¿MITO(S) EN LA ARGENTINA, EMMA ZUNZ O BORGES? — SEGUNDA PARTE
Por Demetrio Anzaldo*
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Las complejidades latentes en las diferentes máscaras de Emma Zunz apuntan directamente a las máscaras de su propio hacedor. El infaltable recuerdo a la madre, la afrenta del poder al padre, la máscarada infernal del sexo, la voluntaria/involuntaria prostitución dentro del cuento de Emma, son tretas magistralmente utilizadas ante las agudas observaciones sobre la personalidad, sexualidad y actitudes honradas por el mismo Borges; así como la repetición de nombres y de los muchos datos biográficos que aparecen en el texto y que son apercibidos por la crítica especializada (Balderston, Mastronardi, Lefere, Olea Franco, Salas, Williamson). Ante esa relatividad de lo acontecido en toda su literatura gran parte de la crítica literaria y de los estudios ensayísticos sobre «Emma Zunz», ha tendido a enfocarse en los aspectos de la conducta y de la manera de pensar y ser de Emma la protagonista principal (Latella, Piglia, Porinsky). Muchos otros críticos se han abocado al aspecto estético y a las características reales o fantásticas del texto, (León González) y los menos a las complejidades latentes en las diferentes máscaras que porta Emma Zunz que apuntan directamente a la máscara de su propio creador.
Las imágenes y palabras enmascaradas de Borges, esos retratos disfrazados y sus demás formaciones todas de personajes hechos por la pluma y el parecer de ese otro hacedor también están llenas de mundos inventados e inciertas e historias humanas. No es posible discernir entre los mundos ficcionales y los mundos históricos vividos por Jorge Luis Borges; tampoco saber si lo que vivió o contó fue cierto. El peso de la tradición y de las costumbres bonaerenses salta por doquiera que se lea o se hable de la vida del escritor, en especial de la mitificación que se ha hecho de su vida como de su obra por cuenta propia y de sus pares:
En los espejos que nos duplican advierte nuestra condición ilusoria; toda imagen, con arreglo a su sentir, nos remite al problema del ser. Construye laberintos ideales que se parecen al tejido intrincado del cosmos; en sus corredores inacabables y oscuros, la humanidad está perdida en la infinitud del tiempo y del espacio. Sus preguntas son las fundamentales: qué somos y dónde estamos. Zenón Eleático, Nicolás De Cusa, David Hume y el grabador Piranesi lo respaldan y estimulan. Conviene poner en luz que Borges se limita a formular interrogaciones que toman su origen en la perplejidad y el asombro. Ni define personales creencias ni se propone formular alegatos: su fin es rigurosamente estético. (Mastronardi, 113)
Esas ideas acerca del estilo literario y de la personalidad del bate argentino, junto a las anteriores observaciones, también describen una gran parte de los dilemas existenciales que le acompañan durante toda su vida, en ése, su vivir tan lleno de interrogantes y dudas que forman y deforman a los múltiples yos de Jorge Luis Borges.
En particular sus obsesiones cosmogónicas en torno a los orígenes y a la idea de un creador que como él pudo hacer y deshacerlo todo; por otra parte, sobre su dubitativa y ahora no secreta sexualidad o su atracción/repulsión hacia las mujeres nunca resueltas del todo y, además, la inapresable realidad fantástica que habitamos al incursionar en toda su obra literaria en la que nos posicionamos dentro de este poder omnímodo y con distintos personajes nunca conocidos por completo. Son situaciones que han sido ampliamente comentadas también por sus contemporáneos y los que a imagen y semejanza del autor disfrutan de sus míticas/magistrales mascaradas:
Con razón dice Gérard Genette que el mito admirable que nos propone Borges es considerar la literatura como un campo de plasticidad siempre en movimiento y siempre totalmente presente así mismo, donde los rapports más inesperados y los encuentros más paradojales son posibles a cada instante. (Barili, 194)
De nueva cuenta, es en el medio literario donde se comentan esos mitos y encrucijadas intelectuales de Jorge Luis Borges que son tan complejas. La crítica especializada llena de dudas ante su obra sigue comentándola; es el caso de la conversación y agudas observaciones hechas por Enrique Lihn con las cuales Pedro Lastra repica nuevamente sobre el mismo tema, al constatar que: «sea cual sea la categoría en que se incluyan las figuraciones de Borges, siempre dan cuenta de lo que a mí me parece su tema inquietante: la incertidumbre de lo real» (5). Algo semejante ha observado en su estudio, al utilizar a «Emma Zunz», González Quirós, quien comparte una atrayente aproximación a la verdad/realidad de Borges o quizás también de nuestra realidad/verdad de nosotros mismos: «No en vano el hombre que vive en el tiempo de manera consciente, su conciencia coexiste con la temporalidad, pasará a no ser nada que ya no estuviese en el principio en el espacio y antes de cualquier tiempo de la experiencia.» (9) Como en estas figuraciones también las ambigüedades reales del pensamiento y desarrollo humanos entran a debate. Porque al estudiar, criticar y opinar sobre lo literario-histórico bien se sabe que aunque «las ideas sean de todos» el aceptarlo no es una tarea tan fácil de realizarse; puesto que ésa, es una aseveración que conlleva a retomar señalamientos tales como los de que ni están todas las ideas ni son reales todos los que manifiestan tal posesión; puesto que tanto las ideas —entidades abstractas— como la humana colectividad contenida en los todos, nos señalan al conflicto entre una especie de idealismo-materialismo, entre la idea, el ser, el otro: la identidad y la máscara que la cubre o descubre infinitamente. Es decir, se apunta hacia los espacios ideales/reales con los que se formula la realidad de la ficción, hacia las particularidades de un lenguaje literario en el cual confiar o no según el propio arbitrio.
