Literatura Cronopio

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Dictado mundo

DICTADO DEL MUNDO:
Una Guía de viaje para estudiantes de poesía y otras especies en vía de extinción

Por Manuela Gómez Quijano*

Hace trescientos años, durante la plenitud del intenso movimiento del haikú, los poetas eran monjes o quizá lo que pasaba era que los monjes escribían poemas. Se vivían otros tiempos, menos virtuales, más espontáneos. Los maestros eran Samuráis que acogían a un discípulo por vez, el arte de la poesía oriental se transmitía de un corazón a otro corazón, tal y como creemos deben ser comunicadas las pasiones. Hace tres siglos los poetas viajaban para buscar la luna y, si en el camino elegían una piedra para descansar, era porque justo ahí, se había compuesto un antiguo verso que llevaban a manera de equipaje en la memoria. Eran otros tiempos, quizá más poéticos.

Más que una guía, este texto quiere ser un proyector, acaso uno pequeño, de 8 milímetros. De los que se encendían en las casas de antes. La familia reunida y el viajero en el centro, relatando uno a uno los fotogramas de su viaje. Claro que en este caso, y esto es de vital importancia, los fotogramas son haikús: poemas, que en tres versos condensan toda la intensidad de un mundo, el mundo del que viaja. Sabemos que ahora son distintos los viajes y que las guías contemporáneas presentan extensas galerías de los lugares a visitar, incluso las direcciones de los restaurantes y las tiendas de moda. Comprendemos que tal vez, el viajero al que esta guía se dirige está ya en vía de extinción, tal vez. Pero, inspirados en los peregrinos de Oriente, intentamos fabricar un instrumento, que conserve como primer propósito la invitación a viajar en dos direcciones: geografía y espíritu. Hablamos de un viaje para escuchar el dictado del mundo, para escribirlo.

PREPARATIVOS

Un viaje casi siempre es un deseo que se cumple. Desear, entonces, es el primer verbo en conjugarse. Viajar es mudar, es ponerse en ruta, abandonar la inmovilidad que es cómoda. Cuando viajas la posibilidad se vuelve acto y tú mismo respondes a la encarnación perfecta del presente. Mente y sentidos despiertos. Desde ahora responderás a un nombre vagabundo. Al mundo vas a querer comértelo y lo harás de hecho, pero a tu manera: escribiéndolo.

30 días antes de salir, tomarás un baño con agua tibia. Abrirás las ventanas por las que se meterá la luna. Apagarás el móvil y la computadora. El volumen de la música moderado; piano, violín, chelo. Cuatro velas son suficientes y los pies, cómodos en el sillón junto a la ventana. Este libro, abierto entre tus manos: Sendas de Oku, el maestro es Matsuo Basho, la traducción es de Octavio Paz.
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Conoces a Basho, lees con interés que es hijo de un Samurái y que en el año 1644 nació con el nombre Matsuo Kindsau, en una ciudad portuaria del Japón llamada Osaka. Lo reconoces como el más grande maestro del haikú. Crees que sus poemas son dibujos verbales en los que resuena la música del mundo. Lees algunos y estás convencido de que están vivos, afirmas junto a Octavio Paz, que su poesía es también, y sobre todo, experiencia interior.

Eliges algunos y los lees en voz alta así:

«Se va la primavera,
quejas de pájaros, lágrimas
en los ojos de los peces»

«Al Fuji subes
despacio —pero subes,
caracolito»

«Bajo mi ventana la luna en los tejados
y las sombras chinescas
y la música china de los gatos.»

La peregrinación que ilustra el diario de viaje Sendas de Oku (Oku no Hosomichi 1694), inició en 1689 cuando Matsuo Basho salió con su discípulo Sora hacia Honshuo, la isla principal del archipiélago de Japón. Un viaje a pie, al ritmo de los peregrinos budistas. En sus anotaciones y poemas está contenida la filosofía Zen, un sentimiento de universal simpatía con todo lo que existe: hombres, animales y plantas.

