LOS PROBLEMAS DE LA TIERRA Y DEL INDÍGENA EN «OFICIO DE TINIEBLAS»
Por Noé Ruvalcaba*
Dentro de la literatura del indigenismo mexicano se destaca una corriente que problematiza con profundidad el problema de la tierra y del indígena, bajo sistemas gubernamentales y económicos que siguen proyectos de índole occidental: la modalidad del neo–indigenismo. Rosario Castellanos es una escritora mexicana que publicó dos novelas neo–indigenistas, en las cuales se desarrolla un conflicto entre indígenas y terratenientes blancos por poseer o retener elementos culturales propios. Las novelas Balún Canán (1957) y Oficio de tinieblas (1962) de Castellanos, han sido ampliamente estudiadas, y un factor novedoso es la caracterización de los indígenas como individuos dentro del marco de su cultura y la situación en la cual se le comprende en su contexto cultural y cuestiones socio–políticas. Este estudio propone que esta aportación en Oficio de tinieblas permite analizar la complejidad del problema histórico del indígena y de la tierra en la novela del indigenismo mexicano.
Uno de los primeros críticos en señalar esta representación innovadora del ente indígena dentro del marco de la novela del indigenismo mexicano es Joseph Sommers, quien afirma que se requiere de la creación de personajes y su experiencia individual, para encarar estos problemas sociales y filosóficos que afectan al indígena en la nación mexicana. A diferencia de la novela indígena, la novela escrita por indígenas, esta novela neo–indigenista perteneciente al llamado «Ciclo de Chiapas», es una novela escrita por blancos o mestizos acerca de las comunidades indígenas.
Rosario Castellanos, hija de hacendados blancos, escribe estas novelas del indigenismo, y asegura que sus novelas no son indigenistas ya que las novelas indigenistas son simplistas, maniqueístas, exóticas, y descuidan la forma y el estilo literario. John Brushwood señala que la novela indigenista se asemeja a un estudio antropológico; tal es el caso de la novela del antropólogo Ricardo Pozas, Juan Pérez Jolote, biografía de un tzotzil (1948), que surge como estudio antropológico que luego es novelado. En la novela indigenista tradicional los indígenas suelen ser poéticos, buenos y explotados, mientras los blancos son malos y explotadores. Oficio de tinieblas se aparta de esta corriente literatura, y enfatiza la complejidad del sujeto indígena y su entorno; se describe a éste como cualquier ser humano puesto en circunstancias desfavorables. Sommers apunta que en esta corriente literaria del «Ciclo de Chiapas,» los personajes aparecen más finamente trazados, contradictorios, e interesantes que los de la novelística de los años treinta. Además, señala que «Los de ahora surgen con sus propias porciones de debilidades y fortalezas y con sus propios perfiles psicológicos, desplegándose en un obrar recíproco con los papeles sociales respectivos» (81). Esta descripción del ente indígena, en esta corriente neo–indigenista, permite entender el problema de la tierra y del indígena desde la experiencia individual. Este problema surge de una realidad compleja donde las relaciones humanas entre la cultura indígena y la blanca entran en pugna. Castellanos apunta:
es una realidad compleja, rica, sugerente y, hasta ahora,
prácticamente intacta. Me interesa conocer, en esas tierras,
los mecanismos de las relaciones humanas. Para entenderlos,
cuando trabajé allí para el Instituto Nacional Indigenista, me auxilió
la lectura de Simone Weil, digo Simone Weil, porque no conocía a
otros autores que me hubieran sido más útiles (Protagonistas 507).