La ambigüedad en la palabra borgeana, cargada de significados y significantes, es la misma con los que planteamos nuestro entorno y posición dentro de las comunidades y sociedades humanas. Por lo que podemos, inclusive, señalar enfáticamente la manera en la que se efectúa la transformación de la palabra literaria propuesta por el escritor argentino. Sin lugar a dudas estamos ante el mito del mito. Borges se ha convertido en su propio dicho, en su anhelado mito. Así lo vemos aparecer y desaparecer en su obra toda regodeándose en sí mismo y jugando con nosotros y con nuestro pensamiento. Bajo esta tesitura/perspectiva acerca del yo autobiográfico dominante y despótico que se impone en la obra borgeana que, a la misma vez, nos sujeta y rechaza, también nos brinda la oportunidad de acercarnos a él. Por ello resulta muy importante traer a colación otras de las agudas observaciones del Borges, entre autorretrato y automitografia, texto de Robin Lefere en las que se señala:
La escritura no está orientada hacia la confesión de la vida, sino más bien hacia la representación de esta supuesta confesión, y en todo caso hacia una transfiguración ensoñadora. El hombre se subordina al autor efectivo, que en la escritura se inventa a través de las multiplicaciones de sus enunciadores y de sus personajes; para sí mismo, y de cara al lector. La gran libertad de esta autorrepresentación radica en esa otra convicción de que, por muy imaginativo y ficticio que sea, un texto escrito con sinceridad constituye, ipso facto, un autorretrato. Por ello Borges se complacía en destacar el doble sentido del verbo «inventar», cuya etimología latina apunta a un descubrimiento. (182)
Es esta misma prerrogativa borgeana la que propone e impone una siempre latente automitificación y remitificación de lo escrito por él mismo o en palabras del mismo Robin Lefere «el mito personal culmina y se supera en una perspectiva propiamente mítica» (184). La suya la de Borges per se, es una palabra literaria que reconfigura cuestiones pasadas y presentes en las cuales creer o no creer y que además problematizan el aceptar lo que él dice o en lo que él mismo dirá más tarde:
Yo he escrito todo sobre la urgencia de una necesidad de escribir. Todo lo que he escrito es intimidad, aunque yo mismo pueda al fin olvidar las circunstancias que me llevaron a escribir y quedó solamente la fábula ahora, si la fábula persiste. Y no debemos olvidar que la literatura empezó por la fábula, por la cosmogonía fabulosa, como epopeya, pero todo eso debe corresponder a una realidad emocional íntima, porque si no, la literatura sería un artificio verbal, ya que está obligada a trabar, manejar y jugar con las palabras. Pero si solamente se quedara en el juego verbal, no tendría trascendencia ni importancia, puesto que sólo se reduciría a ciertas técnicas, a ciertas aptitudes y artilugios. La literatura debe y tiene que ser algo más. (Verdugo-Fuentes, En voz de Borges, 137 – 138)
En el Borges histórico y el literario se reitera una y otra vez aquello citado inicialmente: ambos están hechos «a imagen y semejanza», el hombre y Dios. Si cada uno de sus personajes encubre, oculta, disimula; también, descubre, revela e identifica espacios y existencias provocando un entrecruzamiento de palabras, imágenes memorias y mitos en la conciencia del lector y de sus congéneres. Éso, es lo que se reitera en la obra toda de Borges, una percepción ambigua, irónica, retadora que juega con todo lo que queda oculto, con las posibilidades de lo no escrito, del silencio que, a pesar de todo, deja ver los cambios en la estética del escritor porteño.
