ALMEIDA
Por Daniele Abril Medina Caraballo*
Y requería cuidarte del propio dolor que se reproduce antes de gestarse,
requería atenderte con solemnidad naval
a pesar de que tu infancia descorriera cada noche los cerrojos
y abriera secretamente las puertas esperando algo que no querrías al amanecer.
A no ser que yo
frotando un par de navajas te ilustrase lo fino
lo invisible del filamento…
Entonces atinabas preguntas oblicuas que bien podían exorcizar la casa o remachar las puertas
pulverizarnos de ese modo recto y democrático en que también opera mi profundo apetito.
Y es que atrás
de tu imposible descanso flotaba yo
inerme
sin entrañas
con perfectas disecciones hechas al calor de incisivos noctantes…
Luego no bastó,
hubo que abrir los muros y el cielo raso y el ciclorama de la memoria y yo dije sí
al esfuerzo con que tu doble,
pequeña bestia sin alma,
nos exponía madrugadas enteras ante la obscenidad del mundo y su sed de crimen
anquilosados
como eruditos natos en el arte de los riesgos.
III
Y es que te soy tan oscura,
tan irreparablemente angosta.
Me viene claro tu temor fonético,
mi nombre como alfabeto indescifrable,
tautología abril y cárcel,
abril y nada,
abril sin año que la detenga presa en un calendario y prenderle fuego.
Habemos débiles,
te explico,
cubiertos hasta la montura con silencios
donde una pluma nos cabalga mentira–adentro.
He tomado la costumbre literaria de ladrar
reconciliada con toda flaqueza
y es que te soy tan dos pedazos negados a unirse,
perfectamente lejana a la congruencia que reclamas,
que desclavo,
que practica con nosotros su cualidad de no existir.
Éramos capaces de inventar cuarenta y dos centímetros al colchón
para no tocarnos en la inconsciencia del sueño,
para que no nos acercara la ignorancia de los dormidos.
Éramos capaces de lograr tremenda casa en un espacio pequeño
donde cabíamos holgados a fuerza de desencuentros,
éramos capaces de enmudecernos mutuamente como dos magos,
como infalibles brujos que pronuncian un conjuro
y consiguen inaudible la voz del hechizado.
Tanta magia teníamos.
Pero ahora te soy tan oscura,
tan irreparablemente angosta,
que has empezado a verme la invalidez con ternura.
Tú que condenabas mi infección paginal,
mi venérea afición al contagio,
a los engaños que me enferman de risa,
de furia,
de algo.
Cuando mi jinete ordena,
cuando grita mi domador: ¡detente!
y agrego un punto a la tierra blanca y apago el libro.
Tú ahora me sabes inconfesa,
ocultándote insistente que no hay embrujo,
que tampoco fuerza,
que no voy a arrancarte la piel a mordidas.
Gracias por eso,
por dejarme así
a salvo en mi estrechez,
por tu indulgencia distante,
por tu asustado amor.
USÁBAMOS PALABRAS DE CUATRO METROS COMO AEROPLANO
Usábamos palabras de cuatro metros como aeroplano, cada letra medía lo que mide un segundo al aire. Pero no te distraigas en eso tengo sólo un vicio que quiere matarme y no tiene que ver con Marlboro o Johny Walker. Siendo profundamente honesto, no tiene nada que ver con el bostezo abierto o la dimplomacia.
Por aquí está muy oscuro y uno confunde el sabor con el efecto.
Tomábamos el tiempo que tardaba una cosa para transformarse en otra y después en alguien.
Cada sombrilla podía ser un barco giratorio antes de ser un tipo horriblemente despeinado,
pero no me preguntes esos detalles,
tu madre o la mía dirían que perdimos la razón.
Sólo tengo una historia y se prende más rápido que el fuego en un derrame de petróleo.
Igualmente se consume y nadie sabe lo que pierde al encontrar la moraleja.
Sabíamos arriesgarlo todo, variar veces por noche, y sobre el auto eran toda vía más,
éramos tan cómicos jugando al drama,
podíamos quedarnos en el mismo sitio dando vueltas al caligrama
y cuando abríamos la boca alguien hablaba de nosotros por adentro
pero no quiero recordarlo
porque entonces me río y esto es bastante serio,
esto es bastante serio…
Mejor vuelve a meterte en mi cabeza,
tratemos de dormir.
PERO ADENTRO DE TI HAY UN NIÑO, DICES
Pero adentro de ti hay un niño —dices,
atemorizado y dócil eres el gran aparato del diablo,
y acá afuera te burlas como defectible cínico del accidente ajeno
sólo para conectarte con más gusto la botella porque eres el incendiario más húmedo y con
la verga menos muerta, oh, pero adentro, es cierto sugieres, hay un niño enfermo y atormentado eres el vástago infracolérico que sólo intercambia insultos con personas calificadas
e improvisa categorías de ingenio que le parecen originales o destacables, pero ahí, dices, al fondo, hay un niño herido esperando que le abracen (porque es muy pequeño y suave), ya sin las oficialidades del hombre irascible, ese que vocifera virtud, arrogancia, a la cara de algún ingenuo donde le ha parecido; florece una vagina al calce de la nariz, pero dentro, claro, quietesito y hambriento hay un niño que no juega nunca–no te hará daño, insinúas-no te hará daño. Y la tramoya, los artificios epistolares, quería hacerte el amor en virtud de los seis antiguos puntos cardinales, bajo una constelación de insectos o lunares de extracción, ser tu santa lacrímera virgen eyaculada y, desconcebida, volarte la cabeza en el hotel más ridículamente costoso con Buroughs abierto, padrino sobre una diminuta mesa de noche.