Entonces, Castellanos trabaja para el Instituto Nacional Indigenista (INI) cuyo líder e ideólogo, Alfonso Caso, vincula la cultura indígena como causa de retraso para las mismas comunidades y para México. Además, el proyecto del INI se apoya en un grupo de estudiosos que por lo general no respaldan la reforma agraria, y busca aniquilar la cultura de los pueblos originarios desde la raíz, para integrarlos al proyecto de homogeneidad nacional. Las novelas y las acciones de Castellanos enfatizan la necesidad de preservar elementos de ambas culturas, no el etnocidio. Castellanos devuelve las tierras de sus padres hacendados a los indígenas, por ser ellos los legítimos dueños, y contempla parte de su obra como un lugar de lucha donde se siente comprometida. Este compromiso e ideas para analizar las relaciones humanas las deriva de la lectura de Weil. En The Need for Roots: Prelude to a Declaration of Duties Toward Mankind. La escritora francesa Weil enfatiza la necesidad humana de fundar bases y arraigo en el pasado francés para crear nuevas bases sociales para el futuro de la nueva Francia después de la Segunda Guerra Mundial. En esta obra se analiza la situación del obrero y campesino francés como seres sin raíces y se plantean necesidades y obligaciones de arraigo hacia estos grupos humanos. En México, Castellanos analiza la situación del hacendado blanco y del indígena, dentro y fuera del sistema económico de la hacienda, y enfatiza esa falta de raíces en ambos grupos humanos y el conflicto violento que surge a través de la convivencia entre ellos. Castellanos resume la trama y las interpretaciones de Oficio de tinieblas a este fundamento:
cuando conviven dos culturas que han perdido sus
raíces y cuya tradición carece ya de savia; cuando
una de ellas es más poderosa que la otra y la subyuga;
cuando los que se encuentran en situación privilegiada
olvidan que los seres sobre los que parasitan son hombres
y les imponen un trato inhumano, las tensiones se
extreman hasta el punto de ruptura violenta
(«Quise rescatar un hecho histórico» 184).
Al enfatizar esta convivencia conflictiva entre ambas culturas, Castellanos apunta al problema del indígena como ente subyugado por una cultura poderosa que parasita dentro del espacio sociopolítico; los indígenas se encuentran en una situación desfavorable, con un trato inhumano, como peones de la hacienda. Este problema histórico y social del indígena como peón se intenta solucionar con una reforma agraria; proyecto que coincide con eventos históricos previos y posteriores a la Revolución Mexicana que inicia en 1910.
La Ley del seis de enero y el artículo veintisiete de la Constitución de 1917 forman parte de la reforma agraria, y surgen para solucionar el problema de usurpación de la tierra, y el estado deplorable del indígena y campesino como peón de las haciendas. La Ley del seis de enero erige las bases revolucionarias de la reforma agraria, ya que declara nulas las enajenaciones de tierras que perjudican a los pueblos y se concede el derecho a un ejido si se carece de terrenos. El artículo veintisiete niega la propiedad privada, y queda subordinada al interés público, pero se pueden otorgar concesiones a las empresas privadas. Los ejidos, las tierras de propiedad semicolectiva de los pueblos, no se pueden enajenar y se subdividen en parcelas individuales (De Beer, 29). Esta política agraria intenta solucionar los males que atormentan a México, entre éstos están el peonismo y el hacendismo.
Luis Cabrera, ideólogo e intelectual de la Revolución Mexicana, propone restituir ejidos a los pueblos para terminar con la esclavitud del jornalero; éste tendría tierras propias para complementar su salario y no se uniría a las fuerzas zapatistas los seis meses que no tiene trabajo en las haciendas (De Beer, 93). La gran extensión geográfica de la mayoría de las haciendas se debe a las leyes promulgadas en 1856; éstas determinaron la desaparición de la pequeña propiedad por latifundios de propiedad privada (92). Entre estas pequeñas propiedades se encontraban los territorios de las comunidades indígenas. Cabrera no es el único en enfatizar este problema de usurpación de tierras indígenas por las grandes haciendas; Andrés Molina Enríquez en su obra Los grandes problemas nacionales (1908) y Emiliano Zapata en su Plan de Ayala (1911) enfatizan la necesidad de solucionar estos problemas con una reforma agraria que permita la devolución de las tierras usurpadas por las haciendas a sus legítimos dueños.
Con la reforma agraria se espera que las grandes haciendas sean fraccionadas; se espera que con esta fragmentación de la hacienda se forme y promocione la pequeña propiedad, reparto de tierras comunales a los pueblos, irrigación y crédito. Esta fragmentación de la hacienda en pequeñas propiedades permitiría una distribución equitativa de la tierra, un incremento en alimentos y una mejora en la situación del agricultor (De Beer 100–101). Históricamente, el gobierno de Lázaro Cárdenas (1934–1940) implementa, como ningún gobierno anterior, la reforma agraria, distribuyendo tierras de las grandes haciendas a los campesinos e indígenas mexicanos. Este evento histórico como suceso revolucionario y solución al problema de la tierra y del indígena se critica en Oficio de tinieblas.
