AL BARRIO CHINO, ALGUNA VEZ, FUERON LOS ABUELOS
Por Walter E. Pimienta Jiménez*
Al Barrio Chino de Barranquilla, o a lo que hoy todavía queda de él (que ya es muy poco), no hay que mirarlo con ojos condenadores del pecado sino «con ojos de abuelo pícaro», en tiempo pasado y con una lágrima asomada… ¡Ah! … y por entero… ojalá en medio de todas las luces del día; es decir, a cualquier hora y, después, después añorar, imaginar y fantasear para del mismo decir todo en un instante de sosiego mientras, ensimismados, se nos hace muy evidente allí otro mundo construido al alcance de la mano… Porque aunque yo jamás le visité antes y cuando tuvo vida de celestina la ciudad (pues ni siquiera había nacido aún), y éste fue centro de la felicidad completa, la primera vez que por allí pasé tuve la callada tribulación de haber estado aquí de manera repetida en los repetidos amores de todo tipo, de todo precio y de todo gusto de todos los queridos viejos que, «por cosas de hombre», sin miedo a las enfermedades de la mala vida y contra las cuales sólo se disponía de permanganato de potasio, algún día le frecuentaron y vivieron en sus rincones violentas ilusiones, quereres truncados y suicidios ejemplares en tiempos en que lo inmoral era «oculto» y, por serlo, más se sabía…
DESANDANDO EL TIEMPO
Caminé una tarde por sus estropeadas calles, las mismas que caminaran disolutos practicantes de los amoríos de consolación, y no obstante la suerte conspiradora del paso de los años para sumirlo moribundo en un éxtasis doloroso, desandando el tiempo, sentí allí viva en cada esquina la memoria difusa de los fantasmas que le habitaron hablando entre ellos porque ya habían estado acá antes que yo «sin haber venido nunca».
—«Yo, en ningún tiempo fui por allá» —me confiesa en presente melancólico y avergonzado el viejo Benito.
—«Mañana vuelvo, Rosa, y, si puedo, todos los días» —decía éste mismo personaje ayer en tiempo convincente y optimista y cuando «las mujeres de la vida», poseedoras del contraveneno que cortaba el efecto de la vela compuesta conque las mujeres alumbraban los retratos de sus maridos, «le amaron» y, con ellas, luego de bailar mambos, mazurcas y tangos, desnudo y sintiendo el corazón en la boca, tembló en sus brazos en tanto que éstas, mercenarias del amor teatral, atormentadas por los recuerdos, abandonadas a su soledad y, perdidos un día sus encantos parisinos, lloraron, lloraron por un momento que se les fue, que tuvo su trascendencia añorando a la remota Francia o a la melódica Italia de sonrisa fija y de borrachos callejeros, tierras a las que nunca más volvieron al quedarse inmersas en una falsa y triste alegría inacabable y de la cual sobreviven sus ecos a través del tiempo, un tiempo que existió aunque pocos (ahora) perciban la realidad en «la discreta doble moral» de quien vive diciendo siempre que «ahora es otro», el mismo «santo varón pecador», que toda la vida ha sido…
PIEL A PIEL
En el Barrio Chino, lugar donde el amor, piel a piel, convulsionó de ansiedad y esperó con las puertas abiertas sin dormir, jamás fueron más azules los ojos azules o los ojos verdes de las rubias putas francesas y jamás más erecto, duro, viril y fuerte el nervado arterial y latente músculo generador de vida y placer…
LUMINOSO Y ENIGMÁTICO
En el Barrio Chino, luminoso y enigmático, los bisabuelos de ayer y los abuelos de hoy, alguna vez fugitivos, pidieron posada y bebieron y bailaron música de pianola y fue allí donde, entre extranjeras de abultado pecho, de cabellos de extraños colores y pintadas como un pastel, de corazones generosos y con una magnífica vocación para el amor de paga, enroscados como gatos, al calor de sus axilas, confiesan concupiscentes que existieron por primera vez, existieron por completo, de manera inequívoca e irrevocable…
DE CORBATA Y LINO
Al Barrio Chino, alguna vez, siendo jóvenes, de corbata y lino y con zapatos de dos tonos, jubilosos de vivir y dándose un lugar en el mundo, fueron los abuelos…, alguna madrugada vencidos por el dolor insoportable de la virilidad reprimida y en aquel sitio, punto de la felicidad de dormitorio, el tiempo que no era tiempo en los relojes de leontina giraba al revés y sin urgencia y lujurioso…
Al Barrio Chino, sitio de las avezadas en trastornos del amor, alguna vez, de jóvenes, fueron los abuelos y en él, casa de los recuerdos ahora, evocación de lo implacable antiguamente, sigo hoy buscando y buscando las imborrables huellas de quienes en el fulgor del pasado aquí estuvieron antes de estar jamás…
Al Barrio Chino de Barranquilla, o a lo que hoy todavía queda de él (que ya es muy poco), alguna vez fueron los abuelos cualquier día y, por así decirlo, a la sombra de un pasado muy presente, vive aún la historia de la alta baja sociedad que ya no es…
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* Walter E. Pimienta Jiménez es escritor costeño, nacido en Juan de Acosta, departamento del Atlántico (Colombia). Docente, periodista y escritor. Licenciado en Español y Literatura. Ha publicado las siguientes obras: «Añoranzas de mi tiempo», becada por el Fondo de Cultura del Departamento del Atlántico. «Historias de por aquí», publicado por Edición Fama Producciones. En preparación: «Cuentos cortos de lo ni tan común ni tan corriente», «Mis abuelos eran un cuento», «La hora una» y «Fatal, fútbol fatal». Colaborador habitual en el Diario La Libertad y el Diario El Heraldo de la ciudad de Barranquilla. Contacto: walter53pimienta@hotmail.com
*El presente texto hace parte de su libro «El último polvo. Libro de notas. Porque hay cosas que pueden ser peores».
He leído cosas sobre Barranquilla, pero ninguna como esta. Frentera y con la verdad por delante…diciendo del pecado y de la doble moral lo que toca decir… así somos… Felicito al uator y a Cronopio… Éxitos
Extraordinario. guarda el pasado en presente. Así he leído cosas de Rulfo. Éxitos