LAS CULPAS DE LA ABUELA
Por Ricardo Gómez*
Cuando nació mi primera hija en Montreal me di cuenta de que la culpa la tenía mi abuela: ¿por qué había ella elegido migrar al Canadá en los años 40, en lugar de a cualquier otra parte del mundo? Así que le escribí una carta preguntándole, pero no me respondió. Unos meses después llegué a visitarla a su casa, poco antes de que muriera sonriente después de haber vivido 85 años. Entré con la bebé en los brazos, y al poco rato me dijo que quería responder mi carta, pero que ya las manos no le daban para escribir. Así que me iba a contar.
En el 49, con la violencia que desató el asesinato del candidato Gaitán, le entró a ella por irse a buscar nuevos aires. Su esposo, un pintor reconocido que había estudiado en España, no quería ir a los Estados Unidos; y la plata no alcanzaba para ir a Europa con seis hijas y un hijo a bordo. Así que partieron rumbo a Canadá, que no era ni lo uno ni lo otro, y donde alguien tenía un amigo que conocía a alguien. Llegaron todos a Halifax, donde se quedaron estudiando las niñas mayores, y los demás se instalaron luego en Toronto, donde se repartía la leche en carretas tiradas por caballos percherones. La abuela llevó unos cuadros del pintor, pero las galerías no creían que fueran pintados por él, hasta que lo vieron pintar uno, de principio a fin, en el estudio de Toronto. «Ese cuadro le costó muchísimo trabajo», me dijo ella; «pero al fin lo terminó». Era, como tantos otros, un retrato de cuerpo entero de ella, con vestido de noche.
Mis hijos tiraban piedritas al lago, años después, mientras mi tía nos contaba a carcajadas que no había encontrado nada de la escuela de monjas de Halifax, donde se iban a fumar a escondidas detrás de unos matorrales. No habían pasado sino cincuenta años. Mis hijos seguían tirando piedritas al lago, diciendo «tira, piedra, agua». El tiempo se detiene, o anda en reversa.
Hace poco estuve en Toronto, y fui a recorrer rincones de la universidad en la que estudió mi papá en Toronto, donde yo nací. Viví de puro milagro, tras un parto inducido a los siete meses de embarazo de mi mamá. Entré a la capilla universitaria que había expedido mi fe de bautismo, un bautismo a las carreras, salpicando agua con una jeringa sobre el bebé prematuro dentro de la incubadora. El capellán les dijo que era pecado usar la píldora anticonceptiva, y decidieron pecar, con plena conciencia, y regresaron a Colombia con dos bebés, mi hermana y yo.
Yo nací por accidente en Toronto, donde nunca viví. Y 25 años después, mi hija nació en Montreal, donde ella nunca vivió. La geografía cruzada con la historia, por culpa de mi abuela.
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* Ricardo Gomez es Profesor Asistente y Director del Centro Información y Sociedad de la Facultad de Información de la Universidad de Washington. Se especializa en los impactos sociales de las tecnologías de comunicación, especialmente en contextos de desarrollo comunitario. También se interesa por los métodos de investigación cualitativa, la facilitación de grupos y el diseño de procesos colectivos. Busca maneras creativas de comunicar ideas complejas en lenguaje sencillo, y ha trabajado con organizaciones públicas, privadas y sin ánimo de lucro alrededor del mundo, con un énfasis particular en América Latina y el Caribe. Antes de la Universidad de Washington trabajó con el programa de relaciones con la comunidad de Microsoft, y con el Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo. Tiene una maestría de la Universidad de Quebec en Montreal, y un doctorado de la Universidad Cornell.