Literatura Cronopio

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Maria domestica

MARÍA LA DOMÉSTICA

Por Max Sihman*

Las circunstancias propias de la modernidad, como sus exigencias y compromisos sociales, empujaron a Horacio a despegar físicamente del entorno familiar de hace treinta años.

Vivía solo en un apartamento alquilado con las comodidades y con lo necesario para conservar el equilibrio vital. Sus exigencias nunca fueron muchas, más bien sencillas dentro de lo acostumbrado por su nivel profesional, valga decir, un buen equipo de sonido, la computadora, actividad física y una buena cama King size.

Horacio contemplaba las estrellas y se inspiraba cada vez que salía luna llena, inspiradora de tanta poesía, testigo de los más encarnados romances y ladrona de la infinita luz del astro rey que ilumina todas las noches los escondidos encuentros, cual vigilante que cuida su propiedad. La misma que dispersa en el solsticio la energía renovadora para las declaraciones de amor, y del dulce amanecer que llena de esperanzas y promesas los labios de las jóvenes parejas.

Los lunes y viernes viene una doméstica para limpiar, cocinar y lavar. Las aptitudes literarias de Horacio han estado circunscritas a ensayos en diferentes tópicos, como respuesta a interrogantes propios de la existencia, sin eludir la influencia que sobre él ejercieran algunos clásicos pensadores de diferentes épocas. Horacio es de signo Escorpión. Sin tener la certeza de esta aseveración, su prevalencia siempre estuvo asociada al sexo. Fue muy precoz en las relaciones heterosexuales, actividad que continuó en la frecuencia poco usual para sus 66 vueltas alrededor del sol. Despertó hoy con la mente todavía alimentada por el evento social de anoche; si bien fue un compromiso social ineludible, le quedó un vacío por no haber culminado la jornada con una dama en su cama.

María le pregunta si quiere el café, ella es la doméstica de aproximadamente 25 años, morena, de ojos negros, 1.55 de estatura, algo gruesa en el abdomen y caderas, extremidades inferiores bien proporcionada y que en los pies traía las Nikes.

Mientras Horacio toma el café, la observa fijamente y le ordena que se descalce. Ella, sin entender el propósito, pensó que debería encaramarse al clóset para limpiar, y le dice que lo va a hacer luego. Horacio insiste en que se quite los Nikes ahora, ella obedece y se descalza, recibe en ese momento una fibrilación electrificante y su pulso se acelera al ver sus pies desnudos sobre el piso. Sus dedos tienen las uñas pintadas de carmesí, adornadas con unas diminutas florecitas y sus formas son un tanto larguiruchas que le deleitan la vista. En un tono de hilaridad le dice que sus pies se verían mucho más sensuales si cambia el blue jean que tiene puesto por unos cortos que usa para hacer ejercicios. Con una delicada sonrisa le dice que no sabe si debería hacer eso. Sin embargo, y por insistencia, ella se mete en el vestier y al salir quedó absorto por la inusitada perfección de sus muslos, piernas, tobillos y pies, el contraste de su piel es muy tenue entre el muslo blanquecino y las piernas más oscuras. Insiste que se coloque una camisa suya de mangas largas y se amarre un nudo a la cintura, pudiendo visualizar el ombligo que sobresale de su abdomen, también de tenue tono blanquecino.
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Le pide que suba a la escalerilla de tres peldaños que usa para limpiar los estantes. Así contempla sus posaderas, firmes y provocativas. Le pide que se baje de la escalerita, la toma por los hombros, con un suave acariciar en su cara la lleva lentamente hacia el sofá y le pide que se siente. Horacio se arrodilla ante ella, le toma un pié y acariciando sus deditos le pide que se deje besar esos deditos. Le dice —María, ¿alguien antes te ha acariciado con la boca de esta manera tus deditos?, qué sientes? —Ay señor, me da como unas cosquillas, —¿tienes novio?, —Si, vivo con un muchacho del barrio —¿Te trata bien? —A veces es muy rudo y nunca me había besado mis dedos, ja ja ja —No comentes esto con nadie, te estoy enseñando unas cosas que jamás habías sentido.

Vuelve a acercar a sus pies y ahora le succiona dedo por dedo frotándolos con la lengua y besándole las puntas, siente que ella tiembla y con destreza sostiene los pies con algo de fuerza, sigue mordisqueando su talón y la planta, no siente olor alguno, quizás por el frenético acto de lamer sus pies. Sus manos alcanzan a acariciar los tobillos y lentamente al estirarlos llega a sus rodillas donde se detiene y le insinúa que las va a besar.