El problema del indígena, como siervo dentro de estos sistemas capitalistas, se problematiza aún más con la concepción que tiene el indígena de la tierra de labranza como madre y la idea capitalista del gobierno de explotación de la pequeña propiedad como solución a sus problemas. No obstante, la novela critica esta concepción del indigenismo ya que el problema del indígena es complejo desde la raíz, desde ese primer encuentro entre ambas civilizaciones. Desde el título se hace referencia a ese primer encuentro, ya que se refiere a rezos funerarios, tribulaciones que se rezan los Viernes Santos.
Históricamente, es un Viernes Santo cuando desembarcan los españoles en el territorio mexicano. Además, en el origen de la problemática que afrenta el indígena se encuentra la implantación de sistemas ideológicos y económicos de índole occidental. Estas imposiciones han sido analizadas como violaciones metafóricas de la nación desde la experiencia de la mujer violada en Oficio de tinieblas. La niña Marcela Gómez Oso, indígena ultrajada y violada en Ciudad Real por el terrateniente blanco don Leonardo Cifuentes, queda embarazada. Para Finnegan, el cuerpo embarazado de Marcela representa una crítica de las estructuras patriarcales que controlan la vida de la mujer indígena. El feto monstruoso que invade el cuerpo representa un producto grotesco de los poderes fálicos que lo crearon, la élite de terratenientes de la sociedad mexicana de provincia (1011).
Finnegan propone que Marcela puede representar una metáfora de la nación mexicana como madre que produce un México monstruoso. Además, señala, «This rape of the indigenous woman by the white man is a graphic re–enactment of the literal rape of Doña Marina (la Malinche) by Hernán Cortés and the subsequent metaphorical rape of the country by the invading Spanish forces». Entonces, en el origen de ese primer encuentro se señala la problemática que afrenta el indígena, ya que metafóricamente sus tierras son el vehículo que permite la existencia de sistemas de índole occidental, que permanecen por medio del poder, la violencia, y a los cuales se resisten las comunidades indígenas.
Este dilema de imposiciones no es descrito de manera maniquea en esta novela neo–indigenista de Rosario Castellanos, ya que el problema de la tierra se desarrolla desde la experiencia individual del indígena. Es decir, una hacienda permite que sus peones, como Pedro Gonzáles Winiktón, puedan integrase a la nación mexicana por medio de una educación la cual muchos indígenas perciben como otro tipo de explotación. Por medio de la educación, y el empeño en aprender, Pedro logra adaptar el mensaje del gobierno de justicia social con la idea de la posesión de las tierras (Oficio de tinieblas 61). Es decir, Pedro liga la idea de justicia social con la tenencia de la tierra como respuesta y solución a las injusticias históricas que han padecido sus antepasados.
La experiencia de Pedro personifica los problemas de la tierra y del indígena. Sus padres fueron usurpados de sus pertenencias y sus terrenos cuando las tropas del gobierno los desterraron por medios violentos y se implantaron en esas zonas las haciendas. Su familia huyó a los cerros más altos y menos fértiles para volverse a establecer hasta que llegaron de nuevo las tropas y los sacaron de allí. Sus padres tenían títulos de las propiedades de las que fueron despojadas pero de nada les sirvió (Oficio de tinieblas 185). Entonces, a los pueblos originarios se les arrebatan sus tierras y se les obliga a huir del peligro del ejército cuando las haciendas se expanden. Al ser desterrados, el indígena experimenta disolución moral y material, síntomas del problema de la tierra. La disolución material ocurre con la desposesión de sus bienes y la moral ocurre cuando el indígena se ata a la hacienda como peón acasillado.
El respeto y autoridad del indígena desaparecen con la pérdida de sus prestigios y atributos humanos como peón; éstos se convierten en seres anónimos, solitarios y desvalorizados. Al no tener suficientes recursos para sobrevivir, Pedro se ve obligado a trabajar para la hacienda «La Constancia,» y experimenta esta disolución moral de la pérdida de su respeto y autoridad como juez de su comunidad indígena. Además, pierde su valor y atributos humanos para convertirse en una cosa, «una cosa útil tal vez para algo, pero sin valor en sí» (Oficio de tinieblas 52). Dentro del sistema de la hacienda se perciben otros problemas que afectan al indígena como el trabajo forzado del baldío, trabajo exigido al indígena en beneficio de la hacienda o funcionarios que respaldan ese sistema (Oficio de tinieblas 51).
