del congreso acribillándola a balazos, como si hubieran ido a cazar jabalíes con armas de caza mayor. En el museo de la revolución quedó un bus destartalado que sirvió a los rebeldes como trinchera de la nueva revolución, símbolo de la democracia que viviríamos y compartiríamos. No quedó piedra sobre piedra de lo que antes fue el socialismo. Las calles y avenidas se llenaron de luces de colores, de afiches gigantescos de bebidas energizantes y largos autos Mercedes Benz negros, manejados por los nuevos ricos del crimen organizado, como dice la canción de Frank Delgado, Konchalovsky hace rato que no monta en Lada, porque ahora del vodka queda solo la resaca…
Los misterios del exilio o el suicidio son similares, porque en ambos dejas lo que más amas para venir a un mundo desconocido. Nunca se imaginó que esta sería la paga por los servicios prestados; la rapidez y la angustia no le dieron tiempo de decir su verdad en las gradas del Kremlin. Cuando lo invitaron al congreso del partido, se cruzó con Fidel y este lo llenó de improperios e insultos, le gritó «—traidor, comemierda»,olvidándose del protocolo y la larga fila de ancianos que venían detrás. Él lo miró y le dijo «—a mí también me absolverá la historia…» como si fuera la única manera de protegerse. Al final pasará el tiempo y seguirá siendo para todos el traidor de siempre, o el que ayudó a parir una luz de esperanza. Nadie sabrá, no tendrá más espacio en el mundo que vivir el silencio del exilio, protegido por una larga mano que lo cuidará por los favores recibidos. Cambiará su nombre y apellido por Mario Rojas, Mario Borda, Mario Mamani, Mario Molina. En cada lugar, en cada país, querrá ser un nuevo Mario, pero para todos será siempre el Mario, el de la traición. Mientras no nos cuente su verdad. Lo conocí en la Embajada, en la fiesta que organiza la embajada por el aniversario patrio, una noche donde tocaban guitarra y tomábamos vodka, con su tez morena, su tamaño pequeño, su timidez andina, huraño a todos, sin querer comunicarse, bebiendo un vodka eterno, mientras nosotros, después de cada botella que se acababa, buscábamos el espíritu del diablo, que salía en una delgada estela de fuego. El sólo miraba; de pronto quedamos los dos lado a lado, me extendió la mano y me dijo «Mario», yo le dije «salud». Y nos hundimos en un largo trago de vodka, después de varios vodkas al hilo, recordando a los amigos, preguntando si los conocía, por las calles, las plazas, si los había visto, me dijo:
—¿Sabes? Me brindas cierta confianza que encuentro en muy pocas personas. Tal vez no me conozcas, no sé si ya naciste cuando todo pasó. Seguramente eras un niño y no te acuerdas nada. Soy Mario Monje, si escuchaste mi nombre antes, no lo repitas, estamos con una botella al frente y la lengua y los pensamientos se vuelven frágiles, yo traicioné al Che, no lo ayudamos cuando nos comprometimos con él, en el partido discutimos estupideces buscando la forma de justificar la traición, pero la traición no salió de mí, ni de la gente del partido, vino de acá, de la Plaza Roja, me mandaron un emisario argentino, me dijo, me llamo Garibaldi como el libertador. Llegó como empresario maderero para hablar conmigo, fue necesario pasar varios cordones de seguridad, porque la dictadura nos tenía jodidos, perseguidos, el partido estaba en la clandestinidad —me dijo.
—Flaco, esto no va con nosotros parala, no es lo nuestro, no podemos hacerle el juego a Fidel, lo nuestro es diferente , es la insurrección de las masas. ¿Qué pasó? ¿te olvidaste de Lenin? Tuvimos una reunión de emergencia del Comité Central. No creíamos lo que nos decía, el compromiso era otro. Nos comprometimos en Cuba a que se les daría todo el apoyo político y logístico, yo estaba dispuesto a sacrificar el mando y lanzarnos juntos al monte.
—¿Estás loco? La instrucción viene de arriba, de Moscú. Todo esto va ser un fracaso, los van a liquidar. La CIA ya sabe que él está acá, y no van a permitir los gringos un nuevo Vietnam. Vendrán boinas verdes, militarizaran tu país.
—De todos modos el Comité Central decidió contactarse con la cabeza, buscando una respuesta en la línea directa. Una voz ronca con un acento eslavo nos dijo «si se acabó la aventura, esto no va más…»
—El resto es historia, no es la mía, la instrucción vino de arriba —moviendo el pulgar hacia arriba—. Charlemos otro rato, que esto no se acabe acá. Llámame, este es mi número.
Me dio su tarjeta: «Mario Rojas, Academia de Ciencias de la URSS, filial Latinoamérica». Lo volvieron una filial sin nombre propio, en un país que ya no existía.
De los amigos de Moscú, sólo le quedaron los contactos, la plata y el oro se lo llevaron en grandes bolsas negras de basura. Al principio me ponía al tanto de todo, sabía con precisión lo que pasaría, decía.
—No quedará nada. Sólo el recuerdo de lo que fue el primer modelo socialista.
—¿No te preocupa quedarte solo?