Por todo lo anterior, se logra entender que la relación simbiótica entre el autor y su obra se da plena y de manera recíproca sin cortapisas. Ésta, se efectúa no solo en el aspecto de la idea germinal o en la gestación de cada una de sus obras escritas sino a lo largo del proceso creador y sobre todo, en el resultado final. Cada una de sus creaciones, cada uno de sus personajes, y Emma Zunz no es la excepción, son Jorge Luis Borges; algo que señala ya Nelson González Ortega en su trabajo: «Pasando de la ojeada superficial a la lectura atenta de los cuentos y ensayos que componen la obra de Borges, se nota que el autor se vale de la invención literaria para plasmar su personalidad intelectual en su discurso». (245) Rafael Olea Franco remarca esa tendencia o descubrimiento/invención del autor desde el principio de su obra en la que destaca un hecho importante para el mejor conocimiento del escritor y su célebre obra:
Así pues, hacia la década de 1940 Borges posee una estética perfectamente estructurada. Por un lado, ella se basa en la eficacia y economía literarias en que debe fundarse la escritura: condensar la mayor cantidad de significados, incluso opuestos, en el menor número posible de palabras; esta es la lección de estilo del escritor. Por otro lado, implica la imprescindible necesidad de que el lector participe en la producción del «hecho estético», puesto que la literatura sólo se completa y hace efectiva, sugiere, en el momento de la lectura. Es ésta la concepción de la literatura que subyace en los mejores textos de Borges —ya sea en su poesía, en su narrativa o en su ensayística—. (286)
Todas estas anotaciones a su arte literario arrastran también a la literatura y a la crítica literaria argentina a reconocer en Borges a uno de los creadores que cambió la manera de ver y pensar a la argentina dentro del contexto de la literatura universal. Asimismo, estos cambios se manifestaron en la vida del escritor argentino revisitado por la crítica y sus lectores que nos recuerdan esos cambios constantes efectuados dentro de su creación literaria:
A partir de los años treinta y cuarenta, Borges transforma de manera cada vez más abstracta sus vivencias personales en obras artísticas; de allí los múltiples enmascaramientos que reconoce Sylvia Molloy en Las letras de Borges. De allí las estrategias imaginativas que, como dice Beatriz Sarlo, hacen que sus cuentos sean mise en forme de cuestiones que no se plantean abiertamente sino que son presentadas en la ficción a través del desarrollo del argumento. (Barili, 172 – 173)
Compartir su palabra, la palabra literaria escrita por Borges, es comunicarnos con él y con los demás lectores y, por supuesto, lectoras para iniciar una de las conversaciones que nos ayuden a entender no sólo la comparación/duplicidad con Emma Zunz sino también comprender mejor cómo somos y por qué somos así. Tal vez entender el por qué es tan importante no sólo hablar de esta mujer sino hablar de la mujer, con la mujer, con todas las mujeres. Es poder hacer uso de un lenguaje concebido mentalmente que se apropia del espacio exterior convirtiéndose en un espectacular juego de idénticas identidades, que al igual que en la literatura también se apropia de nuestro ser y de ese otro que nos escucha, que nos recrea; es una práctica en la que a medida que dialogamos/avanzamos caemos constantemente enredándonos con lo dicho con esa, nuestra otra voz llena también de infinitas imágenes enmascaradas, cifradas por un lenguaje al que creemos dominar y en que faltan los diálogos con nuestros semejantes, las mujeres.
EMMA ZUNZ ES TAMBIÉN JORGE LUIS BORGES
Borges no particulariza, no individualiza, no singulariza. Borges afantasma, relativiza, anula la identidad personal por desdoblamiento, multiplicación o reversibilidad. Ejercitado en la desestima de sí mismo, considera al yo ilusorio juego de reflejos, juzga toda diferencia individual como trivial y fortuita. Todo hombre es otro (todo hombre, en el momento de leer a Jorge Luis Borges, es Jorge Luis Borges), todo hombre es todos los hombres, que es lo mismo que decir ninguno. O todo hombre es único y, por ende, insondable, impensable. Ante la imposibilidad de conocer lo singular, opta por lo genérico desprovisto de realidad. Despoja a sus personajes de espesor carnal y espesura psicológica; sus señas, sus afectos, sus móviles, sus procederes son los de cualquiera, o sea, de alguien que es todos y nadie. (Saul Yurkievich. Mundos y modos de la ficción fantástica, 157)
Los relatos de Borges cuentan y juegan con su forma y con su fondo y de entre las voces que los representan, existe toda una miríada que prolonga la necesidad imperiosa de continuar dialogando con ellas y sus ficciones/aflicciones. La presencia fantasmal y relativizada del habla de la lengua borgeana nos conlleva a visitar sus distintos universos narrativos y a adoptar las diferentes caracterizaciones que las pueblan. Avanzamos así, apoyados en las valiosas aportaciones/re-visitaciones que Saúl Yurkievich ha llevado a cabo en su ensayo: «Borges/Cortázar: Mundos y modos de la ficción fantástica», en donde continúa argumentando someramente que:
Borges es deliberadamente arcaizante; todo lo remite a los modelos canónicos, a los universales fantásticos, a la imaginación ancestral. Manipula a la par las gnosis, de las remotas a las recientes, para inventar sus ingeniosas, sus impresionantes confrontaciones, intersecciones e imbricaciones. Lo fantástico en Borges resulta del cruce de las mitomaquias con las logomaquias. Es un arte combinatorio que acopla las cosmogonías memorables con las filosofías ilustres para instaurar ese ámbito desconcertante, ese vacío provocado por manifestaciones que remiten a un manifestante indiscernible, ignoto. («Borges/Cortázar», 159)
