Literatura Cronopio

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Jose saramago

JOSÉ SARAMAGO: LA CEGUERA COMO METÁFORA

Por Luisa Fernanda Castaño Londoño*

«Creo que no nos quedamos ciegos, creo
que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos
que, viendo, no ven».
(José Saramago, Ensayo sobre la ceguera)

En un escenario donde aquellos que sufren la ceguera blanca, no llegan a saber la razón de lo que sobrellevan, la novela del escritor portugués José Saramago «Ensayo sobre la ceguera» (1995), nos sitúa como espectadores de una sociedad que se articula y se desarticula alrededor de «el mal blanco» o «mar de leche», como describen sus personajes la anomalía que les aqueja. Aquello de lo que se ha apoderado ahora su cuerpo, imposibilitándoles ver, no será por ausencia de luz —la oscuridad en que se hundirían sus vidas— por el contrario, es el exceso de esta, lo que les impedirá mirar.

Este mal blanco que se ha alojado en casi todos los habitantes de una ciudad a excepción de una mujer, deja a los ojos desprovistos de su más prominente facultad. Sin poder distinguir a los otros ni a lo que los rodean, quedan todos envueltos en esta ceguera luminosa, este mar de leche que arrasa con las formas de vida establecidas en circunstancias diferentes, y por lo cual tendrán que sobrevivir con dificultades distintas, propias de su nueva condición.

Paradójicamente, la ceguera colectiva —a excepción de una mujer que fue la única que permaneció viendo, en un mundo de ciegos— dejó al descubierto otras cosas. Es el caso de la lucha por sobrevivir en medio de los peores sentimientos, en un entorno donde todas las instituciones dejaron de funcionar, además de que este acontecimiento pone de manifiesto de lo que es capaz el ser humano en condiciones extremas, cuando es llevado al límite, hasta el punto de no poder reconocerse.

El lenguaje que señala e indica, también es cuestionado, puesto que la mujer del médico en su conversación con el escritor, le refuta la utilización de adjetivos para describir el horror que vivieron en la cuarentena en el manicomio, por la incapacidad para dimensionar y acoger por medio de una palabra, que sólo haría las veces de calificar o etiquetar una situación más que de mostrarla cual espejo. Los nombres propios no hacen parte de esta novela, ni los personajes, ni las calles, ni la ciudad donde ocurren los hechos, son diferenciados de esta manera. En un mundo de ciegos, lo nominativo pierde importancia.
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Por otro lado, el pragmatismo del Estado se hace evidente en la frase proferida por el sargento encargado de vigilar el manicomio, que albergaba a los nuevos ciegos, como remedio posible a la propagación de la epidemia, y que junto a una marcada dialéctica compuesta por los sanos y los enfermos —en la que se intenta preservar la vida de aquellos a los cuales no ha tocado la epidemia—, se sintetiza en una expresión lapidaria: «muerto el perro se acaba la rabia». Así esta sociedad ciega, se convierte en la paradoja de un mundo ultra civilizado que, al quedar envuelto en un mar de leche, vuelve a empezar, y desde lo más bajo, la reflexión servirá de poco entre hombres que no tendrán escrúpulos. Una ciudad que se vuelve un enorme basurero, el horror de los muertos destrozados por los animales, que se hace evidente sólo para quien ve: la mujer del médico. A través de sus ojos, los demás luchan por no naufragar en ese mar blanco. Irracionales, cual cínicos los cuerpos sin ninguna regulación, se desinhiben, sin censura, desprovistos de las reglas que operaban cuando veían, hacen de todo, en todas partes. De ahí que, en este lugar, surjan nuevas reglas provocadas por los mismos acontecimientos.

A manera del hilo de Ariadna, un par de ojos, se convierten en el señuelo que guía a un grupo de personas para salir con vida de esta situación laberíntica, además de que son estos ojos la posibilidad que les queda, para no estar del todo ciegos, así como de conservar lo que les queda de humanidad. Esta ceguera no es como ninguna otra, una ceguera blanca e inmersa en lo que vemos, esa ceguera con la que vivimos, que nos acompaña, no deberá ser ajena a nuestra reflexión:

«Una cortina me cubre la vista. Todo se hace impenetrable».

Ver sabiendo ver. Tal vez sea esta, la exigente tarea que nos sugiere esta obra que parte de una ficción, la cual nos pone de manifiesto no solo la responsabilidad implícita del que ve, sino el peso de la civilización y la cultura, en este caso, hasta el punto de obstaculizar nuestra visión.

…Ver pudiendo prescindir de todo menos de lo que se ve.
Esta es la ciencia del ver que no es ninguna.

En certeza de lo que aparece frente a los ojos, mientras se espera a que cambie la luz del semáforo, el mundo conocido se desvanece. En ese instante escurridizo donde todo desaparece, el mundo como lo conocíamos, se esfuma. Así pues, no advertirnos la ceguera que nos aqueja, oculta en la repetición de lo que observamos a diario, aquella que encubre nuestras costumbres y hábitos. En ausencia de una mirada atenta y cuidadosa, que repara en lo que hay, contamos por el contrario, con una que se familiariza y en consecuencia, apenas si roza el dorso de las cosas. Ciegos que viendo no ven, en una sociedad con la facultad de discernir y distinguir —en un mundo atrapado en la imagen y la representación—, ahora invidente, así mismo, mientras la censura y las prohibiciones que regulan nuestra conducta están supeditadas a la vigilancia y esta es anulada desde su raíz. Todo fundamento se viene abajo: moral, ética. Entretanto, las relaciones de dominio son las que empiezan a sobresalir, donde los más fuertes marcan el compás de la situación, y los que detentan el poder, lastiman a los que no lo tienen.
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Ahogados en la ceguera blanca, donde ser visto ya no es una opción ni un problema, y donde sólo la clarividencia de una mujer, permite que sea el único personaje de esta historia, que puede ver sin reflejarse en la mirada de alguien más, será la que refrene y detenga que todo y todos sucumban en este abismo. Pero, ¿hasta cuándo? El circular movimiento del mundo se renueva y vuelve a comenzar, ¿y cómo? Volviendo a ver.

«se puderes olhar, vé. Se podes ver, repara».
___________
* Luisa Fernanda Castaño Londoño es estudiante de último semestre de filosofía de la Universidad de Antioquia.

1 COMENTARIO

  1. Excelente libro. Lo he terminado de leer, y pienso que desde un punto filosofico tiene mucho jugo… para muchos puede ser libro de ficcion, pero creo que vas mas alla de eso

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