PARECE NATURAL
Parece natural,
a lo menos
padecer infértiles exudaciones como emblema físico de variación
no me alcanza esta sobriedad para definirte
como un signo,
timón,
como una delicada clave que abre senderos
nebulosos como gametos…
Las estrellas no estallan hasta aquí
porque esta es una playa adusta, poco violenta y celibérrima,
o me excedo encontrando al todo su fútil mezquindad
lejos de ti,
brutalmente purificada,
vacía…
Parece natural
que los niños se arrojen al mar esperando el ahogo
lejos del padre, lejos, hacia el fondo,
o que las aves claudiquen a su deber volar
y muevan las horrendas patas entorpecidas como blanco perfecto del placer por la
crueldad…
Yo no tengo nada que decir,
no tengo
tantas nueces amarillas en el plexo para alimentar a nadie,
desactivo entonces las vocales de tu nombre y se va la letra gutural del ojo al labio.
Y
parece natural
que piense retirarme si estoy a medio camino,
lo se,
acaso logre sortear tanto futuro
como el que llevo soldado, adherido a cuestas,
encaramado sobre el pan que fue mi cuerpo que es a veces una piedra a la que tu
llamas como si su nombre fuera
«piedra no»
y piedra no
es tantas cosas…
APARECER, O CASI
Aparecer, o casi,
frente al simulacro de uno mismo,
antes que estalle el vientre en su millón de artificios biológicos
y se propague.
Aparecer o no,
asomarse tomados de la mano de nuestras quietudes, asomarse
cogidos de la falda de nuestras denuncias
a través de ellas, cogidos para asomarnos por lo que podría
ser la puerta de padre,
la puerta de hijo,
la puerta de nuestro nosotros mismos
abierta para siempre como un imán, como una fruta blanca, como no fuera por mucho tiempo
aparecer o no.
Dejarse en el umbral todas las pieles como si se hubiese lentamente desnacido para cada una de ellas.
Ir ganando ligereza, ir despacio,
llamar a los gallos, a las grullas por su nombre.
Llamar a los incendios de las aves como graznan ellas los incendios de los hombres.
Asomarse,
llevarse de la mano
pequeñita
del propio corazón hacia el balcón insobornable de su propio reino
—O no asomarse—
(definitivamente
cogerse por la carne del cerebro y alejarse,
desollar los ojos
amorosamente).
FRAGMENTO
Hay ciertos pájaros que nacen sin poesía.
A tal aberración conviene el sacrificio, un nido anegado, un polluelo calvo con el cuello blando, yerto. La inmediación del árbol, una madre perforada por el granizo.
Esa noche,
todas las noches en que era la misma sólo por aquellos sueños,
pirámide sin cima,
yo le abrazaba bajo la soga
pendiente como una cuchilla y, de haber caído —pensé,
por el húmedo peso de las ropas,
nos habría partido en dos mitades exactas.
Mitades que caerían abrazadas perfectamente a la luz de la neblina
sobre aquella colilla encendida que hice volar,
luciérnaga temprana,
y te hizo dormir,
pequeño, como único indicador de la oscuridad entre la yerba
y la basura.
Dormías de ese modo simple que sumerge a los niños, sin la curiosidad de su encanto.
Una escarlatina sideral abrió sus llagas,
escoriaciones jadeantes que anunciaban la peste o la cafeína excesiva.
Te había arrullado tanto esa noche
que pudo ser mi eco de hembra agonizante,
sumergiendo estos ojos en la carne de su cría,
pero permanecimos quietos
hasta que tu confort y el mío
se miraron con una especie magnífica de miedo
* * *
Me dormí de pronto,
dejé caer la mandíbula hacia el lado izquierdo
como una momia despostillada y negramente cómica,
como un tibio esqueleto olvidado en el cadalso.
NEGOCIAMOS ESTA ESPUMA CON LA INFANCIA
Negociamos esta espuma con la infancia
y abandoné eso que quedaba de maternidad en mis siete madres. Un último diente de leche fue sepultado entre piedras y me corté las uñas yo, princesa de los perros, y oscureció mi oído hasta la más dura ceguera, y recibí la sangre blanca de la teta de los hombres. A final de cuentas, dije nada: tiende al dolor cuando se educa el alma.
____________
* Daniele Abril Medina Caraballo es escritora mexicana (Guadalajara, 22 de Marzo de 1985). Autora de los libros: «De amarillo a jueves» junio de 2007. Ed. Paraíso Perdido. (Guadalajara, Jal. Mex) y «Cualquier abismo se parece al útero» septiembre 2008. Ed. Baile de sol. (Tenerife, España). Y «La hoguera» octubre 2010. Ed. Altazor (Lima Perú). Ha participado en diversos encuentros de poesía tanto en el interior como en el exterior de la República y su trabajo ha sido incluido en 10 antologías, tres catálogos y diversas publicaciónes nacionales e internacionales. Ha sido traducida al inglés, catalán y alemán.
Enmudecido, como siempre.