Al hacer nuestra a esa palabra literaria que da vida a los lugares y seres de ficción investidos con tan complejas personalidades y llena de las múltiples tribulaciones y desafíos que enfrentamos todos los seres humanos a lo largo de nuestra existencia, aprendemos que esa voz que los va describiendo/recreando, también enmascara a esa otra del ser humano que la originó; es decir, Borges también vuelve a ser uno de nuestros semejantes que nos comparte y comunica su arte literario creado en las márgenes de la memoria del mundo, de sus imaginados mundos. Entrelazando historia y literatura nos apropiamos de esa voz proteica y porteña para conformarnos a una manera de hablar acorde con lo que se nos comunica en ésta, su escritura creada, estableciendo el contacto con su mundo literario y descubriendo que, al dialogar con él sus imágenes, máscaras y disfraces con las que encubre a los seres de ficción, proyectan muchas de las mismas formas, situaciones y semejanzas que encontramos en la vida del propio Borges y, consecuentemente, en la vida de todos nosotros los seres humanos testigos y jueces de un propio destino; puesto que, «Así como el amante busca su realidad por la vía del amor, así Borges escribe para alcanzar certeza y entender su destino» (Mastronardi, 70), o al fracaso al que le llevó su amor/odio hacia la sexualidad femenina y su dramática relación con las mujeres aunque, paradojicamente, haya sido otra mujer, Emma Zunz, quien le lleve a hablar del sexo. (Williamson)
Así como en el diario acontecer de la vida humana se nos dan respuestas a muchas de sus incógnitas e interrogantes, así también en la constante relectura de su vida literaria se perfilan constantemente contestaciones y afirmaciones develando orígenes y comunicando objetivos que permanecían resguardados. Si bien no hay fórmulas exactas para conocer la exacta realidad de las cosas, sí existen las obras y hechos de una realidad tanto histórica como ficcional en la cual podemos vislumbrarla, podemos leerla, podemos comunicarnos con ella con él. Como en el íntimo recuento peripatético de Carlos Mastronardi que nos comparte resabios e impresiones de aquella vida en estos apuntes que ahora compartimos:
La multitud de rumbos y posibilidades que atribuye a la literatura corresponde naturalmente a su posición estética y coincide con el carácter abarcante de su curiosidad. Busca el noble asombro por todos los caminos; posee la vertiginosa movilidad interna de una mónada. Las preocupaciones que están en su obra alientan también en sus días, en sus horas de aparente reposo, en lo que podríamos llamar su vida extraliteraria. Mientras otros cumplen con rigor un tanto burocrático las tareas intelectuales en que se hallan empeñados y luego, al término del cotidiano deber, buscan descanso en el cinematógrafo, en la tertulia o en la novela trivial, Borges mantiene activo el espíritu en todas las circunstancias. Prolonga en el plano del diálogo ameno las operaciones mentales que lo llevaron a escribir un poema o a examinar los méritos de un libro. No es dable señalar distingos entre su quehacer literario y el tono general de su vida (41, Borges)
Al igual que en todo proceso de creación el origen puede ser o no ser tan evidente, pero sí hay un comienzo y punto de partida; el de que «Borges trata la realidad como si fuera una composición literaria» (Mastronardi, 83). En todo caso podrá comprobarse que habrá imágenes y palabras, realidades y fantasías en su pensamiento y obra que no pertenezcan a la realidad. Así también serán otras imágenes y otras palabras las que repercutirán a lo largo de ese otro relato que habla de las entidades deícticas —simulaciones enmascaradas en «Emma Zunz»—. El relato/cuento que también sigue siendo «propiedad del lenguaje o de la tradición» (Verdugo-Fuentes, 88); y que sin dudar es una de las máscaras más sofísticadas de la literatura que Borges porta; puesto que juega tanto con su propia vida, con sus palabras así como con la tradición literaria en la que se convierte perennemente en un yo proteico/problemático que reaparecerá constantemente a lo largo del cuento, de sus cuentos y, por lo consiguiente, dentro de toda su literatura. Como lo ha señalado Lefere:
…Con respecto a los demás cuentos del Aleph, está claro que por influencia de los mencionados la identificación entre el narrador y el autor Borges propende a efectuarse cada vez que nada lo impide («El muerto», «Los teólogos», «Biografía de Tadeo Isidoro Cruz», «Emma Zunz», «La busca de Averroes»). (Lefere, 91)
Pero es en este personaje excepcional (Lastra) llamado simplemente por él «Emma Zunz», una mujer fuerte donde se reconcentra y enmascara a un nutrido grupo de personalidades femeninas con las que convivió y a quien amó el propio Jorge Luis Borges. Borges no sólo rehusó o huyó de las mujeres sino que, a su manera, convivió con ellas y a algunas de ellas también las amó a pesar del conservadurismo y en el límite de sus fuerzas como en las de su creación espectacular: Emma Zunz. Es ahí mismo durante, el accionar y en el pensar de la protagonista/agonista, en donde sin trabas se efectúa la identificación entre Jorge Luis Borges y Emma Zunz literalmente. Desde el ángulo de la historia, la ficción lo inserta sin ninguna complicación porque se vive literalmente en la sociedad de la Buenos Aires de las primeras décadas del siglo XX.