La naturaleza erógena de una mujer, además de las zonas conocidas, también ejerce un fuerte estímulo en la rodilla y su parte anterior. —Ay señor, no me siga tocando allí, es que me pongo muy sensible. —Esa es la idea, María, déjate acariciar toda esa zona, yo te prometo que te respetaré tus partes íntimas. —Es que tengo que terminar de limpiar y cocinarle algo para esta noche —Ok, vuelve al vestier y vístete con lo tuyo, yo me voy a bañar, el viernes será, ahora tengo que salir.

Con una carga todavía de emociones indescriptibles lleva a cabo una serie de tareas acordes con sus quehaceres, siempre con la imagen presente de los pies de María. Se preguntaba qué sería la sensación de ella. ¿ Estará igual de inquieta como yo? ¿Espera ella el viernes con las ansias de repetir nuestro secreto?

El viernes muy temprano abre ella la puerta del apartamento, traía una sombrilla pues estaba lloviendo, Horacio nunca se despertaba antes de las 8 a.m., sin embargo ese día estaba esperándola en la sala. Se veía muy risueña y un poco mojada, se acercó y ofreció cambiarse con una de sus camisas, le tocó suavemente el pelo y le besó en la frente, ella se inclinó y con un tono de sentimientos y con frases entrecortadas le dijo —Ay, ¿usted cree que esto está bien? —Todo está bien, no te preocupes, yo te lo garantizo.

Una mujer a quien nunca se le había tratado con delicadeza o con ternura estaba sintiendo un apoyo y a la vez recibía un tratamiento de placer físico.

Le propuso que una vez terminara con la limpieza, irían a desayunar en un lugar apartado de la ciudad. Todavía llovía a cántaros cuando salieron del apartamento. Ella opuso un poco de resistencia para sentarse en el asiento delantero, a su lado. Le suplicó que eso estuviera bien, de todas maneras con la lluvia y los vidrios ahumados no se veían por dentro. Tomó el camino de la circunvalación que se dirige al norte de la ciudad, conociendo muy bien esos lugares pues acostumbraba ir a la playa los fines de semana.

Bajó un poco la velocidad mientras le tomó la mano y preguntó cómo había pasado los días anteriores, sin esperar respuesta de ella como era su costumbre, parca y silenciosa no habló. Resolvió dejar esa conversación y estacionar el carro a un lado de la carretera. Le preguntó con una sonrisa —¿Te vas a quitar los Nikes? —Sin titubear ella se descalzó.

Como era de esperar, tomó sus pies acariciando el empeine de ambos, con leves movimientos entre sus dedos sintió un suave encorvar de los mismos con tensa tracción, lo cual indicaba que ello le producía un efecto de intranquilidad, le propuso relajarse y continuó ahora con su boca hacia cada uno de sus dedos, ella se estremeció cuando le succionó el dedo gordo, dijo tener muchas ganas de orinar, supuso sería una reacción fisiológica producto de un preorgasmo. Una vez calmada, continuó chupando los demás dedos alternando de un pie al otro. En esa posición casi de cuclillas en el asiento del carro, pudo acercar su cara a la coyuntura de sus muslos, allí donde está su genital, toda vez que usa pantalón ajustado pudo igualmente percibir el sensitivo olor característico de un flujo vaginal usualmente segregado en momentos de excitación. Le acarició el pubis, ella se echó hacia atrás y dijo que no lo hiciera.—¿Tienes miedo? —No quiero hacer eso aquí —No lo vamos a hacer, sólo te voy a acariciar tus muslos.
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Horacio logró que se bajara el jean y la panti, y con el ímpetu de los impulsos indetenibles comenzó a saborear su clítoris. Fluye las palabras de manera natural, Horacio emprende una prosa que compagina con los sentimientos y habilidades poéticas y literarias:

«Hoy vi tu pubis de cerca, tierno y pincelado. En mis pensamientos surcaron los más atrevidos deseos, besarlo y levemente morder suavemente cada lonja de piel, el jugoso y dulce sabor tímidamente pasó por mi boca en un sueño sin despertar. No quiero salir de este trance, hago de este momento un derroche de la imaginación. La escultura tan perfecta de labrar esa bella apertura adornada por el volumen sensual cual gajo de mandarina, levemente asoma una linda protuberancia. Acercarme despacito sin despertar la sospecha de la intención, esperando tu respuesta, intento con ternura un primer encuentro. Emprendo la búsqueda alrededor de la comisura y entre sensaciones indescriptibles plácidamente posar mi lengua. Percibo una locura y el olvido total de la escena, mientras nuestra lujuria permite que se introduzca el áspid granate y se toque la pera. El rechazo natural que es reflejo de un primer encuentro, vence el miedo y vuelve el frenesí. Burlando la primicia y aún con una mayor intensidad nos aferramos en un solo encadenamiento de placer. Guardo escondida una esperanza perdida de penetrarte, tu mirada es tan febril que entendiste mi intención. No habrá tal hecho, tienes un nido prohibido y lo soportaré. Declamo esta pena, quiero sólo volver a contemplarlo de cerca. No habrá olvido, he imaginado una sombra en el aire, que llenan las cortinas jugosas de pubis, seguiré pensando en ti y quizás el milagro me permita algún día mirarlo de cerca. Regreso a mi destino, siguen cayendo gotas, la ilusión de verte, la pena de regresar con solo un recuerdo de ti, ya no hay otoño, ni verano, me queda la lección que no existen esas emociones en ninguna parte, que tu estancia no la cambio por ninguna, puedo irme de este mundo pero las cosas buenas ya las viví. Un beso tuyo no la cambio por ninguno, me voy con ese fresco y dulce sabor de virginal primicia.»

Cesó de llover y dispuso regresar al apartamento. Ella se alejó de él, sentándose casi acostada a la puerta del carro. —¿Estás molesta? —No, es que no sé qué va a pasar después, el lunes. —Ja ja ja, el lunes no va a pasar nada, tu vienes como de costumbre a limpiar.

La dejó en la puerta del apartamento y fue hacia el centro de la ciudad. En una tienda de ropa íntima le compró un juego de pantis y brazieres de color negro, con encajes y secciones transparentes. Soñando que lo estrene el lunes, no logró quitarse ese pensamiento de su mente.

El día esperado, Horacio la recibe muy temprano, ella entró con pasos rápidos y se dirigió al vestier. La tomó por la mano y le dijo, entregándole la caja con el panti y braziere, —Te tengo un regalito. Le susurró en el oído —Es para que te lo pongas solo para mí. —Ay señor, ¿cómo me llevo yo esto para mi rancho? —No te lo llevas, lo dejas aquí y me lo desfilas todos los viernes. Ahora ve y te lo pones.

Ella regresa del vestier totalmente vestida con sus bluejeans y blusa, —¿Entonces me dejas a la imaginación tus ropas íntimas? —Ella ríe graciosamente y asiente con la cabeza. A todas estas, ella insiste que la casa no está limpia y debe comenzar el trabajo, lo cual tiene sentido, y aprovechando su oficio logró adelantar algunos escritos y leer unos documentos. Aún no había terminado, preparó dos copas de vino tinto y los llevó a la sala.

La invita a sentarse a su lado, la conversación tuvo un fragmento de tristeza al ella confiar que fue abusada rudamente por su novio el sábado en la noche. ¿Cómo podía Horacio compensar esa calamidad sufrida por ella? Pues allí comenzó su abordaje, con leves y suaves caricias le indicó que con él estaría tranquila, le pidió que enseñara cómo le había quedado el regalo. Pidió que cerrara las cortinas y no encendiera la luz, quitándose primero la blusa, cruza ambos brazos para taparse los senos. —Te queda perfecto el sostén, déjame bajarte el bluejean —Sin titubeos ella se dejó, alcanzó a bajar la cremallera y entonces se veía el panti negro de encajes. La delicia de desvestir lentamente y por partes a una mujer produce un efecto de placer por segmentos, cada pieza y cada centímetro te va entusiasmando progresivamente y sin lugar a dudas se refleja en la erección del miembro.

Horacio comenta: Cuando ella se encuentra frente a mí, con solo las prendas íntimas, veo en su cara una mirada provocativa y de aceptación, no pudiendo descifrar su mensaje, si es de complacencia, de felicidad, de entrega o de anhelos reprimidos.
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*Max Sihman es escritor costarricense. Es autor de diversas columnas de opinión en Costa Rica. Este fragmento es el primer capítulo de su novela «María La Doméstica», publicado por Mejores Copias S.A, editorial de ese país centroamericano.

N. del E.: Para claridad, y por razones de corrección, este texto puede presentar diferencias notorias respecto al original.

3 COMENTARIOS

  1. Excelente trabajo, sin ser pornográfico excita mucho, de una forma elegante y limpia. No sabía de tus habilidades y la verdad que merece una felicitación.
    Estaré pendiente del próximo capítulo …..

  2. La lectura atrae desde el comienzo y crea curiosidad por descubrir los avances de Horacio con su empleada, sin caer en lo pornografico hay una buena dosis de exitacion, erotismo y fetichismo que invita a continuar con la lectura… espero el proximo capitulo !!!!

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