Los monjes budistas atraviesan las sendas a dos direcciones paralelas: geografía y espíritu. Viajan vestidos de blanco, rapan sus cabezas. Juegan a ser neutros, piensan en lo invisible. El anonimato es su manera de celebrar el paisaje, de escribirlo. Sus pensamientos son haikús. Se reúnen para escribir, escriben para dialogar, sus poemas son correspondencias con el mundo.

En este viaje, Basho irá delante de ti porque es un maestro, un guía. Su gran pasión fue viajar y conocer a los hombres. Asumió cada uno de sus viajes como experiencias esenciales en las que podía incluso morir. Basho fue siempre un vagabundo, sus deseos se medían en distancias vividas, su casa misma era un viaje. No conocemos un viajero más entregado a la ruta que él. Las primeras notas de su diario sorprenden por lo genuino: vemos a uno de los más grandes poetas de la historia remendando sus pantalones, arreglando su sombrero de paja y frotando sus piernas para fortalecerlas. Basho es un viajero que sueña con ver la luna en una isla lejana, en la acción de contemplarla se condensa la principal motivación de su viaje. No deja de ser conmovedora que la idea de un viaje sea la luna y que de hecho, un hombre se ponga en marcha durante dos años sin otro propósito que el de admirar el mundo. Los comentarios poéticos de su diario y los haikús que compone con Sora, su discípulo y otros monjes del camino, ilustran una disciplina y un intento por condensar el espíritu y el camino en el arte.
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Ninguno de los objetivos de esta guía es explicar el viaje, pues los viajes no se explican, se hacen. La idea es hacer un eco con la obra poética de Basho, intentando recrear los estados que propone su mirada poética. Un dejarse llevar por las palabras y las imágenes que comunica su poesía. Una invitación a viajar como él lo hizo.

(Esto no es una elipsis)

Antes de salir de casa escribes en el espejo del baño un poema de despedida.

El poema dice así:

En casa, yo-
En mi cuerpo -mañana:
Un jardín.

ANATOMÍA DE UN VIAJERO

A veces, el viajero tiene en las manos un mapa. Otras, lo lleva ya dibujado de manera inexplicable en esa parte de la piel que no se ve. Para Matsuo Basho, un poema es un mapa. La idea de recorrer las ciudades que amaron los poetas y de buscar el paisaje preciso que inspiró un verso, emocionan el corazón del que viaja. Entonces, se detiene para contemplar, en el lugar del poema el viajero reflexiona: la escena ha cambiado, no es el mismo mundo. Basho reconoce lo efímero del tiempo, se detiene precisamente para recordar, y en el acto reiterativo del lenguaje los poemas antiguos transfiguran el paisaje. Ante los ojos abiertos, la escena vuelve a ser génesis.

Para el que viaja son importantes las fechas: «Salimos el veintisiete del Tercer Mes», escribe Basho en su diario. Es esencial, nombrar los meses y los días, pues el viaje ocurre en el presente. El tiempo es en realidad un viaje; escribirlo es hacer que la historia se mueva contigo, es fijar la imagen y decir a manera de murmullo o incluso de grito que el veintisiete del tercer mes «El cielo del alba estaba envuelto en vapores; la luna en menguante y ya sin brillo; se veía vagamente el monte Fuji»
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El que viaja es un ser que está dispuesto a dejarse atravesar por la experiencia del camino. Importa mucho el suceder interior, pues las reflexiones escritas son la consecuencia de lo que él decide mirar. Y, también de aquello que no elige: somos eso a lo que renunciamos, la senda que no tomamos. El viajero lo sabe y lo escribe en su diario como nostalgia. Los viajeros son esos seres que están vivos, que piensan y que sienten, mientras están en tránsito.