Puesto que entre los límites narrativos, las fechas coinciden (1922), los lugares también (Almagro, Paseo de Julio, Liniers, Warnes, Buenos Aires, Gualegua, Lanús, Río Grande), los nombres de los personajes y situaciones históricas (la ilusión/desolación de ambos jovencitos y esos intentos homicidas/suicidas) leídas en el cuento, coinciden de manera increíble con la vida personal del autor aportando cuasi-testimonios a una crítica literaria que continúa girando en torno al Borges de carne y hueso. Dentro del cuento se percibe también la misógina actitud y el machismo acendrados de la sociedad patriarcal de la Argentina de todos los siglos y del uso y maltrato que se le da a las mujeres, en especial a las que pertenecen a las llamadas minorías.
Así conocemos del amor juvenil dado a Concepción Guerrero en 1922 y que acaba infructuosamente por voluntad de los padres del escritor; las reticencias para hablar del sexo, esa, «oscura ceremonia animal» (Mastronardi); la similitud entre buques y prisiones; de los paseos por Palermo y el barrio sur; de la propia confección del cuento «Emma Zunz» que nace debido a las pugna con S. O., «anuncia que piensa escribir un cuento donde varias personas que se profesan enemistad, acaban por reunirse y confabularse en la escena final. Como desea que una de ellas se reconozca —la zurcidora de voluntades— (Emma Zunz también es costurera en el cuento) no se propone ninguna oscuridad, ningún disimulo». (Mastronardi, 83); además de la larga lista de mujeres descrita por Carlos Mastronardi entre las que están Estela Canto, la misma Silvina Ocampo, Cecilia Ingenieros y Emma Risso Platero y muchas otras jóvenes porteñas de la época. Bajo esta misma temática, el propio Carlos Mastronardi entiende que,
No es fácil definir el carácter ni apreciar la naturaleza de los vínculos que lo unen a las mujeres que regularmente cultiva y ensalza. También la ambigüedad debe asumir una forma precisa y clara, pero lo cierto es que el lenguaje se aviene a su esfuerzo a las situaciones insólitas o en exceso singulares. Podríamos hablar de amistades amorosas, de juegos galantes, de estados imaginativos que se disipan con la celeridad de los sueños. Sin embargo, ninguno de esos vocablos corresponde exactamente a la esquiva realidad que asediamos. (79)
Y mediante este artilugio literario llamado «Emma Zunz», se produce una especie de expiación del escritor que re-explota una juventud sombría/solitaria y deja entrever algo de lo que le aquejaba en su edad madura al casi llegar a los cincuenta años de edad. Los hechos que le suceden al joven Borges en la vida real, coinciden con los años y pormenores en los que se gestan los de la jovencita Emma Zunz en el cuento; porque Emma es una aislada joven huérfana, inteligente y virgen; una persona doliente, rebelde, fuerte, especial, la cual además finge ser una adolescente introvertida, una mujer apocada y apolítica, una obrera delatora y que se hace pasar por una mujer de la calle para lograr su cometido.