—No, siempre quedarán amigos y soñadores de volver a lo de antes. Son la amistad de los camaradas. Nunca me dejarán solo. Se mucho y es una preocupación para mucha gente que todavía está en el poder y prefieren mantenerme callado, ¿por qué crees que no escribí mi verdad, como todos los sobrevivientes, ni di entrevistas alrededor del mundo, justificando mi proceder? Todavía hay mucha carne en el hueso, y mejor es seguir así.
—Se paró, se despidió de Teresa la mujer del embajador, vino hacia mí.
—Llámame, nos podemos tomar un café yo sé dónde preparan uno, como el café de los países… —¿Dónde es? —le pregunté. —En la plaza Pushkin, en el café de la canción, ¿te acuerdas? —lo miré y me reí. —Sí me acuerdo, el miércoles después de las seis, ¿te parece bien?
Después de esa noche volvimos a vernos varias veces. Me contaba los chismes de pasillo, su preocupación de que todo se desmorone. Yo le decía, no te preocupes, ahora vivimos en democracia y la patria chica siempre nos espera. Para mí no hay retorno, solo tengo esto: una jubilación, no sé si por mi colaboración como investigador, o como el hombre que le dio la espalda a un mito.
—Están rematando el país, en cuatro reales, están regalando las fábricas, a precio de gallina muerta, la mafia no es una sola, son diferentes grupos. Los chichenos son los más fuertes, los que más plata tienen. La gente del partido sacó todo lo que pudo, y ahora están en desbandada, gastándose la plata del Kremlin, en París, España, comprándose mansiones junto a la costa azul.
Nuestra reunión se volvió cada vez más frecuente, todos los miércoles después de las seis en el mismo café. Un día me sorprendió y me llamó el lunes: —Necesito hablar contigo urgentemente.
—¿Sabes algo de helicópteros?
—Sí, lo suficiente para contemplarlos los días de parada militar en la Plaza Roja.
—Bueno, se trata de lo siguiente: hay tres helicópteros, dos nuevos y uno casi nuevo. Llegó para que le hagan el primer mantenimiento. Antes de que ocurra todo esto, es de Gadafi, lo mandaron de Libia, pero en el camino se extraviaron los papeles, ya no hay puerta que se abra para enviarlo de regreso, los están vendiendo unos amigos, un general del ejército y sus colaboradores, los entregan con todos los papeles para la exportación.
Me pasó un folleto con la foto del helicóptero y las características técnicas: Helicoptero Bimotor Mi-17 MT/BM motores TB3-117 MT – TB3-117 BM, Velocidad de crucero, 220-240 km./hr. C/11,100 kgs. y 205-215 km./hr. C/13,000 kgs, etc etc. Pareció otro idioma, y una fotografía del helicóptero en colores mostrando la majestuosidad del ave desafiante.
—¿Cuánto cuesta? —esperé por una cifra descomunal. —Un precio de varios millones, me dijo.
—Lo que cuesta un auto Mercedes Benz SL 600, doscientos cincuenta mil dólares los tres, con mi comisión incluida. El fin de semana nos vamos al aeropuerto Bnukova para que los veas.
Estaban los tres en un hangar, en fila cubiertos por una larga lona gris, dos de ellos como si fueran juguetes nuevos en un mundo de gigantes, y el tercero tenía pintada en la cola la bandera rojo, verde y negro con la luna y la estrella al centro, en el interior los asientos tapizados de cuero, alfombrado de extremo a extremo, con un pequeño escritorio donde el dueño del helicóptero despachaba la correspondencia, varios libros y manuales en árabe. Llegó con dos rusos, eran dos militares, me lanzaron la pregunta a boca de jarro:
—¿Qué dices, te animas? Nosotros mismos podemos llevarlo y trabajar de pilotos, o bien enseñar cómo se maneja.
—¿Cómo los llevamos? —pregunté.
—En la panza de otro avión —me dijo el mayor de ellos. —Así los llevamos Afganistán, es más seguro y cómodo. De otra manera tendríamos que pasar el estrecho de Bering, como los primeros peregrinos que llegaron América.
Me reí, me parecía un sueño lo que vivía.
—Bueno, anímate, están baratos. Si quieres, por diez mil más los vendemos artillados, como para ir a una guerra.
Me quedé pensando de dónde sacar la plata.
—¿Cuánto cuesta todo con el transporte incluido?
—Medio millón.
—Está bien, ¿hasta cuándo pueden esperar?
—Hasta el miércoles, ni un día más, pago en efectivo o en una cuenta en otro país. El pago acá, en efectivo y en verdes.
—Bueno, hasta el miércoles o antes les doy una respuesta. Llamo a Mario para volvernos a reunir.
—Mejor si vienes con la plata, vendré con mi socio para que lo vea.
—No hay problema, estaremos acá.
*Espera la segunda parte de este relato en la próxima edición de www.revistacronopio.com
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* Juan Carlos Vásquez Prudencio es escritor de Cochabamba-Bolivia. Autor de dos novelas, Pájaros en Desbandada y Todos tus muertos. Autor de varios cuentos del libro Nostalgias de Moscú.
Hermano querido primero felicidades por haber plasmado lo que muchos sentimos pero carecemos del don que tienes para reflejar una realidad que nos toco compartir. Pozdravliayu!!
Que lindos recuerdos y que bella forma de contarlos, gracias por compartirlos, y por permitirme conocerlos