UN LIBRO DE ISABEL ALLENDE ES TODOS LOS LIBROS DE ISABEL ALLENDE
Por Laura Galindo Morales*
Durante mis épocas universitarias, siempre me hicieron saber que era una pianista llena de musicalidad y expresividad pero con serios problemas técnicos, en palabras de la maestra de mi maestra: «the right spirit, the wrong notes» —el espíritu correcto, las notas equivocadas—. Nunca me importó mucho, siempre tuve la admiración del público, logré conmoverlos, recibí sus aplausos y en un par de ocasiones los vi llorar. Me resigné a ser de los de «the wrong notes» porque supuse que mi «right spirit» hacía todo el trabajo.
Leer a Isabel Allende sin duda conmueve, en repetidas ocasiones he tenido que dejar de parpadear para que no se me escurran las lágrimas o me ha electrocutado ese corrientazo en el que se manifiesta físicamente el emocionarse ante algo bello. Sin embargo, a los pocos párrafos se pierde el encanto, su literatura se llena de lugares comunes, la falta de profundidad en su construcción de personajes queda al descubierto y cae en algún lirismo barato. Por cada momento magistral, en donde el lector es tocado en su sensibilidad, siguen páginas y páginas de historias repetidas y poco convincentes. Si la maestra de mi maestra tuviera que emitir un juicio a cerca de la literatura de Isabel Allende, seguramente diría: «the right spirit, the wrong words» —el espíritu correcto, las palabras equivocadas—.
El primer libro de Allende que tuve en mis manos fue «Cuentos de Eva Luna», lo leí de un sólo tirón, sus historias llenas de imágenes poéticas me atraparon desde el principio y me dejaron con sed de seguir leyendo, tanto así, que cometí el error de pedir que me vendieran todo lo que había de ella en la librería, arrebato poco aconsejable porque cabe la posibilidad de encartarse con bosques enteros de mala literatura. En este caso, no fue tan drástica mi equivocación, pero definitivamente no fue un acierto, descubrí que si bien las imágenes poéticas persisten, sus personajes siempre son los mismos bajo distintos nombres y sus temas son tan repetitivos que al final uno no sabe qué leyó en cuál libro.
Cuando yo era niña, mi abuela tenía un almacén de ropa de lana en el que vendía abrigos, chaquetas, sacos y chalecos. Ella misma tejía cada una de las prendas, se valía de unos moldes de cartón sobre los cuales se iba entrelazando la lana para dar forma a cada una de las partes, luego se unían y la prenda se daba por terminada. Había moldes de cuellos, de puños, de mangas, de espaldas, se podían combinar de distintas maneras, con diferentes colores o con distintos tipos de lana, pero invariablemente eran los mismos puños, las mismas mangas y los mismos cuellos. Los libros de Isabel Allende están hechos igual que la ropa de mi abuela, con moldes de personajes e historias que va revolviendo a su antojo.
Existen pues, tres moldes clarísimos: la vida de una niña huérfana, con un don especial, que luego de superar mil dificultades se enamora y vive feliz por siempre; alguna comunidad indígena milenaria y perdida en la historia, que vive en un lugar de ensueño y está invadida por una sabiduría ancestral o la dictadura chilena, en donde el dictador pisotea los derechos humanos mientras un grupo de revolucionarios idealistas lucha por un poder más benévolo. En algunas ocasiones aprovecha para mezclarlos entre sí y en otras, simplemente escoge los personajes que mejor se acomoden y los cose a la historia de turno.
Los personajes también vienen en moldes: el hombre enamorado y no correspondido por su mujer, muy tosco y muy árido para poder conquistarla, pero que logra casarse con ella gracias a su fortuna o su poder; el revolucionario de ideales románticos que entrega su vida a una causa y no cree en el amor o en las mujeres porque lo vuelven vulnerable; la mujer que un buen día decide que es tiempo de morirse, se arregla, deja todo en orden y simplemente se acuesta en su cama y se muere; la niña huérfana, criada por su nana, niñera, cocinera o cualquier empleada de turno, que desafía el rol establecido para las mujeres de su época; el indígena mágico y etéreo, cauteloso y sabio que vive en perfecta armonía con la naturaleza; la mujer resignada que se casa por arreglo o conveniencia con un hombre que lejos de amar aborrece y vive toda su vida rogando que se muera mientras suspira por el amor de otro; el altruista, entregado a la caridad que por voluntad propia decide vivir entre pobres y enfermos y es capaz de quedarse desnudo con tal de que alguien más necesitado tenga con qué vestirse, en fin, los personajes siempre son los mismos, en contextos y con nombres diferentes, pero en esencia, los mismos.
Ni siquiera sus producciones autobiográficas se salvan, llámese Afrodita, Mi país inventado o Paula, la narración oscila entre Chile, las costumbres chilenas, la revolución, la dictadura, dejar chile, llegar a San Francisco y conocer a Willy su actual esposo, las historias cambian, se enriquecen o se complementan, pero siempre siguien el mismo hilo conductor de eventos.