Ella es también un ser humano vengativo, inteligente, deslumbrado, conflictivo, confundido y caótico; es decir, muy parecida al Jorge Luis Borges puritano, cosmopolita, controversial, conservador aislado, brillante polémico y burlón despiadado dentro de una Buenos Aires cambiante en la que busca hacerse parte de su historia y tradición literaria denostando a sus opositores, jugando con sus lectores, denigrando a sus enemigos, engañándolos a todos de la misma manera con la que Emma Zunz mediante engaños, máscaras y disfraces, realiza el crimen perfecto al eliminar, literal y metafóricamente, a sus adversarios. Haciendo un juego con sus obras y palabras en las que ella/él misma apuesta a ganar, a ganarse; pero que al final, pese a sus constantes logros, no está satisfecha/o con los resultados ni los mismos son claros para ella/él; porque como se preguntaba anteriormente: «¿Cómo hacer verosímil una acción en la que casi no creyó quien la ejecutaba, cómo recuperar ese breve caos que hoy la memoria de Emma Zunz repudia y confunde?»
A lo largo de la narración las diferentes acciones y pensamientos que manifiesta Emma, si bien van encubriendo los motivos y razones que le llevan a actuar frente a los demás de tal o cual manera, son tan sólo disfraces que develan a una fuerte mujer increíble, laberíntica y contradictoria. A la mujer no le cuesta trabajo usar los distintos disfraces, sobre todo, los que la señalan como la víctima de una historia en la que ella va tejiendo un manto lleno de soledad y sufrimiento que convence a sus congéneres; ¿quizás, será ésta, una más de las sombrías/semblanzas de Borges? O acaso, ¿es solamente una estrategia discursiva singular que se hace increíble por nuestra misma duditativa visión al inventar/descubrir en el cuento las facetas históricas de mismo Borges? Estas son preguntas que se hacen y quedan en nuestro ser pensante cintilantemente al recordar que:
No hay intervalos ni transiciones entre Borges y sus obras. Un tanto ajeno a la realidad cotidiana y sensible, escribe para registrar las etapas de su historia mental, para confiarnos los matices y vaivenes de sus procesos internos. […] No sólo deja atrás la consabida estampa realista, sino que se despide del sujeto psicológico para presentarnos seres simbólicos o puramente imaginarios. Esta inclinación –ahora visible en gran parte de las letras contemporáneas- confronta al hombre con lo absoluto y recurre al arquetipo para alcanzar sus fines. No más conflictos entre individuos, sino conflictos en función del tiempo inagotable, de la misteriosa realidad o de los supuestos planes divinos. Cierto es que Borges suele trazar caracteres o rasgos individuales, como en el caso de «Emma Zunz», pero de manera más constante, baraja categorías y postulados metafísicos. (112-113, Mastronardi)
Sin embargo, la particular ambigüedad de los hechos y dichos personalizados por Emma Zunz y Jorge Luis Borges, difuman y exhiben otros de los aspectos reales e irreales con los que se construye y reconstruye también ese relato increíble llamado «Emma Zunz». Es decir, todo lo que ella y el narrador han dicho, ha quedado en duda y perdido credibilidad al sopesar y pensar lo versado en la narración por un agudo lector que no tiene tampoco ninguna seguridad en afirmar lo que realmente pasa. Porque si bien hay una narración única y final, aquí no existe una sola versión de lo escrito/leído que no caiga en cuestionamientos tanto por parte del narrador como por parte de los personajes, a los que se les ha unido ese primer lector; porque también «esta aparente sinrazón de un cuento que siempre narra lo mismo, deja de ser tal en cuanto la confrontamos con las series que aparecen en la obra «madre» y con otras de la narrativa borgeana» (Guerrero Alonso, 1). Nuevamente, son las agudas observaciones de Robin Lefere las que arrojan luz en esta nubosidad al reafirmar esa recurrente práctica borgeana bio-mítica que él ha investigado exhaustivamente y que nos revela, ahora:
De esta manera, la escritura borgeana acaba ilustrando todos los tipos de la literatura autobiográfica, incluso los pocos transitados de la autobiografía literaria (a lo Coleridge) y de la (seudo) autoficción (innominada aún), y crea unos nuevos (piénsese en la autoficción fantástica de «El otro», o en el epílogo de las Obras completas). Asimismo, destacan procedimientos como, en la poesía, la enumeración «caótica» aplicada a la vida del autor: en el ensayo, el fragmento autobiográfico con el fin persuasivo; en los cuentos, las distintas metalepsis. (183)
De tal suerte que Jorge Luis Borges crea narraciones de corte fantasmal o real tanto o más complejas que las de su reconocida creación fantástica entre las que se cuela «Emma Zunz»; porque al tratar de aprehender y comprender la vida presentada por Emma se entra a «un complejo juego de máscaras y duplicidades» (Aedo Fuentes), a una realidad literaria reconstruida con un lenguaje muy particular lleno de entidades deícticas y simulaciones enmascaradas que señalan indefectiblemente al autor; como lo anuncia también su amigo Carlos Mastronardi:
Si bien hemos invocado algunos ejemplos estrictamente literarios, el símbolo es en Borges mucho más que un apoyado gusto retórico. Nos hallamos ante una tendencia que también aparece cuando dice sus impresiones acerca de las mujeres con las que traba amistad. Como es natural en él, las define con arreglo a lo que sugieren o evocan. Dicho en otras palabras: dilata su ámbito personal y las identifica con provincias, imperios, medios culturales, periodos históricos, estilos literarios o doctrinas filosóficas, según las resonancias y las analogías que despiertan en su intimidad. Desbordan o trascienden lo inmediato para convertirse en emblemas. (77)
Borges crea a una Emma y Emma recrea a un Borges a imagen y semejanza. Esta comunicación/corporalización de personaje-autor-personaje es una de las aportaciones que trae aparejadas el cuento «Emma Zunz». La idea de saber que tanto en la vida social de La Argentina como en cualquier otra sociedad, existen mujeres iguales o mejores que los hombres; es decir, toda mujer es una mujer que vive conforme a los lineamientos sociales pero que también tiene el poder y la voluntad de ejercer su derecho a la vida misma no menos no más que los hombres. Así que en muchas ocasiones como en la eterna lucha de contrarios y en el etéreo desafío de las palabras y pensamientos al disfrazarse los verdaderos motivos y/o mensajes en toda obra de creación se encuentran insospechadas/increíbles sorpresas. En Borges en su cuento se ve este doble juego entre «inventar» y «jugar» con las voluntades todas, las de ellos, los personajes de ficción y las de las personas/personajes de la no ficción. De tal manera que la verdad de lo que se enuncia queda encubierta en la palabra literaria y en los múltiples enmascaramientos que ella misma suscita. En este caso, los enmascaramientos o simulacros de los diferentes personajes ante los acontecimientos y hechos existenciales vividos y revividos, a lo largo de «Emma Zunz», hacen que la realidad de ese mundo ficcional adquiera un insospechado verismo fantástico que seduce al lector y, al mismo tiempo, lo conduce al cuestionamiento infinito de esa misma veracidad histórico-literaria vivida por Jorge Luis Borges y Emma Zunz y que, como en el caso presente, obliga, una vez más, a una nueva reinterpretación de los increíbles enmascaramientos de Jorge Luis Zunz y Emma Borges.
PARA EL YO MÍTICO, LA MÍTICA EMMA ZUNZ A IMAGEN Y SEMEJANZA
La diosa Palabra, o búfala, o leona,
sólo visita a los que ama.
Ahí desviste su imposible belleza
que no se puede tocar. Fugaz
y siempre huyendo, no
roza la mano de nadie, come
de su silencio y entra
en abismos donde
pasa en una carreta el adiós.
Ah, diosa que así mostrás la muerte
a tu esposo perpetuo.
Saben los que te roban
que crujís triste.
(Juan Gelman. La diosa)
Es esta palabra borgeana recreada en la lectura de «Emma Zunz», una diosa contestataria, la que envuelve, quiebra y provoca a todo un cúmulo de ideas y miríadas de personajes increíbles como el de la misma protagonista: Emma Zunz. Dando paso a esa otra en la que enuncia su presente intimidad individual y colectiva mediante universos narrativos inabarcables llenos de personajes creados/hechos «a imagen y semejanza» de éste, su creador que los desdice y que contradice ante las normas y las conductas anquilosadas de lo literario; un creador escritural al que nunca jamás conocerán ni negarán sus creaciones todas; pero que con sus mismas acciones y existencias, sus propios personajes, develarán esos pensamientos, esas historias, y esos orígenes novedosos en los que habitaron dentro de la memoria del insigne bardo argentino.
Porque más que una mujer violentada o violenta, Emma Zunz es un personaje paradigmático que le ayuda al narrador a confundir o difuminar el umbral entre ficción y realidad, subvirtiendo los códigos y conductas personales: ambos los de ella y los de él. La visión obnubilada del narrador-escritor es también otro rasgo más que nos ofrece para envolvernos en ese profundo universo lleno de sombras del que tanto él como nosotros usamos para arropar nuestros pensamientos y acciones. Al enmascarar a esta mujer con las diferentes facetas, tan reconocidas por la crítica literaria, se confunden los juicios de valor, propios y ajenos, hechos nudo/silencio en el relato. Emma misma rebasa y es rebasada por su manera de ser, de pensar y de hacerse justicia; puesto que los límites entre lo que es verdadero en el personaje y lo que se queda fuera de ella, de esa misma verdad subjetiva, nunca logran fijarse del todo; puesto que ella se ha valido de herramientas tan complejas y potenciales como lo han sido, sus pensamientos, sus palabras y su propio cuerpo al que sacrifica en aras de una justicia que no ha sido lo que ella había fraguado. Emma, al igual que Jorge Luis, es rebasada por su propia naturaleza, por su drama, y por la increíble trama que continúa su viacrucis literario y existencial. La venda de la misma diosa justicia ha sido trasplantada a nuestra mirada; pero, la diosa palabra la ciega también a ella puesto que nunca logra ver ni definir realmente todo lo que pensó, lo que pasó. Emma Zunz se desconoce a sí misma y esta confusión es eterna porque no tendrá ni principio ni final. Al igual que en el mito de la creación el caos original será siempre un eterno retorno.