En la novela, el trabajo del baldío es uno de los sistemas principales que mantiene al indígena en un estado de esclavitud; este problema histórico del indígena no cesa en estas zonas geográficas aisladas que permiten la existencia de estas prácticas anacrónicas en la hacienda. Sin embargo, la solución gubernamental a este problema del indígena como peón acasillado en estado de esclavitud, es darle tierras propias; este recurso al problema de la tierra y del indígena no soluciona los problemas ya que se remplazaría la hacienda con un sistema capitalista de pequeña propiedad, del cual se espera la explotación de la tierra. Es decir, la reforma agraria simplemente traería otro sistema de explotación económico, ignorando que el indígena tiene una visión distinta sobre el uso de la tierra, ya que la percibe como madre, como un ente vivo del cual depende; se ignora el vínculo humano que existe entre la tierra y el indígena o campesino que la trabaja.
En Oficio de tinieblas, se intentan solucionar los problemas del peonismo y hacendismo con la reforma agraria. Fernando Ulloa, hijo de un zapatista que murió por el ideal de recuperar sus tierras usurpadas por haciendas, trabaja para el gobierno de Cárdenas levantando planos en la zona de Chamula para adjudicar los ejidos a las comunidades indígenas y establecer en los latifundios el régimen de pequeña propiedad (Oficio de tinieblas 125). El hijo del zapatista tiene la esperanza de que la posesión de tierra cambie la mentalidad del indígena en cuanto a su condición de siervo (148–150). Además, promulga el agrarismo, no sólo como solución al problema de la tierra sino como respuesta a la injusticia social, para modernizar a México, y cambiar la vida de los indígenas por medio de la autosuficiencia, equidad social, económica, y humana (233). Sin embargo, su esfuerzo de implementar la ley agraria es inútil ya que existe una oposición reaccionaria de la clase terrateniente que mantiene a la iglesia como aliada, maneja el control político, y recurre a la fuerza militar para mantener su poder (87). Es decir, Ulloa muere en este intento por implementar la ley agraria en una zona aislada donde las leyes del gobierno no son válidas ante los poderes locales (361).
Estos eventos marcan la complejidad de las soluciones del problema de la tierra y del indígena, ya que el poder local reside en entes enraizados en la historia; es por medio de su aprendizaje histórico y del uso de elementos históricos, como las «Ordenanzas militares», lo que permite que se justifique el uso de armas en contra de los indígenas cuando sus acciones se perciben como una amenaza al orden establecido.
Como se ha señalado, Oficio de tinieblas es una novela que indaga en algunos orígenes de problemas culturales y sociales que han creado conflicto desde la llegada de los españoles a tierras de los pueblos originarios. Estas cuestiones sociales de la tierra y del indígena, no se logran solucionar con la reforma agraria en estas zonas geográficas aisladas chiapanecas, ya que el terrateniente blanco logra mantener la posesión de sus tierras mediante el uso de armas, y su alianza con el poder militar, político, y religioso de la región. Esto implica una crítica a los gobiernos mexicanos que propagan oficialmente la idea de un México moderno, de igualdad humana y social.
La violación de la niña indígena Marcela es una representación de la violación literal histórica (de la mujer) y metafórica (de la nación) que continúa. Esta violación se percibe como la continuación del espacio geográfico de México que es violado por sistemas occidentales que valoran más la producción económica y la satisfacción propia de la clase dirigente. En este espacio, se perpetúan mecanismos que permiten la subsistencia de elementos patriarcales, a los cuales se espera que el indígena sea subyugado completamente. Es decir, la reforma agraria no es una reforma profundamente radical que soluciona los problemas del indígena; además, las haciendas no son del todo espacios que mantienen a sus peones como esclavos.
Pedro puede percibir su concepto de justicia social desde una educación y contacto con el presidente de México, gracias a las oportunidades proporcionadas por la hacienda. No obstante, el problema de la tierra y del indígena queda sin solucionarse para la mayoría de los indígenas que intentan recuperar lo que les perteneció a sus antepasados.
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* Noé Ruvalcaba es Doctor en español de la Universidad de California, Riverside. Tiene una maestría en lenguas extranjeras y pedagogía de la misma univarsidad. Es experto en literatura latinoamericana del siglo XX. Realizó estudios latinoamericanos y español en la Universidad de California, Santa Bárbara. En otoño de este año (2013) será profesor asistente de la California Baptist University.