Ahora, no niego que me he reído de forma autista con sus anécdotas y hasta he tomado algunas de sus frases como mantras personales, «soy heterosexual pero no fanática» o «supongo que hay gente que planifica su vida, pero en mi caso he dejado de hacerlo hace mucho tiempo, porque mis propósitos jamás resultan», de Afrodita y Mi País Inventado respectivamente. Reconozco haberme emocionado con el amor de Alba y Miguel en La casa de los espíritus, el de Analía Torres y el maestro en Cartas de amor traicionado, o he fantaseado con un hombre que se enamore de mi de la misma forma en que Francisco se enamora de Irene en De amor y sombra, repito una vez más, que el fracaso de Isabel Allende no está en su comunicación con el lector, está en que esos momentos son chispazos, se apagan un par de páginas más adelante y se ahogan bajo descripciones clichés o metáforas de mal gusto:
«Mucho después, cuando sintió vibrar el cuerpo de ella como un delicado instrumento y un hondo suspiro salió de su boca para alimentar la suya, una formidable represa estalló en su vientre y la fuerza de ese torrente lo sacudió, inundando a Irene de aguas felices». (De amor y sombra)
De los tres hilos narrativos de Allende hay uno que falla abiertamente: la dictadura. Es entendible que la autora esté marcada por este acontecimiento y que se haya convertido en parte indispensable de su quehacer artístico, sin embargo, resulta postizo, se convierte en una narración muy noticiosa para ser literaria y muy decorada para ser periodística. García Márquez lo explica mejor que yo en una de sus cartas a Plinio Apuleyo: «…la literatura positiva, el arte comprometido, la novela como fusil para tumbar gobiernos, es una especie de aplanadora de tractor que no levanta una pluma a un centímetro del suelo». Esto no quiere decir que García Márquez este divorciando la política y la literatura, es más, él mismo las ha unido en repetidas ocasiones —la novela del dictador y Cien años de soledad por no ir tan lejos—, la diferencia es que en su caso, son los personajes quienes le dan vida a tales eventos y no los eventos, quienes toman protagonismos usando a los personajes como pretexto.
Hasta el momento, me he dedicado a mencionar asuntos explícitos y meramente literarios, basta abrir un libro al azar y comenzar a tachar cada cosa que he mencionado, pero entre líneas, hay otro asunto latente. Allende parece querer romper estereotipos femeninos, mostrar que en épocas en las que o se era esposa o se era puta sus protagonistas lograban valerse por si mismas y encontrar caminos que desafiaban por completo las costumbres de la época.
Quiero ser reiterativa en que «parece» querer romper estereotipos —sólo en apariencia—, ya que si bien sus protagonistas transgreden las barreras sociales y desafían los roles preestablecidos para la mujer, también reafirman la mujer sacrificada, vulnerable a sus sentimientos e invadida por un reflejo maternal y de protección por los demás. Una mujer para la que resulta imposible enamorarse sin ponerse al servicio del hombre que ama y convertirse en una extensión de él; le pasó a Eva Luna con Carlé, a Alba Trueba con Miguel, a Clara con Esteban, a Zarité con Zacharie, a Irene con Francisco y así podría seguir libro por libro. La mujer que escribe Allende, no es fuerte ni independiente, adopta tales cualidades por instinto de supervivencia, pero no duda en abandonarse bajo la protección masculina tan pronto le es posible, anulándose ante su autoridad y ansiosa de volverse una madre–amante devota y consagrada. Son mujeres modernas que en realidad sueñan con dejar de serlo.
Como es de suponerse, yo no soy la primera persona que nota las inconsistencias de Isabel Allende ni pone en entredicho sus libros, la critica siempre ha sido certera al respecto, pero ella, no se si sensata o prepotente, siempre le ha restado importancia. «Que me importa que un caballero barbudo me ponga una crítica pésima, si tengo una cola que sale del corte inglés en la lluvia para la firma del libro, ¡que se joda el caballero barbudo!», afirmó entre aplausos durante la gira de lanzamiento de La Isla bajo el mar en el año 2009.
Sin importar que tan malas sean las reseñas sus ventas siguen en aumento, tanto los lectores de García Márquez y Faulkner como los lectores de Dan Brown y Coelho leen a Allende, los primeros en las salas de espera de los consultorios, los restaurantes, los bancos y demás espacios en que hay que matar el tiempo de alguna manera para no morirse de impaciencia, y los segundos, en la firmeza más inamovible de que es una joya de la literatura universal. Personalmente, la encuentro muy efectiva para leer en esos momentos que son demasiado cortos para hacer algo y demasiado largos para no hacer nada, ya que si entre momento y momento se me pierde el hilo, puedo seguir donde se me antoje. Sin importar cuál es el título o quién es la protagonista, siempre estaré leyendo el mismo libro.
Conferencia Magistral con Isabel Allende. Cortesía de iNoticias22. Pulse para ver el video:
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=tPuXKvHFtlE[/youtube]
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* Laura Galindo Morales es pianista bogotana, graduada de la Pontificia Universidad Javeriana, radicada en Medellín. En el año 2008 fue seleccionada por la Pontificia Universidad Javeriana como ganadora del concurso Jóvenes Músicos Javerianos en modalidad solista y en el año 2010 en modalidad de grupo de cámara con un formato de piano y voz. Se ha presentado en diferentes salas de concierto entre las que se destacan la sala Teresa Cuervo Borda del Museo Nacional, el auditorio Pablo VI de la Universidad Javeriana, la sala Otto de Greiff, la sala de conciertos de la Biblioteca Nacional, el auditorio Fundadores de la universidad Eafit y la Cámara de Comercio, estos dos últimos en Medellín. Entre los años 2008 y 2011 se desempeñó como docente en la universidad Javeriana y durante el año 2012 lo hizo en la universidad EAFIT de Medellín. Actualmente forma parte del grupo de investigación perteneciente a la línea de interpretación en la misma universidad y ejerce como investigadora junior. Desde el año 2012 y bajo el nombre de LauraGalindo M. escribe el blog «El que se queja sus males aleja» para la casa Editorial El Tiempo, tratando temas actuales y cotidianos con un dejo de sarcasmo y humor. Twitter: @LauraGalindoM