Literatura Cronopio

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Cancion funebre

CANCIÓN FÚNEBRE

Por Rui Caverta*

A mi madre,
Shine on you crazy diamond

El sonido de la madera crujiendo es insólito para nosotros. Transmite tantos significados: una persona moviéndose atrás de nosotros; una cuna antes inmóvil y pacífica ahora molesta por algo que no conocemos; algo que se ha roto; un movimiento fuera de nuestro entender, de muchas cosas. Todos ellos tenebrosos. El más fatídico, el del cerrar o abrir de un sarcófago o una tumba, se busca evitar o desaparecer pero siempre está dentro de nosotros. No hay sonido más espantoso que el crujir de la madera. Un argumento de este nivel, sin embargo, no tenía poder sobre la razón de Rosario quien en esos momentos se encontraba dentro de un sarcófago en la larga comitiva de su propio funeral. Parpadeó varias veces dentro de la caja, sin señas de verse molesta o desesperada.

Todo había ido perfecto hasta ese punto. Claro, se había asegurado de ello. Incluso, cuando la gente parecía desganada, se acostó dentro de su ataúd para dar ese alegre sentimiento de desdicha y desesperación que esperaba de los asistentes a su funeral. Le satisfacía ver los gritos y llantos desesperados de sus familiares. Toda iba bien. Entonces, la música paró. Algo fuera de los planes. Después de contar hasta diez, Lanzó con una grandiosa patada la tapa del ataúd varios metros lejos y saltó gritando multitud de groserías a los asistentes. Vaya falta de actitud.

—¿Por qué pararon la música? Aquí debe sonar fuerte esta canción. Es el solo de guitarra. Debe ser hermoso. ¡No paren la música!

Salió de su ataúd al mismo tiempo que su voz alcanzaba con regaños a cualquier a menos de 20 metros de ella. A unos se les veía hartos mientras otros estaban felices por ver a Rosario feliz, aunque fuera regañando a todos. De alguna manera había licuado toda esa dureza de piedra presente en sus rostros y la había transformado en cientos de emociones suaves y comprensibles. Aquí no había lugar para poetas, todo parecía poca cosa ante la torre de sentimientos y regaños de Rosario. La gente volvió a acomodarse para empezar de nuevo y conseguir su aprobación. Ella, por toda respuesta, volvió a cerrar el ataúd sobre sí. Así no se podía saber cuál era su expresión dentro de esa caja tan fría y aislada. Aunque todos imaginaban una paz coludida por la dulce embriaguez del poder.

Desde dentro del ataúd sonaron tres roncos golpes contra la madera. Entendida la señal, el cortejo fúnebre se puso de nuevo en marcha. En este punto era cuando estaban felices de que ella estuviera aislada de ellos, aunque fuera por una delgada hoja de madera. Ella fuera de vista, se entregaban de nuevo a un dolor de la muerte temprana, de cómo viajaban con otro viajero invisible entre ellos. Hecho de aire, compuesto por lúgubres pensamientos, un esqueleto parecía jugar entre ellos y de nuevo volver macizas sus caras. Temían no poder disfrazar la expresión tan pesada antes de que Rosario volviera a surgir de su refugio. Y estaba seguros de que lo haría, era su funeral después de todo.
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Los pasos fúnebres se disfrazaron de charla alegre al llegar al punto final en el cementerio. La farsa se acercaba a su fin, podrían respirar en unos pocos momentos. Rosario salió de su ataúd para observar todo desde un punto de vista privilegiado. Todo iba bien hasta ese punto debía reconocerlo —claro, debía obviar las 30 veces que se tuvo que reiniciar todo el séquito desde el principio—. Sin dejar de auscultar profundamente a cada invitado, subió a un pequeño monte en el cementerio desde el cual se podía apreciar a la perfección todo el ritual. Muy conveniente la disposición del pequeño montículo. Demasiada tal vez.

A un lado, los familiares callados. Llorando por lo bajo, sin querer soltar un gemido muy alto pero inconsolables. La pareja, destrozada en vivo grito. Los hijos, aburridos del ritual pero callados; una señal de respeto. Los amigos callados en reflexión profunda. No podía pedir más control. Por primera vez sintió como un regalo su enfermedad terminal. La sonrisa fue interrumpida por un absceso de tos que terminó en una gran mancha de sangre en su vestido funerario. Bueno, no todo podía responder a su manera. La familia primero, el cuerpo al final; si eso era todavía posible.

Paró y calló. Empezaba el momento esperado, el descendimiento del ataúd. Las notas empezaron a sonar. La canción perfecta para esto, no podía ser de otra manera. Recitó en voz baja las pocas palabras de inglés que entendía y se dejó caer en una especia de trance.

—My sweet lord…
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El ataúd bajaba desde ras de tierra a las profundidades y todos los invitados dejaban caer flores en el hoyo enfrente de ellos. Sus caras respiraban aliviadas. Rosario pensó que eso debería cambiar, pero lo dejaría pasar por esta vez. La música, el ataúd, los colores y las tonalidades mezclándose Era perfecto. Demasiado perfecto. Entonces cayó en cuenta. Jamás se podría replicar esto. Este orden la había sobrepasado incluso a ella, no podía repetirlo aunque ejerciera todo el poder de su carácter. Verdaderamente aterrada, inició una frenética carrera hacia su ataúd, hacia su muerte y hacia un control casi total de su vida.

Sus pies se movían tan rápido que le pareció flotar en el aire. Volteó a ver a los asistentes más cercanos a ella y vio cómo se sorprendían. ¡Qué descaro! Pensaría minutos después al ver cómo millones de Mariposas negras la tomaban en vilo y comenzaban a alejarse del suelo.

—¡Suéltenme! Es mi funeral. Es la tierra lo que quiero. Todo estaba perfectamente organizado. No me importa que hablen con voz humana. ¡Aléjense de mí! Mi ataúd, mi bello ataúd… Oh, ¡La canción cuando desciendo al camposanto!

Dentro las crónicas clericales en las cuales se relata con fidelidad la asunción de Santa Rosario, no se encuentran los pensamientos sobre el milagro de los millones de ángeles en forma de mariposas negras ni las maldiciones por la pérdida de su funeral perfecto. A lo más, se encuentra una frase dura e inolvidable: «El olvido no suena a madera».
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* Rui Caverta nació en la Ciudad de México y realizó algunos estudios en la UNAM. Ha publicado en revistas electrónicas e impresas de países como España, Chile, Colombia y México, tales como Cuadrivio, Katharsis, Cinesargo y otras. Es miembro de diversas antologías como Opción, Rojo Siena y otras. Publicó el libro Picodicciones en el 2012. En estos momentos se desempeña como redactor del Blog cultural www.terrar.io (@tterarrio en twitter) aunque siempre está buscando trabajo remunerado de escritora. En estos momentos busca casa editora para un libro inédito de poesía y otros de cuentos.

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