LISTA DE EQUIPAJE

* El viajero lleva consigo los poemas, estos viajan livianos a manera de recuerdos. Sabe que le harán compañía en las soledades del camino, en las noches en que no pueda dormir y en la espera del fin de la lluvia.
* Diario o libreta de viaje en donde se escribirá el presente, el movimiento del mundo. Las impresiones del que vagabundea, pueden sí, evocar vivencias de antes o poemas leídos, pero siempre en relación viva con lo que está pasando.

Ejemplo (1) por Matsuo Basho

«El cielo lluvioso del Quinto Mes se aclaró levemente y la luna del atardecer se mostró pálida. La isla de Magaki parecía al alcance de la mano: tan cerca se veía. Los pescadores remaban en sus barquitas, todas formadas en hilera y se oían las voces de los que repartían los peces. Recordé el verso: “atados con sogas”. Comprendí al poeta y me conmoví»

Ejemplo (2 ) por un estudiante de poesía

«El 29 de marzo oímos los primeros gritos de los loros verdes, en ese momento los pies de los niños se mecían arriba, en los árboles. Eran nuevas las flores y los colores de los peces. Comprendimos la felicidad de la tierra; había llegado la primavera»

* El viajero no llevará cámara de fotos. Esta será una elección, una especie de intercambio: poemas en vez de fotografías. Sí, escribir tardará más tiempo que hacer un click, pero es seguro que el que viaja no tiene afán. (A la vuelta tendrás un poemario por corregir)
* Los viajeros budistas llevan sombreros de paja. No en vano Basho arregla las cintas de su sombrero antes de salir a su peregrinación. Los sombreros acompañan las ariscas soledades. Llevan una inscripción en la que se lee «somos dos», alude a un compañero imaginario.
* Deberá guardarse espacio en el equipaje para la tristeza, pues en todos los casos pesa más que la dicha. Y es que el paisaje sí puede aumentar la melancolía del peregrino, así lo expresa Basho en una de las anotaciones de su diario: «En Sue-no-Matsuyama hay un monasterio llamado Masshozan. Entre los pinos hay muchas tumbas. Ver que en esto terminan todos esos juramentos y promesas de vivir “como el pájaro de dos cabezas” o “los árboles de ramas unidas” aumentó mi tristeza».

Como es evidente, esta lista no es para nada extensa. Consideramos que el viajero debe irse ingrávido. Emulamos al maestro Basho que, viajando sólo con lo que llevaba puesto se entregaba a la experiencia. Es decir, a dormir en insólitas almohadas, a recibir de sus discípulos ofrendas, como sandalias, a compartir el alimento con los seres del camino. Cada una de estas experiencias, puede ser, si el viajero así lo decide, material para su escritura poética.

+ Sobre los compañeros de viaje: esta guía te recomienda que viajes solo ó con alguien que ames. En el segundo caso, ese alguien respetará también tu silencio, tu dejarte ir para ser camino.

ALGUNOS VERBOS DEL VIAJE

ESTAR AHÍ

Este es el primer verbo y el único que estará en presente continuo durante todo el viaje. Aprendemos de la filosofía Zen que explicó la iluminación como el estado Satori, (aquí y ahora mismo, un instante que es todos los instantes. Un estar en la verdad). El viajero es un aprendiz que se inspira en los maestros que han vivido la iluminación, toma para su ruta el consejo de estar en el lugar exacto donde se está.

(Sólo en este estado se escribirán los poemas).

DESAPARECER/DESPEDIRSE

Viajar también es desaparecer. Este, es el verbo anterior. En un viaje siempre hay un puerto en donde los amigos vieron al peregrino desaparecer. A menudo, estos espacios están habitados por la angustia y el viajero al despedirse puede sentir una especie de tristeza. Pero es, en la mayoría de los casos una angustia pasajera, pues está relacionada con la libertad, con el desprendimiento. El viajero se queda sin nada para abordar un posible todo.
(Continua página 2 – link más abajo)

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