Las cambiantes duplicidades que Emma adopta al llevar a cabo lo que «repudia y rechaza« quedan señaladas como parte de ese caos manifiesto en el que nada es lo que parece, sólo son imágenes y semejanzas borrosas y distorsionadas. Las imágenes de la protagonista y sus duplicaciones exacerban sus comportamientos, sus gestos y quedan atrapadas en un mundo también incompleto, imperfecto que no terminará. Porque realmente nunca se conocerá ni rostro ni rastro verdaderos de Emma. Sus máscaras ya no serán tan sólo las actitudes que muestra, ni los pensamientos compartidos con el propio narrador ni sus declaraciones, testimonios y lamentaciones en las que creemos reconocerle sino también lo que nunca dirá, lo que nunca oiremos los lectores. Ningún silencio ninguna palabra revelará la verdadera personalidad y carácter de Emma Zunz. Ella misma logra un mayor enmascaramiento al cubrirse con las mismas palabras que la han creado, porque son palabras que ponen en evidencia lo sucedido. Es un mismo lenguaje que aunado a las estrategias discursivas y performativas del cuento y del autor, enmascara al pasado y al futuro; increíble escritura borgeana que como tal oculta «el fondo y el fin« de lo que asalta y salta a la vista. Porque si bien es cierto que vemos a una mujer sufrir paradójicamente ella misma es la que se infringe tal sufrimiento para cifrar y problematizar una vana idea de otredad y, por ende, la de su identidad que entre la bruma no puede ser otra que la de Borges. A ambos los acontecimientos y percances que sufren los igualan y asemejan porque hablan y viven con el mismo lenguaje.
Re-velada la cuasi-razonada, dura y fría índole violenta de «Emma Zunz», Borges, personificado en este otro doble llamado Emma Zunz, nos comparte un universo inabarcable y una narración infinita en la que su vida y las de sus congéneres se encadenan a toda una serie de paradójicas situaciones, simulaciones, memorias, mitos e imágenes, revelándonos y, a la vez, ocultándonos las infinitas transformaciones contradictorias de este cuento que queda fuera de alcance. En este mismo tinglado histórico-literario, en este juego de duplicidades y en estas identidades enmascaradas llamada «Emma Zunz», el mismo lenguaje cubre y descubre el impecable disfraz de un Jorge Luis Borges que como en la historia y en la literatura acaba portando, inexorablemente, la singular máscara, el rostro, la cara, la imagen de otra mujer que le oculta/desoculta por igual bajo el inmenso manto de la palabra y del pensamiento memorables. No hay ninguna duda de que las palabras, los pensamientos y las imágenes de Emma Borges, emanadas desde la capital argentina seguirán caminando, cambiando, cuestionando y criticando los por qués de la violencia en contra de la mujer y su maltrato y omisión por parte de los hombres, creo yo; éstos (pensamientos) y éstas (voces), no quedan sólo en citadas y complejas espirales de creencias o descreencias acerca de la construcción literaria ni de la propuestas convoluciones naturales del conocimiento filosófico, sino que, a la misma vez, dentro de nuestros mismos pensamientos escudriñados y sopesando las distintas resonancias de nuestras palabras aquí emitidas, las mismas allanen y recorran otros caminos llenando mentes y bocas de nuevas ideas para dibujar esas nuevas rutas interrogativas, senderos existenciales llenos de disímbolos diálogos subjetivos con los otros y otras; es decir, hagamos respuestas comunicativas que ayuden a aprehender, a comprender y a saber lo que está verdaderamente en la memoria del hombre y de la mujer que es lo importante. ¿No es cierto?
Palabra De Borges. Cortesía de GENTE. Pulse para ver el video:
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* Demetrio Anzaldo González es oriundo de La ciudad de Mexico, es profesor en la Universidad de Missouri en la ciudad de Columbia en Los Estados Unidos. Ha realizado estudios literarios y completado un doctorado en la universidad de California en Irvine. Se especializa en la literatura latinoamericana y ha escrito sobre las escritoras y escritores mexicanos. Actualmente, investiga la relación entre la arquitectura, la literatura y el cine. Sitio web: https://romancelanguages.missouri.edu/people/anzaldo.shtml